3.
El resto de la semana se me pasó a toda prisa, siendo viernes en un abrir y cerrar de ojos. El jueves, nuestra habitual salida se vio cancelada porque las chicas necesitaban esa tarde para poder conseguir algo que ponerse para la fiesta, además de una visita de urgencia al salón de belleza del pueblo para estar, según palabras de Lay, «rompedoras». Yo, en cambio, lo único que quería era romper algo entre mis manos.
Cuando llegué a casa después del intento fallido de Lorie, subí directamente a mi cuarto con tan mala suerte de cruzarme con mi hermano, vestido únicamente con unos calzoncillos y una sonrisa bobalicona, que me preguntó por qué había vuelto tan pronto, con un tono decepcionado. Sabía que, si había decidido venir tan temprano, significaba que algo no había salido bien y, por ende, que iba a estar de mal humor. Y lo último que necesitaba en esos precisos momentos es que me viniera con sus continuos y repetitivos sermones sobre el hecho de que no cuidara a mi compañera como el resto.
Se apoyó contra la pared y me dedicó una mirada que me ordenaba a que me quedara allí y le explicara lo sucedido. ¿Qué iba a decirle? ¿Que mi novia se acostaba casi con todo el pueblo porque se sentía despechada por mí? ¿Que dudaba que fuéramos una buena pareja? No tenía ni idea de qué decirle sin que se enfadara él conmigo ahora.
-¿Ha ido todo bien? –preguntó, al ver que no decía nada.
Fruncí el ceño. Me dieron ganas de gritar si mi cara no era suficiente respuesta y si sabía qué significaba mi gesto. ¡Por supuesto que no había ido nada bien! Tenía ganas de gritar y golpear cualquier cosa para sacar toda la rabia que había ido acumulando desde que había ido a casa de los Ross.
-No –gruñí, mientras luchaba con la puerta del baño, que no quería abrirse-. ¿Qué coño le pasa a esta puerta?
Mi hermano se acercó hasta donde estaba debatiéndome contra la puerta del baño y me puso una mano en el hombro. No quería discutir con Carin allí, con Sabin metida en su habitación y enterándose de todo. Se lo diría a Lorie y ya tenía suficientes problemas como para que aumentaran.
-¿Qué ha pasado? –insistió.
Me molestó el hecho de que no me preguntara cómo estaba yo, sino que le importaba más conocer todos los detalles de lo que había sucedido en casa de Ross para poder disfrutar más echándome una elaborada bronca que habíamos ido teniendo desde hacía mucho tiempo. Él, y todo el mundo, estaba obsesionado con la idea de que necesitaba tiempo, pero yo sabía que esa no era la solución a mis problemas.
Tal era mi enfado, que decidí dejarle con la palabra en la boca e irme a mi habitación, dando un buen portazo tras mi espalda.
Mi enfado siguió hasta el viernes, y tuve varios problemas con Carin, y Lay parecía ser el único en aguantarme; el resto de la manada se dedicó a ignorar mis malas caras y respuestas malhumoradas. Aun así, conseguí enterarme del altercado que habían tenido Reece y Lorie ayer, cuando habían ido a recoger sus vestidos para la fiesta, en la tienda del pueblo con un nombre que me atravesó como si fuera una esquirla de plata: Mina Seling. Durante la comida, no hubo otro tema.
Reece y Lorie, como era más que evidente, estaban disfrutando con toda aquella atención que todos le dedicábamos. Miré a mi hermano y vi que tenía los labios fruncidos mientras Sabin le acariciaba la nuca, con cariño.
-Fue una grosera –sentenció Lorie.
-Bueno, no creo que le sentara muy bien que le recordarais que su padre había muerto el año pasado –opinó Betty, que parecía ser la única normal en el grupo de animadoras y a la única a la que realmente valoraba.
Reece la fulminó con la mirada, evidentemente contrariada por esa reacción por parte de Betty. El resto de nosotros no habíamos dicho ni mu debido a lo que nos recordaba el nombre de aquella chica: habíamos sido nosotros quienes habíamos matado a su padre, sí. Pero habíamos tenido una razón de peso: ese hombre había asesinado primero a mi padre sin ningún motivo aparente y nadie del Consejo había hecho nada por castigarlo. A pesar de que ambos, cazadores y licántropos, estábamos equilibrados “hipotéticamente” dentro de la balanza de la justicia, aquello nos demostraba que no era así. Nosotros estábamos subyugados bajo el poder de los cazadores quienes, teóricamente, nos ayudaban a ser gente más o menos normal.
Recordaba vagamente a Mina Seling; viejos recuerdos de la infancia, cuando mi padre nos llevaba a casa de los Seling y mi hermano y yo jugábamos con la niña pequeña, Mina, en el patio trasero. Las visitas fueron haciéndose cada vez más infrecuentes hasta que, llegados a un punto, mi padre y el padre de Mina Seling simplemente se veían durante las reuniones que realizaba el Consejo.
Lorie se inclinó hacia Betty, con una mirada amedrentadora.
-Aun así, eso no fue una reacción adecuada –dijo, con rotundidad.
-Basta ya –intervino por primera vez en la conversación Kai, con una voz autoritaria y firme.
La voz de un líder.
Todos nos lo quedamos mirando mientras Lorie enmudecía de golpe y bajaba la mirada, como lo habría hecho una niña ante la regañina de su padre; Kai usualmente se quedaba callado, atento a las caricias y anécdotas de Reece. Al igual que Kai, Reece era la cabecilla de las animadoras.
Nadie dijo nada más durante el resto de la comida.
Cuando Kai llamó a la puerta de la lujosa casa de los Bruce, comencé a darme cuenta de que aquello no iría tan mal. Me había pasado el resto del día dándole vueltas a la historia que habían contado Reece y Lorie sobre cómo se había comportado esa chica, Mina, en aquella tienda; en cierto modo, entendía la forma de actuar de la chica: no debía ser demasiado cómodo que te recordaran de aquella forma tan fría la muerte de tu padre.
La cara de uno de los gemelos Bruce nos recibió con una enorme sonrisa que se le borró al vernos allí plantados a todos, esperando a que nos invitara a pasar. Recuperado de la sorpresa inicial de vernos en su fiesta, esbozó una amplia sonrisa y nos invitó a pasar con un gesto mientras miraba descaradamente los escotes y las cortas faldas que llevaban las chicas. Por un momento me temí que alguno de mis compañeros decidiera dejar el decoro a un lado y le diera un puñetazo, pero conseguimos llegar a la zona de la piscina, donde la fiesta estaba en todo su apogeo.
El chico, que no sabía cuál de los dos hermanos era, alzó ambos brazos en cruz.
-La mesa de las bebidas está allí –señaló una enorme y larga mesa de banquete donde había una gran cantidad de vasos- y la piscina, por supuesto. Tenemos pensado hacer una competición de camisetas mojadas; no llevaréis bikini, por un casual, ¿verdad?
Todas se miraron entre ellas mientras nosotros observábamos con el ceño fruncido al chico, que parecía llevar encima varios vasos encima. Yo me pregunté por enésima vez si habíamos hecho bien en venir allí aunque me hubiera obligado a creer que sí.
Reece, anclada a Kai, le dedicó una encantadora sonrisa a Bruce y respondió:
-No, lo siento.
El chico se encogió de hombros.
-No pasa nada, aunque es una lástima –respondió.
Después de eso, se mezcló entre la multitud, dejándonos allí. No era ningún secreto que los Bruce estaban forrados de dinero y que sus padres pasaban largos períodos de viaje; las fiestas, por supuesto, eran legendarias.
El sonido atronador de la música saliendo de todos lados hizo que me sintiera un poco sobrecogido. El hecho de que hubiera tanta gente y casi todas las chicas estuvieran en bikini o con poca ropa tampoco ayudaba mucho, Lorie no paraba de vigilarlas con un vaso en la mano. El resto se había dispersado intentando parecer por una vez unos adolescentes normales.
Lorie, por el contrario, se había decidido quedar a mi lado, cerca de la piscina, observando a la competencia (o eso creía ella) cómo retozaban en la piscina, completamente bajo los efectos del alcohol.
Me sentía como un alienígena allí.
-Puedes irte a divertirte –le avisé, dándole un sorbo a mi vaso.
Lorie me miró directamente a los ojos. Había pasado un buen rato desde que habíamos llegado y ella ya se había bebido más vasos que yo; tenía las mejillas sonrosadas y la mirada brillante. En otras palabras: estaba completamente borracha. No era la primera vez que la veía así y no me sorprendía tampoco.
-¿Y tú qué? –me preguntó, arrastrando las palabras.
Me encogí de hombros.
-Me quedaré por aquí –respondí, esperando que esto le fuera suficiente.
Lorie se relamió los labios y se acercó a mí para darme un fogoso beso. El aliento le apestaba a alcohol y, cuando nos separamos, me dedicó una sonrisa que pretendía ser seductora.
Me señaló con el dedo índice, a modo de aviso.
-¡Pórtate bien! –me advirtió, mientras se perdía entre la multitud y me dejaba solo.
Solté un suspiro de alivio y me pregunté a qué había venido esa advertencia por su parte. Que yo supiera, iba sobrio y tampoco tenía ningún interés en tener algún tipo de contacto con alguna mujer.
No podía estar tan seguro de que Lorie hiciera lo mismo.
Cogí un vaso nuevo e hice una espontánea mezcla, deseando que, con ella, pudiera olvidarme un poco tiempo de la mierda de vida que tenía y pudiera creerme que era uno de esos chicos que me rodeaban y que bailaban junto a unas chicas que no me llamaban la atención lo más mínimo.
En la zona de la piscina era imposible pensar con claridad debido al calor agobiante de los cuerpos moviéndose al son de la música y la mezcla de olores, así que decidí bajar a la zona del lago donde, como pude comprobar mientras bajaba por las escaleras de piedra, apenas había nadie, a excepción de las hogueras que había dispersas por la orilla.
Vi una silueta sentada sobre un tronco en una de ellas y, por un extraño impulso, me acerqué a ella.
-¿Está ocupado? –pregunté con cierta timidez, a la espalda de la chica.
La reconocí del instituto y porque, a pesar de los años que habían pasado, parecía la misma chica con la que jugaba en el patio de su casa antes de que las cosas se torcieran: Mina Seling.
Ella negó con la cabeza varias veces, así que me senté a su lado y le di un trago a mi vaso, dejándolo después sobre las piedrecitas blancas de la orilla. Se me hacía extraño estar ahí sentado, tan tranquilo, a su lado. Sin embargo, debía reconocer que no estaba del todo tranquilo: tenía una extraña sensación en el estómago y estaba nervioso. Era la primera vez que estaba a solas con alguien que no pertenecía a la manada y, para colmo, una chica. Pensé que debía estar pareciéndole un completo maleducado, así que solté lo primero que se me pasó por la cabeza:
-Tú eres Mina Seling. No creí que vinieras a la fiesta –en cuanto lo dije, me arrepentí de inmediato de haberlo dicho.
Ella se cruzó de brazos y me observó durante unos segundos. Tenía ganas de golpearme a mí mismo por ser tan estúpido y bocazas. ¡Estaba claro que había venido a la fiesta y que la única persona que debía sorprenderse de la presencia de alguien en aquella fiesta era ella!
- Así que… según tú, un tipo que es un peligro dentro y fuera del instituto, ¿te sorprende que una chica como yo haya decidido asistir a esta estúpida fiesta? –me preguntó y a mí se me abrieron los ojos debido a la sorpresa.
-¿Qué? –se me escapó y, por la forma por cómo me miró, supe que estaba metiendo la pata cada vez más-. ¡Oh, no, no! No quería decir eso. Es, simplemente, que me has sorprendido; en el instituto siempre has sido una chica bastante callada que no pensé que te gustaran este tipo de fiestas –miré el vaso en busca de inspiración, o de un milagro-. Pero veo que me equivocaba.
Vi que mis palabras no habían tenido el efecto que buscaba y empecé a devanarme los sesos, intentando encontrar una forma que no me dejara como un completo capullo. Era la primera vez que podía relacionarme con una chica que no fuera Lorie y se me antojaba extraño. Desvié la mirada hacia mi vaso y vi en él mi oportunidad de intentar resarcirla. ¿Qué mejor forma de hacer amistad con un adolescente que ofreciéndole algo de beber? Le tendí mi vaso y comprobé que dudaba. No pude contener una sonrisa y agité un poco mi vaso.
-¿No quieres un poco? –le pregunté.
Sus ojos que, hasta el momento no me había dado cuenta de que eran de un bonito y curioso color gris (y que asemejé con plata líquida), me estudiaron durante unos momentos hasta que frunció el ceño.
-¿Quieres drogarme o algo por el estilo? –me soltó, dejándome al principio completamente perplejo. Era increíble que la gente tuviera esa imagen de nosotros y que Mina pensara que me estaba intentando aprovechar de ella.
No pude evitar esbozar una sonrisa diminuta ante la ocurrencia de Mina. Tenía que reconocer que, conforme pasaba el tiempo, me sentía más a gusto con ella; me olvidé por completo que su padre había sido el asesino de mi padre y deseé que nadie nos interrumpiera. Era agradable socializar con gente que no estaba dentro de la manada.
Era… distinto.
-Intentaba ser amable y simpático –me excusé y, al ver que no aceptaba mi ofrecimiento, le di otro trago a mi vaso-. No todos los días puedo estar intentando relacionarme con otra gente que no sea Kai y su séquito –no pude evitar soltarlo y, me temía, que parte de la culpa la tenía el alcohol.
-Entonces procuraría tener cuidado de que no nos vean hablando o se pondrán celosos –bromeó Mina.
El comentario me provocó que estallara en carcajadas y que tuviera que taparme la boca con el antebrazo para evitar que pudieran oírnos. No quería que ninguno de los miembros de la manada o Lorie pudiera verme allí y viniera para aguarme la fiesta. ¿Había dicho ya que Mina tenía… algo especial?
-Jamás me hubiera imaginado que supieras hacer bromas. En el instituto pareces tan… tan rígida –le confesé pero, en cuanto pronuncié la última frase, volví a arrepentirme de mis palabras.
«Mierda». Cuando parecía que estaba arreglando las cosas, mi pobre cerebro decidía pensar por sí solo y decir estupideces. Aquella era la segunda vez que metía la pata aquella noche y esperaba que no hubiera una tercera.
Me dedicó una sonrisa heladora y quise encogerme sobre mí mismo. No tenía experiencia alguna para tratar a las mujeres y era un completo desastre para intentar relacionarme con gente ajena a la manada. Completito, vamos.
-¡No quería decir eso exactamente! –dije a toda prisa, rezando para que pudiera pasar por alto todas mis meteduras de pata-. Tú eres una chica bastante reservada y cuando te veo por el instituto siempre estás con la cabeza gacha o seria. Por eso mismo me ha sorprendido. No quería llamarte rígida. Lo siento.
Frunció los labios con fuerza y respondió:
-No importa.
De nuevo me había quedado sin ideas para poder continuar con la conversación y no sé si debía sentirme agradecido por ello, ya que no corría el riesgo de decir algo inapropiado estando callado. Volví a tenderle el vaso, esperando que, esta vez, lo aceptara. Sus ojos reflejaron de nuevo la duda pero, tras un segundo de debate interno, lo cogió y lo vació entero de un trago.
Estaba completamente alucinado de lo que había hecho.
-¡Guau! –exclamé, con cierta admiración-. ¡Eso ha sido alucinante!
En su cara se dibujó una sonrisa un tanto bobalicona y, un segundo después, estalló en carcajadas.
-Que quede claro que no soy ninguna rígida –me avisó, señalándome con el dedo índice.
Aquel gesto me recordó tanto a Lorie y de lo estúpido de la situación, que me eché a reír con ella. Me parecía de lo más cómico que estuviera allí sentado, con una chica que no era Lorie y disfrutando de la noche como no lo había hecho en mucho tiempo.
-Sin duda alguna estaba muy equivocado –reconocí-. ¿Quieres otro vaso?
La miré con curiosidad cuando ella fingió que consultaba un reloj imaginario que llevaba sobre su muñeca y me devolvía la mirada.
En mi fuero interno estaba deseando que me dijera que sí y que nos quedáramos allí el resto de la fiesta. No quería moverme de allí.
No quería separarme de Mina.
-¿No crees que te echarán de menos ya?
Su pregunta me decepcionó. Era como si, de una manera sutil, me estuviera diciendo que me fuera de allí, que había estado bien pasar un rato conmigo pero que no quería verse mezclada conmigo. Lo que era comprensible, dadas las circunstancias. Nadie querría ponerse en el foco de atención de la manada por darme conversación. Sin embargo, la mera idea de que me pidiera que me fuera de allí se me hacía insoportable y no lograba entender por qué. La conocía de apenas unos momentos antes y ahora no quería separarme de su lado. No sabía qué me estaba pasando.
-Estoy seguro de que pueden sobrevivir esta noche sin mí –respondí-. Además, creo que estarán bastante ocupados, no se acordarán de mí.
Estaba bastante seguro que, conociendo como conocía a mi manada, estaría lo suficientemente ocupados con las bebidas y metiéndoles mano a sus respectivas parejas que ninguno de ellos se estaría preocupando por lo que pudiera estar haciendo yo; todos darían por supuesto que estaba con Lorie en cualquier rincón oscuro de la casa dando rienda suelta a nuestra pasión.
Mina dejó escapar una leve risita.
-¿Y tu novia?
La pregunta tan inesperada de Mina me dejó descolocado. ¿Novia? Ah, por supuesto: Lorie. No entendía cómo todo el mundo daba por sentado que acabaría enamorado perdido de ella cuando ni siquiera la consideraba como novia. Tendría que sentirme culpable por ello, pero no lo hacía.
-¿Te refieres a Lorie? –pregunté y, sin esperar su respuesta, continué:-. Seguramente esté en cualquier rincón oscuro besuqueándose con algún tío. Y no es mi novia.
De haberlo oído mi hermano, estaba seguro de que no habría dudado ni un segundo en darme un buen golpe y gritarme que dejara de decir tantas tonterías juntas. Sin embargo, era verdad: aunque ellos quisieran hacer oídos sordos a los continuos rumores sobre ella, yo sabía que era verdad. Con mi negativa a acostarme con ella la había empujado a que lo hiciera con otras personas.
Mina parecía arrepentida de su pregunta y me hizo un poco de gracia. No me había acordado de ella en todo aquel tiempo, la había olvidado casi por completo, y ni siquiera me sonaba de haberla visto en el instituto.
- Ah… oh, lo siento. He pensado que, como siempre vais juntos, bueno… pues… ya sabes –se excusó a toda prisa.
Se me escapó una pequeña sonrisa al oír su disculpa y, sin poderlo evitar, coloqué una mano sobre su rodilla desnuda. Mi gesto pareció incomodarla terriblemente y la retiré de inmediato, reprendiéndome por ser tan inconsciente y entusiasta. Incluso sentí las mejillas encendidas.
De repente, me entraron unas ganas irresistibles de dejarle bien claro que no sentía nada por Lorie, que estaba con ella porque la manada me lo había impuesto así y porque no podía desobedecer sus órdenes. Quería asegurarle que Lorie no significaba nada para mí.
-Lorie y yo no somos nada, aunque todos estén empeñados en que sí –le confesé en un arrebato en voz baja. Después de mi sorprendente confesión, pensé que necesitaba un tiempo solo para poder aclarar mis ideas; de seguir así, iba a terminar contándole todo-. Voy a ir a por algo de beber –comprobé, con la luz de la hoguera, que Mina tenía el rostro ceniciento-. ¿Quieres algo de beber o de comer? Te veo muy pálida.
Por la sonrisa que me dedicó, adiviné que ella también necesitaba algo de tiempo para ella sola.
-Lo mismo que tú, pero que no sea tan… fuerte.
Me reí entre dientes.
-Entonces perdería toda la gracia –le dije.
Me levanté del tronco y me dirigí a la escalera de piedra, que me llevaría de nuevo al centro de la fiesta. Mientras ascendía los escalones de piedra, tuve un impulso un tanto infantil que no pude retener: me giré hacia donde estaba Mina, que me miraba desde allí, y le grité:
-¡Eh, Mina, no desaparezcas, ¿vale?!
Su respuesta fue levantar el brazo y alzar el pulgar, diciéndome con ello que lo había entendido y que no iba a irse de allí. Eso fue más que suficiente para mí.
Mientras subía los escalones a toda prisa en lo único que no podía dejar de pensar era en volver de nuevo allí, al lago.
¿Y si ella fuera la elegida y todo el mundo se hubiera equivocado?
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