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29.

Sentí el ardor de la transformación pero, en aquella ocasión, no me dolió tanto como en las anteriores veces. Estaba deseando cederle el control al lobo para que pudiera hacer picadillo a esa maldita alimaña que había provocado que Lay muriera. No me importó que hubiera gente delante para verlo porque solamente tenía un objetivo: Adam. Pensaba destrozarlo con uñas y dientes hasta sentir el sabor de su sangre cubriéndome por completo.

No iba a parar hasta que vengara a Lay y le hiciera pagar todo el daño que le había causado a Mina.

Caí sobre mis patas delanteras y observé a Adam, cuyo rostro se había transformado en una mueca de odio y desagrado. Alcé la cabeza y aullé a modo de aviso para decirle que había aceptado su reto y que aquello iba a ser un combate a muerte.

Giré un poco la cabeza para ver a Mina y comprobar cómo le había sentado verme en aquella forma. Recordándole lo que le habíamos hecho a su padre. Sus ojos estaban dilatados por la sorpresa y buscaban algo. ¿El qué?

No lo supe ni pude averiguarlo porque Adam se abalanzó sobre mí, espada en ristre, e intentó hundírmela en la zona vertebral; salté a un lado, provocando que no diera en su objetivo y perdiera el equilibrio. Aproveché la oportunidad para lanzarle una dentellada al brazo, intentando así que soltara aquella espada. Mi mayor enemigo si no tenía cuidado y acortaba demasiado la distancia.

Adam rodó sobre el suelo y me soltó una patada directa al costado que me dio de lleno. Noté cómo perdía el aire de golpe y puse una buena distancia entre nosotros mientras mi cerebro se movía a toda prisa, buscando algún punto a mi favor que poder aprovechar de nuevo.

El cazador volvió a atacarme con la espada por delante, intentando trincharme como un pavo el día de Acción de Gracias, y yo logré cerrar mi mandíbula en torno al brazo que portaba la espada. Apreté con fuerza mientras oía los alaridos de dolor que salían de la boca de Adam y que eran desgarradores; no dejé de hacer fuerza, oyendo cómo crujían incluso los huesos, hasta que no dejó caer la espada al suelo. Lo empujé con todo mi cuerpo para que cayera a unos metros de distancia y poder así recuperar un poco el aliento.

Mi nivel de adrenalina estaba bajando a marchas forzadas y el cansancio estaba apareciendo en su lugar. Las pocas horas que había tenido de sueño y los nervios de no saber qué estaba pasando me cobraban ahora factura; de seguir así, sin matarlo, no podría seguir manteniendo mi aspecto de lobo. Miré a Adam, que estaba sobre el suelo, respirando entrecortadamente mientras gemía de dolor, y pensé que aquello era el final: tanto él como yo estábamos agotados y yo contaba con la ventaja de que había logrado desarmarlo y dejarle el brazo inutilizado.

Empecé a avanzar hacia él, obligándole a retroceder hasta la barandilla que daba a la planta de abajo. Solamente un poco más, me animé. Si aguantaba un poco más todo habría acabado y Adam estaría muerto.

Los habría salvado a todos.

Adam se incorporó con esfuerzo y me observó largamente, con la cara llena de sangre; había algo extraño en su mirada, un brillo triunfal que no comprendí…

Y entonces sucedió:

No me dio tiempo de reaccionar. Solamente vi el cuerpo de Mina interponiéndose entre ambos y a Adam lanzándose contra ella y clavando algo en su cuerpo. Ella lo empujó con fuerza para apartarlo, provocando que el chico cayera barandilla abajo.

La mano de Adam se aferró a la muñeca de Mina en un último intento desesperado y ambos cayeron al vacío.

Ni siquiera fui consciente de la regresión a mi forma humana. La idea de que Mina pudiera morir por mi culpa me atronaba y cegaba; me abalancé sobre la barandilla y logré coger a Mina antes de que diera contra el suelo.

Adam no tuvo tanta suerte.

Observé su cadáver en el fondo, sobre el suelo, con una posición antinatural y con un charco de sangre que iba haciéndose mucho más grande por momentos.

Tiré de Mina hasta que logré que su cuerpo pasara por encima de la barandilla y cayera sobre mis brazos, desmadejada. Busqué desesperadamente la daga y, cuando di con ella, la arranqué de golpe y la lancé tan lejos de mí como pude.

Me temblaba todo el cuerpo cuando Mina se subió como bien pudo el jersey negro que llevaba y nos mostró una herida que tenía un aspecto horrible. Apoyó la cabeza sobre mi regazo y cerró los ojos mientras apretaba la mandíbula con fuerza, intentando contener los gritos de dolor.

La sangre no paraba de salir de la herida, así que decidí poner mis manos para intentar taponarla de alguna forma y me decía que todo aquello iba a salir bien. Tenía que salir bien. La respiración de Mina se había acelerado y se le escapaban pequeños gemidos que se me clavaban como agujas bajo la piel.

No podía perderla a ella también.

Me noté húmedas las mejillas y comprendí que me había echado a llorar. Apreté con más fuerza la herida mientras las manos de Mina se movían por la zona del pecho, buscando algo.

En mi mente solamente había un único pensamiento: «No puede morir. No puedo dejarla morir».

Mina sacó el DVD y me lo tendió. Aquello no me parecía importante en comparación con la idea de que pudiera morir entre mis brazos y yo no pudiera hacer nada por impedirlo.

-Te vas a poner bien –le prometí. Y se lo dije tanto a ella como a mí-. Dios, te juro que te vas a poner bien.

Se le escapó una sonrisita escéptica.

Mi mente iba a mil por hora. La herida no paraba de sangrar y su rostro se estaba poniendo cada vez más pálido; además, en mi cabeza no podía dejar de repetir la muerte de Lay.

Me llevé de nuevo la muñeca a la boca y me abrí la herida que ya había cicatrizado. La sangre comenzó a manar de ella y acerqué la muñeca a la boca de Mina en un intento desesperado. Las comisuras se le mancharon pero vi que tragaba con cierta dificultad; era mi única esperanza y no estaba al cien por ciento seguro de que pudiera funcionar. Mientras bebía de mi sangre la contemplé, intentando controlar los temblores que sacudían todo mi cuerpo; Mina comenzó a toser, provocando que la sangre le salpicara por todos lados y no supiera si era la suya o la mía.

Su vitalidad se estaba apagando poco a poco.

Iba a perderla.

-Quédate conmigo, Mina –supliqué, con la voz destrozada. Tal y como estaba en aquellos momentos-. No me dejes, por favor. Tú… tú eres lo único que me queda aquí.

»No me abandones…

Los párpados le temblaban mientras Mina intentaba mantenerse despierta. Le grité y supliqué que se quedara conmigo, que siguiera luchando por seguir viva… por quedarse despierta; su respiración fue acompasándose mientras iba quedándose poco a poco sin fuerzas.

La estreché contra mí. Me abandoné al llanto y dejé que me consumiera mientras apretaba el cuerpo inerte de Mina entre mis brazos; una sensación desgarradora se abría paso por mi pecho como si de lava se tratase.

No podía creerme que hubiera perdido a dos personas tan importantes para mí en un mismo día. Aquello era demoledor y, sabía, que me iba a pasar factura.

Ya lo estaba haciendo.

Me quedé así unos momentos, sollozando como un niño pequeño y sujetando contra mí a Mina, hasta que oí algo. Era un sonido débil y casi sin fuerza: el aleteo de un corazón que luchaba por mantener al cuerpo con vida.

Mina aún estaba viva.

Seguía luchando.

La dejé unos instantes para conseguir algo de ropa y salir de allí a toda prisa. En cuanto me hube vestido con un par de prendas que encontré en uno de los despachos abandonados, recogí con suavidad el cuerpo de Mina y me abalancé hacia las escaleras; en el piso de abajo, la lucha parecía haber terminado. Había cuerpos humanos y lobunos por el suelo, además de manchas de sangres dispersas. Evité deliberadamente mirar hacia donde estaba el cuerpo de Lay y me dirigí hacia una persona en concreto.

Grace hablaba en voz baja con el resto de cazadores que la habían acompañado y negaba con la cabeza. Alzó la mirada de golpe al verme aparecer con Mina entre brazos y los ojos se le empañaron.

-Está viva –dije con esfuerzo y Grace me miró con cierto alivio-. Tenemos que irnos de aquí. No… no puede… -me quedé sin voz mientras pensaba en lo que podría sucederle a Mina de no actuar deprisa.

Grace miró a sus compañeros y después me hizo una señal para que saliéramos a toda prisa de allí. Ni siquiera me giré para comprobar cómo estaban mis compañeros de manada y cuáles habían sido las bajas: en aquellos momentos mi prioridad era Mina; seguí a Grace por los pasillos hasta que salimos del almacén y nos dirigimos al coche que había traído Grace.

Coloqué con cuidado a Mina en el asiento trasero y le pedí las llaves a Grace, que me miró con gesto de sorpresa. Le expliqué las ventajas de que me dejara conducir y lo que podría sucederle a Mina de no decidirnos ya; finalmente cedió y nos montamos en silencio. Mientras arrancaba el coche y daba marcha atrás a toda prisa, Grace me preguntó qué había pasado. Le conté lo que había sucedido cuando había encontrado a Mina y le mostré el DVD que, tanto Lay como Mina, me habían insistido que era tan importante; Grace lo observó con los ojos entornados y no hizo ninguna pregunta más.

El corazón se me iba a salir del pecho cuando pensaba que no lograba llegar a tiempo. No sabía si darle de beber mi sangre a Mina había servido de algo o había tenido un efecto negativo para ella; no había comprobado su herida después de darle mi sangre y ahora no tenía tiempo de hacer comprobaciones.

Frené de golpe frente la puerta de la casa de Mina y la saqué de los asientos traseros mientras Grace se nos adelantaba y aporreaba la puerta con fuerza; su madre se quedó helada al vernos aparecer llenos de sangre y llevando a Mina entre mis brazos como si estuviera muerta, pero Henry (creo recordar que así se llamaba) nos hizo pasar a toda prisa y nos condujo hacia la habitación de Mina mientras su madre se apresuraba a avisar al doctor Lawrence.

La deposité con sumo cuidado sobre su cama y me aparté para que Grace pudiera estar más cerca de ella. Ahora que había logrado mi objetivo y el doctor Lawrence estaba en camino no sabía qué hacer. No quería ponerme en el peor de los casos, pero el aspecto de Mina no auguraba nada bueno.

Me mordí el labio con fuerza hasta hacerlo sangrar. El miedo me hizo que se me encogiera el estómago y tuviera ganas de destrozar cualquier cosa que se interpusiera en mi camino.

Había sido testigo de cómo había muerto Lay y no quería estar allí si sucedía lo peor. Me sentía acorralado en aquella casa y creí que iba a perder el control; me di la vuelta y me encontré en el pasillo a la madre de Mina. La señora Seling me miró de arriba abajo y frunció los labios.

-Lo siento –me disculpé y no solamente por haber llegado antes para salvar a Mina-. Siento mucho todos los problemas que le he causado a usted y a su familia…

Ella se quedó muda ante mi disculpa, así que avancé hacia la salida. Quería llegar a casa y encerrarme en mi habitación; ni siquiera quería saber lo que había sucedido. Simplemente quería olvidar.

Alguien me llamó cuando estaba a punto de salir por la puerta. En la planta de arriba estaba Grace, mirándome con un gesto de compresión y lástima.

-¡Chase, espera un momento! –me pidió y bajó corriendo hacia mí.

Yo me quedé quieto, esperando a que hablara.

Esperando a que me diera las malas noticias.

-¿No quieres quedarte aquí? –me interrogó Grace-. Ella… ella puede necesitarte y…

Negué varias veces con la cabeza y ella se cortó de golpe.

-No puedo –gemí-. No puedo quedarme aquí. Todo esto que le ha sucedido ha sido por mi culpa. Si yo… si yo no me hubiera acercado a hablar con ella en esa maldita fiesta, nada de esto hubiera sucedido.

»No puedo quedarme aquí esperando a que suceda un milagro –las lágrimas habían comenzado a correr por mis mejillas y no podía detenerlas-. Le he hecho mucho daño a Mina y no… no puedo estar ahora mismo aquí. No puedo.

»No puedo perder a dos personas tan importantes para mí en un mismo día –concluí.

Grace me miró con compresión y no dijo nada más. Salí de allí sin mirar atrás y eché a correr hacia mi casa, sin importarme que pudieran verme correr de tal forma.

El coche de Carin no estaba, así que aún no debía haber regresado aún del almacén. Cerré de un golpe a mi espalda la puerta y subí hacia mi habitación mientras mi madre me llamaba y, después, subía tras de mí.

-¡Chase! Chase, por favor…

Había cumplido con mi misión: Grace se había quedado con el DVD y le había explicado lo poco que Mina y Lay me habían dicho sobre él. Esperaba que el doctor Lawrence hubiera conseguido llegar ya y hubiera una mínima posibilidad de salvarla…

Su rostro pálido se formó en mi mente y la garganta se me cerró.

Todo lo que había sucedido había sido culpa mía. Yo había sido quien había atraído a Adam para que montara todo y nos hiciera caer en su trampa. Yo era el único responsable.

Mi madre me abrazó con fuerza mientras me abandonaba al llanto.

No hizo preguntas porque ya conocía las respuestas.

La manada había perdido a cuatro miembros potenciales. Como era costumbre, nos reunimos todos los licántropos del pueblo en una zona del bosque apartada de la mirada curiosa de vecinos y quemamos los cuerpos de Roth, Burke, Kris y Lay; me quedé muy cerca de Betty mientras contemplábamos las piras funerarias de cada uno de los miembros arder hasta que se convirtieran en ceniza.

La última vez que nos habíamos reunido había sido para quemar el cadáver de mi padre. Me recordaba más pequeño, entre mi madre y Carin, tratando de contener las lágrimas; Lay había sido el primero que se me había acercado después de que esparciéramos las cenizas de mi padre por el bosque y me había preguntado si quería ir a su casa a jugar. Había aceptado su invitación porque no estaba preparado para encerrarme en mi casa y ser el foco de todos los pésames.

Cerré los ojos para imaginarme a Lay por última vez. Quería recordarlo como el muchacho alegre y divertido que había sido y no como la criatura agonizante que se había interpuesto entre el cazador y yo para recibir el golpe que había acabado con su vida. A mi lado, Betty volvió a sollozar con más ganas y la abracé con fuerza.

Me había disculpado miles de veces por haberle fallado, pero ella me había asegurado que había hecho todo lo que había estado en mi mano para poder salvarlo y que aquello era lo único que a ella le importaba.

Pero no podía dejar de culparme.

Desde que había dejado a Mina en su casa, no me había acercado por allí. Le había pedido a Grace que me mantuviera informado y ella me mandaba mensajes a menudo de cómo estaba la situación.

Sin ninguna mejoría.

El señor Delehanty se me acercó al final del rito funerario y me pidió amablemente que lo acompañara a dar un paseo por el bosque. No podía negarme a un miembro del Consejo y, sospechaba, que había algo importante tras esa amable invitación.

Lo acompañé hasta un lugar apartado y aguardé pacientemente a que el señor Delehanty empezara a hablar.

-Señor Whitman, creo que tenemos ciertos asuntos pendientes –comenzó el hombre, mirándome de soslayo-. El episodio del almacén ha sido algo inesperado y ha causado unas pérdidas irremplazables para todos nosotros. Sin embargo, señor Whitman, hay algo que nos ha llamado demasiado la atención a los miembros más mayores de la comunidad: la relación que mantenía o mantiene con una de las personas implicadas en el suceso.

Sabía a qué se refería sin necesidad de que siguiera con toda aquella verborrea. Me encaré al señor Delehanty y le conté todo; omití algunos detalles que no tenía por qué saber y porque nos incumbían a Mina y a mí solamente. Le expliqué cómo me había sentido al tenerla cerca y que la había vinculado. En este punto, el señor Delehanty se mostró más que alarmado al escucharme. Farfulló estupideces sobre que no era posible y que tendría que haber un error en todo aquello, pero yo no me molesté en corregirlo.

Estaba cansado y llevaba tiempo dándole vueltas a un asunto que no sabía cómo iba a ser recibido por el resto de mi manada y de mi familia.

Mientras regresábamos al claro donde nos esperaban el resto de miembros de licántropos del pueblo, le pregunté:

-Señor Delehanty –él me miró con curiosidad, esperando que añadiera algo más a mi relato anterior-, me gustaría pedirle un favor: quiero irme del pueblo –su rostro se mostró de lo más alarmado, más incluso que cuando le había confesado que había vinculado a Mina-. Comprenda que he perdido a uno de mis mejores amigos y que mi compañera… bueno, está en una situación delicada. Me gustaría ausentarme un tiempo para poder poner algunas cosas en orden. 

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