26.
El grito se repitió de nuevo y ambos giramos la cabeza para comprobar quién era el idiota que había decidido meter sus narices en asuntos que no le concernían en absoluto; no pude evitar poner cara de disgusto al comprobar que Kyle Monroe era la persona que había decidido interrumpirnos y nos miraba (me miraba, para ser más exactos) con los ojos lanzando chispitas de pura rabia.
Se había quitado la máscara y se nos acercaba con un aire cargado de petulancia, como si no supiera que podía tumbarlo de un solo golpe si decidía ponérseme gallito. Ocupó su lugar junto a Mina, que lo miraba entre asombrada y agradecida, y su mano se entrelazó con la de ella. Un gesto que no se me pasó por alto. En absoluto.
Aquello parecía ser una competición de testosterona. Y Kyle Monroe iba a perder, aunque me costara una buena reprimenda por parte de la manada; aunque, quizá, me felicitaran por dejar fuera de combate a un cazador.
Esbocé una sonrisa.
-¿No te han enseñado a que robar acompañantes en los bailes está mal visto, Whitman? –me espetó de malos modos Kyle.
Vaya, ¿dónde estaba la educación hoy en día? Kyle tenía que aprender mucho como, por ejemplo, a saludar y pedir disculpas cuando se interrumpía una conversación en la que no pintaba nada.
Amplié mi sonrisa.
-¿Y a ti no te han enseñado a que meterte en conversaciones ajenas es de mala educación?
Mi respuesta pareció molestarlo, ya que se apartó de Mina y se me acercó de manera amenazadora hasta que quedamos cara a cara. La cosa iba poniéndose más emocionante conforme pasaban los segundos y la diversión estaba asegurada, podría afirmar.
Encontraba a Kyle un chico bastante inteligente pero, en aquellos momentos, me pareció un completo estúpido: no había recibido entrenamiento suficiente y no contaba con la fuerza que tenía. En otras palabras: si quería, podía mandarlo directo al hospital. Pero no me iba a negar un poco de diversión; avancé un poco hasta quedarme a unos centímetros de su cara.
Él me dirigió una mirada desafiante.
-No me das ningún miedo, Whitman –el chico se había vuelto un suicida y su nivel de idiotez estaba alcanzando cuotas estratosféricas-. Y no voy a permitirte que sigas haciendo lo que te viene en gana porque seas un maldito lobo pulgoso que se cree que éste es su territorio. Nosotros, los cazadores, somos los que os permitimos que sigáis aquí, recuérdalo la próxima vez.
Si pensaba que aquello podía, siquiera, amedrentarme un poco, estaba equivocado. Era posible que en su pandilla de cazadores en formación pudiera ser la estrella del equipo, pero aún no había llegado a la lección más importante de la carrera de cazador: «Cómo enfrentarte a un licántropo bastante cabreado».
Aunque no iba a tardar mucho en descubrirlo.
-Deberías tener un poco de miedo, Monroe –respondí, con calma-, porque pienso darte un puñetazo que te va a mandar al hospital.
De manera instintiva, eché el brazo hacia atrás y le propiné un puñetazo en toda su perfecta cara. No le había dado con la fuerza que hubiera querido, pero había sido suficiente para mandarlo a una distancia considerable de donde nos encontrábamos.
De manera automática, Mina echó a correr hacia el cuerpo inerte de Kyle y yo los observé con los celos carcomiéndome por entero; no podía creerme que se hubiera enamorado de aquel tío. Aunque me había asegurado a mí mismo que había sido lo mejor para ambos, en aquellos instantes me parecía una traición.
Una dolorosa traición.
Seguí mirándolos con dolor. Mina estaba comprobando si aún respiraba, como si creyera que pudiera matarlo de un solo golpe, y me acerqué en silencio hacia donde estaban.
Mi mano fue directa hacia su hombro y ella se sobresaltó, como si estuviera a punto de sufrir un síncope allí mismo. Alzó la mirada y vi que había miedo. Puro terror. Me tenía miedo a mí.
A mí.
-Está vivo –le aseguré-. No le he dado tan fuerte como querría.
Agitó su cuerpo, provocando que mi mano cayera pesadamente a mi costado, y se puso en pie de golpe.
Si antes había habido miedo en su mirada, ahora había sido sustituida por un profundo y lacerante odio. Un odio que me atravesó como si de miles de agujas de plata se tratara; me quedé paralizado, sin saber muy bien qué hacer.
-Apártate de mí, monstruo –y echó a correr por el pasillo.
Fui incapaz de moverme, conmocionado por las palabras que me había dirigido, por el fuerte sentimiento de odio en la que iban impregnadas. En ningún momento giró la cabeza para comprobar si la seguía y, cuando viró en una esquina, la perdí por completo de vista.
No paraba de repetirme una y otra vez lo que me había dicho, diseccionándolo y buscando algún signo de que todo aquello no lo hubiera dicho en serio. Pero no había ningún motivo para que siguiera guardando la esperanza: le había confesado mi delito, le había asegurado que su padre era un asesino y había mostrado mi auténtica naturaleza.
Aquél era el verdadero Chase Whitman.
El licántropo que había intentado ser otra persona, dejar atrás su pasado, sin poderlo conseguir.
No debía extrañarme que Mina me odiara con todas sus fuerzas. Incluso yo mismo me despreciaba por lo que había hecho y por lo que era; aunque mi madre me había asegurado que, de encontrar a mi auténtica alma gemela, nada podría separarnos… bueno, lamentaba decirle que estaba equivocada. Había cosas que no podían perdonarse y que no eran capaces de superar.
Debía haberme dado cuenta hacía mucho tiempo que todo aquello no conducía a nada. Que nunca había existido una posibilidad real de que saliera bien.
Mi destino era estar con Lorie, aunque no fuera mi compañera.
Pero no estaba preparado para aquello.
Dudaba que alguna vez pudiera estarlo.
Mis pies echaron a correr antes de que pudiera pensar siquiera lo que estaba haciendo… o lo que iba a decir. Algo se interpuso en mi camino y tuve que frenar de golpe antes de que la arrollara de manera literal; parpadeé varias veces cuando la reconocí: la amiga de Mina que no había parado de lanzarme miradas asesinas durante las últimas semanas desde que había sucedido lo de la cabaña.
De nuevo, y como venía siendo costumbre, me fulminó con la mirada y cubrió el espacio que había para que pudiera esquivarla y continuara con mi búsqueda. Me había olvidado por completo de un inconsciente Kyle, que seguía tendiendo en el suelo.
No me sentí ni una pizca culpable o arrepentido.
-¡Un momento, Colmillo Blanco! –me espetó y alzó una mano, como si eso pudiera detenerme.
Me quedé estático, observándola en silencio, aguardando a que me dijera lo que tenía que decirme y pudiera continuar con mi camino.
La mirada de aquella chica no auguraba nada bueno.
-¿Dónde está Mina? –me preguntó-. ¿Qué le has hecho? –en aquella ocasión, descubrí un ligero timbre de miedo.
Sacudí la cabeza, incrédulo.
-¿Que qué le hecho? –repetí-. ¡No he hecho nada!
-Entonces, ¿dónde coño está, licántropo? ¡Te he visto cómo te la llevabas del baile y, te puedo asegurar, que como le hayas hecho el mínimo rasguño, seré yo misma quien quiera tu cabeza en una bandeja de plata!
Seguí sin moverme del sitio, pero ahora debido a la sorpresa. Si aquella chica me había visto, era muy posible que mi manada también hubiera sido testigo… y eso no me convenía en esos momentos.
-Se… se ha marchado –le confesé-. Hemos tenido una discusión y ella… ha echado a correr. Iba en su busca en estos momentos…
Sus ojos me recorrieron de arriba abajo y me demostraron que no me había creído en absoluto.
-Tienes que creerme –le aseguré y su rostro mudó durante unos segundos, mirándome con un gesto de desconfianza y puro terror-. Yo no le he hecho nada. Ella… ella es mi compañera, nunca podría hacerle daño. Eres una cazadora, debes saberlo bien.
La chica sacudió la cabeza y se cruzó de brazos, mordiéndose el labio.
-También nos habían enseñado que los licántropos os enamorabais perdidamente de las compañeras que os imponían vuestros mayores y veo que no es cierto –replicó-. Eres un licántropo bastante raro, Chase Whitman. Y has arrastrado a tu vorágine a alguien que no se lo merecía. Mina es demasiado buena y pura para todo esto.
Sus palabras me dolieron, pero sabía que llevaba razón en algo: Mina no se merecía nada de lo que le había hecho. Era un monstruo y solamente le había causado dolor y sufrimiento, por no hablar de la enfermiza obsesión que me impedía pasar página y dejar que Mina siguiera con su vida.
Siempre había un hilo que me uniría a ella. Un hilo que siempre tendía a acercarme más a Mina y a no poder alejarme como quisiera.
Bajé la mirada, un tanto avergonzado.
-No puedo alejarme de ella –respondí, en un murmullo-. Simplemente, no puedo. Lo he intentando miles de veces y, todas ellas, he fracasado estrepitosamente. No puedo evitarlo, la quiero…
-Pero el daño que le has causado ha sido mayor –finalizó la chica por mí y su mirada se dulcificó. Ya no me miraba con ganas de querer estrangularme allí mismo, ahora lo hacía con cierta lástima, tal y como lo habían hecho el resto de Blackstone cuando mi madre había hecho correr la voz de que mi padre nos había abandonado; o como cuando los licántropos mayores vinieron a darnos el pésame por la muerte de mi padre-. Soy Grace. Grace Donovan –se presentó, tendiéndome la mano.
La miré durante unos instantes, sin saber muy bien qué hacer. Quizá ella pudiera ayudarme, pues conocía a Mina mejor que yo; si Grace me entendía, aunque solamente una pizca, podría intentar explicárselo a Mina.
Finalmente, se la estreché.
Cuando nos soltamos las manos, Grace me miró con el ceño fruncido.
-Tengo un mal presentimiento –dijo, con la vista clavada en mí.
Sabía lo que quería decir. Desde que Mina había huido de mí, tenía una extraña sensación en el pecho que no sabía cómo describir. Era una especie de certeza de que algo iba a salir mal en aquella noche.
Y tenía que ver con Mina.
-Tenemos que encontrarla –coincidí.
Grace tragó saliva.
-Bien –empezó, dubitativa-, lo más recomendable en estos casos es separarnos y buscarla por todo el instituto. Muy lejos no puede haberse ido, ¿no? –me miró atentamente-. Eso que le hacéis a las chicas… cuando las vinculáis… no le dará habilidades como una velocidad o fuerza indescriptible, ¿verdad?
Negué con la cabeza, divertido con su ocurrencia.
-Ella sigue siendo… normal –le aseguré.
Grace asintió.
-Busquémosla entonces –decidió y sacó su móvil del minúsculo bolso que llevaba-. Dame tu número para poder llamarte de encontrarla.
Intercambiamos los números de teléfono y cada uno echó a correr en una dirección diferente. Era incapaz de creerme que la noche se hubiera complicado hasta tal extremo; mientras que había creído que mi noche iba a terminar en la habitación de Lorie, buscando una excusa para posponer nuestros planes, la realidad se había convertido en algo peor. No quería que le sucediera nada a Mina y tenía un mal presentimiento respecto a ella.
Había sido culpa mía que Mina hubiera salido despavorida debido a lo que le había hecho a Kyle y a cómo me había comportado con ella momentos antes de que nos interrumpiera; si algo le sucedía esta noche, lo que fuera, habría sido otro error que añadir a mi interminable lista de cosas que había hecho mal.
Recorrí varios pasillos, todos ellos oscuros y completamente vacíos. Lo único que oía era mi propia respiración y el sonido de mis zapatos al correr por el suelo.
No había ni rastro de Mina.
El móvil comenzó a vibrarme dentro del bolsillo del pantalón y lo saqué de inmediato. Era Grace y, esperaba, trajera con aquella llamada buenas noticias.
«Por favor, que esté con Mina. Por favor, que la haya encontrado. Por favor…», recé en silencio mientras deslizaba el pulgar por la pantalla y me llevaba el móvil al oído.
-Dime que estás con ella –le supliqué, con la garganta casi taponada-. Dímelo, por favor.
-No hay ni rastro de ella –respondió Grace, casi resollando.
Golpeé con furia una de las taquillas, aboyándola. Me importó una auténtica mierda, lo único que me preocupaba ahora mismo era encontrar a Mina y comprobar que estaba bien.
-¿Ha venido en su propio coche? –la interrogué-. ¿Es posible que haya cogido a alguien que la llevara a su casa?
-No… no lo sé –confesó Grace, que trataba de recuperar el aliento.
No sabía si aquello valía como respuesta a las dos preguntas que me había formulado, pero no tenía tiempo de seguir con ello. Le aseguré a Grace que me pasaría de inmediato por casa de Mina y comprobaría si estaba allí mientras ella advertía al resto de cazadores de su desaparición y se ponían a buscarla.
Me guardé a toda prisa el móvil y eché a correr hacia la salida que me pillaba más cerca. Más tarde me disculparía con Lorie por haberla dejado plantada, pero no tenía tiempo en aquellos momentos.
Por segunda vez en la noche, otra persona se me interpuso en el camino y tuve que frenar de nuevo. En aquella ocasión, sin embargo, sí que reconocí perfectamente a quien se hallaba delante de mí: Carin.
Llevaba la corbata colgándole por el cuello y el rostro cubierto de sudor. Me miró sorprendido y aliviado mientras yo lo estudiaba con cautela, intentando averiguar qué demonios hacía fuera del baile.
-¡Chase! –exclamó-. Joder, por fin te encuentro…
Mis pulmones se encogieron de miedo.
-¿Qué sucede?
-Es Lay –respondió mi hermano y mi corazón dio un vuelco-. Salió a buscarte y aún no ha vuelto. Cuando te he visto pensé… pensé que quizá estaba contigo.
Negué varias veces con la cabeza.
-No… no lo he visto –contesté, tartamudeando.
Mi hermano chasqueó la lengua, molesto.
-Ha desaparecido –murmuré-. Pero, ¿cómo es posible?
Carin me dio un par de palmaditas.
-No es posible, Chase –me aseguró, pero yo sabía que algo malo había pasado. Tenía ese mismo presentimiento-. Vamos, seguro que lo encontraremos.
La cabeza me daba vueltas cuando regresamos de nuevo al interior del gimnasio. Todo estaban dispuestos en círculo, con gestos cargados de preocupación; Betty estaba en una esquiva, mordiéndose las uñas y mirando a sus amigas con los ojos brillantes. Lorie se colgó de mi cuello nada más verme aparecer.
-¡Oh, Chase, menos mal que estás aquí! –suspiró teatralmente.
Kai me miró fijamente.
-¿Estaba Lay con Chase? –la pregunta, evidentemente, no iba dirigida a mí.
Mi hermano, que estaba a mi lado, negó con la cabeza. El resto de miembros bajaron la mirada mientras Kai nos miraba a Carin y a mí de manera alternativa.
-¿Alguna idea de lo que ha podido suceder? –en esta ocasión, al parecer, sí que podía responder.
-Yo creí que estaba aquí, con vosotros –respondí.
Betty soltó un sollozo.
-Algo malo le ha pasado –gimió y se llevó una mano a la zona de la clavícula, donde estaba su marca-. Sé que algo le ha pasado.
Las chicas se cerraron en torno a ella y la abrazaron, intentando consolarla. Kai y el resto nos miramos entre nosotros, intentando encontrarle un sentido a todo esto. ¿Qué demonios le había pasado a Lay? ¿Quién tendría interés en… en hacerlo desaparecer?
Kris apretó la mandíbula con fuerza.
-Esos estúpidos cazadores –escupió-. Quizá creyeron que sería divertido…
Roth y Burke asintieron, apoyando totalmente lo que había dicho Kris.
Kevin y Johann se inclinaron hacia Heller y entablaron una airada discusión sobre cómo debían actuar frente a los cazadores. Kai y Carin se quedaron en silencio mientras Horst y Lewis intentaban calmar los ánimos para que no llamáramos tanto la atención ante el resto de alumnos.
-¡Vayamos a por ellos! –estaba pidiendo Roth, casi gruñendo.
-¡Estoy harto de todos esos malditos creídos, démosles una lección! –corearon Roth, Heller, Kevin y Johann a la vez.
Tragué saliva. Los cazadores no podían haber sido, pues había estado hablando con Grace hacía apenas unos momentos antes de toparme con Carin; si hubieran sido ellos… quizá Grace no se habría mostrado conmigo tan perceptiva. O quizá era una estratagema para mantenerme ocupado…
Ya no sabía qué pensar.
-Mantengamos la calma –nos ordenó la voz autoritaria de Kai y todos nos callamos de golpe-. Hablaré con su líder y les exigiré que me digan qué ha sucedido. Si han sido ellos… se acordarán de nosotros, os lo puedo asegurar.
Miré a mi manada, dubitativo. No creía que los causantes de aquello fueran los cazadores, pero no sabía a quién culpar más; Kai nos pidió que nos marcháramos de allí de inmediato y que nos dirigiéramos a nuestras casas mientras él y Carin trataban de adivinar lo que había sucedido.
Acompañé hasta su casa a Lorie, que parecía haberse puesto un tanto alicaída por cómo se encontraba Betty, y ella me miró con los ojos brillantes.
-Siento que no hayamos podido seguir adelante con nuestro plan inicial –se lamentó, aferrándose al cinturón de seguridad con fuerza-. Pero la desaparición de Lay… me tiene tan asustada, Chase… -soltó un sonido parecido a un sollozo-. Y, aunque suene un poco cruel, me alegro tanto de que no hayas sido tú…
La garganta se me obstruyó por completo. Yo podría haber sido el que hubiera desaparecido. Ni siquiera había cumplido mi palabra de ir a comprobar si Mina había regresado a casa. No podía seguir con aquella pantomima: prefería a quedarme solo antes de seguir compartiendo mi vida con Lorie.
Solté un hondo suspiro.
-No puedo seguir con esto –empecé-. Lo siento mucho, Lorie, pero no podemos continuar con todo esto; es posible que tú sientas algo… por mí, pero yo no… no siento nada. Lo he intentado todo, créeme, pero… pero no funciona. Me he forzado a que esto saliera bien…
Los ojos de Lorie estaban abiertos como platos. La verdad es que no tenía ni idea de cómo romper una relación y lo estaba haciendo de una manera patética.
-Es por ella, ¿verdad? –me acusó-. Por esa chica que… que te follaste a mis espaldas. Sabía que había algo más detrás de todo esto, ¡lo sabía! –chilló.
-¡Estoy enamorado de Mina! –grité, enmudeciéndola de golpe-. Ella es mi compañera y la he vinculado.
Lorie soltó un grito de frustración.
-¡Eres un maldito gilipollas! Y un cabrón. ¡Has estado jugando conmigo desde el principio! –las lágrimas se habían desbordado y corrían por sus mejillas-. ¡Ella no te quiere! ¡¡No te quiere!! Se está follando a ese estúpido de Monroe y tú, que eres un necio, estás anteponiendo tus putos caprichos a tu deber.
»Ella no te quiere, Chase. No te quiere. ¡Ya me vendrás llorando cuando te des cuenta!
Se bajó del coche echa una furia y yo me quedé con la mirada clavada al frente, sin moverme. Las amenazas de Lorie se repetían en mi cabeza una y otra vez, pero me sentía… aliviado. Estaba comenzando a enmendar mis errores y aquello aligeraba un poco el peso que llevaba acoplado en el pecho.
Me pasé por casa de Mina a toda prisa, volviendo a rezar para que estuviera en su habitación, pero la luz estaba apagada.
Ni siquiera hacía falta que trepara hasta allí para ver que la habitación se hallaba vacía. Aceleré hasta llegar a mi casa y entré como una tromba; mi madre debía estar ya durmiendo y no tenía ninguna intención de preocuparla.
Me encerré en mi habitación con una fuerte sensación de impotencia. Sabía que la desaparición de Mina y Lay aquella noche no eran fruto de la casualidad, que había algo que los conectaba.
¿Pero el qué?
¿Qué podían compartir o tener en común Lay y Mina?
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