20.
En el trayecto que iba desde casa de Mina a mi propia casa, Lay no paraba de lanzarme miradas cargadas de compasión, de «te lo dije», de «es lo mejor para todos» y otras acepciones que parecían ser demasiado obscenas. El sonido de la radio apenas se escuchaba, provocando así que mis pensamientos lúgubres consiguieran ponerme peor aún. Tenía todo el cuerpo dolorido, pero lo que más me dolía era la pérdida. La pérdida de lo que hubiera podido ser de no haber hecho lo que hice; me había arrepentido varias veces en mi vida de ser un asesino, pero ahora me pesaba todo aquello como si llevara instalada una losa en el estómago.
Mi cuerpo iba recuperándose poco a poco, sanando las heridas y todo lo roto que me había dejado como secuelas el atropello; no se lo tomaba en cuenta a Mina, ya que me merecía eso y más. Lo que no lograba curarse era mi destrozado corazón. Si era el primero en la manada que descubría su compañera en otra chica distinta a la que el Consejo me había destinado, acababa de convertirme en el primero de nuevo en ser abandonado y repudiado por su compañera.
Esperaba que lo siguiente en que me convirtiera en pionero no fuera tan horrible como esto.
Comenzó a caer una suave llovizna cuando conseguimos alcanzar mi casa y ambos nos quedamos perplejos al ver el Porsche aparcado de mala manera sobre la acera de mi casa, y aún más al descubrir el Audi granate de Kai aparcado al lado del BMW de mi hermano. Si había creído que podría salir de ésta de rositas… acababa de estamparme contra un muro de hormigón.
Lay hizo un sonidito estrangulado con la garganta.
-Estás muerto, tío –sentenció.
-Y tú me vas a acompañar –gruñí mientras abría la puerta del coche y la cerraba a mi espalda tras salir de él.
Lay me obedeció, pero parecía estar dispuesto a echar a correr hacia cualquier lugar a la primera señal de peligro. Nos dirigimos al porche y la mano me comenzó a temblar de manera incontrolable al cerrarla sobre el picaporte. Inspiré varias veces, intentando tranquilizarme; pero tener en la misma casa a tu Alfa y Beta no ayudaba mucho.
Estaba acojonado.
Lay se mantuvo a mi lado en todo el trayecto hasta el salón, de donde salían voces bastante exaltadas. Carin estaba paseándose por toda la habitación mientras mi madre y Kai lo observaban en silencio; debía de haber alguien más en casa, en la cocina.
Todos se quedaron de piedra al verme aparecer con esas pintas. No me había mirado personalmente al espejo, pero mi aspecto debía de ser horrible.
Mi hermano se pasó una mano por la boca mientras buscaba una buena forma de empezar con todo aquello. Contaba ya con el hecho de que hubieran averiguado dónde había estado y sospechaban qué había podido suceder.
-¿Qué coño te ha pasado? –me preguntó y su tono fue ascendiendo.
Lay carraspeó.
-Digamos que le pasó un todoterreno casi por encima –comentó.
La mirada que le dedicó Carin fue de todo menos amable.
-Creo que mi hermano puede hablar él solito –replicó y sus ojos se clavaron en los míos-. ¿Y bien? ¿Crees que has tenido suficiente diversión o tienes algo más que añadir a la lista?
A mi madre le temblaba el labio inferior, como siempre sucedía cuando estaba al borde de un ataque de nervios. Carin la había obligado de alguna manera a que le confesara dónde estaba realmente y con quién; eso significaba que mi hermano ya sospechaba algo sobre mí. Quizá a Lorie se le fue demasiado la lengua con sus amigas sobre lo poco que parecía haber avanzado nuestra relación y las pocas veces que habíamos quedado.
De cualquier forma, no había sido capaz de proteger mi secreto.
-Espero, al menos, que disfrutaras del polvo que le echaras a esa maldita zorra –escupió mi hermano, cruzándose de brazos.
Ni siquiera fui consciente de lo que hacía hasta que me encontré encima de Carin, soltándole puñetazos a diestro y siniestro; unos brazos me cogieron por debajo de las axilas y tiraron de mí para arrancarme de encima de mi hermano, pero yo me resistí mientras en mis ojos se cruzaban relámpagos blancos y negros debido a la furia que sentía. Ni siquiera notaba dolor físico de las secuelas que me habían quedado del accidente con Mina. Vi a Lay moverse por la periferia de mi campo de visión y noté sus brazos sobre mi cuerpo, ayudando a Kai a quitarme de en medio.
La cara de Carin estaba llena de sangre y él se reía como un puto loco.
Iba a matarlo con mis propias manos.
No iba a permitir que se burlara de aquella manera de Mina.
Pensar en ella me provocó un ligero pinchazo en la zona del pecho; recordaba la mirada de odio que me había dirigido y sus palabras hirientes. La había destrozado y ahora, incluso, debía odiarse a sí misma por lo que habíamos compartido ayer.
Era un monstruo. Siempre lo sería.
-¡¡¡Ya basta, Chase!!! –rugió la voz de Kai.
Fue inmediato. Mi cuerpo obedeció automáticamente, quedándose paralizado, mientras mi cabeza le ordenaba que siguiera golpeando a Carin por su poco respeto hacia Mina; Lay consiguió apartarme de mi hermano y él se quitó la sangre que le salía del labio con una sonrisa de pura satisfacción.
Mi madre me colocó sus manos sobre los hombros y me refrené de saltar encima de nuevo de Carin.
Mi hermano escupió sangre sobre el suelo.
-Eres una deshorna para la familia, Chase –sentenció mi hermano y, por una vez, no me importó en absoluto. Ni siquiera me molestó siquiera-. No puedo creerme que antepongas tus deberes con la manada por follarte a una cualquiera –las manos de mi madre se convirtieron en garras cuando intenté abalanzarme de nuevo sobre Carin-. ¿Qué dirá Lorie? Se sentirá destrozada…
Lay se removió a mi lado, un tanto incómodo.
Solté un bufido.
-Lorie se ha follado a la mitad del alumnado masculino del Blackstone High –dije, con un tono de burla-. Además, no me importa cómo se pueda sentir; ella no es mi…
Kai me frenó de golpe con un simple movimiento de mano. Únicamente había intervenido cuando me había abalanzado sobre Carin, y tenía la sospecha que había sido para evitar quedarse sin Beta durante una buena temporada. Sin embargo, ahora…
-Quiero saber dónde has estado, Chase –me ordenó. Y ni siquiera sonó un poquito a petición-. Has tenido un comportamiento sospechoso desde hace meses y quiero saber por qué.
Miré rápidamente a mi hermano, que seguía con esa sonrisa engreída. «Es hora de que cuentes tus escarceos y sufras las consecuencias. Te avisé que esto sucedería tarde o temprano por no cumplir con la manada», parecía estar queriéndome decir.
A mi lado, mi madre contuvo la respiración. Ya no tenía ningún sentido seguir mintiendo.
Se lo conté todo. Me abstuve en explayarme en algunos detalles, pero les conté todo lo que querían saber; conforme avanzaba en mi relato, las aletas de la nariz de mi hermano se ensancharon y su rostro se crispó en una mueca de enfado. Kai me escuchó atentamente, con el ceño fruncido, pero no me cortó en ningún momento. Ahora que estaba relajado, el esfuerzo que había hecho al lanzarme contra mi hermano me estaba pasando factura: todo el cuerpo me dolía una barbaridad.
Cuando terminé con mi relato, aguardé pacientemente a que alguno de los dos (Kai o Carin) me dijera qué castigo me esperaba por ello.
-Esto… esto es inaudito –murmuró Kai, frotándose la frente con impaciencia-. Nunca, nunca ha sucedido nada como esto…
-Es cierto, Kai –intervino Lay a mi favor-. Lo que ha contado… coincide con la realidad.
-¿Y si ha fingido que no sentía nada por Lorie y ha dicho todo aquello para proteger a la chica? –preguntó mi hermano, con maldad-. Es posible que le haya tomado cariño a ese juguete que, claramente, ha usado para divertirse a nuestra costa.
-Entonces, ¿por qué vinculé a Mina y a Lorie no? –lo contradije entre dientes. Aunque no sabía si los apretaba por dolor o por rabia.
Carin elevó una ceja con escepticismo.
-No te creo –me confesó y sus palabras me golpearon como una maza-. No me creo que la hayas vinculado. Lorie es tu compañera y tú quieres convertirte en el centro de atención con toda esta pantomima.
-¡Carin! –exclamó mi madre, consternada-. No puedo creerme que digas esas mentiras sobre tu propio hermano…
-Si fuera mi hermano, no estaría montando todo este espectáculo –le espetó mi hermano-. Él hubiera respetado a nuestra familia, a nuestra manada y a nuestro padre.
-Ya basta, Carin –le suplicó nuestra madre, con los ojos húmedos-. Deja de seguir castigándolo de esta manera por no ser quien tú quieres que sea. No puedes obligarle…
-Le prometí a papá que sacaría adelante a esta familia –la cortó abruptamente-. Iba a conseguir que se sintiera orgulloso de nosotros pero, visto lo visto, Chase no parece conforme con ello.
-¡Si al menos me dejaras que te lo explicara y me escucharas de una puta vez! –grité.
Mi hermano me taladró con la mirada.
-¿Podríamos dejar esto para otro momento? –les preguntó a Kai y Lay.
Los dos interpelados se miraron fijamente y, tras unos instantes de vacilación, se despidieron de todos nosotros y salieron en tropel por la puerta, dejándome a solas con mi hermano (quien, seguramente, tenía las mismas ganas que yo de matarme con sus propias manos) y mi madre, quien había comenzado a llorar desconsoladamente.
A veces me preguntaba cómo era posible que pudiera soportar tanta tensión con nosotros, sabiendo que, en la menor ocasión, podríamos abalanzarnos el uno contra el otro para intentar hacernos daño; ahora lo tenía bastante claro: siempre estaba balanceándose en la fina línea que la separaba de otra depresión. Mi madre nunca había intentado no volver a caer, pero cada vez se le hacía mucho más complicado el seguir luchando puesto que, con todas aquellas broncas, la acercábamos cada vez más a esas garras oscuras que la perseguían desde que papá murió.
Estaba seguro que, en más de una ocasión, mi madre se había arrepentido de habernos tenido. Pero ¿quién no? Era una mujer viuda, cuyos hijos no dejaban de darle problemas y que hacía un gran esfuerzo por ocultar nuestro secreto. Cualquiera otra hubiera sucumbido hacía mucho tiempo bajo la presión, pero mi madre no.
Carin se acercó de una zancada hasta donde estaba yo y me agarró del cuello de la camisa que llevaba. Sus ojos estaban completamente carmesíes y sus manos temblaban; habíamos llegado muchas veces a este mismo punto, pero nunca habíamos tenido el valor suficiente de sobrepasarlo. ¿Sería esta la ocasión definitiva?
Su puño se apretó más contra la tela.
-Vamos al jardín –me ordenó y me encogí sobre mí mismo.
Quien me había hablado había sido el Beta de la manada, no mi hermano.
Mi madre soltó un sollozo estrangulado y me apretó más contra su pecho. Como si pensara que así lograría salvarme de lo que me esperaba.
-Por favor, Carin, es tu hermano –gimió, intentando apelar al sentido de hermano mayor-. No le hagas esto. No se lo hagas. ¿No ves que ya está suficientemente machacado?
Mi hermano bufó.
-Quiero que se aprenda la lección de una vez por todas –gruñó y su voz sonó ronca, casi animal-. Estoy cansado de tener que advertirle una y otra vez; tiene que aprenderlo. Debe hacerlo.
¿Qué más me podía pasar en lo que quedaba de día? Había perdido a Mina, ahora ella me odiaba, me había pasado por encima con mi propio coche, además, y ahora tenía que enfrentarme a mi propio hermano. ¿Quién había dicho que los adolescentes no tenían una vida divertida? La mía era para morirse.
Pero tenía que afrontar las consecuencias. Siempre me había acostumbrado a escaquearme de cualquier situación que no me fuera favorable y, al final, todo se me había juntado en un enorme bloque de hormigón que me había aplastado bajo su peso; no estaba en condiciones de enfrentarme cuerpo a cuerpo contra mi hermano, pero no podía seguir huyendo.
Me deshice de mi madre con cuidado de no lastimarla y me puse en pie. A pesar de sacarme un año, nuestras estaturas ya casi eran idénticas; al contrario que el físico, la gente siempre había asegurado que Carin era una copia de mi madre, todo bondad y amabilidad, mientras que yo había heredado los rasgos de mi padre. Desde pequeño me había asegurado a mí mismo que también había heredado su manera de ser pero, por primera vez en toda mi vida, estaba seguro que quien había heredado la frialdad y malhumor había sido mi hermano, no yo.
Lo acompañé hasta el jardín trasero que teníamos y que, gracias a la manía de mamá con los árboles, se encontraba prácticamente casi cubierto de las miradas curiosas de nuestros vecinos. Al menos no nos interrumpiría la policía pensando que se habían colado dos lobos en un jardín familiar. Carin empezó a quitarse la ropa y yo decidí imitarlo.
Cuando estuvimos prácticamente desnudos, fue mi hermano quien comenzó con la transformación; sus extremidades se alargaron, su columna vertebral se arqueó y su rostro fue alargándose hasta convertirse en un hocico mientras todo su cuerpo se llenaba de pelo. Los ojos castaños del lobo gris que me observaba se fruncieron, obligándome de alguna manera a que iniciara mi propia transformación.
Aquella fue una de las peores transformaciones que había sufrido en mi vida. Las secuelas del accidente aún no habían terminado de sanarse y, descubrí con un gruñido de dolor, que tenía varias costillas rotas que aún no habían terminado de curarse. Era doloroso, una auténtica agonía, pero no me permití gritar de dolor. Eso hubiera sido demasiado satisfactorio para mi hermano.
Hundí las garras en la tierra para poder mantenerme en pie y evitar aullar de dolor. La transformación había terminado, pero las heridas que tenía en mi identidad humana permanecían también en mi cuerpo de lobo. Me planté bien delante del lobo que tenía delante de mí y alcé el cuello.
El poder que emanaba de Carin me instaba a que agachara la cabeza y le permitiera hacer lo que tenía en mente. Debía mostrarle el respeto y admiración que tenía por ser el Beta y yo un simple miembro más de su manada; estaba dispuesto a ceder a las obligaciones de mi subconsciente cuando apareció la imagen de Mina. Le había partido el corazón, la había destrozado (no de manera física) y ahora iba a comportarme como un cobarde. Dejaría que siguieran utilizándome como una mera marioneta y mi vida no habría cambiado ni un ápice.
«Tienes que plantarte, Chase. Todo lo que has hecho ha sido en vano. Piensa en cómo has destrozado a Mina», la voz de mi cabeza parecía estar cansada de seguir luchando por algo que sabía que no iba a lograr conseguir.
Había perdido a Mina, mi futuro, y lo único que me quedaba ahora era un dolor desgarrador. Mis intentos por ser alguien que no era habían fracasado estrepitosamente y me habían dejado hecho polvo; la manada era la salida que me quedaba. La única, en realidad. Había jugado fingiendo comportarme como un adolescente normal cuando la realidad era muy distinta: era un licántropo, la manada era mi única familia, había perdido a la persona que más amaba en aquel mundo. Ya no me quedaba nada.
«Ríndete, amigo. Has sido un niño muy malo y te están dando una oportunidad; cíñete a lo que se te está pidiendo desde un principio y olvida todo esto», me animó la voz de mi subconsciente.
Y, en el fondo, sabía que llevaba razón. Había desatendido las órdenes de la manada, del Consejo incluso, por mi obsesión pueril de intentar demostrar que era diferente. Y tanto que lo había intentado, pero no me había dado cuenta que todos mis esfuerzos habían causado más dolor. No había ayudado en nada: lo había empeorado.
Carin desenfundó sus dientes y se acercó poco a poco hasta mí. Estaba esperando a que me tumbara bajo él para demostrarle así mi lealtad; demostrar que reconocía y aceptaba su poder. «Hazlo, Chase –en aquella ocasión, la voz parecía más la de mi hermano-. Gánate nuestro perdón, vuelve a nosotros. Regresa a tu sitio».
Si hubiera sido sensato, me habría doblado sobre mí mismo y habría mostrado así mi conformidad. Pero algo tiró de mí y gruñí.
Aquella sería la última vez que plantaría cara, que me revelaría… pero quería hacerlo a mi estilo: plantando cara.
Mi hermano pareció entender que no iba a ser tan fácil como él creía y aceptó el desafío. Me atrevería a decir que lo hizo encantado; en nuestra manada no estábamos acostumbrados a enfrentarnos los unos a los otros. Éramos una familia y una muy reducida. Doce miembros no era ninguna maravilla para ninguna manada; éramos una de las más pequeñas que había dentro de Estados Unidos, pero habíamos conseguido crecer con el paso del tiempo.
En otros lugares, manadas mucho más numerosas que las nuestras, se dedicaban a enfrentarse los unos a los otros por pura diversión… o para demostrar su poder a los otros miembros. La idea de que mi propio hermano creyera que todo aquello era para arrebatarle su puesto dentro de la manada me pareció ridícula.
Esquivé por suerte una dentellada de mi hermano y le gruñí a modo de advertencia. Él podría contar con la fuerza, pero yo siempre había sido más veloz; y ésa era una ventaja que iba a usar hasta conseguir cansarlo.
Empecé a moverme en círculos, esquivando la mole de mi hermano cada vez que arremetía contra mí. Tenía bastante claro que no iba a derrotarlo, ya que no quería cargar con la responsabilidad de ser el nuevo Beta de la manada.
Conseguí desestabilizarlo, aunque mi ventaja no duró mucho. La mandíbula de mi hermano se cerró en torno a mi pata delantera y apretó con fuerza; caí al suelo con gran estrépito mientras escuchaba los jadeos ahogados de mi madre, que se había quedado en la entrada. El golpe consiguió darme en las costillas que tenía rotas, provocándome un dolor atroz.
No estaba en condiciones de seguir peleando, ni siquiera tendría que haber mostrado aquella rebeldía. Sabía de antemano que no podría haber ganado esa batalla y, aun así, me había mostrado reacio a rendirme.
«Se ha acabado –pensé-. Todo esto se ha acabado».
Sentí la reversión de la transformación como si me estuvieran torturando de la peor manera posible. Los huesos que estaban rotos tras la transformación no conseguían encajar los unos con los otros, por no hablar de la muñeca. Las heridas producidas por el atropello de Mina habían empeorado con la transformación y con aquella estupidez.
Esperaba, al menos, recuperarme a tiempo.
Cuando volví a gritar, de mi boca no salió ningún sonido animal… sino un grito claramente humano. Y cargado de agonía. Me había vuelto humano, incapaz de seguir manteniendo por mucho más tiempo mi cuerpo de lobo, y me encontraba bajo el cuerpo de mi hermano, aún convertido en lobo.
Había perdido la batalla.
Lo había perdido todo.
La oportunidad que me estaban brindando, volver a ser parte de la manada, seguir con Lorie y fingir que nada de esto había pasado era un simple mero premio de consolación.
Me quedé mudo cuando mi hermano regresó a su forma humana y me miró con sus ojos castaños con dureza.
-Será mejor que pasemos dentro –dijo-. Tienes mucho que prometer, ¿verdad?
No respondí.
Hubiera sido inútil.
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