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19.

Seguí curándole la herida, retirando la sangre que quedaba sobre su piel y evitando deliberadamente mirarla a los ojos. No tenía el valor suficiente para seguir confesándole lo que suponía aquella marca en su piel y la de problemas que iba a tener cuando mi manada, en especial mi hermano, supiera que había vinculado a una chica que no era la que el Consejo me había designado.

Cuando terminé con la herida, supuse que no me quedaba otra opción que contarle todo lo que debía saber. «Incluyendo el tema de su padre…», añadió la voz insidiosa que aparecía en los peores momentos.

La miré fijamente, aguardando su reacción. Había dejado de hiperventilar y parecía haber entrado en estado de shock.

-Estamos vinculados –su voz pretendía sonar calmada, pero se le coló un pequeño timbre de histeria-. Este arañazo es la prueba… ¿Y dices que es para siempre?

Lo único que pude hacer fue asentir con la cabeza.

El aire de la habitación se impregnó de un aroma de nerviosismo, a pesar de los esfuerzos de Mina de mantenerse sosegada, y comencé a morderme el labio inferior, esperando que sobrepasara ese límite y estallara.

Se le escapó una risita histérica. La primera señal que su máscara estaba resquebrajándose poco a poco, dejándose llevar por el nerviosismo, una reacción bastante conforme a la situación.

Me pasé del labio a las uñas. Si no caía Mina primero, sería yo quien tuviera un ataque debido a los nervios.

-No hay ninguna regla en este mundo tan siniestro que impida que una cazadora… bueno, descendiente de cazador y un licántropo puedan estar juntos, ¿o sí la hay? –su voz se elevó una octava.

«Aún quiere estar conmigo… por el momento», pensé. Era halagador que Mina pensara en un nosotros, en un futuro juntos… Aunque sabía que, tras lo que tenía pensado contarle, pensaría en un futuro para ella sola, lejos de mí. «Me lo merezco –me regañé a mí mismo-. Me lo merezco por todo lo que he hecho. Los monstruos no tenemos un final feliz; debería sentirme agradecido de terminar en cualquier celda nauseabunda o empalado por alguna lanza de punta de plata».

-No hay muchos casos en los que sucede esto –respondí, cuidando mis palabras-. Así que no… no lo sé.

Que yo supiera, nunca se había dado un caso como el nuestro. Al menos, en Blackstone no. Normalmente los licántropos y las cazadoras se mantenían alejados los unos de los otros; sin embargo, Mina no había sabido quién era realmente hasta hacía apenas unos días.

Pero, técnicamente, no había ninguna norma escrita que nos prohibiera que estuviéramos juntos. Eso era algo que se sabía de manera universal en nuestro mundo, un mundo del que Mina no tenía constancia hasta ahora.

-Entonces, ¿qué me propones, Chase? Es obvio que esto se nos ha ido de las manos y que no hemos venido aquí precisamente a que «me dieras respuestas». Lo que ha sucedido aquí… esto –se masajeó las sienes con fuerza y señaló la gasa que le había puesto- es un problema muy gordo. Lorie y toda tu familia creen que ella es la elegida, tu compañera eterna y todas esas historias, ¿qué van a pensar cuando me vean aparecer con la marca, Chase?

Apreté la mandíbula con fuerza. No tenía respuesta para ninguna de estas preguntas; el miedo había comenzado a enroscárseme en el cuello, impidiéndome respirar. Me imaginaba la reacción de Carin, sus gritos y… los golpes; mi hermano desataría su furia contra mí de esa manera y yo no podría hacer nada. O había elegido a Mina de manera inconsciente, dejándome llevar por mis sentimientos… por mi corazón.

Eso tendría que contar algo, había cumplido con uno de los objetivos que me habían marcado desde que había entrado en la manada: encontrar a mi compañera.

Sin poderlo evitar, estallé.

-¡No lo sé, Mina! –me cogí la cabeza entre las manos, estrujándomela-. También fue mi primera vez y nadie me dijo que podía suceder. Nadie me dijo: «Oye, Chase, ten cuidado cuando te acuestes con una chica, puedes marcarla. Pero disfruta, eh». Esto es tan nuevo para ti como para mí.

Se instaló un nuevo silencio entre nosotros, cargado de tensión. Yo no podía apartar la mirada de la gasa que cubría la clavícula de Mina y ella mantenía la vista apartada, mordisqueándose el labio de manera nerviosa.

Empecé a guardar todo el material que había sobrado de la curación que le había hecho a Mina y volvimos al salón. Mina se dirigió hacia la mesa donde estaba nuestros móviles y yo fui hacia la cocina, esperando que pudiera tranquilizarme y hablar con más calma con ella.

Oí un gemido ahogado de Mina y me apoyé en la encimera, con la vista clavada en ella. Mina tenía el móvil pegado a la oreja y parecía bastante alterada; su rostro estaba contraído en un gesto de preocupación.

Oía el runrún de la persona que se encontraba el otro lado, que parecía igual o más alterada que la propia Mina.

-Estoy… eh, estoy de viaje…

La respuesta sonó bastante vaga y no fue suficiente para que la persona con la que estaba hablando se lo creyera. Agudicé mi oído y lo único que fui capaz de captar fue que mencionaba mi nombre un par de veces.

Fruncí el ceño.

-Bueno, y si fuera así… ¿qué pasa?

Ah, vaya forma de confesión. La otra persona pareció enfurecerse y subió su tono de voz; lo reconocí vagamente y lo relacioné directamente con una de las amigas de Mina, la morenita que siempre me dedicaba miradas desagradables.

-¿Qué pinta Kyle en todo esto? –chilló ella.

La simple mención de ese tío hizo que tuviera que aferrarme al mármol de la encimera para no romper nada. Sabía que no jugaba limpio, pero que Mina pronunciara su nombre (confirmándome así que había decidido sacar su propio as de la manga) me hizo darme cuenta de lo sucio que estaba jugando.

Lo iba a matar con mis propias manos cuando lo tuviera delante.

El ceño de Mina se fue haciendo cada vez más profundo conforme pasaba el tiempo y escuchaba lo que le decía su amiga. De vez en cuando me lanzaba miradas, cargadas de significado, que fueron cayéndome como piedras en el estómago. Oí el «pregúntale sobre la muerte de tu padre» y cogí aire abruptamente.

Lo sabían. Y no entendía cómo podían haberlo averiguado.

¿Me habría mentido Mina sobre que no recordaba nada? ¿Y si me había estado mintiendo todo aquel tiempo y había usado mis sentimientos hacia ella como arma para vengarse de mí?

Mina colgó el teléfono y me miró fijamente. Irradiaba desconfianza por todos sus poros y sus ojos se clavaban en los míos como si fueran ascuas ardiendo. El momento que había llevado evitando tanto tiempo había llegado. Y estaba acojonado.

De haber tenido oportunidad, me había transformado en lobo y habría salido huyendo. Tal y como me instaba mi instinto que hiciera.

Pero tenía que afrontarlo. No iba a huir de nuevo.

-Chase, mi padre murió porque unos lobos lo atacaron –empezó, con esfuerzo-. Pero, ahora que sé que existen los licántropos tengo claro que no fueron unos lobos. Los únicos licántropos que hay en la zona sois… sois vosotros –su tono fue bajando gradualmente hasta convertirse en un susurro-. ¿Sabes a qué me refiero?

Por supuesto que sabía a lo que se estaba refiriendo. Estaba empezando a comprender lo que había sucedido. Mi perdición.

-Estás insinuando que nosotros tuvimos algo que ver –respondí.

-Te estoy preguntando si tienes idea de lo que sucedió.

-No sé a qué viene todo esto –la voz me tembló, lo que me delató-. No…

-Mientes –me cortó-. Claro que estás mintiendo. Llevas haciéndolo desde que supiste quién era yo.

Llevaba esperando ese momento desde que había pasado a recogerla ayer por la tarde. Me lo había imaginado de miles de maneras diferentes, pero ahora que había sucedido de realidad… había sido peor que recibir otra paliza por parte de Carin. Pero, lo peor de todo, es que llevaba razón. Llevaba toda la razón del mundo.

Le había estado mintiendo desde que había sabido su nombre. Desde que la había reconocido. Pero había sido por temor… por temor de que sucediera exactamente esto. Me había enamorado de ella. No quería perderla.

Pero era inevitable.

Sus ojos grises rezumaban de odio. Aún no había roto la comunicación visual entre nosotros, pero hubiera preferido que lo hubiera hecho. Se acercó a la mesa y se encaró conmigo.

Yo parecía haberme quedado mudo.

-¿Has disfrutado de todo esto, Chase? –vociferó-. Oh, por supuesto que sí habrás disfrutado. Has conseguido todo lo que querías, ¿verdad? Primero mataste a mi padre y ahora has decidido jugar conmigo, como la guinda final. Qué estúpida he sido…

Estaba cerca de mí. Quizá si intentaba alcanzarla…

Alcé una mano, intentando tocarla, pero ella se apartó de golpe, mirándome con odio. Jamás me había dolido tanto que alguien me mirara como lo estaba haciendo ella, pero me lo merecía. Me merecía esto y mucho más.

Le había arrebatado a su padre y, para colmo, le había arrebatado su virginidad. Si antes había llegado a plantearse estar conmigo en serio, ahora lo único que quería era destruirme. Tal y como había hecho junto a mi manada con su familia.

¿Qué podía hacer? No había defensa posible para mí. No había escapatoria posible, ni esperanza. Me sentía como si me hubieran enterrado vivo.

Oí la maldición que dejó escapar Mina y me hundí. Dejé caer la cabeza entre los brazos mientras sentía que el mundo se me venía encima; un dolor sordo me recorría todo el cuerpo y el corazón… el corazón parecía que se me iba a salir del pecho.

Nunca en mi vida me había sentido así.

-No es lo que piensas… Las cosas han cambiado…

Me había rendido ante las lágrimas y el llanto. Sabía que ella me odiaría, y creía haberme preparado para ello, pero me había equivocado. Todo aquello dolía más de lo que había imaginado.

Mi olfato detectó un leve cambio en el aire. Además, había dejado de escuchar a Mina. Lo que me preocupaba aún más. Algo estaba cambiando, pero no sabía el qué…

Alcé la mirada justo cuando Mina se colaba por la puerta de la entrada. Se había cogido su equipaje y parecía estar dispuesta a dejarme allí, sin que termináramos de hablar las cosas. Recibí un mazazo, pero no me moví con suficiente rapidez; el shock de verla huyendo de mí me había cogido desprevenido y me había vuelto lento.

Me puse demasiado tarde y me abalancé sobre la puerta, chocando contra ella bruscamente. Parecía que, para ganar un poco más de tiempo, había decidido atascar la puerta con algo. Solté una imprecación en voz alta y corrí hacia una de las ventanas, observando con estupefacción cómo arrancaba el Porsche y daba marcha atrás a toda prisa, alejándose de la cabaña…

De mí.

Conseguí alcanzar mi móvil y marcar el número de Lay a pesar de los continuos temblores de mis manos. Había intentado mantener a raya el lobo, pero la huida de Mina había conseguido resquebrajar el poco control que me quedaba.

Lay me descolgó al tercer timbrazo.

-¿Chase? –era incapaz de contestar y mi respiración se volvió más alterada-. ¿Chase, qué coño ha pasado?

Intenté coger aire, procurando mantener la calma. Mis uñas ya habían comenzado a convertirse en garras y un dolor me recorrió toda la espina dorsal.

La transformación estaba cerca.

Demasiado.

-¡Lay! –resollé con esfuerzo-. ¡Mina… ella…! –solté un grito de dolor mientras me desplomaba contra la encimera de la cocina.

-¡Tranquilo! –la voz de Lay me llegaba distorsionada-. Respira, Chase. Mantén el control. Debo suponer que ya lo sabe todo… ¡Quédate dónde estás! Voy hacia allí.

Apreté la mandíbula con fuerza, ahogando un nuevo alarido de dolor que subía por mi garganta. El pelaje de lobo había comenzado a cubrir mis brazos y me dolía todo el cuerpo; pero no podía transformarme allí. Tenía que salir a buscarla por el mal estado de las carreteras después de la tormenta de ayer.

No podría seguir conviviendo con la culpa si a Mina le pasaba algo.

-¡Tengo que encontrarla! –gruñí y mi voz salió demasiado ronca.

-Chase, no hagas ninguna locura –me advirtió Lay-. Por favor.

-Tengo que irme –me despedí y colgué.

Tras varios intentos fallidos, conseguí desatrancar la puerta. Salí de la cabaña a toda prisa y eché a correr, siguiendo el rastro que habían dejado los neumáticos del coche; dejé de resistirme contra el lobo y le permití de buena gana que se hiciera con el control de mi cuerpo.

El dolor que había sentido antes se apagó de inmediato.

Le di más celeridad a mis pasos y sorteé varios árboles que se interponían en mi camino. No tardé en alcanzar la carretera.

Mina no debía estar muy lejos.

Me situé en medio de la carretera y olfateé el aire cuando fui consciente del sonido de motor que se acercaba hacia mí; me giré de golpe justo cuando mi cuerpo impactaba de lleno con el lateral del Porsche que conducía Mina. Salí despedido por los aires debido al golpe y todos mis huesos dieron de lleno contra el asfalto. El aire que contenían mis pulmones se me escapó y solté un gruñido de dolor.

Alcé un poco la cabeza, lo justo para ver que Mina no se detenía, sino que aceleraba más para alejarse de mí.

Lay apareció a mi lado, convertido en lobo, y me dedicó una larga mirada. Una cargada llena de significado. Una mirada que quería decir: «La has cagado hasta el fondo, amigo. Pero es lo que tenía que suceder, era inevitable».

Entonces perdí el conocimiento.

Fui saliendo de mi inconsciencia cuando alguien me golpeaba en las mejillas con insistencia. Abrí los ojos lentamente hasta toparme con el gesto preocupado de Lay; tenía el pelo revuelto y parecía que le habían salido ojeras.

Al comprobar que había recuperado la inconsciencia, Lay me incorporó un poco, provocando que se me escapara un gemido de dolor. Recordaba perfectamente lo que había sucedido antes de mi desmayo: Mina me había atropellado, dejándome abandonado en medio de la carretera.

Parecía que me hubiera pasado por encima una grúa de varias toneladas de peso.

-Duele, ¿verdad? –inquirió Lay, en un intento de broma.

Fruncí el gesto.

-¿Te estás refiriendo a mi corazón destrozado o al hecho de que la chica que quiero me haya atropellado?

Lay esbozó una media sonrisa y me dio un par de palmaditas en el hombro. Incluso ese simple gesto dolía una barbaridad.

-Tiene guasa la cosa, Chase. ¿Cómo coño se lo explicaste que quiso pasarte por encima con tu propio coche?

Se me escapó una involuntaria risotada que me costeó un pinchazo por todo el cuerpo. Aún se me hacía demasiado difícil creerme que todo se hubiera dado la vuelta: Mina me odiaba y se había largado de allí con mi coche. Incluso no se había detenido cuando me había atropellado.

Y la cabeza estaba a punto de estallarme.

-Tú… -empecé, mirando a Lay.

La sonrisa de mi amigo se volvió petulante.

-Soy tu héroe, amigo. Conseguí localizarte justo cuando ese todoterreno te golpeaba de lleno, como si fueras un puto ciervo; después de ello, la chica se ha dado a la fuga y yo he tenido que traerte hasta aquí –enfoqué la mirada por detrás de él y comprobé que habíamos vuelto a la cabaña. Incluso me había vestido-. Y, si te lo preguntas, sí, te he vestido. Y no, sigo pensando que estoy mejor dotado que tú.

»Además, creo recordar que te dije que te quedaras aquí, Chase.

-No podía permitir que le pasara algo, Lay –le contradije-. Tenía razón, Mina… Mina es mi compañera.

Sus cejas se alzaron hasta que casi tocaron las raíces de su cabello.

-No, Chase –negó varias veces con la cabeza-. Lorie es tu compañera.

Dejé caer la cabeza contra mi pecho. Ahora sí que iba a dejarlo sorprendido.

-Ayer… Ayer sucedió algo entre nosotros –me atraganté, superado por todo lo que sentí con ella.

Su sonrisa maliciosa me provocó ganas de darle un buen puñetazo.

-Así que la cajita que cogí y que tú te mostraste tan alarmado sirvió, después de todo –comentó, en un tono burlón-. ¿Pensabas que follándotela conseguirías rebajar un poco su reacción cuando le contaras la verdad?

No pude reprimir el puñetazo que le solté en el brazo y que consiguió que me sintiera como si hubiera estrellado el puño en una pared de cemento y hubiera convertido todos mis huesos en papilla.

Lay se frotó el brazo con insistencia, fulminándome con la mirada.

-La vinculé, Lay –confesé, como si fuera un crimen-. Tiene… tiene la marca.

-¡¡Me cago en la puta!! –vociferó Lay, poniéndose en pie de un salto y sujetándose la nuca con las manos entrelazadas. Cuando me miró de nuevo, sus ojos resplandecían-. ¿Sabes lo que has hecho? ¿¡TIENES LA MÍNIMA IDEA DE LO QUE HAS HECHO, CHASE!? –soltó un gemido-. Estamos muertos… bueno, estás muerto.

-Te lo dije, Lay –le recordé-. Ella es mi compañera…

-¡Intenta explicárselo a la manada! –me cortó, con tono estridente-. Oh, Dios, no quiero ni imaginarme qué sucederá cuando lo sepan… Carin te va a matar…

Dejé a Lay con sus elucubraciones y me puse en pie con esfuerzo. Me importaba muy poco las consecuencias que tendría aquello con la manada, lo único que tenía en mente era hablar con Mina. Una última vez.

Solamente quería saber que estaba bien.

Comencé a avanzar hacia la puerta y el brazo de Lay me rodeó el hombro, ayudándome a moverme.

-Llévame a casa de Mina –le pedí-. Por favor –añadí, antes de que él pudiera negarse.

Lay debió leer en mi rostro todo lo que sentía porque asintió y me acompañó hasta su coche. Me ayudó a colocarme en el asiento del copiloto y rodeó el coche a toda velocidad y aceleró con un chirrido.

Durante todo el trayecto, la aguja del velocímetro no pasó de los ciento veinte. Nos mantuvimos en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos; Lay se mordía el interior de la mejilla mientras fruncía el ceño de vez en cuando. Sabía que estaba enfrentándose a un dilema: apoyarme, ya que le había demostrado que lo mío con Mina era sincero, o ponerse de parte de la manada.

Llegamos al vecindario en tiempo récord, recorriendo las calles como si estuviéramos huyendo del mismísimo demonio. No me pasó desapercibido el Porsche que estaba aparcado en la acera de enfrente de mi casa y el corazón se me encogió.

Lay frenó de golpe, casi estrellándome contra el salpicadero, y yo me deshice como bien pude del cinturón de seguridad. Miré a mi amigo y él asintió en silencio. «Estaré aquí esperándote y te acompañaré hasta casa», parecía querer decirme.

Me apeé del coche, con un nudo en la garganta, y logré llegar al porche. Subí las escaleras lentamente y llamé con insistencia a la puerta, mientras lanzaba miradas a mi espalda. Algo en el fondo me avisaba que Mina estaba allí, en aquella casa.

Pero no fue ella quien me abrió la casa.

El rostro desencajado por el enfado de la señora Seling me traspasó de lado a lado, pero no me importó en absoluto. Lo único que me importaba en aquella casa era la persona que me miraba desde el rellano de encima de las escaleras del segundo piso.

-Necesito hablar con ella –dije.

Un hombre que reconocía vagamente se colocó al lado de la señora Seling, obstaculizándome la visión de Mina con su amiga en el segundo piso.

-No vas a volver a acercarte a ella, chico –dijo y sonó bastante amenazador.

Me removí en mi sitio, intentando verla.

-No entiendo cómo tienes valor a presentarte en mi casa, después de todo lo que nos has hecho –intervino la señora Seling, con odio-. No quiero que tengas nada que ver con nosotros ni que intentes volver a hablar con Mina. De lo contrario, hablaré con el Consejo y tendrás muchos problemas.

-Pero… yo… -tartamudeé sin éxito.

-No vuelvas por aquí, Chase Whitman –me amenazó directamente, sin rodeos-, si no quieres terminar adornando el museo de caza del pueblo.

Y me cerró las puertas en las narices, sin darme opción a responderle.

Me acerqué lentamente al coche donde me esperaba Lay y me dejé caer en mi asiento, abatido. Mi amigo se dedicó a lanzarme una larga mirada mientras ponía en marcha el coche y daba media vuelta, llevándome de vuelta a casa.

A la realidad.

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