13.
Golpeé con furia por undécima vez en la mañana la puerta de la habitación de mi hermano, tratando que saliera de allí de una maldita vez. Anoche había decidido irse de juerga con los miembros veteranos de la manada, los que estaban a punto de terminar el instituto, a una fiesta que se había dado en el pueblo más cercano. Era obvio que la idea de todo aquello había sido de Kai y Reece había sido la que había conseguido incluirlos gracias a su «cuaderno de contactos» de su hermana mayor, quien se había marchado a la universidad hace un par de años.
Al parecer, el resto de la manada, incluyéndome a mí, no habíamos estado invitados a tan prestigiosa celebración por ser demasiado jóvenes y porque, seguramente, aquello había parecido una orgía. Quizá por eso habían decidido volver a Blackstone tan tarde, ya que mi hermano había llegado a casa a las seis de la mañana apestando a alcohol y hablando con Sabin por teléfono sobre cosas demasiado obscenas que esperaba que mi madre no hubiera llegado a escuchar.
Di un golpe a la puerta de nuevo.
-¡Carin! –vociferé-. ¡Sal de la cama de una puta vez! –hice una pausa y cogí aire-. ¡AHORA!
Al otro lado de la puerta no parecía oírse ningún ruido o señal que me indicara que mi hermano me había escuchado.
Mi madre apareció al final del pasillo, con el ceño fruncido. Parecía preocupada por mis continuos e infructuosos alaridos para hacer que mi hermano moviera el culo y pudiéramos ir al instituto. Me dirigió una mirada cargada de interés.
-¿Sucede algo?
Señalé la puerta de la habitación de mi hermano con un gruñido de frustración.
-Vamos a llegar tarde por su culpa –fue lo único que dije.
Mi madre se masajeó la frente.
-Quizá haya pasado una mala noche… -aventuró y vio en mi mirada que no me lo había creído en absoluto: ambos sabíamos perfectamente qué había estado haciendo toda la noche.
Solté un resoplido, cansado de seguir suplicándole a mi hermano para que saliera de una vez de su habitación. Miré el reloj en un gesto reflejo y me quedé paralizado al descubrir qué hora era. Le grité un par de calificativos bastante acertados a mi hermano y me abalancé hacia la escalera, esquivando a mi madre en el último momento.
Si Carin no estaba dispuesto a hacer nada, cogería prestado su BMW para poder llegar yo solo. Rebusqué en la cesta de la entrada donde guardábamos todas las llaves hasta que di con el juego correcto.
Cuando ya estuve instalado en el asiento del conductor, solté un grito de frustración y golpeé el volante con furia. Desde que Mina me había colgado el sábado de aquella manera tan brusca, mi humor había empeorado durante lo que quedaba de fin de semana… y lunes. Arranqué a toda prisa el coche, consiguiendo que se me calara en varias ocasiones y que empezara a soltar imprecaciones que consiguieron que un par de viejecitas que paseaban por la acera contigua me miraran completamente horrorizadas.
Inspiré varias veces hasta que logré calmarme lo suficiente para arrancar el coche y proseguir mi camino sin que tuviera ningún percance más.
Encontré un hueco en el aparcamiento del instituto lo suficientemente cerca de la entrada y me apeé del coche de un brinco, cerrando los seguros mientras corría hacia la entrada y derrapaba, esquivando a alumnos por doquier.
Tuve la suerte de no encontrarme con Lorie, lo que mejoró considerablemente mi nefasto humor de aquella mañana… que rápidamente desapareció cuando vi a Mina acompañada de Kyle Monroe. Mis pies comenzaron a moverse hacia mi asiento, que estaba ocupado por Monroe, y escuché perfectamente lo que estaba diciendo en aquellos momentos Mina:
-Entonces tendré un día tranquilo.
Algo me decía que aquello iba directamente dirigido a mi persona.
-Lamento decepcionarte –respondí.
Ambos se giraron hacia mí, sobresaltados y sorprendidos a partes iguales por mi presencia. Kyle me dedicó una de sus miradas cargadas de odio y desprecio y yo le contesté con una irónica sonrisa mientras Mina me observaba, esperando que dijera algo. Sin embargo, no podía apartar la mirada de Kyle. «Si no estuviera seguro, diría que está enamorado de mí», bromeé para mis adentros.
Me apoyé en mi pupitre para que Kyle captara el mensaje. Al ver que no parecía dar señales de entenderlo, dije:
-Por cierto, estás en mi sitio.
La mirada de Kyle fue de la silla a mi cara. Tuve que hacer unos grandes esfuerzos para que mi sonrisa no se hiciera más amplia.
Pero tampoco se movió.
-Fuera –le espeté, esperando que lo hiciera.
Por fin se levantó y, al pasar por mi lado, chocó intencionadamente conmigo. De inmediato me puse rígido y me controlé para no sujetarlo de la camisa y propinarle un buen puñetazo en toda su preciosa cara. Después de desplomé sobre mi asiento y observé a Mina cómo ojeaba su cuaderno con expresión bastante concentrada.
-¿Voy a tener que encontrarme esta escena cada mañana? –le pregunté.
Conseguí que apartara la mirada de su lectura y enarcó una ceja al clavar su mirada en mí. Su fingida inocencia y desconcierto no fueron suficientes para convencerme, pues sabía por qué había permitido que Kyle ocupara mi sitio.
-¿Te ha molestado que mi amigo venga a intentar mantener una agradable conversación conmigo?
«Oh, vaya, ahora es su amigo. Qué encantador». De nuevo sentí esa imperiosa necesidad que había sentido en un par de ocasiones desde que había conocido a Mina; me aferré a la mesa e intenté mantenerme lo más tranquilo posible. En aquellos precisos momentos, cuando un licántropo estaba intentando cortejar a la que iba a ser su compañera, nos mostrábamos demasiado posesivos con ella… y eso era lo último que necesitaba. Seguramente Mina pensara que era un perturbado obsesivo.
Pero mi boca habló sola. «Gracias, maldito licántropo», me recriminé interiormente.
-Me ha molestado el hecho de que se acercara demasiado a ti.
Su reacción, tal y como había esperado, fue justo como me la había imaginado: se retiró un poco, pero pareció pensárselo mejor porque rectificó su postura y se colocó tal y como estaba antes.
Mina esbozó una sonrisa torcida.
-Tú no eres mi dueño, Chase. Puedo hablar con quien quiera y cuando quiera. Al igual que tú –su advertencia fue bastante explícita.
Aún seguía enfadada. Y yo tendría que seguir mintiéndole hasta que reuniera el valor suficiente para decirle la verdad, toda la verdad.
Me preparé mentalmente para mi siguiente mentira.
-Me estás castigando por algo que crees que he hecho –su gesto me dijo que había dado en el blanco-. Pero te estás equivocando conmigo, Mina. Te dije la verdad y te la digo ahora: no teníamos nada que ver con tu familia…
«Oh, Dios, Mina… por supuesto que no te estás equivocando. Sí que conocía a tu familia… a tu padre», me dije interiormente.
Ella decidió mirar hacia el frente y su amiga, Grace Donovan, se giró para comentarle algo. Parecía que estuvieran hablando de algún tema que compartían entre las dos y sentí… envidia. A mí también me hubiera gustado que compartiera conmigo ese mismo tipo de bromas sin que nadie nos mirara raro o llegara a oídos de mi manada, pero no era posible. No quería creerlo pero, poco a poco, estaba construyendo un muro entre Mina y yo que, de seguir así, no tardaría en derrumbarse y caer sobre mí. Vi que Mina le sacaba la lengua a Grace y que todo el mundo había guardado silencio mientras el profesor Sharpe entraba en el aula y comenzaba a soltar su perorata sobre la Guerra de la Secesión (un tema que adoraba y del cual le encantaba explayarse, para nuestro horror).
Solté el aire que había estado conteniendo y que fue algo brusco.
No podía evitar de darle vueltas a la idea de que Mina siguiera enfadada conmigo. Tenía que demostrarle que aquello iba en serio, demasiado serio. Me devané la cabeza buscando algún plan con el que intentar ganarme mi perdón por parte de Mina.
Me golpeé el labio inferior con mi bolígrafo mientras buscaba algo de inspiración. Pensé en Carin, en lo irritante que era y en cómo siempre tenía que estar obedeciendo sus órdenes; recordé la premisa más importante dentro de nuestra «Lista no escrita de normas en la monstruosa e infernal casa de los Whitman».
Garabateé una rápida nota y golpeé a Mina en el codo con el trocito de papel.
Sus dedos se cerraron en torno a la nota y, sin dejar de fingir prestar atención, la arrastró hasta debajo de la mesa para leerla.
Esta tarde, en mi casa. Iré a por ti.
Su reacción fue bastante… satisfactoria: abrió mucho los ojos y escondió a toda prisa la bolita que había hecho con la nota en uno de sus bolsillos de pantalones.
Asentí.
En la hora de la comida, lo único que querría hacer era largarme de allí. Lorie no había tardado ni un segundo en trepar a mi regazo y en repetirme una y otra vez lo mucho que me había echado de menos mientras pegaba su boca a la mía e intentaba alcanzar la boca del esófago con la lengua. Lay y Betty, que se habían convertido en nuestros habituales compañeros de mesa, no paraban de soltar risitas y mi hermano, que estaba disfrutando de toda aquella escena, y Kai no cesaban de hacer estúpidas bromas sobre irnos a un hotel.
Era capaz de sentir la mirada de Mina en nosotros y yo, por mi parte, no podía evitar recordar cómo había estado coqueteando con Kyle Monroe en mi propia mesa de clase. Mi mano estrechó más a Lorie contra mí en un acto reflejo.
Lorie me pasó una mano por el pelo, revolviéndomelo, y me sujetó por la nuca, con demasiado entusiasmo. Había salido con ella en un par de ocasiones y únicamente por la constante presión de Carin; le había tenido que mentir, diciéndole que había tenido unas semanas demasiado ajetreadas a causa de mi cambio de clase (no me dolió tanto mentirle a Lorie como a Mina) y ella no pareció dudar de ello.
Había perdido completamente la vergüenza y había decidido recuperar parte del tiempo perdido allí, delante del resto del alumnado del instituto sin importarle lo más mínimo el qué podrían decir.
Conseguí separarme de ella, intentando coger el aire que Lorie me había robado, y miré de refilón a la mesa donde se sentaba Mina; Kyle Monroe estaba a su lado y ambos parecían bastante absortos en una conversación. El rostro de Mina era inescrutable, como si hubiera puesto una barrera entre sus sentimientos y el mundo exterior, pero la cara de Kyle era como un libro abierto. Desvié la mirada de nuevo hacia mi mesa, donde Lay estaba hablando sobre un estupendo plan que tenía pensado hacer junto a Betty; Lorie parecía haberse olvidado de lo que estábamos haciendo un par de minutos antes y estaba charlando con Wenda y Bianca, sus dos mejores amigas, sobre una sesión intensiva de compras. El brazo de Lorie me acariciaba la nuca y mi piel se me erizó. Pero no por ninguna buena razón.
Oí un estrépito a mis espaldas, el sonido de una silla arrastrándose por el suelo a toda prisa, y, al girarme, solamente fui capaz de ver la espalda de Mina saliendo apresuradamente del comedor. De inmediato supe que aquello había sido culpa mía; mi estúpido jueguecito, el hecho de que me había comportado como un completo gilipollas celoso, había hecho que Mina se sintiera herida.
Aparté con suavidad a Lorie y miré a Lay, que me estaba contemplando con una mezcla de preocupación y curiosidad.
-He olvidado que tenía que hablar con el señor Sharpe sobre un asunto –mentí y eso pareció convencerlo.
Salí del comedor con toda la calma posible y, cuando las puertas se cerraron a mis espaldas, eché a correr por el pasillo. Gracias a mi olfato de chucho de policía radiactivo, fui capaz de encontrar el aroma del perfume que usaba Mina y seguirlo hasta un cuarto de baño que no estaba muy lejos del comedor.
Entreabrí la puerta para comprobar que no estuviera atestado de chicas y, al ver que no había moros en la costa, me colé dentro y cerré la puerta con suavidad. No me fue difícil adivinar en cuál cubículo había decidido encerrarse Mina. Además, el sonido de su respiración alterada la delataba.
Me acerqué con lentitud y llamé.
La oí al otro lado moverse y, al abrir un poco la puerta para ver quién era, su rostro se puso pálido. Miró por encima de mi hombro, como si estuviera esperando ver a Lorie detrás de mí, e intentó cerrarme la puerta en las narices. De nuevo, gracias a mis habilidades superdotadas licantrópicas, conseguí frenar la puerta antes de que se cerrara.
-Vete –su tono era bajo y sonaba dolido.
La ignoré por completo y la observé, con los brazos cruzados. Jamás me había visto en una situación así, me sentía como si estuviera avanzando a oscuras; le había hablado a mi madre de lo más importante, pero no me atrevía a contarle mucho más. Demasiada información podría ser… perjudicial.
-Bueno, permíteme que te lo diga de otra manera que quizá te quede más clara: quiero que te vayas a tomar por…
«Vaya, la gatita saca las uñas, por fin».
Sacudí la cabeza, divertido.
-Jamás me imaginé que te oiría usar esa expresión tan fea, Mina. Debes de estar muy enfadada conmigo… -Y tanto que lo estaba. Esperaba que no llegáramos a la parte donde ella se abalanzaba sobre mí y comenzaba a golpearme.
Un destello dolido cruzó sus ojos grises y comprobé que sus ojos se empañaban antes de que Mina bajara de golpe la cabeza. Había conseguido empeorar la situación. Era un completo desastre; lo poco que había aprendido con Lorie no tenía nada que ver con todo aquello que estaba sucediéndome en estos momentos. Me sentía perdido, más de lo que había estado en mucho tiempo.
Y estaba haciéndola sufrir a Mina.
-Lárgate de aquí, Chase. Déjame en paz.
«Joder, tío. Arregla esto de una puta vez. ¡Todo ha sido por tu culpa!», me gritó mi subconsciente. Que únicamente se dejaba ver cuando menos lo necesitaba o en situaciones como ésta.
La sujeté por la barbilla y la obligué a que me mirara a los ojos. Ella desvió a propósito la cabeza, evitando mi mirada.
-¿Me odias? –pregunté, en voz baja-. ¿Odias a Lorie por lo que has visto?
-Lo único que quiero es que os vayáis al infierno, los dos. Así que te estaría muy agradecida si me dejaras en paz y siguieras con tu asuntillo pendiente.
Su respuesta, el tono que usó y el control que estaba manteniendo para que no le temblara la voz provocó que me echara a reír entre dientes. Jamás había visto esa faceta suya y me sentía halagado de comprender que Mina estaba molesta por el hecho de que hubiera creído que Lorie significaba más para mí que ella.
Eso me demostraba que Mina parecía sentir lo mismo hacia mí. Que el sentimiento era mutuo.
Y eso era lo único que me importaba en aquellos momentos.
-Tú eres mi asunto pendiente, Mina –declaré con rotundidad.
-No te creo.
-Lo suponía –suspiré-. Pero, si no significaras para mí, no estaría aquí, ¿verdad?
Conseguí que Mina me mirara, pero sus ojos no estaban clavados en los míos. Sino en mis labios; sus ojos grises se tornaron más oscuros y me apartó la mano que mantenía en su barbilla de un manotazo.
-También podrías haber venido para regodearte un poco de mí. Para dar la pincelada final a tu magnífica obra –replicó, molesta.
-Con todo esto no haces más que demostrarme que estás celosa.
Mis palabras la enfadaron aún más y me dio un empujón que me pilló desprevenido. Apenas había sido un simple golpecito, pero había sido consciente de la rabia y el dolor que sentía ella.
La sujeté por las muñecas con firmeza y la observé con una sonrisa.
-Estás celosa –le aseguré.
Aquello provocó que Mina comenzara a revolverse y a chillar como si estuviera poseída. Me recordó un poco a cómo había respondido a los primeros síntomas de la transformación. Había sido un infierno, como si todos mis huesos se hubieran convertido en lava y se hubieran destrozado; después comenzaron a cambiar, provocando que el dolor fuera a peor. Mi madre me había observado con los ojos llenos de lágrimas de sufrimiento, las que yo no había podido derramar, mientras mi padre se había situado a su lado y sus ojos desprendían un brillo de orgullo.
-¿Y qué si estoy celosa? –escupió, tirando más hacia atrás-. ¿Y qué?
Entrecerré los ojos.
-Únicamente quería demostrarte con eso cómo me he sentido yo esta mañana al verte con ese Monroe hablando.
Inspiró con fuerza y dejó de removerse. Se quedó paralizada y respiración empezó a volverse más forzosa y trabajosa; no entendía qué le estaba pasando, pero el temblor que recorrió su cuerpo era una mala señal.
Se apoyó sobre la pared del baño y me la quedé observando, sin saber muy bien qué era lo que debía hacer en esos precisos momentos. ¿Llevarla a la enfermería? Sí, sería una buena opción. Pero no quería causarle más problemas a Mina y, por su aspecto, no parecía estar dispuesta a ir a la enfermería.
Su mirada, clavada en mí, me suplicaba la que sacara de allí. Y que no fuéramos a la enfermería.
-Será mejor que te lleve a casa –decidí-. Pareces estar a punto de desmayarte…
Sus ojos se cerraron, pero su respiración seguía igual de agitada. Tenía que ir a recoger nuestras cosas, pero me debatía entre dejar allí sola a Mina y llevarla conmigo; no me atrevía a moverla más de lo necesario, así que tendría que optar por la primera opción que se me había ocurrido.
Ella asintió con fuerzo y yo la solté con suavidad. Tenía que confiar en que me hiciera caso y no saldría de allí bajo ningún concepto.
-Espérame aquí –le pedí, muy serio-. Volveré en un segundo con todas nuestras cosas.
Mina se deslizó hasta que se quedó sentada en el suelo y me miró. Me tomé aquello como una señal para que saliera de allí; a toda prisa, me dirigí a nuestra clase y cogí nuestras cosas en apenas un par de minutos. Me arriesgué a usar parte de nuestras habilidades, que la manada nos había prohibido terminantemente usar fuera de los bosques, para agilizar las cosas.
Regresé al baño y comprobé, aliviado, que Mina se había mantenido en la misma posición desde que la dejé. Me acerqué y le di un par de golpecitos en el brazo; Mina abrió los ojos.
-Ya tengo todo –le tendí una mano-. Larguémonos de aquí antes de que alguien nos vea. Sería un poco violento que me vieran salir del baño de chicas, ¿no crees?
Su mano temblaba cuando se la cogí. La ayudé a auparse y la sujeté con firmeza por la cintura; el temblor continuaba y ella parecía estar a punto de desplomarse de nuevo. Cargué con ambas mochilas y ambos conseguimos llegar hasta la salida del instituto renqueando. Di gracias por haber logrado encontrar un hueco cerca de la entrada y la ayudé, de nuevo, a montarse en el coche.
No me importó lo más mínimo que alguien pudiera vernos o que mi hermano se enfadara por haber cogido el coche sin su permiso otra vez. Arranqué y salimos de allí a toda velocidad. De vez en cuando miraba a Mina, que parecía haberse desmayado; tenía la cabeza inclinada hacia su ventanilla y el cuerpo completamente laxo.
¿Qué debía hacer ahora? ¿Llevarla a su casa? No, seguramente la señora Seling, de estar en casa, pondría las cosas más complicadas. La otra opción que me quedaba era… bueno, era la única solución que me quedaba, dadas las circunstancias.
«Es una urgencia –me dije, mientras conducía-. Es una maldita urgencia».
Aparqué delante de casa y miré a Mina, que parecía haberse despertado y ahora me miraba con preocupación y desconcierto.
Se siente perdida, comprendí.
-Es mi casa –expliqué-. No podía dejarte sola en ese estado. Estás muy pálida, Mina. Demasiado.
Mi respuesta pareció desconcertarla aún más. Se frotó la frente con insistencia y volvió a mirarme, soltando un suspiro que me sonó a derrota.
-No es nada a lo que esté acostumbrada ya, Chase –hizo una pausa-. Tengo anemia.
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