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12.

Estaba teniendo un agradable sueño cuando alguien me tocó el hombro. Fue un simple contacto, pero fue más que suficiente para que se prendiera en mí el instinto. Abrí los ojos de golpe y los clavé en Mina, que me miraba con sorpresa. Estaba seguro que no se había topado con un chico que tuviera un despertar tan extraño como el mío. Pero así éramos los licántropos: vivíamos a base del instinto en muchas ocasiones.

-Te has quedado dormido.

Por supuesto que me había quedado dormido. Algo con lo que no había contado cuando había decidido escaparme de mi casa para hacerle una visita a domicilio a Mina. Me tapé los ojos con el antebrazo mientras gruñí:

-¿Qué hora es? –por Dios, que sea temprano.

Mina se inclinó sobre mí para alcanzar su teléfono móvil, que descansaba sobre su mesita de noche, y tuve a unos centímetros de mi cara los pechos de Mina. Una vista inmejorable con la que terminar de despejarme.

-Las nueve –me informó, dejando su móvil y quitándose de encima de mí.

«¿¡Las nueve!?». Me levanté de golpe de la cama de Mina y comencé a rebuscar mis cosas sobre el suelo de su habitación.

-¡Joder! –se me escapó mientras intentaba ponerme una zapatilla-. ¡Mierda!

Conseguí ponerme la otra con más facilidad que la primera y Mina me pasó apresuradamente el anorak. Me acompañó hasta la ventana y me la abrió.

-Te llamaré más tarde –le prometí.

No me importó que estuviera delante, observándome, cuando me deslicé por la ventana y me lancé al vacío; oí el grito de horror de Mina, que se cortó de golpe cuando vio que aterrizaba perfectamente. Me despedí de ella y eché a correr hacia mi casa.

Esperaba que mi hermano siguiera durmiendo y que mi madre estuviera atareada en la cocina. Si alguno de ellos hubiera descubierto que había pasado la noche fuera de casa… personalmente, y si pudiera elegir, prefería que fuera mi madre. Ella, al menos, me escucharía; mi hermano golpearía primero y preguntaría después.

Conseguí llegar en tiempo récord al jardín de la entrada y me dirigí sigilosamente hacia la cocina, mirando por las ventanas para comprobar que no hubiera nadie que pudiera verme colándome en mi propia cocina como si fuera un vulgar ladrón. Llevábamos toda la vida dejando la puerta de la cocina abierta y esperaba seguir encontrándomela así.

Aferré el picaporte y me quedé unos segundos inmóvil, intentando escuchar cualquier sonido que pudiera provenir de la cocina. Eran las nueve de la mañana y alguien de mi familia tendría que estar en pie a la fuerza.

Y, si así fuera, esperaba que estuviera fuera de la cocina.

Abrí la puerta y me colé en el interior de la cocina. Estaba completamente despejada, por lo que dejé escapar el suspiro que llevaba tanto tiempo aguantando. Me quité a toda prisa el anorak y lo escondí dentro de la despensa.

Mi madre entró en la cocina mientras yo revolvía entre los armarios. Me sobresalté cuando sus manos se interpusieron en mi campo de visión para sacar del fondo del armario una caja de mis cereales favoritos. Me separé de la encimera con el corazón latiéndome a mil por hora.

Ella me miraba con un brillo de comprensión, como si supiera dónde había estado toda la noche.

-Pensé que necesitabas ayuda –comentó y se sentó en la mesa de la cocina, sin quitarme la vista de encima-. No te he oído bajar; ni siquiera sabía que estabas despierto.

Inspiré con fuerza.

-No quería despertaros –me disculpé.

Mi madre me guiñó un ojo de forma pícara.

-Tienes que buscarme mejores excusas, Chase –repuso-. Soy tu madre y tengo bastante claro cuando alguno de mis hijos intenta engañarme.

No había ningún rastro en su voz de que aquello fuera una bronca en sí; algo me decía que a mi madre le divertía todo aquel asunto de mi «chica misteriosa». Lo que no tenía muy seguro era cuál sería su opinión si supiera que era Mina Seling. Mi madre había perdido todo contacto con la familia Seling desde mucho antes que mi padre muriera, pero sabía que tenía sus reservas hacia ellos.

Al igual que ellos a nosotros.

Me deslicé a un sitio que había a su lado y la observé en silencio. Mi madre parecía haber recuperado su antigua energía y su aspecto había vuelto a ser el mismo con el paso del tiempo; incluso sus antiguas aficiones las había retomado. Aquello hizo que recordara a la señora Seling y a los problemas que les estaba causando a su familia; Mina había resultado ser una luchadora nata.

Abrí la boca para decir algo sobre su pelo, pero mi hermano irrumpió en la cocina como si hubiera una bomba a punto de estallar bajo el fregadero. Debía haberse levantado hacía poco, ya que tenía el pelo completamente despeinado y un ligero rastro de baba en la comisura derecha. Encantador incluso después de levantarse, pensé con sarcasmo.

Su actitud pareció relajarse cuando me vio al lado de mamá. Tanto mi madre como yo alzamos a la vez la ceja, un gesto que a mi padre siempre le había hecho mucha gracia.

-Ah –Carin se pasó una mano por el pelo, intentando controlarlo-, me sorprende que estés despierto cuando habitualmente usas los fines de semana para exprimirlos hasta que no puedes más…

-¿Querías algo? –me interesé por pura cortesía.

Mi hermano se aclaró la garganta.

-Hoy hay reunión en el Consejo –respondió, aunque creo que se dirigió a mi madre en particular. Carin sabía que esos asuntos para mí eran aburridos y molestos.

-¿Necesitas que te planche tu mejor traje? –me ofrecí, con fingida inocencia-. ¿O prefieres que haga de chofer para dejarlos impresionados? Ya me imagino sus caras: «El joven Whitman ha resultado ser de más utilidad siendo chofer de su apuesto hermano mayor que miembro de la manada. Deberíamos proponerlo hoy».

Mi madre esbozó una diminuta sonrisa mientras el rostro de mi hermano se puso completamente colorado. No le gustaba que nos tomáramos en broma nada de lo referido con el Consejo y su puesto allí, pero yo no podía dejar pasar la oportunidad siempre que se me presentaba de hacer una broma sin importancia.

Carin se cruzó de brazos, en actitud defensiva.

-No, Chase. Tenía pensado que me acompañaras para que pudieras comprobar por ti mismo que no es tan sencillo como tu mente pueril imagina.

Apreté la mandíbula con fuerza.

-Creo que voy a subir a darme una ducha –dije, como si no hubiera oído lo que había dicho mi hermano.

Me puse en pie y mi madre me dedicó una larga mirada. Ninguno de ellos podía entender la rabia que me consumía cuando tenía que escuchar cualquier cosa referida a la manada o a los licántropos de Blackstone en general; así que, por una vez, decidí batirme en retirada antes de seguirle el juego a Carin.

Eché a andar hacia la salida, pero mi hermano se interpuso intencionadamente en mi camino; pasé a su lado y le di un golpe en el hombro para apartarlo. Mientras subía las escaleras, oí a mi hermano gritar a mis espaldas:

-¡Te recuerdo que perteneces a una manada! –quise taparme los oídos como un niño pequeño para evitar que sus palabras siguieran colándose en mi cabeza-. ¡Y tienes unas responsabilidades, Chase! Deja de soñar y vuelve al mundo real.

En el último momento, decidí meterme en mi habitación y cerré de un portazo. Me había dejado mi móvil sobre la mesita y había una lucecita que me indicaba que tenía un mensaje. «¿Un mensaje a estas horas?». Quizá fuera Lorie suplicándome que fuera a su casa para intentar seducirme o Dios sabía qué.

Entrecerré los ojos cuando vi que era de Mina.

¿Puedo hacerte una pequeña pregunta? Es importante para mí, rezaba el mensaje y no parecía ser una pregunta relacionada con mis gustos y aficiones.

Tecleé sobre la pantalla un mensaje respondiéndole.

Claro, ¿qué sucede?

La respuesta de Mina tardó en llegar y yo ya estaba ansioso por saber qué le sucedía. El miedo había comenzado a enroscarse en mi garganta; pero ella no podía saber nada aún de mí. Ella no podía saberlo.

M.: ¿Conocías a mi familia de antes? ¿A mi padre?

El aire se escapó de mis pulmones de golpe y dejé caer el móvil sobre la cama. ¿«Conoces a mi familia o a mi padre»? Hacía muchísimos años que nuestras familias se habían alejado la una de la otra y, además, ella no parecía haber dado muestras de recordar que jugábamos de pequeños. ¿Su mensaje quería decir que había comenzado a recordar? Empecé a pasearme por delante de la cama, lanzando rápidas miradas al móvil y mesándome los cabellos. No sabía qué hacer.

No sabía qué decirle.

Si le decía que sí, empezarían más preguntas. Mina habría descubierto la punta del iceberg y querría ir conociendo más cosas. Y yo ya no podría seguir ocultándole por mucho más tiempo la verdad. Ella me odiaría y se lo contaría todo al Consejo; nos declararían culpables y seguramente nos enfrentáramos a la muerte: matar a un cazador desarmado y que no dio señales de resistencia era algo inhumano. No tendrían piedad con nosotros a pesar que la manada lo había hecho porque había sido él primero el que había empezado aquel asunto.

Los dedos me temblaban y sentía que la garganta se me obstruía cuando le mandé un mensaje respondiéndole.

ChaseWhitmanJ: ¿Por qué preguntas eso? ¿Ha pasado algo?

La tensión se fue haciendo más y más insoportable conforme pasaban los segundos sin que Mina quisiera darme una respuesta. Tampoco me ayudaba mucho que la cabeza no dejara de darle vueltas a un mismo asunto: que Mina pudiera sospechar algo. Ella estuvo allí, pero no había dado muestras de recordar nada de aquella noche. Yo era el único que sabía que ella había sido testigo de todo aquello y, si fallaba, podía ponerla en peligro.

M.: Simplemente necesito saberlo, por favor. Por favor.

Su vaga respuesta me hizo recelar más. Ni siquiera tenía idea de por dónde iban los tiros; de lo que podía esperarme de Mina. Aún no nos conocíamos lo suficiente como para saber qué pudiera sospechar o saber de la verdad. Pero, me dije, si ella supiera algo, no habría hecho tantas preguntas.

Tampoco me habría suplicado.

No. Ella no podía saber nada. Era técnicamente imposible.

«Y es mejor que siga siendo así… al menos un tiempo», me dije.

Cuando cogí el móvil, los dedos me temblaban cuando tecleé una respuesta que me cayó como si fuera una losa de piedra.

ChaseWhitmanJ: No.

«Estoy haciéndolo por su bien –me repetí una y otra vez-. Si ella no lo sabe, estará a salvo. De lo contrario, la manada iría a por ella…». Dejé inconcluso el pensamiento, sin querer proseguir por esos derroteros.

Esperé varios minutos esperando una contestación por su parte; incluso llegué a ducharme para tratar de despejarme y, al salir, comprobé una y otra vez el móvil.

No respondió.

Bajé al piso de abajo, buscando la compañía de mi madre. Normalmente, las reuniones del Consejo duraban varias horas y Carin seguramente querría pasarse un rato a ver a Sabin para tener una sesión doble de manoseos, si la cosa no decidía ir más lejos.

Mi madre era la única a la que podía acudir con este tipo de asuntos. La encontré en el salón, tumbada en el sofá, con el volumen de la televisión bajo y un libro entre las manos; se había cubierto con una manta y parecía estar absorta en su lectura. Ni siquiera se fijó en que estaba delante del televisor.

-Mamá –la llamé, con suavidad.

Ella levantó la vista del libro y la clavó en mí, con curiosidad.

-Necesito que me des… uno de tus consejos –proseguí, sentándome a su lado.

Mi madre cerró con suavidad el libro y enarcó una ceja. Parecía haber acrecentado su curiosidad y había centrado toda su atención en mí y, ahora que la tenía, me entraron las dudas sobre si debía contárselo o no.

-Es… es algo complicado de explicar –le aclaré y solté un suspiro-. Y, la verdad, no sé por dónde empezar.

Ahora mi madre esbozó una sonrisa.

-Podrías intentar hacerlo por el principio, cielo –bromeó, intentando ayudarme a tranquilizarme y que arrancara a hablar.

Me arrellané más en el sofá, intentando encontrar una posición más cómoda. La miré con seriedad y la sonrisa de mi madre desapareció.

-Mamá… tengo miedo –le confesé, a media voz-. Nunca creí que pudiera pasarme esto… pero tengo miedo; sé cosas que podrían hacerle daño y… no quiero, pero si lo averigua… me odiaría. ¿Qué puedo hacer? –gemí-. ¿Qué debo hacer?

Mi madre me sujetó por la muñeca y me miró con firmeza, con resolución. Como si ella supiera toda la verdad sin necesidad de que siguiera contándole más cosas. Me alegré de tenerla allí, a mi lado; si hubiera sucedido al revés y hubiera sido mi madre la que hubiera muerto, no estaba muy seguro de que pudiera hablarle a mi padre, o tan siquiera comentarle, nada sobre este asunto.

-Chase –suspiró mi madre-, a veces tienes que hacer frente a problemas que enfrentan a dos sentimientos. En tal caso… bueno, yo haría lo más conveniente para ella. No puedes ocultarle la verdad, cariño, pues tarde o temprano se descubrirá; pero, si realmente te quiere, no debes dudar entonces de sus sentimientos hacia ti.

-Pero me odiará –repetí, un tanto frenético-. Estoy seguro que me odiará. No querrá verme nunca más…

Los labios de mi madre se fruncieron con fuerza hasta formar una línea fina.

-¿Podrías convivir con una persona a la que le ocultas algo de vital importancia para ella? –me preguntó-. ¿Podrías con los remordimientos? Chase, a veces lo correcto no es lo que deseamos, pero nos vemos obligados a hacerlo.

Bajé la mirada a mis manos.

-Debo decirle la verdad, pues –entendí-. Aunque eso signifique la pierda para siempre, ¿verdad?

-Chase, cielo –la voz de mi madre sonaba cansada-, debes hacer lo que tú creas correcto. Es tu decisión… y sus respectivas consecuencias.

Sabía que mi madre me estaba instando a que hablara con Mina, a que le contara toda la verdad. Tenía que ser valiente y afrontar mis actos; si con eso significaba que ella pudiera ser un poco más feliz, aunque fuera odiándome, no tendría problema… pero no tenía el valor suficiente. No podía perderla tan pronto.

Quería contarle la verdad, por supuesto. Pero antes quería demostrarle que había cambiado, que no me importaba en absoluto quién fue su padre y que la quería a ella por ser como era.

Esperaba que ella pudiera perdonarme. Aunque lo veía muy complicado.

El domingo por la mañana, cuando conseguí ponerme en pie y bajar a la cocina, me encontré completamente a solas. Un triste post-it en la nevera de parte de mi madre me recibió, informándome que Carin y ella habían salido a hacer la compra y que no tardarían en regresar. También había añadido que me replanteara la idea de echarle un ojo al jardín para adecentarlo un poco.

Me preparé un simple bol de cereales y me senté sobre la encimera para comérmelo, como si tuviera ocho años de nuevo. La puerta de la cocina se abrió de golpe y mi hermano entró por ella con los brazos cargados de bolsas; mi madre cerraba la marcha con menos cantidad de bolsas. Parecían que hubieran comprado para tres meses, a lo mínimo.

Carin descargó las bolsas sobre la mesa de la cocina y soltó un sonoro bufido mientras mi madre pasaba a mi lado y me revolvía el pelo.

-¡Ese maldito Monroe! –gruñó mi hermano, tirando unos puerros de su bolsa-. Siempre alardeando… ¡le daría su merecido!

Enarqué una ceja con curiosidad. Para mi hermano, el resto del pueblo y de estudiantes del instituto no tenían la más mínima importancia, él estaba por encima de todos ellos; que mencionara a ese chico, precisamente a ese chico, significaba que tenía que prestar atención.

-¿Qué ocurre, Carin? –le pregunté, con la boca llena de cereales-. ¿Monroe te ha quitado el puesto delante del espejo del supermercado y por eso estás tan enfadado?

Él me fulminó con la mirada y mi madre comenzó a sacar las cosas de las bolsas para mantenerse ocupada.

-Imbécil. Que sepas que ese cretino ha estado repitiendo lo mismo mientras mamá y yo terminábamos de hacer la compra: al parecer, su amigo Richard Doyle ha invitado a su nueva novia (que, por cierto, adivina quién es: Grace Donovan) y a esa chica a su mansión esta tarde.

Me erguí de golpe. Carin no hablaba mucho del tema, pero reconocía a Mina y siempre la había denominado así, como si no tuviera importancia. Como si fuera muy poca cosa. Aferrándome al borde de la encimera conseguí no abalanzarme sobre mi hermano para exigirle que le mostrara un mínimo de respeto.

-Oh, bueno, pues entonces deseo que se diviertan –repuse, con indiferencia.

Que Mina hubiera decidido salir con Kyle Monroe y ni siquiera me hubiera dicho nada, me molestó. Y mucho.

«Por Dios, Chase, te estás volviendo un poquito obsesivo –me regañé mientras me encerraba de nuevo en mi habitación-. Ni siquiera sabes si estáis juntos o vais en serio. Quizá ella… ella solo quiera divertirse y convertirme en un nombre más a su lista», concluí con desánimo.

Un par de horas después, tras haber intentado por todos los medios mantenerme concentrado en cualquier otra cosa, no podía dejar de pensar en que Mina debía estar en aquellos momentos junto a Kyle Monroe. Cogí el teléfono móvil de malas maneras y busqué su número.

Respondió al quinto timbrazo, cuando creí que me estaba ignorando deliberadamente. Su tono era cortante y brusco.

-¿Qué quieres?

«Oh, bueno, me encantaría que te mantuvieras alejada de Kyle Monroe. Y del resto de chicos del mundo, si es posible».

-Saber qué tal estabas –dije en su lugar.

-Como puedes comprobar, estoy perfectamente –repuso, con frialdad-. Y, ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer.

-¿Cosas como estar en casa de Richard Doyle? ¿Te estás divirtiendo?

Noté que su respiración se aceleraba. Estaba enfadada y yo creía sospechar el motivo de aquel enfado.

-Lo cierto es que sí, gracias. ¿Algo más o vas a seguir mintiéndome para alargar la conversación? –preguntó.

-Yo no te he mentido, Mina –siseé-. He sido sincero contigo. ¿Qué te pasa?

Aquello había estado mal, lo sabía. Mentirle de manera tan descarada estaba mal, pero me había prometido a mí mismo que le contaría toda la verdad… más adelante. Y no ahora. Todavía no.

Mi tono de voz sonó convincente y ella cogió aire.

-Estoy cansada. Muy cansada…

Se quedó en silencio y fui consciente de que había alguien con ella. Sujeté el teléfono con más fuerza de la necesaria cuando oí una voz masculina, que reconocía perfectamente, hablando con Mina. Ella consiguió despacharlo con un simple:

-Estoy hablando con mi madre. Bajo en un momento.

Cuando creí que Kyle se hubiera ido, le pregunté:

-¿Ése era Kyle Monroe? ¿Qué coño pinta ahí Kyle Monroe?

Vale, tenía que confesar que no me había tragado lo que mi hermano había comentado sobre lo que había escuchado en el supermercado; pero había resultado ser verdad: Kyle y Mina… habían coincidido en casa de Doyle.

Y yo me sentía demasiado celoso.

-Es amigo de Richard –respondió-. Es normal que esté aquí.

-No me gusta –repliqué, a su vez-. Parece… parece que esconde algo.

-Entonces no es algo nuevo con lo que pueda lidiar –repuso.

-Sigues obcecada en algo que no es cierto, Mina –insistí, cansado de seguir con todo aquel tema.

-Nos veremos el lunes en clase, Chase –dijo en voz baja, a modo de despedida.

Y entonces colgó.

Me quedé mirando perplejo el aparato mientras intentaba procesar que había sido Mina quien había colgado.

Nunca antes me habían hecho algo así.

Por fin alguien me había dado de mi propia medicina y no me había sentado demasiado bien. «Al menos ha sido Mina –pensé con desánimo-. Hubiera sido más humillante si me hubiera colgado Lorie.»

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