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Capítulo XXXVI: El último golpe

Dylan

Estuvimos varios días encerrados en casa luego de la nefasta cena. Matt tenía miedo de que yo saliera y por mi parte tampoco quería que él lo hiciera. Nada más imaginar que algo malo pudiera sucederle me hacía temblar de pavor. Todos mis proyectos se encontraban detenidos luego de que se filtrara mi experticia psiquiátrica. Matt actuó deprisa para que los documentos desaparecieran de las redes e internet, también para que no se pudieran mencionar de manera oficial, aun así se seguía comentando sobre mi estado de salud.

Noticias bizarras sobre mí aparecían en todas partes. Cada vez que abría las redes o entraba a internet me conseguía con algún episodio de mi pasado reinterpretado, algunas de mis declaraciones sacadas de contexto y, por supuesto, salió a la luz la verdadera naturaleza de mi relación con Timothy. El planeta entero se enteró de que habíamos sido amantes.

Tuve un ataque de pánico cuando vi la noticia por primera vez en una página de chismes. Estaba seguro de que los culpables eran ellos, destruyendo mi carrera y mi reputación. Ya nunca más podría recuperarme artísticamente. ¿Quién iba a querer contratarme? Primero estaba loco y segundo era una especie de aberrado sexual de quien se hacían decenas de memes cada día. Era un personaje que producía risa y asco.

La doctora Stone aumentó la dosis de mis ansiolíticos, en consecuencia, la mayor parte del tiempo estaba somnoliento. Vivía envuelto en una cortina neblinosa. De pronto el corazón se me disparaba y la sensación de muerte inminente me invadía o pasaba horas abstraído sin saber muy bien qué sucedía a mi alrededor.

Todo lo que había mejorado se destruyó como el más fino cristal en una tormenta, también mis esperanzas.

Durante esos días, Matt hablaba por teléfono frecuentemente, bien con el agente que llevaba mi caso o con otros personajes que se me antojaban algo siniestros. Según me había comentado, eran personas que trabajaban de manera ilegal y que él había conocido durante sus prácticas universitarias en la cárcel. Él intentaba conseguirme documentos falsos para sacarme de Lofhton, sin embargo, le dejé muy claro que solo me iría si él me acompañaba.

Fumaba aovillado en una de las poltronas de la terraza trasera. Una manta suave me envolvía mientras los anillos grises del humo se disolvían gracias a la brisa, una vez que los exhalaba. Tenía la vista puesta en el lago cuando la voz grave de Matt a mis espaldas me hizo respingar.

—Empieza a anochecer, te resfriarás.

—Entraré en un momento —le respondí con una pequeña sonrisa, sin embargo, Matt no me la devolvió.

—Tampoco has comido.

—No tengo hambre.

—Dylan, por favor. —Su voz perdió la templanza, se quebraba y yo no quería ver sus ojos tristes y decepcionados mirándome. Le hacía daño a Matt, nos dañaba ambos y ya no sabía cómo mejorar.

—Lo siento —dije en voz baja—. Terminaré este cigarrillo y entraré a comer.

Hice un esfuerzo para cumplir mi promesa. Tal vez parecía trivial, pero comer requería gran fuerza de voluntad, al igual que levantarme de la cama cada mañana o las pequeñas sonrisas que le dedicaba a Matt. No creía que él lo supiera, pero su sola compañía era lo que me mantenía vivo. Hubiera deseado esforzarme más y salir de una buena vez del agujero negro en el cual había vuelto a caer. Intentaba dar lo mejor de mí por poco que fuera.

—Hablé con el tipo que está haciendo tus documentos, ya los tiene listos, pronto podremos irnos.

Tragué el trozo de atún y levanté la vista para mirarlo, él sonreía. Eran buenas noticias. Empezaríamos una vida nueva, Dylan Ford estaba a punto de desaparecer.

—Es grandioso.

Él asintió antes de volver a hablar.

—Esta noche iré a buscarlos —dijo y se me cayó el alma al suelo.

—Iré contigo —dije, aunque ya sabía la respuesta.

—No, puede ser peligroso. —Tomó mi mano libre y besó mis nudillos—. No tardaré, lo prometo.

Asentí resignado y terminé el sandwich.

La casa sin Matt parecía venírseme encima. Como siempre, los guardaespaldas parecían invisibles. A través de la cristalera veía las luces de colores iluminando la oscuridad del jardín. No me gustaba, me parecía que en cualquier momento vería un par de ojos rojos acechando. Tomé el mando y cerré las persianas.

Me tomé lo que quedaba de yogur, busqué mis papeles, las acuarelas y me senté a dibujar en el sofá de la sala mientras esperaba a Matt.

No escuché en qué momento entró a la casa, pero sentí su presencia detrás de mí. Cuando me giré, Timothy estaba de pie a mis espaldas.

Me levanté de un salto y las pinturas junto con los papeles cayeron al suelo.

—¡Auxilio! —grité—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste? ¡Alguien, ayuda!

—No grites —dijo él—, nadie va a venir. No estoy aquí para hacerte daño.

Mi hermanastro me veía fijamente. Decía que no iba a hacerme daño, pero eran las mismas palabras de siempre, las que pronunciaba cada vez que mi vida se hundía un poco más en la mierda. Volví a gritar pidiendo ayuda.

—Deja de gritar, Dylan. Te dije que nadie va a venir. ¿Has comido algo?

—¿Qué?

—¡Maldita sea! ¡Te pregunté si has comido algo! —Timothy lucía bastante alterado, con una barba de días y la ropa desaliñada.

—¿Qué? —Me alejé cuando él se acercó—. ¿Qué haces aquí? ¡Vete! ¡Matt llegará en cualquier momento!

—¡No hay tiempo! ¡Tienes que venir conmigo! ¡Debo sacarte de aquí!

Timothy se acercó muy rápido y me jaló del brazo, el movimiento brusco me hizo sentir mareado, trastabillé.

—Dylan, ¿estás bien? ¿Estás mareado? —me preguntó.

Sí, lo estaba, sentía los párpados pesados.

—¿Qué... me... pasa? —Mi lengua se había vuelto una bola dentro de mi boca, me costaba hablar y tenía dificultad para mantener los ojos abiertos.

—Dylan, escúchame, tenemos que salir de aquí. Ellos quieren asesinarte. Pusieron tus pastillas en tu comida para hacer parecer que te suicidaste. ¡Dylan, maldita sea! ¡No te duermas! —Él me zarandeó para que abriera los ojos.

—¿La, la comida?

En ese instante recordé a Matt y su insistencia porque comiera. Él me había preparado un sándwich de atún.

No podía ser.

Matt no.

—Sí, la comida. Vamos, antes de que se den cuenta de que estoy aquí y nos maten a ambos.

—Los guardaespaldas... —dije a duras penas mientras él me arrastraba del brazo—, no van a dejarnos salir de aquí.

Timothy rio y su risa me heló la sangre.

—¿Cuáles guardaespaldas? Aquí no hay nadie, solo estamos tú y yo.

—No... Matt... los guardaespaldas...

—Ellos fueron quienes envenenaron tu comida.

Habíamos salido al jardín. Las luces multicolores en medio del pasto le daban una apariencia surreal a Timothy. Quería luchar y no podía, cada vez las piernas me pesaban más. Tenía que llamar a Matt y contarle que Timothy me estaba secuestrando otra vez. Pensé en mi teléfono, el cual no usaba desde hacía días y se encontraba sobre la mesita del cuarto.

A él no le costó trabajo hacerme entrar al auto. Me acomodó en el asiento de copiloto y cerró la puerta. Intenté abrirla sin éxito. Timothy entró al auto también, se inclinó sobre mí y abrochó mi cinturón de seguridad. Lo siguiente que sentí fue el arranque del motor.

—¿Por qué... estás... haciendo esto? —pregunté—. Matt va a buscarme, lo sé.

—Ese imbécil —susurró sin despegar los ojos de la carretera desierta—. ¿Por qué estoy haciendo esto? Nunca me creíste, pero todo lo que hice fue por ti, Dylan, porque te amo. Te advertí que no podíamos dejarlos y no me hiciste caso. Luego te pusiste a dar declaraciones sobre niños secuestrados. ¿Crees que ellos no lo saben aunque hayan borrado tus tuits? Saben qué quieres hablar, no van a dejarte vivo. He venido a salvarte. Hice una promesa. Prometí que te cuidaría, es lo que estoy haciendo, lo que siempre he hecho a pesar de que no lo creas.

Los ojos se me cerraban por momentos, era muy difícil mantenerme despierto.

—Vamos a morir —murmuré—. Todos estamos muertos ya.

Cerré los ojos, tenía la impresión de que había preguntado por Matt, pero no estaba seguro, así que volví a hacerlo.

—¿Dónde está Matt?

—¿Qué mierdas sé yo dónde está ese imbécil?

—¿Fue... él, Tim? ¿Él... me envenenó?

—Tal vez —contestó Timothy—, después de todo, es su hijo.

—¿Lo sabías? ¿Sabías que el padre de Matt fue uno de esos tipos y aun así...?

Los ojos se me cerraron, no estaba seguro por cuánto tiempo.

Timothy me gritaba que me despertara. Cuando abrí los ojos el auto avanzaba a una velocidad de vértigo.

—¡Despierta!

—¿Qué ocurre?

—¡Nos persiguen!

Otro auto nos impactó por detrás, igual que aquella vez después de la cena. Íbamos a morir, estaba seguro. A pesar del peligro, no podía mantenerme despierto. Lo que sucedía a mi alrededor lo veía en cámara lenta y me parecía que no tenía importancia. Finalmente, descansaría, no habría más dolor, ni decepción, ni lucha. Quería que todo acabara.

Y así fue.

El auto giró varias veces en el aire, mi cuerpo se bamboleó en todas direcciones. Mi cabeza chocó contra algo duro y sentí la humedad caliente descender por mi rostro, hasta que el movimiento se detuvo. Como pude, giré la cabeza adolorida y miré a Tim, la sangre le cubría el rostro. Sus ojos azules me miraron.

—Siempre... te. —Tosió sangre—. Te... te... amo.

—¿Tim? ¿Timothy?

Pero él ya no contestó, la mirada en sus ojos se volvió vacía. Un dolor lacerante me recorrió el pecho como si este se me partiera en dos. Miré hacia abajo y vi un trozo de metal cuya punta se perdía dentro de mi cuerpo. Cerré los ojos, deseoso de entregarme al sueño, y cuando lo hice el rostro de Matt apareció frente a mí. Sus ojos de miel y limón me sonreían. ¿Había sido él? No lo sabía y tampoco importaba, ya nada lo hacía.

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