Capítulo XXVIII: El mal siempre acecha
Dylan
Matt salió temprano en la mañana, hubiera querido que se quedara conmigo, sentarnos en la terraza frente al lago y ver morir juntos la tarde, pero debía aceptar que él tenía una vida y yo otra.
El sol ascendía y se reflejaba en la cristalina superficie del agua, las ramas de los juncos se mecían al compás del viento, me senté en una de las tumbonas con la cajetilla de cigarrillos en la mano, dispuesto a fumarla completa.
La soledad siempre conllevaba un problema porque estar conmigo mismo era insoportable. Por lo general, los pensamientos negativos me agobiaban, comenzaba a recriminarme todos mis errores pasados, a acrecentar mis defectos y volverlos insalvables. Ante mis ojos, Dylan Ford era un hombre triste, débil y desesperante.
Deseaba que Matt se quedara a mi lado, no obstante, cada quien libra sus batallas en solitario y el resto del mundo no puede más que imaginarlas o ignorarlas. Esta era mi batalla, el problema radicaba en que no estaba muy seguro de si al final lograría vencer.
Desde que ingresé en el culto tenía la sensación de que moriría pronto. A menudo miraba a mi alrededor con la certeza de que unos ojos rojos me espiaban, de que unas manos viscosas y frías esperaban el mejor momento para cernirse sobre mí y asfixiarme. Era extraño que a pesar de todos mis problemas, la idea de la muerte no me generaba alivio, sino, por el contrario, un horrible pánico. Hubiera querido ser alguien valiente, pararme frente a las sombras que me perseguían y gritarles: no les tengo miedo, vengan por mí, estoy preparado para morir. Pero no era así. También en eso era un maldito inútil.
Cuatro cigarrillos después, Mery se acercó hasta mí para informarme de la llegada de la doctora Stone. Me levanté de la tumbona con un suspiro. Era consciente de que necesitaba de ella, aunque no quisiera estar medicado de nuevo.
-Me alegra mucho verte, Dylan. -La doctora me saludó con un beso en la mejilla.
-También a mí.
Con un gesto de la mano la invité a sentarse en una de las tumbonas a mi lado.
-¿Cómo te sientes en este nuevo ambiente? ¡Es una casa preciosa! -dijo ella admirando el paisaje a nuestro alrededor.
-¿Verdad que sí? -le contesté con una sonrisa. Le di una nueva calada al cigarrillo y luego de expulsar el humo, le dije señalándolo-: Espero que no le importe.
La doctora negó con la cabeza.
Charlamos alrededor de una hora. Me gustaba hablar con ella, me agradaba la forma como me miraba, su voz suave y sus sonrisas llenas de calma. Al principio pensé en mentirle y fingir que me encontraba de maravillas; sin embargo, a medida que avanzaba la conversación, mis ganas de echarme a llorar aumentaban, me encontré desesperado por contarle del miedo a morir que sentía. Estaba seguro de que sucedería más temprano que tarde y de que nada ni nadie podría evitarlo.
Al final, la doctora me tranquilizó explicándome que era normal que me sintiera de ese modo y que se debía al gran estrés que había pasado luego de presenciar una muerte y posteriormente ser secuestrado por mi propio hermano.
Para ella los orbes que me acechaban y esas sombras que se movían en las esquinas de mis ojos obedecían a lo mismo: estrés postraumático y depresión. Su explicación no me convencía al cien por ciento, no obstante, mi opinión no podía ser muy válida, después de todo, estaba bastante loco.
Tal como temí, la doctora Stone me recetó antidepresivos y un ansiolítico que usaría por la noche para conciliar el sueño. También me sugirió que aprovechara la enorme propiedad en la que vivía e intentara realizar un poco de ejercicio.
Cuando se está tan mal que el dolor y la tristeza te paralizan, las personas siempre se empeñan en que hagas algo: ejercicio, escribir, escuchar música, meditar, salir a hacer amigos. Es casi imposible lograrlo, no hay voluntad ni fuerzas para nada, lo único que quieres es desaparecer.
Y sabía que era lo más sabio, que los que lo sugerían lo hacían con la noble intención de ayudar; sin embargo, para el que está del otro lado es una petición tan irreal que raya en lo absurdo. Aun así, deseaba intentarlo, llegar a estar bien y ofrecerle a Matt la mejor versión de mí.
Cuando nos despedimos era más de mediodía. La acompañé hasta la puerta y al devolverme, Mery me esperaba con un delicioso almuerzo. Me senté con ella a la isla de la cocina.
-Estoy muy contento de que estés conmigo, Mery -le dije mientras cortaba un trozo de pollo.
-¿Y dónde más iba a estar? -contestó ella con simpleza luego de tragar-. Ahora solo debe ponerse bien y ser feliz.
Asentí con una sonrisa queda. Y estaban aquellos, hilarantemente surrealistas como Mery, que le pedían a los deprimidos lo que ella, tal si eso fuera lo más fácil del mundo y dependiera enteramente de nosotros. Sonaba sencillo: tratar de ser feliz. ¿Acaso no era lo que hacían las personas durante toda la vida? ¿Cuántos lo lograban? La felicidad era una ilusión pasajera, una intoxicación hormonal y enzimática. La mía, por ejemplo, según la doctora Stone, se llamaba Fluoxetina y Alprazolam.
Aunque existía otra, una un poco más real e infinitamente más placentera. Luego de la comida y de vuelta a mi parsimoniosa contemplación del lago, le escribí a Matt.
«Ey 😁».
Pasaron diez minutos y la respuesta no llegaba, la pantalla del celular se encendía con otras notificaciones que no deseaba mirar.
Veinte minutos después contestó:
«Hola, flaco. ¿Qué haces?»
«Fumo, miro el lago y pienso en ti».
Casi de inmediato llegó un sticker gracioso de un perrito y un corazón.
«No me digas esas cosas que soy capaz de abandonar esta aburrida reunión y correr hasta allá. Tengo muchas ganas de besarte».
Las mariposas que desde nuestro reencuentro se habían alojado en mi pecho revolotearon. Sonreí como un idiota al leer el mensaje.
«Y yo de que lo hagas. La doctora Stone me recomendó aprovechar esta enorme propiedad y ejercitarme».
Matt no contestó de inmediato, así que continué escribiendo.
«Estas poltronas son muy cómodas para hacer ejercicio, se me ocurren algunas posiciones».
«¿Harás yoga?» -preguntó él, inocentemente.
«No. Cardio contigo 😏🥵»
Un minuto después contestó:
«Dylan...»
Dejé escapar una carcajada, imaginaba a Matt sentado frente a una larga mesa de madera, con varios hombres maduros, trajeados, ceñudos y hablando cosas serias, mientras él miraba con disimulo el teléfono. Casi podía verlo remojarse los labios y como se sonrojaban sus mejillas mientras leía mi mensaje con doble sentido.
«Si vieras como me he puesto nada más de imaginar lo que podemos hacer en estas poltronas».
Le escribí y sonreí con picardía, quería ver hasta dónde podía llegar con ese jueguito.
«¿Cómo te has puesto?» La pregunta llegó un par de minutos después.
«No sabría explicártelo. Tendrías que venir y poner aquí tu mano, para que sientas ... los latidos de mi corazón».
Me reí tapándome la boca.
«¿Los latidos de tu corazón?»
«Ajá. Así empieza. Mi corazón late fuerte cuando pienso en ti e imagino tus manos grandes tocándome, tus labios alrededor de mis pezones, mientras yo me retuerzo de placer. Mi piel se calienta, ¿sabes? Mi cuerpo despierta».
«Dylan... estás haciendo que me ponga duro y rojo, mi hermano me está mirando raro».
Me reí divertido nada más de imaginar la escena.
«¿De verdad? 🥺» Le pregunté haciéndome el inocente. La respuesta tardó casi cinco minutos en llegar.
«No tienes idea, Dylan».
«Quisiera tumbarte en esa poltrona, abrirte las piernas y penetrarte de un solo golpe. Darte tan duro y hacerte gritar, primero por la sorpresa y luego por el placer».
La mandíbula casi me llegó al suelo, no esperaba que contestara algo así. Leer eso hizo que se me acelerara el corazón en serio, me ruboricé. Las mariposas ya no agitaban sus alas en mi pecho, sino mucho más abajo. Lo que había iniciado como un juego terminó calentándome. Introduje mi mano dentro del pantalón.
«Voy a darte tan duro, Dylan, que tendré que amordazarte para que tus gritos no alarmen a la pobre Mery».
Realmente me había excitado. Empecé a acariciarme con una mano.
«Me toco mientras te leo, Matt. Estoy duro».
«Quiero morderte esos labios jugosos, halarte uno de tus pezones con los dientes, escuchar tus gritos y ver como se asoman las lágrimas en las esquinas de tus ojos de tormenta y bruma».
Jadeé. Ojos de tormenta y bruma. Nunca nadie me había hecho un cumplido como ese en medio de una sarta de obscenidades. Estaba ardiendo, me recosté en la poltrona y eché la cabeza hacia atrás. Inicié un audio y grabé mis gemidos mientras me masturbaba pensando en él.
«Quiero que lo hagamos juntos». Escribió casi de inmediato, luego de escuchar el audio.
Paré, mi glande comenzaba a gotear. Un instante después, Matt había enviado una foto de su pene erecto. Estaba en un sanitario. Decidí realizar una videollamada, que él no tardó en responder. Tenía los ojos brillantes, la boca entreabierta y las mejillas enrojecidas; me remojé los labios antes de hablar:
-Te deseo. Quisiera que estuvieras aquí, y me hicieras todo lo que acabas de escribir.
-Oh, cariño, me estoy muriendo por sentirte, deseo meterte los dedos una y otra vez hasta que me pidas que te la meta, quiero venirme dentro de ti.
Cerró los ojos y yo pasé saliva mientras veía el movimiento furioso de su brazo.
-Quiero verte hacerlo, Matt.
Él sonrió lujurioso. La cámara enfocó su mano envolviendo su miembro enrojecido e hinchado. Al igual que el mío, también goteaba.
-Ahora quiero ver tu cara mientras te corres y piensas en mí -pedí en un susurro ronco.
El rostro excitado de Matt era hermoso. Su piel canela se tornaba escarlata y brillante; su boca voluptuosa, carmesí. Respiraba duro y entrecortado. Mi propia garganta estaba seca y a pesar de que intentaba remojarme los labios, no lo conseguía. Me mordí el inferior, me encontraba muy cerca del orgasmo, pero no quería perderme el suyo.
-¡Mírame! -le exigí en mitad de un jadeo-. Estoy a punto de acabar, Matt. ¡Te deseo tanto, Dios! Quiero que estés aquí, quiero que hagas conmigo lo que te dé la gana, que me penetres una y otra vez hasta hacerme llorar de dolor y placer, que me llenes; que no quedé un solo centímetro de mí que no hayas tocado, mordido o besado. Quiero deshacerme en ti.
Después de mi declaración, la videollamada se convirtió en un rosario de jadeos y suspiros. Me corrí con un gemido alto. A través de la pantalla veía la cara sudorosa y ruborizada de Matt, sus ojos brillantes. Lo escuchaba ahogar los gemidos, evitando ser descubierto en ese sanitario en el que se había escondido para masturbarse. Cuando llegó al clímax apretó los párpados y se mordió el labio. Su rostro atractivo contorsionado por el placer era una visión sexy y lasciva que me gustaba demasiado.
Ninguno de los dos habló en varios minutos, nada más se escuchaban nuestras respiraciones buscando tranquilizarse, cuando al fin Matt lo consiguió dijo:
-Creo que nunca había tenido un polvo tan bueno debido a una llamada.
Me reí en voz baja.
-Tampoco yo. De hecho, esta fue mi primera vez.
Matt enarcó las cejas y se rio.
-¿En serio? Pues lo hiciste como un experto.
-Supongo que el sexo es una de las pocas cosas que se me da bien.
-Eso no es cierto. Se te dan bien muchas cosas, eres alguien asombroso, Dylan.
Me mordí el labio, algo avergonzado por el halago y cambié el tema.
-¿Qué pasó con la reunión?
Matt tomó papel y supuse que se limpiaba.
-Tenía una llamada urgente que atender. -Me guiñó el ojo con picardía-. Debo volver, pero te prometo que no tardaré en llegar a casa. Cumpliré cada cosa que te escribí, cariño.
Dejé escapar una pequeña risa.
-Estaré esperándote, «cariño».
Cerré la llamada y me levanté con un suspiro. Me sentía renovado y absolutamente feliz, intoxicado por las sustancias que acaba de liberar el orgasmo en mi cuerpo, a ver cuánto duraría. Decidí darme una ducha y correr un rato alrededor del lago, la tarde estaba preciosa, el sol bajo y la brisa fresca.
Luego de la ducha fugaz, me puse un conjunto chándal de Adidas, las zapatillas gastadas que me gustaban y salí a trotar acompañado de Princesa por los alrededores del lago. La casa, cercada en su totalidad, no entrañaba riesgo de toparme con alguna indiscreta presencia y sus flashes molestos.
Inicié la playlist en mi teléfono y comencé a trotar. Llevaba tanto tiempo sin hacerlo que mis músculos los sentía agarrotados, sin embargo, el olor de la vegetación, el agradable clima boscoso y la compañía de la perrita de Matt me ayudaron a que fuera fácil encontrar el ritmo.
Varios minutos después la sensación de ser observado me invadió. Miré a ambos lados de la caminería: nadie.
Princesa comenzó a ladrar de forma insistente en dirección al pequeño bosque, por más que me afané en aguzar la mirada, no vi nada allí diferente al follaje.
-Vamos, no hay nada -le dije a mi peludita acompañante, no muy seguro, y retomé el ejercicio.
A pesar de que intentaba tranquilizarme, mis latidos se incrementaron, sudaba, no obstante, los vellos de mi cuerpo se erizaron. El frío que se extendió por mis piernas y que no obedecía al clima amenazaba con paralizarme. De nuevo, Princesa ladraba con insistencia a una presencia invisible. Me detuve y giré mirando a mi alrededor. Sentía que mi miedo era absurdo, pero al mismo tiempo muy real y tenebroso. Tenía la impresión de que en cualquier momento un demonio de pesadilla saldría detrás de algún árbol o surgiría de la tierra, dispuesto a despedazarme.
-¡Maldita sea!
Llevé los mechones que habían salido de la coleta detrás de la oreja, Princesa mostraba los colmillos y no dejaba de ladrar.
Las ramas aledañas se agitaron debido a una ráfaga de viento, la tarde avanzaba, en los audífonos sonaba la voz de Taylor Swift y yo lo único que sentía era terror. Princesa emitió un chillido asustado, su rabo se metió entre sus piernas, se volvió y huyó de vuelta a casa. Ya sin poder controlar el miedo hice lo mismo y también corrí de regreso. La sensación de ser observado había escalado a la de sentirme perseguido. No tenía claro que no hubiera nada o nadie además de mí en ese jardín boscoso. El aliento frío, el murmullo sobrenatural en mi oído y los ojos rojos sobre mí me parecían muy reales y amenazadores
La rama sobresaliente de un árbol me hizo tropezar, caí y entonces supe que moriría. Fue una especie de premonición macabra, susurrada por el viento y que se quedó enredada en las ramas de los árboles.
Me levanté con las lágrimas deslizándose por mis mejillas y corrí sin detenerme de vuelta a casa, perseguido por demonios que no sabía si eran producto de mi mente o si de verdad querían atraparme.
Llegué a la puerta trasera, agitado y con la cara bañada en lágrimas. La voz alegre de Matt y los ladridos agudos de la perra llegaron hasta mí, con ellos también lo hizo el alivio inmediato. Me limpié el rostro rápido, alisé mi cabello y enderecé mi postura; mientras él se aproximaba con Princesa, me forcé a sonreír.
-Aquí está mi atractivo chico. -Matt se acercó, me abrazó y me besó en los labios-. ¡Estás helado!
-E, estaba corriendo afuera, comienza a anochecer. -Lo tomé de la mano y entré en la casa deprisa-. Creí que vendrías más tarde.
Matt rio un poco antes de hablar, yo giré sobre mi hombro con temor y miré hacia el lago afuera: no había nada más que los muebles de la terraza.
-Después de los mensajes que compartimos no podía concentrarme en otra cosa.
Lo miré con una sonrisa tensa.
-¿Ocurre algo, Dylan?
Exhalé un suspiro y continué caminando con él en dirección a la sala. Cuando llegamos me tumbé en el espacioso sofá y Matt lo hizo a mi lado.
Tenía miedo de contarle, no quería continuar pareciendo a sus ojos un maldito loco y más cuando se suponía que me acababa de visitar mi psiquiatra. No estaba seguro de si algo o alguien me perseguía o, si como había dicho la doctora, se trataba de mi depresión y el estrés. Opté por contar una verdad a medias y aparentar ser una persona cuerda.
-He estado pensando en el culto.
-Deberías intentar olvidarte de eso.
-Ya. No es tan fácil. -Peiné mis cabellos con los dedos-. No sé si los demonios son reales o no, tal vez sí. Quizá un día vengan por mi alma.
-Dylan...-me interrumpió Matt.
No lo estaba logrando, definitivamente, lo loco lo exudaba por cada poro de mi piel.
-Espera, por favor. No sé si son reales, Matt, pero estoy seguro de que esos niños en jaulas sí lo eran, también la sangre que bebí y la carne que probé, eso era humano. Dios jamás va a perdonarme.
No pude más, me quebré, me deshice en temblores incontrolables. Juro que no quería, que deseaba ser fuerte; sin embargo, terminé abrazado a él y llorando desesperado contra su pecho. ¿Hasta cuándo sería eso? ¿Cuánto tardaría en salir de ese bucle infame? En el fondo estaba seguro de que Dios me había abandonado a mi suerte.
Matt acarició mi pelo, me abrazó con fuerza y depositó algunos besos en mi cabeza, luego con delicadeza me separó de él. Sus dedos cálidos se posaron en mi mentón y lo subió para mirarme.
-Sasha a veces ve cosas -dijo y yo parpadeé sin entender por qué me decía eso-. ¿Te gustaría hablar con ella? Tal vez pueda ayudarte con eso de los demonios. Purifica auras o algo así, no comprendo muy bien de eso, pero si quieres puedo pedirle que venga.
Sasha. No conocía muy bien a la amiga de Matt, solo la había visto una vez y en otras circunstancias no hubiera querido contarle a un desconocido mis locuras; no obstante, estaba desesperado. Sentía que las pastillas no me ayudarían. Por más que pusiera de mi parte e intentara trotar, escuchar música y ser feliz, no lo conseguiría. Invariablemente, las sombras se arrastraban y hallaban la manera de llegar a mí, ellas no descansarían hasta arrastrarme al infierno.
-De acuerdo -asentí con un hilo de voz.
Matt volvió a envolverme en sus brazos. Su calor me transmitía paz y seguridad, pero no podía depender siempre de él para conseguirlas.
-Escucha, Dylan. -Matt volvió a separarse de mí y me miró, esta vez más serio-. Promete que aunque Sasha venga y te ayude con esa parte espiritual, no dejarás el tratamiento de la doctora, es importante que lo sigas.
-No lo voy a dejar, sé que lo es, solo que... -La voz se me quebró, algunas lágrimas volvieron a caer, respiré hondo para tranquilizarme y dejar de temblar-. Siento que hay algo más. ¿Me acompañarías a la iglesia?
Matt derramó sobre mí toda la dulzura que esos ojos de caramelos siempre me ofrecían.
-Claro que sí, voy a acompañarte a donde quieras, no voy a dejarte, Dylan.
Volví a abrazarme a él, poco a poco los latidos acompasados de su corazón calmaron los míos.
¿Saben? Esta novela me gusta mucho. Yo sé que no es muy popular entre mis seguidores, también que es dificil de leer porque es triste y sombría, pero la amo. Me encantan la frases y los diálogos en ella. Por eso envío un agradecimiento especial a todos los que la leen, sepan están mirando dentro de mí.
No leemo el próximo viernes.
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