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Capitulo XXV: Salida

Matthew

Después de hablar con Nils, reflexioné sobre otra cosa. Si Dylan no estaba hospitalizado en ningún sitio, podía llamarlo y preguntarle directamente cómo se encontraba y qué sucedía en realidad con él.

Pero una vez que tuve el teléfono en la mano, el temor se apoderó de mí. No era solo el hecho de volver a hablarle o de pedirle perdón y esperar su reacción. Más que nada, tenía miedo de comprobar que Dylan se encontraba tan mal como decía Marc.

Busqué su número en los contactos, marqué y esperé. Sonó, nadie atendió. Volví a llamar unas dos veces más. A la tercera perdía la esperanza de poder saber de él, sin embargo, me contestó.

—Dylan, hola, soy Matt —carraspeé, nervioso, mientras escuchaba su respiración del otro lado—. Quería saber cómo estabas, vi en las noticias...

—¿Qué viste en las noticias? —Una voz demasiado grave para ser la de Dylan fue la que habló—: ¿Viste una nueva oportunidad para acercarte ahora que él está vulnerable?

—Quiero hablar con Dylan. Ponlo al teléfono.

Timothy resopló del otro lado de la línea antes de contestar.

—¡Él no quiere hablar contigo, déjalo en paz!

—Necesito que él mismo me lo diga. ¡Ponlo al teléfono, maldita sea!

— Ya te dije, él no quiere verte o hablarte nunca más.

—¡Ponlo al maldito teléfono, Timothy! Sé que le niegas las visitas. Necesito comprobar que Dylan está bien.

—¡Eres un maldito loco obsesionado! ¡Ya déjalo en paz!

No esperó mi réplica, cerró la llamada.

Me sentía furioso con ese maldito tipo, también conmigo mismo. No debí permitir que Dylan se fuera de mi casa y volviera con él.

Que hubiese sido él quien contestara el teléfono de Dylan, acrecentaba mi temor de que las cosas no marchaban bien. No le permitía a Nils, que era su mejor amigo, verlo, tampoco que atendiera su propio teléfono e iniciaba una tutela que buscaba manejar sus bienes y tomar decisiones sobre su vida. Cada vez más aumentaba mi certeza de que Timothy había secuestrado a Dylan aprovechándose de su dependencia emocional.

Al menos tenía que verlo y comprobar que su estado mental era tan malo como para que Timothy tomara el control de todos sus asuntos. Pero si ese no era el caso lo arrancaría de sus garras.

Recordé que cuando era el abogado de Dylan, él pasó a mi correo muchos documentos, entre ellos los datos de sus trabajadores. Él había querido dejarle la casa a Timothy, pero a los empleados debía despedirlos con una buena compensación por sus años de servicio.

Salí a mi estudio y encendí el ordenador, busqué entre los emails los suyos.

El correo con los documentos adjuntos apareció, así como el cuerpo escrito por él. Leerlo volcó sobre mí una terrible nostalgia más el apremio de saber cómo se encontraba. Debía darme prisa.

«Gracias por haber aceptado, por todo lo que estás haciendo por mí».

—Dylan, voy a ayudarte, lo juro.

Abrí los documentos correspondientes a los empleados y busqué a los que trabajaban en su seguridad. No eran muchos y algunos solo eran requeridos cuando él iba a algún evento importante en el cual debía lidiar con fans.

Me dediqué a investigarlos, necesitaba saber si podía contactar a alguno y sobornarlo para que me ayudara a entrar en la casa de Dylan.

De todos los guardaespaldas, fijé a uno como mi blanco. Ese en particular tenía una familia numerosa y un hermano con una enfermedad terminal que demandaba grandes sumas de dinero. Busqué su número telefónico.

A nada estuve de llamarlo, sin embargo, me detuve. Contactarlo podría asustarlo y que alertara a Timothy. En lugar de eso llamé a Nils y le conté mis sospechas de que Timothy había secuestrado a Dylan, también le platiqué sobre mi plan.

—Las personas como tú siempre creen que pueden solucionarlo todo con dinero, ¿eh? —me contestó Nils. El hombre continuaba con su mal humor, me tocó respirar profundo y pasar por alto el comentario—. Si sospechas que Timothy ha secuestrado a Dylan, ¿no sería mejor llamar a la policía?

—No tengo pruebas. Si me equivoco, Timothy podría demandarme por difamación.

—Y si entras a su casa y te descubre, te meterá preso por allanamiento de morada.

Lo que Nils decía era cierto y había reflexionado sobre eso, aun así constituía mi mejor opción.

—Por eso quiero sobornar a uno de los guardaespaldas. Si no es cierto y Dylan está bien, nos vamos y no ha pasado nada. Pero si Timothy lo mantiene secuestrado...

—Bien, bien, bien. Ya entendí —me interrumpió Nils—. Conozco al tipo, hablaré con él. Dylan tiene un ama de llaves que está en su casa desde antes de la muerte de sus padres, ella le tiene mucho aprecio, he hablado con ella casi todos los días, es quien me mantiene al tanto de cómo está Dylan.

—¿Y, cómo está?

Nils guardó silencio un instante. Su mutismo me pareció ominoso.

—Me llamó hace unos minutos. Dice que está muy preocupada por él. Tuvo una nueva crisis hace un par de días. Los enfermeros lo sedaron. Mery está angustiada porque ya ni siquiera se levanta de la cama, come muy poco, se encuentra demasiado dormido para hacerlo.

Fue como un balde de agua fría. Tal vez sí era mejor hacer una denuncia formal ante la policía.

—Ella me pidió que hiciera algo por Dylan. Hablaré con el guardaespaldas y con Mery, te hablo en un par de horas.

Fueron las dos horas más largas de mi vida. Entraría a la casa de Dylan y constataría si su estado era tan grave como todo parecía indicar, de ser así llamaría a la policía.

Busqué la dirección de Dylan por satélite y me dediqué a estudiar la propiedad. Después contacté a la doctora Stone.

La mujer me caía bien, me parecía alguien sensato. Ya no era el médico de Dylan, a pesar de eso deseaba comentarle lo que sabía y lo que sospechaba de su estado. Le conté que permanecía tan sedado que ni siquiera se alimentaba y se alarmó. Me confesó que no sabía quién era el psiquiatra que se encargaba de su caso. En ese momento estuve seguro de que no había ningún psiquiatra. O si existía debía estar en complicidad con Timothy para dar los informes médicos necesarios al tribunal encargado y que dieran luz verde a la tutela. Nils había dicho que no todo se solucionaba con dinero, sin embargo, los hechos probaban lo contrario.

Las dos horas se cumplieron y todavía no tenía noticias de Nils, comenzaba a desesperarme. Empecé a imaginar cualquier cantidad de escenarios terroríficos donde Dylan era torturado, o estaba a punto de morir debido a una sobredosis de medicamentos.

Finalmente, cerca del mediodía, Nils me llamó de nuevo.

—Lo haremos esta noche —dijo.

—¡Pero no tenemos un plan! —me alarmé.

—¡Es ahora o nunca! —contestó él con voz decidida—. Esta noche Timothy estará fuera de casa, va a una fiesta y Ernest cumplirá turno como guardia. Mery va a ayudarnos, ella distraerá a los enfermeros para que podamos entrar y verlo.

—De acuerdo.

A las diez de la noche aparqué el auto a unos metros de la reja exterior. La mansión de Dylan estaba ubicada a las afueras de la ciudad y no había otras propiedades cerca en al menos dos a cinco kilómetros a la redonda.

—Vamos —dijo Nils soltando su cinturón de seguridad mientras veía un mensaje en su teléfono—. Ernest acaba de desactivar la alarma y las cámaras.

Era la primera vez que hacía algo tan arriesgado y la adrenalina en mi cuerpo la sentía al límite. Si las cosas salían mal acabaría preso con cargos por allanamiento de morada. Era un abogado que infringía la ley.

Nils parecía tan nervioso como yo.

El trayecto hasta la puerta principal no era muy largo, en pocos minutos nos detuvimos frente a ella. Un hombre de mi misma altura fue el que abrió, sus ojos perspicaces me detallaron con rapidez y se fijaron por encima de mi hombro en la oscuridad afuera. Supuse que era el tal Ernest.

—Pronto, entren —apremió en voz baja.

La casa elegante, tenuemente iluminada, con una decoración ecléctica y minimalista, se sentía fría, muy diferente a como era Dylan. No podía hallar rastros de su personalidad intensa, sensible y artística en ningún rincón de la vivienda. Era como si él no viviera allí o no hubiera participado en su decoración.

Seguimos por el salón al tal Ernest que caminaba delante de nosotros. Subimos las escaleras y nos detuvimos frente a una de las puertas del pasillo.

Mi corazón arrancó a latir más rápido de lo que lo había hecho hasta ese momento.

—Él está allí dentro —dijo Ernest refiriéndose a Dylan.

El guardaespaldas giró el pomo de la puerta y esta se abrió un poco. Por fin lo vería, sabría cuál era su verdadero estado. Si era una falsa alarma y Dylan estaba bien, hablaría con él e intentaría arreglar las cosas entre nosotros.

Pero si no era así, entonces tomaría acciones al respecto.

Mis ojos tardaron poco en acostumbrarse a la oscuridad adentro y notar que algo había salido muy mal. La cama, cubierta por colchas, se hallaba vacía, ahí no estaba Dylan. Pero de pie, en el centro de la habitación, reconocí la figura de Timothy.

—Lo siento mucho Matt —dijo Nils a mis espaldas con voz lastimera. Cerré los ojos un instante sintiéndome el ser más estúpido sobre la tierra—. Realmente quería ayudar a Dylan, pero a mí también me vigilan.

—Creí que eras su amigo —dije con amargura y sin voltearme—. Él te considera su único amigo.

—Y lo soy —respondió Nils—, le di buenos consejos, pero Dylan no escuchó ninguno. Ojalá se hubiese quedado contigo.

—¡Bueno, Nils, ya lárgate! —ordenó Timothy con rabia.

—¡¿Dónde está Dylan?! —grité.

—Descansando. Tú lo perturbas. ¿Qué intentas hacer? ¿Llevártelo?

—¡Lo tienes secuestrado!

—¡¿Secuestrado?! —La voz sorprendida de Timothy sonaba tan convincente que por un momento temí que toda la situación fuera un terrible error—. Jamás haría algo como eso. Él está enfermo, su mente necesita descansar. Tú no lo entiendes, no sabes nada de Dylan ni de nosotros. ¡Ya déjalo en paz!

—¡Lo haré cuando el mismo Dylan me lo pida! ¡Quiero verlo! ¡Necesito saber que está bien!

—¡Tú no eres nadie para exigir! Lárgate antes de que te mande preso por allanamiento de morada. ¡Eres otro fan obsesionado con él, que se mete a su casa de noche e invade su vida privada!

—¡Eres un maldito loco! ¡Déjame ver a Dylan!

Me le fui encima al malnacido de Timothy y logré darle un puñetazo en el pómulo derecho; sin embargo, el tal Ernest trató de sujetarme por la espalda. Antes de que lo lograra, saqué una pistola eléctrica que a última hora había decidido llevarme, era un regalo de Sasha que vivía obsesionada con la delincuencia. Accioné el arma en el brazo de Timothy, luego, me giré y le di una potente descarga al guardaespaldas. Ambos quedaron tendidos en el suelo, revolcándose de dolor debido a los espasmos musculares.

Giré en derredor buscando algo con que inmovilizarlos, lo único que hallé fueron las sábanas. Primero até a Timothy y luego al tal Ernest. Aproveché mi victoria momentánea y salí rápidamente de ahí en busca de Dylan.

Cada vez tenía más miedo de lo que hallaría cuando lo encontrara. Ya no tenía dudas, Timothy no era más que un loco obsesionado con Dylan.

Avanzaba por el pasillo a oscuras, esperando encontrar en cualquier momento a los enfermeros que había mencionado Nils o al otro guardaespaldas, sin embargo, nadie apareció.

Abrí la primera puerta: nada adentro.

La segunda daba a una habitación también a oscuras, sin embargo, se escuchaba una respiración pesada adentro. Encendí el foco y, entonces, lo vi.

Dylan yacía tendido en la cama cubierto por una colcha azul oscuro. Corrí hacia él, retiré la manta y lo contemplé, lucía muchísimo más delgado de lo que recordaba. Su rostro dormido tenía una apariencia macilenta que me llenó de dolor y rabia.

—Dylan, Dylan.

Esperaba que solo durmiera y despertara con facilidad, no fue así. Lo sacudí más fuerte de los hombros y volví a llamarlo, pero él continuaba sin abrir los ojos, profundamente dormido de una forma que no era normal.

Tragué grueso, con manos temblorosas tomé la ampolla de flumazenil que llevaba en el bolsillo de mi camisa. Horas antes la doctora Stone me había dicho que revertiría el efecto de los sedantes en caso de que fuera cierto que Dylan se encontrara tan drogado como había dicho Mery.

Tenía un catéter en el brazo, a través de él le administré el medicamento siguiendo las indicaciones que me dio la doctora Stone cuando hablé con ella. Aguardé ansioso.

Si hubiera creído en algún Dios o santo, le hubiera rezado en ese instante. El efecto aturdidor de la pistola eléctrica no sería muy largo, además podía aparecer alguno de los enfermeros. Miré el rostro pálido de Dylan: continuaba sin despertar.

El sonido de pasos que corrían se escuchaba afuera.

—Vamos, Dylan, vamos. Debemos irnos.

La puerta se abrió. Me levanté, pistola eléctrica en mano, dispuesto a pelear. Pero la que entró fue una mujer delgada y bajita de unos cincuenta años.

—¿Es el señor Matthew?

Asentí sin saber si podía o no confiar en ella.

—El señor Dylan me habló de usted antes de que todo este horror sucediera. Yo llamé al señor Nils, creí que...—De pronto la mujer derramó un par de lágrimas—. Creí que ayudaría a Dylan. Yo lo vi crecer, ¿sabe? Sé por todo lo que ha pasado. Me duele lo que le está haciendo el señor Timothy. Vine a ayudar. Los enfermeros están en su hora de descanso, tiene que apurarse y llevárselo.

—Dylan no despierta —dije angustiado.

La doctora me había advertido que eso podía ocurrir si la dosis de calmantes era elevada. En tal caso debía administrarle otra ampolla, pero tenía miedo de ocasionarle daño.

Saqué una nueva y la preparé, le administré la mitad. Con esta, él comenzó a reaccionar.

—Dylan, Dylan —dije.

—Hum, hum.

Dylan me observó con ojos entornados, no estaba seguro de que realmente me estuviera viendo o hubiera despertado del todo. Mery se sentó en la cama a su lado y le acarició el rostro igual a como lo haría una madre con su hijo.

—Señor Dylan, va a estar bien. Un amigo ha venido a ayudarlo.

Él la contempló con párpados más abiertos y después volvió a mirarme. Un asomo de asombro acudió a sus ojos grises.

—Matt —dijo débil y sin fuerza, todavía adormilado.

—Sí, yo, flaco. Vine a sacarte de aquí.

—Timothy, Timothy. —La respiración de Dylan se volvió más rápida, su rostro somnoliento se cubrió de pánico cuando miró la puerta detrás de mí—, Timothy no lo va a permitir.

Era fácil ver que estaba aterrorizado y no precisamente por peligros imaginarios. En ese instante me di cuenta de que disponía de una oportunidad única de solucionar las cosas. Miré a Mery, ella continuaba acariciándole el rostro a Dylan, su cariño parecía sincero, tal vez se animaría a atestiguar en contra de Timothy si la situación lo requería.

Saqué mi teléfono y llamé a la policía.

De nuevo, escuchaba a alguien correr por el pasillo, un par de hombres vestidos de blanco entraron en la habitación.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó uno de ellos—. ¿Quién es usted?

—Soy Matthew Preston, abogado del señor Ford.

—¿Abogado? —El otro enfermero arrugó el ceño.

—Así es. La policía viene en camino.

—¿La policía? —preguntó el primer enfermero—. No comprendo. ¿Dónde está el señor Timothy?

—Indispuesto —respondí—. Ninguno de los dos saldrá de aquí hasta que la policía llegue. Han estado suministrando drogas a mi cliente sin su autorización.

Los enfermeros fruncieron el ceño.

—Fuimos contratados, solo cumplimos órdenes médicas.

—¿Órdenes médicas de quién? ¿Quién es el médico?

Se miraron el uno al otro, confundidos, tal parecía que mi suposición era cierta y no existía médico o si existía estaba en complicidad con Timothy.

—¿Alguna vez diste tu autorización para que te administraran algún tratamiento, Dylan?

Dylan negó con la cabeza, continuaba soñoliento.

Un instante después el timbre de la puerta abajo sonó, Mery salió de la habitación y regresó al minuto siguiente, acompañada de un par de oficiales de policía.

—Buenas noches. Recibimos una llamada de emergencia de esta dirección.

—Matt —llamó Dylan con voz quebrada y ojos espantados.

No entendía qué le sucedía, pero parecía tener miedo de la policía. Si él no apoyaba la denuncia nada tendría sentido y tal vez quien fuera a la cárcel sería yo.

—Soy Matthew Preston, el abogado del señor Dylan Ford —dije con mi voz más seria y convincente—. Vine a saber de mi cliente porque no tenía noticias de él desde hace varios días. Su hermanastro Timothy Ford me ha estado impidiendo hablar con él. Encontré a mi cliente inconsciente por el uso excesivo de sedantes, al punto de tener que administrarle un antídoto. —Le mostré la inyectadora que había usado—. En la otra habitación se encuentran Timothy Ford y otro hombre, amarrados, tuve que hacerlo para poder ayudar a Dylan.

El policía frunció el ceño y me miró incrédulo. Me daba cuenta de que en mi relato había muchas cosas que estaban mal y que serían contraproducentes para mí mismo, pero estaba dispuesto a correr el riesgo.

—Quiero que llamen a un detective, que tomen fotos de todo lo que hay en esta habitación, de esa solución intravenosa, del catéter que Dylan tiene en su brazo y le realicen pruebas sanguíneas para buscar sedantes.

El policía miró a Dylan, parecía esperar su aprobación.

—¿Es cierto, señor Ford, lo que este hombre dice? ¿Lo han estado drogando sin su autorización?

Giré para mirar a Dylan. Temblaba sentado en la cama y envuelto en la colcha, su mirada era indecisa. De nuevo tuve miedo de que no me apoyara.

—Señor Ford, ¿es cierto? ¿Le administraban sustancias sin su consentimiento?

—Matt. —Volvió a suplicar él en voz baja. Se veía indefenso y perdido.

Odiaba hacer lo que estaba haciendo, pero no había otra forma, Dylan tenía que declarar las cosas que había sufrido a manos de Timothy. No existía otra manera de que se librara del yugo de su hermanastro.

—Vas a estar bien —le dije con voz calmada, tratando de transmitirle seguridad—. Solo di la verdad.

—Es... Es cierto. Creo que tengo muchos días acostado en esta cama sin poder levantarme a causa de los medicamentos.

El oficial asintió y se comunicó por radio con sus superiores. Media hora después, la casa de Dylan se había llenado de detectives y forenses que sacaban fotografías y se llevaban objetos de la casa como evidencia, entre ellos las soluciones que había tenido Dylan en el brazo cuando llegué. A él también lo interrogaron, lo examinaron y le tomaron pruebas de sangre y de orina.

A Timothy no lo vimos más, lo interrogaron en otra habitación y luego de que Dylan formalizó la denuncia, se lo llevaron detenido a él y a los enfermeros. Sabía que eso duraría lo que tardara en pagar la fianza, pero al menos había rescatado a Dylan de su horrible cautiverio.

Dylan se bañaba y yo lo esperaba sentado frente a la isla de la cocina. Mis pensamientos se arremolinaban al igual que el humo que ascendía desde la taza de té en mis manos.

—¿Qué sucederá ahora, señor Preston? —preguntó Mery luego de beber de su taza.

—Iniciaré un proceso judicial contra Timothy, por todo lo que le ha hecho a Dylan. —Miré un instante a la mujer que se encontraba del otro lado de la isla, frente a mí—. ¿Estaría dispuesta a declarar?

—Claro que sí —dijo ella con una leve sonrisa—. El señor Dylan estará bien, ¿verdad?

—Así será, Mery.

En ese instante, Dylan entró a la cocina. Vestía un pantalón deportivo gris y una camiseta negra con el lobo de los Stark en el frente. Recordé la primera vez que lo vi en aquel avión y me pareció irreal todo lo que habíamos vivido después de ese primer encuentro. El cabello húmedo lo tenía suelto sobre los hombros y sus ojos tenían una mirada triste. Más que nunca parecían bruma y tormenta.

No habíamos hablado nada personal en toda la noche, solo lo concerniente a la denuncia mientras los policías lo interrogaban. Él y yo teníamos una conversación pendiente.

—Pérdóname. —dijimos los dos al mismo tiempo.

—No tengo nada que perdonarte, Dylan, en cambio, tú a mí sí —le dije observándolo, sin embargo, él había apartado la mirada y la tenía fija en el suelo de mármol—. No estuve cuando más me necesitaste, te dejé solo, te hice sufrir.

Dylan levantó el rostro y fijó en mí los ojos llenos de lágrimas.

—¿Cómo vas a decir eso? —La voz se le quebró—. Estás aquí, viniste por mí, me salvaste. ¡Me has salvado tantas veces!

No esperaba que él se abrazara a mi cuello; no obstante, sus brazos rodeándome fue lo más maravilloso que me sucedía desde la funesta tarde en la que nos separamos hacía varios meses atrás. Lo sostuve contra mi cuerpo, sintiendo su delgadez extrema y el olor a frutas de su pelo, ese olor que tanto había extrañado.

—¿Quieres volver conmigo? —le pregunté al oído con el corazón latiendo enloquecido en mi pecho.

Él asintió sin soltarme.

—Llévame lejos de aquí, por favor, Matt.

Asentí. Esta vez no lo dejaría, no lo abandonaría de nuevo.

¡¡¡Por fin vuelven a estar juntos los bebés!!! Sigan leyendo que hay otro capitulo disponible.

Gracias por el cariño que le dan a esta historia.


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