Capítulo XX: Arrepentimiento
Matthew
Tenía que dejar atrás a Dylan, sacarlo para siempre de mi vida. Sin embargo, cuando abordé el ascensor, los ojos grises de tormenta y bruma permanecían clavados en mi mente.
¿Y si aceptaba hablar con él? No. Si cedía no podría mantenerme firme y caería, terminaría creyendo todo lo que me dijera.
—¡Maldita sea!
El elevador se abrió en mi planta, crucé el vestíbulo y el pasillo hasta mi departamento. Entré y tiré la puerta detrás de mí, Alex, mi asistente, levantó la mirada del escritorio.
—¿Qué pasó Matt? ¿No llegaron a un acuerdo? —preguntó él y por un instante no supe de qué hablaba, luego recordé lo que hacía antes de la imprevista aparición de Dylan: había salido de mi oficina temprano y había pasado la mañana con mi hermano, discutiendo el contrato de uno de los clientes.
—¿Qué? ¡Oh! ¿Te refieres a lo de Sullivan? No terminamos de hablarlo. Dylan llegó a una reunión con mi hermano.
—¿Dylan? —preguntó Alex levantándose—. ¿Tu ex, Dylan Ford?
Entré a mi oficina y sentí que él lo hizo detrás de mí. Me quité la chaqueta y, agotado, me dejé caer en la silla detrás de mi escritorio.
—Sí —le dije en medio de un suspiro cansado—. ¿Por qué tenía que venir hasta acá? ¿Por qué sigue importunándome cuando yo nada más quiero olvidarlo?
Me cubrí el rostro con las manos, continuaba aturdido por el encuentro, con el corazón acelerado y todavía envuelto en su perfume de frutas cítricas y flores. Alex me apretó el hombro, se había apoyado en el borde de mi escritorio y me miraba compasivo.
—Te traeré algo que te alegrará —dijo y se perdió fuera de mi oficina.
Un minuto después regresó con una taza humeante en la mano. El aroma del café mezclado con el chocolate hizo que esbozara una pequeña sonrisa involuntaria. Desde que me gradué y llegué a Lux Marketing, Alex trabajaba conmigo. Antes de mí había tenido varios jefes, así que su experiencia era mayor que la mía en lo que se refería al funcionamiento de la empresa. Él me indicaba la manera de proceder en ciertas situaciones, o cómo debía hablarle a los directores de otras áreas para conseguir lo que quería. Su ayuda era invaluable.
Otra de sus resaltantes características era que preparaba el café y no lo traía de la horrible máquina del pasillo. Su café era delicioso, para prueba ese mokaccino que en cuanto entró a mi boca me relajó al mil por ciento.
—¿Qué tal? —preguntó con una sonrisa expectante.
—¡Delicioso! —le contesté con sinceridad, luego de un pequeño suspiro de placer.
—Sabía que te gustaría. Espero que te haga sentir mejor. —A la sonrisa complacida de Alex le siguió una expresión de disgusto—. ¿Qué hacía ese Dylan aquí?
Alex también era una especie de confidente. Cuando regresé a la oficina después de la ruptura, él notó de inmediato que algo no estaba bien conmigo. Me sentí aliviado al tener una persona a quien poder contarle lo que había ocurrido y que realmente entendiera mi decepción, porque, contrario a la mayoría de los que me rodeaban, él me dio la razón. Incluso secundó mis insultos hacia Dylan, cosa que no hizo Sasha, a pesar de ser mi mejor amiga y mucho menos Marc.
—Olvidé que nos hacíamos cargo de su publicidad. Creo que ingenuamente esperé que Marc hubiera desbaratado ese contrato.
—Y... ¿Te dijo algo? ¿Hablaron?
—¡Já! ¡Él pretendía que lo hiciéramos! ¡¿Sabes que el muy desgraciado vino con su hermanastro y aun así me pidió conversar?! ¡No puedo creer su descaro!
—Verdaderamente no tiene vergüenza. ¿Y qué le dijiste?
—¡Que no pienso hablar con él! ¿Qué más le voy a decir?
—No cedas en eso, Marc. ¡Él te humilló, se burló de ti! Eres demasiado bueno para él.
—¿Sabes qué es lo que más me entristece? Que esto siempre me pasa. ¡Soy un soberano pendejo, Alex!
Él volvió a acercarse a mi lado y se recostó del borde del escritorio, me dirigió una mirada dulce y compasiva.
—No es cierto. Ellos se lo pierden —dijo—. Los pendejos son Dylan y Frank.
—Pensé que Dylan era diferente. —Me sentía muy apenado, a pesar de todo continuaba extrañándolo—. Creo que jamás encontraré la persona para mí.
Agaché la cabeza, pero Alex tomó mi mentón y me giró el rostro para que lo mirara. Me sorprendí del rumbo inesperado que tomaban las cosas.
—Quizás no tengas que buscar muy lejos. —Él se inclinó sobre mí—. Me gustas, Matt. Quisiera que me dieras una oportunidad.
Alex no esperó mi respuesta, se acercó hasta que sus labios tocaron los míos. No podía creer lo que estaba sucediendo. La boca de mi asistente jugueteaba con la mía, con suavidad me besaba.
Tal vez eso era lo que necesitaba, otra persona que me hiciera olvidar a Dylan. Cerré los ojos y respondí al beso, en poco tiempo este escaló en intensidad. Era agradable saber que alguien me valoraba, que me prefería a mí por encima de todo.
Alex se desinhibía cada vez más. Besaba muy bien, sus labios acariciaban los míos con ternura y al mismo tiempo, firmeza. El beso tenía el dulzor del chocolate y la intensidad del café. Pero en ese momento recordé otros impregnados en el picante sabor de la nicotina. Una lengua ávida que se movía ansiosa dentro de mi boca y unos dientes que en más de una oportunidad me mordieron en medio del furor de la pasión.
El recuerdo de Dylan irrumpía y lo arruinaba todo.
Me separé de Alex, quien me miró expectante y un poco desconcertado. No sabía qué decirle, estaba confundido.
—O, olvidé los papeles de Sullivan en la oficina de Marc. Ya vuelvo.
—Matt, espera.
Alex me llamó, pero yo no regresé, necesitaba escapar y pensar en lo que acababa de suceder. En el momento me pareció ideal reemplazar a Dylan con él, pero en el fondo sabía que no era correcto, Alex no se merecía algo así.
Cuando el ascensor se abrió en el último piso, recordé que Dylan estaba reunido con mi hermano, maldije en mi interior mi estupidez. No estaba preparado para verlo de nuevo y menos cuando el beso de Alex me hizo extrañar ferozmente los suyos. Si me conseguía con Dylan, no estaba muy seguro de lo que pudiera suceder.
—Katy —le dije a la secretaria de mi hermano una vez llegué a su departamento—. Olvidé dentro los papeles del acuerdo Sullivan, ¿podrás buscarlos por favor?
—Pasa —respondió ella—. Puedes buscarlos tú mismo.
—No quiero interrumpir la reunión.
—Ah, no. Marc no está allí. Bajó con el señor Ford a Diseño. Así que puedes pasar con confianza. Eso sí, no desordenes nada.
Katy sonrió y me señaló la puerta. Saber que Dylan ya no estaba allí dejó una mezcla contradictoria de alivio y decepción.
Entré a la oficina de mi hermano. Sobre el escritorio había varías carpetas, entre ellas estaba la que buscaba. Cuando fui a tomarla, me llamó la atención que el cajón que tenía la cerradura estuviera entreabierto. Adentro había varios papeles sin importancia, principalmente basura publicitaria de heladerías, pizzerías y otros negocios por el estilo. También había post it con fechas marcadas, nombres y direcciones que señalaban citas para comer en esos lugares de comida rápida. Marc hacía dietas eternas y nunca rebajaba, en ese instante entendí por qué.
Al ver el desastre, pensé que era mucho descaro el que Katy me pidiera no desordenar, cuando el escritorio de su jefe parecía un basurero. En medio de los papeles estaba el archivo de Dylan. Las manos me cosquillearon por revisarlo. Abrí la carpeta y lo primero que vi fue el acuerdo de confidencialidad, debajo de este estaba el expediente médico de Dylan. No lo pensé mucho, no debía, aun así miré.
Palabras como psicosis aguda, depresión y ansiedad saltaron, pero tres llamaron mi atención por sobre todas ellas: intento de suicidio. En ese instante sentí que la sangre cayó de golpe a mis pies, me congelé, tuve que sostenerme del borde de la mesa.
La puerta de la oficina se abrió y entró Marc.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con el ceño fruncido y alternando la vista de mí a los papeles y viceversa.
Mi hermano dio un par de grandes zancadas y llegó a mi lado. Cerró el cajón abierto con brusquedad y también la carpeta.
—¿Qué es esto? —le pregunté con la voz trémula—. ¿Dylan intentó suicidarse? ¿Por eso fue su reciente hospitalización?
—No es tu asunto, Matt. Ya no es tu cliente.
—Marc, dime, por favor.
Una lágrima corrió por mi mejilla, necesitaba saber.
—¡¿Para qué?! —De pronto Marc se mostró furioso—. ¡¿Para que hagas otra estupidez?! ¡¿Sabes cuánto tuvimos que pagarle a Timothy para que no te demandara por golpear a Dylan Ford?! ¡¿Para que no te denunciara y dijera que acosabas a Dylan y que por eso había tenido un colapso nervioso?! ¡Imagina lo que hubiese significado para Lux Marketing vernos envueltos por tu imprudencia en un escándalo así!
Marc hablaba y más me trastornaba, era como si de pronto hubiese entrado en una realidad alterna donde no era Dylan el villano, sino yo. Había metido la pata al involucrarme con Dylan, pero a mí lo que me afectaba era la posibilidad de que él hubiera intentado acabar con su vida y que fuera mi culpa.
—¡Marc, dime, ¿Dylan trató de suicidarse?!
—No es tu problema, Matt. —Mi hermano suavizó el tono de voz, cambió la actitud, pasó a hablarme con calma y a aconsejarme—. Olvídate de esto. Dylan no te hace bien y evidentemente tampoco tú a él. Quédate tranquilo, un equipo de médicos lo está atendiendo. Poco a poco va a recuperarse, pero si tú irrumpes otra vez en su vida, solo lo harás retroceder.
Una bofetada me hubiese dolido menos. Salí de la oficina de Marc sintiéndome un idiota. Era un idiota, me había comportado como tal.
Entré al departamento y ahí estaba Alex que levantó los ojos castaños hacia mí en cuanto llegué. Otra estupidez más lo que había dejado que pasara entre los dos.
—Alex —dije—, lo de hace rato, yo... Escucha tú eres una persona genial, eres amable, atractivo, inteligente.
—Pero no te gusto —me interrumpió él con una sonrisa triste—. Está bien, no te disculpes. Después de todo fui yo quien se arriesgó.
—Lo lamento.
Dejé el expediente de Sullivan sobre el escritorio, tomé mi chaqueta y me marché.
Conduje a casa sin mucha conciencia del camino que recorrería. Era una acción cotidiana y en ese momento en que mi mente solo pensaba en Dylan, lo hice de forma automática.
Llegué a casa y con Princesa saltando de felicidad a mis pies debido a mi regreso, abrí la puerta de la habitación de Dylan. No sé qué idea tonta se me cruzó por la cabeza, esperaba de todo corazón verlo sentado en la cama, revisando su teléfono, leyendo o haciendo cualquier cosa, pero quería verlo ahí. Deseaba que estuviera allí. No obstante, la absurda ilusión de encontrarlo en mi casa se deshizo en miles de fragmentos ante la infame realidad.
Tenía semanas sin entrar en esa habitación. Ahí estaba la frazada gris que se convirtió en su favorita, doblada a los pies de la cama solitaria; las cremas que quedaron olvidadas sobre el tocador. Abrí el armario, allí no había nada, quedó vacío después de que un empleado de él acudió a recoger sus pertenencias. Ahora lucía desolado, igual que mi vida.
Me senté en la cama y me llevé las manos al rostro. Ese órgano desconocido entre el pecho y el abdomen que dolía luego de que Dylan se marchó, en ese momento sangraba roto en pedazos. No podía dejar de pensar en que tal vez Dylan había querido acabar con su vida por mi culpa. Todas las llamadas que nunca atendí, los mensajes que no contesté me pesaban.
Agaché el rostro incapaz de soportar la culpa y algo crujió bajo el colchón cuando me moví. Me levanté y lo alcé. Debajo había un bloc grande y una bolsa plástica, saqué ambos.
La bolsa tenía pinceles y tubos de acuarelas. Tragué y abrí el bloc, eran pinturas firmadas por él. Los primeros trabajos tenían una atmósfera lúgubre. Había ojos dorados y triángulos que se repetían en medio de un sitio oscuro y manchado de sangre. Otros retrataban ángeles violentos y demonios de rostros lujuriosos. Las acuarelas eran tan terroríficas que sentí escalofríos.
Revisé otras pinturas, algunas eran retratos de Timothy. Apreté los dientes con rabia al verlos y los pasé deprisa. Todas las pinturas tenían fecha, las lúgubres de ángeles, demonios, triángulos y los de Timothy eran anteriores a nuestra relación. Continué mirando, el siguiente era el paisaje de una playa soleada, la fecha coincidía con los días en que él se mudó conmigo, a esa le seguían dos pinturas más: retratos míos.
Describir lo que sentí en ese momento sería inútil. Fue una mezcla de vergüenza y dolor, un sentimiento hondo como si algo dentro de mí se hubiera quebrado. Quería correr, gritar, llorar.
Le prometí que lo ayudaría, que lo protegería y lo dejé solo. Fue más importante mi estúpido orgullo que él.
En ese momento deseé llamar a Dylan. Me limpié el rostro de un manotazo y busqué mi celular, pero antes de marcarle me invadió la inseguridad.
¿Y si buscarlo era un error como había dicho Marc? Después de mi actitud egoísta no podía sencillamente contactarlo y decirle: «oye, ¿sabes qué? Ahora sí me apetece hablar». Hacerlo sería muy frívolo. Eso sin contar con que mi hermano tuviera razón y yo no fuera bueno para él. Lo había golpeado; me negué a hablarle, llevaba semanas ignorándolo. Ahora me daba vergüenza la manera en que había actuado.
Necesitaba un consejo.
Busqué en mi billetera la tarjeta de la doctora Stone, ella tenía que saber cómo estaba Dylan y si era o no adecuado volver a contactarlo.
Marqué su número y esperé, al segundo tono ella contestó.
—Doctora Stone, ¿cómo está? Soy Matthew Preston, ¿me recuerda?
—Hola, señor Preston. Sí, lo recuerdo.
—Doctora, quisiera preguntarle algo, espero que no lo tome a mal —le expliqué titubeante, no estaba muy seguro de si lo que hacía era adecuado—. Supongo que sabe que Dylan y yo terminamos nuestra relación. Escuché el rumor... de que él intentó suicidarse, ¿es cierto?
—Señor Preston, no puedo contestarle eso, necesitaría antes la autorización de Dylan.
—Claro —le respondí derrotado—. Yo, yo me comporté muy mal, ¿sabe? Quisiera llamarlo, pero no sé si sería adecuado.
—Quisiera ayudarlo, Señor Preston, pero desconozco como es el estado actual de Dylan, ya no soy más su médico.
—¡Oh, no sabía! —la declaración me sorprendió—. ¿Pero alguien lo está tratando, verdad?
—Por supuesto.
La doctora continuaba siendo amable aunque un poco cortante, temí estarla importunando.
—Muchas gracias por contestarme, disculpe las molestias.
—No se preocupe, señor Preston, que esté bien.
Ella cerró la llamada y yo mantuve el teléfono en la mano un buen rato sin saber qué hacer. ¿Debía llamarlo o no? No quería que si él se hallaba mal, empeorara por mi culpa. Ya lo había arruinado, no podía regarla más.
—Bien —dije mirando el celular—, si él vuelve a escribirme o a llamarme le voy a contestar, hablaré con él.
Ese día no llamó ni escribió, el siguiente tampoco. No tuve más noticias de Dylan.
***Hola a todos. Matt se arrepiente de no haber escuchado a Dylan, esperemos que no sea muy tarde para arreglar las cosas. Nos leemos el próximo viernes.
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