Capítulo XIV: Esperanza
Matthew
La psiquiatra de Dylan vino a verlo la tarde del día siguiente. Era una mujer amable de unos cuarenta años con mirada inteligente. Cuando estrechó mi mano estuve un poco nervioso, pues creí que me reclamaría el hecho de que su paciente viviera conmigo con tan poco tiempo conociéndonos.
Si ella le había dicho algo a Dylan sobre eso, él no lo había mencionado. En realidad, Dylan no decía mucho sobre nada. Ambos se encerraron en mi oficina mientras yo me quedé en la sala.
La noche anterior había sido un rosario de despertares angustiosos y por la mañana, aunque Dylan durmió hasta tarde, yo preferí no ir a trabajar, sino acompañarlo hasta que su médico viniera a verlo.
Mientras esperaba decidí llamar a mi hermano, había un par de cosas que había dejado pendientes y no quería descuidarlas por completo.
Una hora después, la doctora Stone salió y luego lo hizo Dylan detrás de ella, sus ojos grises me enfocaron con cansancio.
La doctora avanzó hacia mí y yo me tensé, de nuevo volví a pensar que me reclamaría algo.
—Señor Preston, usted ha sido un gran apoyo para él —dijo ella con voz suave—. Me gustaría charlar un momento con usted.
La petición me tomó por sorpresa. Miré a Dylan que tenía la mirada fija en el suelo, ¿qué debía contestar? Me sentí un intruso, no quería que él pensara que yo me entrometía en los asuntos delicados de su vida.
—Yo, yo —titubeé y volví a mirarlo a él buscando su aprobación, pero él me esquivaba, ¿estaba incómodo?—, no sé si sea lo correcto.
—Están viviendo juntos —respondió ella con obviedad—, pero si no quiere, está bien, solo quería darle algunas indicaciones con respecto al tratamiento que le he recetado.
En ese instante Dylan subió los ojos y me miró con algo de ansiedad. No podía adivinar si él estaba o no de acuerdo en que yo me entrevistara con la doctora.
—Está bien —respondí.
La mujer me miró fijo un instante en el cual pareció analizarme.
—Dylan necesita descansar. Le he indicado antidepresivos y ansiolíticos, así podrá descansar por las noches y su ansiedad disminuirá. Es importante que no esté mucho tiempo solo. Este es mi número. —Ella me extendió una tarjeta—. Si se presenta alguna emergencia, por favor, llámeme. Vendré en dos días a verlo.
Yo asentí un poco inquieto, mirando las letras elegantes en la pequeña tarjeta. Ella se dio la vuelta y le dio unas últimas recomendaciones a Dylan antes de despedirse de él.
Cuando la doctora Stone ya estaba en la puerta la alcancé.
—Doctora —la llamé—, ¿él se podrá bien?
En realidad, lo que necesitaba saber era si lo que tenía Dylan era algo grave. Ella me miró con una sonrisa condescendiente.
—Es un proceso largo y difícil. —La doctora meditó un instante y luego volvió a hablar—. ¿Desea acompañarlo en ese proceso? Sepa que no está obligado a hacerlo.
Sabía que no estaba obligado, pero ¿no era eso lo que llevaba haciendo desde que nos topamos en ese avión?
—Lo sé, pero quiero estar con él, no tiene a nadie.
Ella sonrió.
—Bien, pasado mañana, luego de ver a Dylan, podemos charlar un poco más sobre eso.
La doctora salió, cerré la puerta y me giré. Me asusté al ver a Dylan parado a unos pasos de mí, mirándome. Parecía algo angustiado.
—¿Qué te dijo?.
—Me preguntó si realmente estaba dispuesto a acompañarte.
—¿Acompañarme a dónde?
Él me miró confundido, yo lo abracé por los hombros y caminé con él de vuelta hasta el sofá.
—Ella quiso decir si yo estaba dispuesto a estar contigo mientras te curabas. —Dylan giró hacia mí y me miró esperando una respuesta—. ¿Qué crees que le dije?
—No lo sé.
—Estaré contigo todo el tiempo que quieras. —Le di un beso en la sien y ambos nos sentamos en el sofá—. ¿Quieres mirar tele o prefieres hacer otra cosa?
Dylan no contestó de inmediato, a menudo eso sucedía, así que tomé el mando a distancia y encendí la televisión. Había pasado varias películas en el catálogo cuando él habló en susurros.
—Lo siento mucho, Matt.
—¿El qué? —le pregunté distraído.
—Lo que ella dijo, que no debía estar solo y que hayas tenido que quedarte hoy. No quiero que sientas que soy una carga para ti, que te sientas obligado a nada de esto...—Dylan bajó todavía más la voz—. O que te arrepientas.
Volteé a mirarlo, tenía la vista clavada en los dedos que se pellizcaba sin clemencia.
—No estoy loco —concluyó.
—Sé que no, flaco. Y no eres una carga, yo quiero estar a tu lado, ya vas a ver que podremos superar todo esto.
Como lo había prometido, dos días después la doctora Stone volvió para reevaluar a Dylan, quien la mayor parte del tiempo dormía.
Esta vez yo estaba más ansioso que la primera porque después de que ella hablara con Dylan lo haría conmigo y francamente no tenía idea de qué me diría o que debía decirle yo, nunca antes me había enfrentado a algo así.
Cuando salieron de mi despacho, ella sonreía afable, mientras Dylan lucía igual de taciturno que en los últimos días.
—Bien, Dylan —dijo ella—, volveremos a vernos en dos días. Ahora quisiera hablar con Matthew, como conversamos adentro.
Dylan exhaló y asintió, parecía resignado, tal vez no quería que ella hablara conmigo. En los dos últimos días me había repetido en incontables oportunidades que no estaba loco y lo mucho que sentía todas las molestias que me ocasionaba y en todas aquellas veces traté de dejarle claro que no era así, que él no me molestaba.
Dylan se alejó de la puerta de mi oficina, pasó delante de mí y me dedicó una pequeña sonrisa, luego se sentó en el sofá. Entonces fue mi turno de exhalar antes de entrar con la doctora.
En mi oficina había un escritorio, dos sillas, un librero y un sofá de tres plazas. Creí que se sentaría a la mesa, pero en lugar de eso se puso cómoda en uno de los extremos del sofá, en consecuencia, yo me senté del otro lado. Ella esgrimió su sonrisa amable antes de hablar.
—Dylan me dijo que es usted abogado y que trabaja para una gran compañía.
—Así es.
—También me contó que se quedó estos dos días aquí con él. —Ella hizo una pausa—, ¿le traerá consecuencias en su empleo?
—No. Mi hermano es mi jefe directo y él es bastante comprensivo con esta situación.
—Y usted, ¿cómo se siente con esta situación?
La miré un instante analizando la pregunta, fruncí el ceño, entonces ella amplió su explicación:
—Es usted bastante joven, al igual que Dylan, y acaba de comenzar una relación con él. Imagino que ha sido toda una sorpresa encontrarse con esta situación y más viniendo de alguien a quien apenas conoce. ¿Cómo le hace sentir eso?
—Pues... no lo sé. Preocupado, supongo. Yo quiero lo mejor para él.
—¿Y para usted?
—No sé qué clase de preguntas son estas. Para mí también, por supuesto.
El brillo analítico en los ojos de ella, dio paso a una expresión amable y condescendiente, como si fuera una madre amorosa dispuesta a explicar una situación difícil.
—Dylan está enfermo, señor Preston, lleva enfermo mucho tiempo y es muy poco probable que en este momento él pueda corresponder en una relación romántica, eso tal vez sea un poco decepcionante para usted.
Me sentí ofendido con sus palabras y me recordó a Timothy y lo que me había dicho la primera vez que lo vi.
—Yo no quiero aprovecharme de él, doctora, no le he exigido nada.
—Sé que no, él me lo ha dicho —dijo ella con una sonrisa tranquilizadora—, pero es mejor que usted tenga clara la situación, señor Preston. Es usted joven y ambos se han involucrado bastante rápido.
Estaba consciente de que entre nosotros las cosas se habían dado de un modo acelerado, pero eso no quería decir que mis sentimientos no fueran sinceros. Yo quería ayudarlo a mejorar.
—Para las personas del entorno de un paciente con depresión, como es el caso de Dylan, puede llegar a ser desesperante el hecho de verlos tristes o llorando —continuó ella—. Por lo general, amigos y familiares llegan a sentirse menospreciados, rechazados o que no son lo suficientemente importantes como para hacerlos sentir bien. —Ella hizo una pausa sin apartar los ojos castaños de los míos—. Tenga en cuenta que no es su responsabilidad el que Dylan mejore, señor Preston. También es posible que haya recaídas, que a períodos de felicidad o aparente mejoría le sigan bajones en el estado de ánimo. Estas recaídas no serán su culpa, señor Preston. No será por qué usted haya hecho algo o dejado de hacer algo.
En parte, ella tenía razón. Había pasado esos dos días esforzándome por hacerlo sonreír o por obtener alguna pequeña muestra de mejoría en su estado de ánimo y cuando Dylan apartaba la vista de mí, cuando se sumía en la melancolía, yo me sentía decepcionado e insuficiente.
Nos quedamos en silencio un rato, yo pensando en sus palabras y ella mirándome desde el otro lado del sofá.
—¿Qué debo hacer para ayudarlo a mejorar?
—Acompañarlo, escucharlo si él quiere hablar y no forzarlo a hacerlo. Lo más probable es que Dylan se sienta tranquilo tan solo con su compañía.
—Doctora, él me ha dicho cosas —le dije, porque necesitaba saber qué pensaba ella al respecto. Me miró, atenta— Cosas de una especie de secta en la cual su hermano lo obligaba a participar. Creo que Timothy es una mala influencia para Dylan.
—Dylan y Timothy tienen una relación complicada. Dylan ha tomado la decisión de separarse de él y eso es algo que puede resultarle muy difícil de lograr, téngalo en cuenta, señor Preston.
—Lo de la secta, ¿cree que es verdad?
—¿Por qué no lo sería?
—Suena estrafalario que un grupo de personas puedan tener tanto poder.
—Que tengan o no el poder que Dylan les adjudica no quiere decir que sea mentira que exista un culto. Sin embargo, también es posible que debido a la depresión y la ansiedad que él padece, confunda algunas cosas.
Dylan había mencionado demonios, sangre, rituales macabros. ¿Era invención de su mente trastornada? Si yo le platicara sobre eso a Sasha, seguramente creería a ojos cerrados en las palabras de Dylan, pero a mí me costaba mucho hacerlo.
—Lo importante, señor Preston, es que sea paciente y tolerante. Cada vez que tenga sentimientos negativos como rabia, frustración o tristeza ante lo que sucede, puede anotarlo en un cuaderno, así como describir la situación que lo hizo sentir así. Y recuerde, ni usted ni Dylan tienen la culpa de nada de lo que les está pasando.
La doctora Stone se despidió de ambos y se marchó.
Me acerqué hasta el sofá donde Dylan estaba sentado mirando sin mirar la televisión.
—¿Cómo estás, flaco? —le pregunté con delicadeza.
—Mejor, creo. —Él se encogió de hombros—. Me bajó la dosis de los ansiolíticos. Podré estar más despierto ahora. Ella dice que estoy mejorando. Realmente quiero estar mejor, Matt.
—Vas a hacerlo, ya verás.
Lo abracé por los hombros y él recostó la cabeza en mi pecho. El resto de la tarde hablamos poco, nos dedicamos simplemente a estar uno con el otro, como había dicho la doctora.
Tres días después, cuando Dylan ya se encontraba un poco mejor de ánimo y la doctora había disminuido las dosis de las pastillas para dormir a la mínima cantidad, quise darle una sorpresa.
—¿Te gustaría ir a pasear hoy? —le pregunté, era fin de semana y yo no tenía que ir a la oficina. Él me miró con algo de duda—. Seremos discretos, lo prometo.
Dylan suspiró y luego sonrió.
—Está bien.
Unos minutos después yo conducía rumbo a una zona boscosa en las afueras de la ciudad. El humor de Dylan era el mejor que había tenido en días, el semblante taciturno no estaba y él lucía tranquilo. En el equipo de sonido del auto sonaba Locked out of Heaven y él la tarareaba en voz baja. Volteé hacia él.
—You can make a sinner change his ways —Dylan cantaba mientras me miraba, el corazón me dio un vuelco porque pensé que quizás esa estrofa era para mí—. Open out your gates 'cause i can't wait to see the light.
Continuó cantando con una pequeña sonrisa en los labios. Me sentí feliz al verlo así y no sumido en la melancolía y la desesperanza.
La carretera estaba despejada al igual que el cielo, el cual era de un azul claro. Los árboles altos y frondoso a cada lado contribuían al paisaje idílico que teníamos por delante
—Todavía no me dices a dónde vamos —dijo él cuando ya teníamos una hora de viaje.
Sonreí al ver el desvío a un lado de la carretera que nos llevaría a nuestro destino.
—Sé que habías dicho que deseabas vivir en la playa, sin embargo, quiero mostrarte antes esta casa.
Llegamos a los lindes de la propiedad, custodiados por rejas de hierro y cámaras de seguridad en lo alto de estas. Descendí del auto y llamé a través del intercomunicador, el portón se abrió dándonos acceso a la entrada.
—¿Te gusta? —pregunté mientras conducía a través del sendero de grava.
El pasto que nos rodeaba estaba bien recortado y al final podía verse la casa: una moderna construcción de dos plantas de madera, concreto y vidrio. Dylan cerró los ojos y tomó una gran bocanada de aire templado, como si se bebiera el petricor que exhalaba la tierra y el aroma de las hojas frescas.
—¡Es... Hermosa! —exclamó después de abrir los ojos mientras miraba el paisaje por la ventanilla del auto.
Sonreí complacido y apagué el motor frente a la propiedad. Una mujer de unos cincuenta años vestida con traje sastre nos esperaba de pie frente a la puerta de entrada.
—Señor Dylan Ford, ¿verdad?
Ella le tendió la mano y Dylan se la estrechó con una pequeña sonrisa. Tardamos alrededor de media hora en ver toda la casa.
—Un amigo de mi padre la está vendiendo —le expliqué a Dylan mientras seguíamos a la mujer a la planta de arriba, donde se encontraban los dormitorios—. En cuanto vi las fotos supe que tenía que mostrártela. Está bastante apartada de la ciudad y aquí podrás tener toda la privacidad que desees. Además, las vistas son hermosas.
La sonrisa en el rostro de Dylan era más que prueba de lo mucho que le gustaba.
—¡Es preciosa! —dijo cuando bajamos de nuevo a la primera planta y él se paró frente a uno de los enormes ventanales, desde el cual se apreciaba la verde vista del jardín boscoso que nos rodeaba.
—Atrás hay un pequeño lago —dijo la representante de bienes raíces—. Vengan por acá.
En la parte trasera de la casa se encontraba una pequeña terraza de un estilo minimalista, elegante y refinado, con muebles esculpidos en mármol negro y revestidos de cojines blancos forrados en piel. Todo estaba rodeado de arbustos bien podados, altos abedules y pinos en cuyas ramas se enredaba una ligera neblina, cuál si de un fino velo de gasa se tratara. Un poco más allá se accedía al muelle de madera que daba al lago.
Dylan se paró y observó el paisaje. La mujer hablaba, pero ninguno de los dos prestaba atención a lo que decía, él miraba a su alrededor con los labios ligeramente abiertos y yo lo miraba a él. Luego de un instante, Dylan giró hacia mí con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas. Creí que diría algo, pero él solo se abrazó a mi cuello y lloró.
—¡Oh! Creo que los dejaré solos un momento —dijo la mujer y entró a la casa.
—¿Estás bien? —le susurré al oído.
—¡Esto es... Es hermoso! —Dylan se separó un poco de mí y me miró a los ojos—. ¿Vivirías aquí conmigo, Matt? Si tú no estás aquí, esta belleza perdería todo el encanto.
Me quedé sin aliento ante sus palabras y sus ojos de bruma que me contemplaban anhelantes. Lo abracé fuerte por la cintura y lo besé tan profundo que Dylan gimió contra mi boca. Hubiera podido hacerle el amor en medio de ese bosque, en esa terraza de ensueño, pero recordé que la mujer de bienes raíces se encontraba adentro de la casa.
Nos separamos a regañadientes.
—¿Eso es un sí? —me preguntó él con una pequeña sonrisa.
¿Cómo iba a decirle que no a ese hombre que cada vez me volvía más y más loco? Lo miré a los ojos, grises como la neblina que nos rodeaba. En ellos había ilusión, pero en el fondo continuaba la tristeza. Yo deseaba hacerla desaparecer y poder contemplar por fin como serían esos ojos completamente felices.
—Sí.
***Hola, mis amores! espero que hayan extrañado a Matt y a Dylan. Parece que la doctora stone no cree en todo lo que dice Dylan de esa secta macabra, ¿y ustedes?
Casi lo olvidaba, tenemos portada nueva gracias a jakirasaga ya la novela no va a parecer un fanfic de Snape (jajaja y ojo, que amo la saga de Harry Potter)
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