Capítulo XI: Eres mío y yo soy tuyo
Matthew
La tarde llegaba a su fin, los colores en el cielo cambiaban y se mezclaba el dorado con el rosa y el malva mientras el tráfico aumentaba. Por el rabillo del ojo vi como Dylan revisaba su teléfono. Me hubiera gustado saber si leía mensajes o si navegaba por internet, pero no quería apartar los ojos de la autopista. La salida que daba a la urbanización donde vivía Sasha estaba próxima, sin embargo, la duda empezaba a carcomerme.
Sabía que estaba mal lo que había hecho, pero no me pude resistir. Cuando fui a buscarlo a su habitación para que me acompañara por Princesa, su teléfono estaba desbloqueado, sus mensajes de WhatsApp a la vista, fue inevitable mirar la conversación. Él no había contestado ninguno y algunos de ellos me dejaron inquieto.
Como ese en el que Timothy decía que Dylan era su mundo. Esa clase de cosas no eran las que un hermano le decía a otro, al menos no me imaginaba diciéndole a Marc «no me dejes, tú eres mi mundo». Eso me hacía reflexionar sobre qué tan intensa y cercana era la relación de ambos y qué era lo que había llevado a Dylan a alejarse de alguien a quien quería y que también parecía hacerlo de la misma forma. Deseaba conocer toda la verdad sin las sombras ni los matices que Dylan añadía y que daba como resultado que solo me mostrara una parte de los hechos.
—¿Crees que le guste a Princesa? —preguntó Dylan dejando el teléfono a un lado para mirarme.
—Claro que sí —le contesté con una sonrisa—, y también a Sasha. Aunque a ella no le hagas mucho caso, está un poquito loca, es bastante fanática de tu trabajo.
—¡Oh! Eso me pone algo nervioso.
—No te gustan mucho los fans, ¿verdad?
—No es eso, la mayoría son muy dulces y respetuosos, pero a veces las aglomeraciones no me agradan mucho. Además, ahora voy a conocer a tu amiga, no solo a una fan.
Sin apartar los ojos del camino, le sujeté la mano, estaba algo fría y un poco sudorosa.
—Vas a encantarle, ¿por qué no sería así? Mira, es aquí.
Aparqué frente a la casa de mi amiga, que vivía en uno de los barrios residenciales más tranquilos de la ciudad.
Toqué el timbre de la puerta, de reojo lo vi a él frotándose las manos en los muslos de sus vaqueros.
—No tienes por qué estar nervioso —le dije con una sonrisa. Iba a besarlo en los labios cuando la puerta se abrió.
—Señorito Matt —me saludó Caroline, la empleada del servicio de la familia de Sasha. Y luego con un grito le avisó a mi amiga de mi llegada, yo no pude hacer otra cosa que sonreír por la confianza que ella siempre mostraba.
Agarré la mano fría y sudorosa de Dylan y entramos. La primera que salió a recibirme fue Princesa. Mi perra ladraba y movía la cola emocionada, la tomé en los brazos y la alcé. Ella, ni corta ni perezosa, me dio un lengüetazo cariñoso como saludo.
—Mira Princesa, conoce a este amigo —le presenté a Dylan entre risas, luego le dije a él—: Acariciale la cabeza, ella es bastante fácil, así te la ganas.
Dylan, sonriendo emocionado, hizo lo que le dije, enredó los dedos entre los rizos de color miel y la perra volteó hacia él sacando la lengua deseosa de más caricias.
—Es preciosa, siempre quise una mascota.
—¡Ah! ¡No lo puedo creer! —chilló Sasha desde el otro lado de la sala mientras se acercaba a nosotros dando grandes zancadas—. ¡Es él, es Dylan Ford, aaah! ¡Ah Diosito! ¿Matt me veo bien?
—Estás muy bonita —le contesté entre risas —, Eh, sabes que él te puede escuchar, ¿verdad?
El rostro moreno de mi amiga adquirió un color tomate fosforescente y se rio de nuevo, esta vez avergonzada.
—¡Es un placer, un honor! —Ella se estrujó las manos y luego dio un brinquito gracioso—. ¡Dios! ¡Soy tu fan!
Volteé a mirar a Dylan, temí que se sintiera incómodo por la apabullante efusividad de mi amiga, pero él sonreía también con las mejillas ruborizadas. Cualquiera diría que no estaba acostumbrado a esas muestras entusiastas de sus seguidores.
—Gracias. Matt me ha hablado mucho de ti.
—¿Ah sí? ¡Si te dijo algo malo no le creas! Eh... ¿Te gustaría tomar algo? ¿Comer algo? ¿Han comido?
Dylan volvió a reír divertido con los nervios y las palabras atropelladas de mi amiga. Él negó con la cabeza.
—Estoy bien.
—Ok, ok, iré por bebidas, acompáñame —dijo Sasha jalándome y olvidando que podía pedirle a Caroline que trajera los refrescos—. Siéntete en tu casa, por favor —le dijo a Dylan antes de abandonar el salón.
Una vez en la cocina, Sasha se volvió hacia mí con una sonrisa maniática y entonces comenzó el interrogatorio que ya me esperaba.
—¡Aaah! ¡No lo puedo creer, eres un maldito! —exclamó ahogando varios gritos y golpeándome el hombro—. ¡Te acostaste con él, puedo verlo! ¡Dios! ¿Por qué no nací hombre? Dime, ¿están juntos?
—Algo así —le contesté sacando varias botellas de gaseosas del refrigerador.
—¿Algo así? ¿Cómo que algo así? ¿Están o no están juntos? ¡Es demasiado lindo! ¡No puedo creer que te hayas acostado con él!
—¿Y por qué no lo puedes creer? —le pregunté un poco ofendido de su duda.
—Bueno, eres lindo, pero no nivel dios, así como para estar con él.
—¡Ja! —exclamé sorprendido y un poco dolido del pobre concepto en el cual me tenía mi amiga—. Pues para que lo sepas, está viviendo en mi casa.
Sasha gritó.
—¡Quieres callarte, por favor!
—¡Ay, lo siento, lo siento! ¡Estoy emocionada!
—Ya veo. Te voy a pedir que no lo abrumes mucho, ¿sí? Es un tanto delicado con eso de los fans.
—Ok, ok.
Cuando regresamos a la sala, Dylan, sentado en el sofá, jugaba con Princesa. Le ofrecí una de las bebidas dietéticas y él le dio un pequeño sorbo.
—Es una casa muy linda.
—Gracias, puedes venir todas las veces que quieras. Me preguntaba si tal vez... —Sasha soltó una risita tonta mientras se colocaba un mechón de su cabello crespo detrás de la oreja—. Podría tomarme una foto contigo.
—Claro.
Dylan sonrió y posó junto a mi amiga mientras ella tomaba un selfie.
—Bueno, Sasha, ya tenemos que marcharnos, gracias por cuidar de Princesa.
Tomé a la perra y la coloqué en su cesta de viaje, también las cosas de ella que me había traído Coraline. Dylan fue a darle un beso de despedida a Sasha, pero algo en ella me llamó la atención: se puso rígida y su rostro risueño mutó en uno serio, casi trágico; su piel morena, incluso, me pareció que se tornaba pálida.
—¿Estás bien Sasha?
Ella no contestó, simplemente miró a Dylan de una manera extraña, temí que saliera con alguna de sus rarezas, así que apuré nuestra partida.
—Hablamos luego —le dije y salí de la casa al lado de Dylan.
—Es muy linda Sasha —comentó Dylan una vez dentro del auto.
—A veces puede llegar a ser un poco pesada, espero que no te haya molestado.
—¡Oh, no, para nada!
Arranqué el motor y nos pusimos en marcha. Tener un invitado inesperado en mi casa, como lo era Dylan Ford, acarreaba algunos imprevistos.
—Necesito ir al supermercado, ¿te molestaría?
—Pues...
—Será algo rápido, lo prometo.
Dylan asintió y unos minutos después llegamos al supermercado donde solía hacer mis compras cotidianas.
—He visto que comes muchas ensaladas y frutas, la verdad es que no tengo de eso en casa.
Dylan me miró, pero por las gafas oscuras no podía detallar la expresión de sus ojos.
—Me siento muy apenado, Matt, no quisiera que tuvieras que cambiar tus hábitos por mi culpa.
—Nada de eso —me reí—, no creas que comeré lechuga solamente, pero algo de vegetales y frutas me vendría bien. Mira, ¿te gustan las naranjas?
Él asintió y comenzamos a escoger las frutas, legumbres y verduras que llevaríamos.
Estar con Dylan era bastante fácil, cualquier cosa lo complacía y aceptaba todas las propuestas que yo le daba, sin embargo, trataba de asegurarme de que hiciera las elecciones que más le convenían y no aquellas que buscaran solo complacerme. Fue así como descubrí que le gustaban las naranjas, pero odiaba las bananas y que a pesar de que me había dicho que prefería el té, también tomaba café. Compré además chocolate oscuro, quería prepararle un mokaccino. Él sonreía con frecuencia y parecía disfrutar de algo tan banal como escoger productos para llevar a casa.
Cuando ya habíamos llenado el carrito con todos los alimentos que necesitábamos, fuimos a la sección de cuidado personal.
—Dejé casi todo en mi antigua casa. —dijo él agarrando una loción de afeitar de uno de los estantes—. Mira, esta me encanta. Huélela.
Dylan la destapó un poco y la acercó para que la oliera, era cierto, la fragancia era encantadora: notas de limón y bergamota. Alcé los ojos y me encontré con los irises grises que me veían con tranquilidad y una suave sonrisa en sus labios rosados. Juro que tuve que hacer un gran esfuerzo para no acorralarlo contra el mismo estante de dónde había tomado el frasco y comérmelo a besos allí mismo.
Él parecía diferente, más, espontáneo y real, lucía como lo que era: un joven de veinte años disfrutando de una salida tonta y cotidiana.
—Me gustas mucho, Dylan.
Él sonrió y fue quien me besó. Nos separamos antes de que alguien pudiera vernos.
Continuamos recorriendo los pasillos entre risas hasta que noté que una de las vendedoras nos observaba con insistencia. No permití que confirmara sus sospechas sobré quién era mi acompañante, tomé la mano de él y caminamos a toda prisa hasta una caja desocupada. La joven que había reconocido a Dylan cuchicheaba con otra. Realmente no sabía cómo enfrentar la situación.
—Creo que te reconoció —le susurré a Dylan.
—También lo creo. No importa.
Para mi sorpresa, él sonrió en dirección a las muchachas que hablaban entre ellas y las saludó con la mano, de inmediato soltaron gritos de emoción. La cajera puso todo en bolsas y cuando los paquetes estuvieron listos, pareció percatarse de lo que ocurría, entonces ella también miró con sorpresa a Dylan, que le sonrió.
Salimos del supermercado con varios de los trabajadores siguiéndonos e incluso algunos habían sacado sus teléfonos y nos fotografiaban. Realmente creí que Dylan se molestaría, no obstante, no era así, lo cual me sorprendió bastante.
Subimos al auto y él se quitó gorra y gafas.
—Pensé que no querías nada de prensa.
—Ellos no son la prensa.
—Bueno, tomaron fotos, las colgarán en redes, te verán conmigo.
—Ahora eres mi abogado, es normal que pasemos tiempo juntos.
—¿Y que nos besemos? —pregunté mientras encendía el coche.
—No nos vieron.
En realidad a mí no me molestaba que me vieran con Dylan o que se corriera el rumor de que teníamos algo. Sin embargo, por toda la reticencia y más que eso, el miedo casi irracional que me pareció, le tenía a sus seguidores, me extrañaba este cambio de actitud
Ahora les sonreía con soltura y no le importaba que nos tomaran fotos. Aunque también era cierto que desde que estuvimos en casa de Sasha él estaba más relajado y espontáneo. Tal vez sí se sentía bien conmigo.
Ese pensamiento me llenó de orgullo y dicha. Volteé a mirarlo, una pequeña sonrisa adornaba sus facciones mientras él observaba por la ventana. Era un Deja vú, pero mientras él había estado alterado en aquellas dos oportunidades en las que, como ahora, se había sentado junto a mí en un auto, en esta ocasión era muy diferente, Dylan lucía contento y tranquilo.
Volví a pensar en los mensajes de WhatsApp que había leído y de nuevo la ansiedad por conocer toda la verdad volvió a invadirme, pero no quería meter la pata atosigando con preguntas necias. Era mejor esperar a que él me contara cuando se sintiera listo para hacerlo.
****
En el apartamento, Dylan me ayudó a guardar la compra. Luego se sentó en la isla de la cocina.
—¿Prepararás la cena? —me preguntó con algo de sorpresa.
—Sí —le contesté mientras lavaba la lechuga y el tomate—, ¿quieres ayudar?
—Pues, no sé cocinar, pero si tú me dices qué debo hacer...
Me reí por aquella respuesta que me pareció un poco pueril. Encendí el sistema de sonido antes de darle las indicaciones de lo que debía hacer y Somebody to love comenzó a sonar, Dylan sonrió y empezó a tararear la canción.
—Corta en trozos mientras preparo el pollo —le dije dándole varios tomates cherry y la lechuga.
Él asintió y empezó a lavar las legumbres mientras cantaba entusiasmado.
No fui consciente del momento exacto en el cual el pollo quedó olvidado en la encimera, junto a la lechuga y al tomate mal rebanado. Era más apremiante besarle la nuca a Dylan, que estaba de espaldas a mí, con las manos apoyadas en la isla de la cocina, respirando duro, conteniendo los gemidos que mi lengua y mis caricias desencadenaban en él.
Metí los dedos en su cuero cabelludo y peiné hacia arriba los rizos negros, le mordí el cuello, jalé con mis labios el lóbulo de su oreja. Él se inclinó hacia adelante y su trasero rozó mi excitación. Le acaricié la cintura por debajo de la camiseta y arrastré esta para quitársela. La piel suave y cálida se erizó al contacto con mis yemas. Le mordí el hombro y él se estremeció.
Dylan giró y se colocó de frente a mí, sus ojos grises más que nunca parecían espejos de plata, brillaban húmedos, irradiaban luz. Me besó con ferocidad, profundo y hambriento, con sus manos colándose debajo de mi camisa y acariciando de forma errática mi espalda. Me quejé al sentir sus dientes hincarse en mi labio inferior.
—¡Auch!
Él dibujó una media sonrisa y entornó los ojos. Había algo en Dylan, una mezcla de inocencia, indefensión y toxicidad peligrosa que me enloquecía.
—Te gusta jugar rudo, ¿eh?
Él sonrió más, pero no contestó. Lo tomé de la cintura y lo senté en la mesa. Tal vez estaba perdiendo la razón, me dejaba llevar por el deseo que sentía, por lo que él me provocaba. Le até las manos con la camiseta que antes le quité mientras Dylan me miraba conteniendo el aliento.
—Veamos ahora si te atreves a morderme —le dije con una sonrisa maliciosa, sintiendo mi sangre transformada en fuego líquido debido al juego que comenzaba.
Él jadeó en cuanto me deshice de sus pantalones y le separé las piernas para acomodarme entre ellas. Sus labios me llamaban, empezaba a convertirse en una adicción besarlo, acariciarlo, degustarlo. La boca de él, cálida y dulce, me recibió con beneplácito. Me encantaba su manera arrebatada de responder a mis besos, la deliciosa forma como su piel se ponía de gallina, sus músculos se estremecían y él se contenía para no gemir.
Yo quería escucharlo, saber que el placer que le proporcionaba era tal que lo llevaba a traspasar los límites que se imponía. Fue cuando se me ocurrió vendarle los ojos con mi camiseta.
—¿Qué estás haciendo, Matt? —preguntó con la voz entrecortada mientras yo llevaba la prenda a su rostro.
—Tengo un presentimiento. Creo que esto te gusta, ¿no es así?
De nuevo, Dylan no contestó, pero el temblor de su cuerpo al sentir mi aliento sobre la piel de su cuello me daba la respuesta. Me recreé en la imagen de verlo atado y con los ojos vendados, respirando con dificultad, con labios entreabiertos y ruborizado desde las mejillas y hasta el pecho. Me mordí el labio inferior antes de lanzarme sobre él y besarlo.
—Dime si tengo razón, dime si te gusta, Dylan.
Le lamí la oreja y aguardé su respuesta.
—Sí —declaró entre suspiros—, me gusta así.
Con su aprobación no esperé más, me quité el pantalón y a él lo tendí de espaldas en la mesa. Sin embargo, tenía que buscar un preservativo antes, así que lo abandoné un breve instante.
—Matt, ¿dónde estás?
No respondí.
—¿Qué estás haciendo? —volvió a preguntar él.
Guardando sigilo, me acerqué con el empaque y tomé uno de sus tobillos. Dylan se sobresaltó, gimió cuando besé la piel interna de una de sus piernas y ascendí hasta el muslo. Acaricié con mi lengua su pene erecto, degusté su sabor, la textura suave y delicada, la ardiente y palpitante calidez de su sexo.
Él mencionó mi nombre entre jadeos mientras lo succionaba. Era tan excitante saber que era por mí que él temblaba, que era mi nombre lo único en su mente en ese instante, y que sería por mí por quien alucinaría cuando se viniera.
Me incliné sobre él y me lo metí en la boca. Mientras subía y bajaba lo miraba tendido de espaldas en el mesón, vendado, con las muñecas atadas que llevaba hacia su rostro para silenciar con sus puños los gemidos. Paré cuando estuvo tan duro que si seguía se correría.
Me coloqué lubricante en los dedos, pero al introducirlos, Dylan habló con voz ronca y disonante:
—¡No! ¡Hazlo de una vez! Hazlo duro y rápido, Matt.
La orden me trastocó las ideas. En realidad también yo estaba deseando con locura hundirme en su cuerpo y embestirlo hasta que gritara mi nombre, pero no esperaba qué él me lo ordenara. Así que no desobedecí. De un solo empujón lo penetré. Dylan se arqueó sobre el mesón, lo escuché sollozar y entonces me asusté. Tal vez había sido muy rudo, quizás me había dejado llevar por el deseo. Me quedé quieto, quería disculparme, pero él comenzó a empujarse hacia mí.
—Vamos, Matt, hazlo. Hazlo duro y rápido.
—Dylan, no quiero lastimarte.
—No lo harás, el placer y el dolor son inseparables.
Tomé aire por la nariz, sujeté sus muslos y comencé a embestirlo, tal y como él me pedía: sin pausa, cada vez más rápido y más fuerte.
El calor de su cuerpo apretado era agobiante, su respiración dura y los gemidos roncos que escapaban de su garganta me tenían en otra realidad, una donde yo era el amo de su cuerpo. Me dejé llevar por lo que él me pedía, por lo único que deseaba en ese instante: olvidarme de todo y solo concentrarme en la delicia de sentirlo.
Su cuerpo se contrajo, se arqueó hacia atrás antes de venirse y luego sus piernas quedaron flácidas en mis brazos mientras yo continuaba navegando en las aguas turbulentas de la pasión un poco mas.
Un instante después también yo me liberé.
Lo ayudé a levantarse y le quité la venda de los ojos, los tenía húmedos. Lo abracé y luego lo besé en la boca. Realmente Dylan me gustaba mucho. En momentos como aquellos, cuando el arrebato del orgasmo cedía y solo quedaba la calma tierna del cansancio, solía dejar de pensar en todas las inquietudes que él me generaba. Era optimista y sentía que ambos nos compenetrábamos a la perfección, nos entendíamos y no había secretos que pudieran separarnos.
Dylan era mío y yo era suyo.
***Palabras del capítulo: 3.076
***Conteo total: 27.327
¿Qué les va pareciendo la historia?
Necesito saber sus teorías, ya pronto se revelará todo.
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