Capítulo VII: Suite doble
Matthew
La mano de Dylan estaba cubierta de sudor helado cuando la tomé. De un brinco entró al auto mientras yo guardaba su equipaje en el maletero, evitando a los fans que comenzaban a agolparse en torno al coche.
—¿Estás bien? —le pregunté encendiendo el motor luego de subirme.
Dylan no llevaba gafas de sol, ni gorra, ni nada que ocultara quién era. Temblaba como una hoja en otoño y algunas lágrimas silenciosas descendían por su cara. Me di cuenta lo absurda que había sonado mi pregunta, claro que él no se encontraba bien.
—¡Diablos, Dylan! ¿Qué ocurrió? ¿Quieres que te lleve a algún lugar?
Cuando sentí que me miraba, aparté fugazmente la vista del frente y giré hacia él. El gris de sus ojos era como el cielo durante una tormenta, su rostro lucía una palidez espectral.
—No quiero estar solo. —Un murmullo quebrado.
Hice un ligero asentimiento de cabeza y aceleré.
La situación era desconcertante, primero se marchaba dejando apenas una escueta nota y luego me llamaba llorando. ¿Qué conclusión podría sacar de todo eso? Tal vez Timothy había vuelto a encontrarlo y, como la noche anterior, había intentado llevárselo.
Lo miré de reojo otra vez, en su rostro todavía podía leerse el miedo de lo que sea que hubiera vivido. Quería volver a preguntar, pero no sabía si era el momento indicado.
En unos pocos minutos estábamos de vuelta en mi hotel. Saqué su equipaje del maletero, busqué la gorra y las gafas y se las di. Dylan no había abierto la boca durante todo el viaje, pero al menos ya no lloraba ni temblaba, del terror había pasado al ensimismamiento.
Avanzaba hacia la recepción para registrarlo, cuando una mano delgada y fría se cerró alrededor de mi brazo.
—¿Deseas ir a otro sitio? —me aventuré a preguntar acercándome más a él. Negó con la cabeza.
—Ya no importa. ¿Puedo? —El joven agachó el rostro, la voz de nuevo era un susurro, tuve que esforzarme para escucharlo—. ¿Puedo quedarme en tu habitación? —Una petición extraña, pero que sonó desesperada—. Yo la pagaré.
Algo en mi pecho se removió, como si el corazón se me hubiese roto adentro, tenía un nudo en la garganta solo de verlo. Yo no tenía hermanos pequeños, éramos solo Marc y yo, y él era el mayor. Nunca supe cómo era eso de proteger a un hermanito. En mis relaciones de pareja tampoco había tenido la profundidad ni esa compenetración de sentirme responsable por el bienestar de alguien.
Dylan estaba ahí, frente a mí, luciendo como la más indefensa de las criaturas, y yo no sabía cómo responder a eso. ¿Qué le había pasado para estar así? ¿Era culpa de su hermano?
Suspiré y asentí.
Caminé hasta la recepción. El joven detrás del mostrador de mármol forzó una sonrisa al verme. Yo ignoré el resentimiento que sus ojos trataban de ocultar. Educadamente, le pedí que me cambiara a la mejor suite doble que tuviera disponible y que nos registrara en ella a Dylan y a mí. El joven lanzó una mirada sobre mi hombro tratando de alcanzar con ella al actor que aguardaba a mis espaldas, luego me miró con suspicacia.
—Creo que está de más decir que nadie debe enterarse de que Dylan Ford está en este hotel y menos con quien comparte habitación.
El joven distendió sus ojos castaños y negó varias veces con la cabeza.
—No se preocupe por eso, señor Preston.
—Bien —le dirigí una mirada severa mientras recibía las llaves de la nueva suite.
Dejé a Dylan instalándose en tanto, yo iba a mi antigua habitación a recoger mis cosas.
«No tardes, por favor» había pedido él con la voz impregnada de angustia. De nuevo sentí la opresión en mi pecho y garganta y esa necesidad de cuidar de él que empezaba a hacérseme familiar.
—¡Diablos, diablos, diablos! ¡¿Qué carajos es todo esto?! —me dije arrojando mi ropa y efectos personales de cualquier manera dentro de la maleta una vez estuve solo en mi antigua habitación.
¿En qué momento las cosas se volvieron así? ¿Cómo pasé de ser un simple fan al abogado de este actor y de ahí a sentirme responsable por él? Cada vez me involucraba más. ¿Las personas normales hacían eso?
No, las personas normales evitaban cualquier situación que pudiera complicarles la existencia.
Terminé de empacar y verifiqué que no se me olvidara nada, luego cerré la puerta y con un suspiro me dirigí a la nueva suite que compartiría con Dylan.
Al entrar, lo encontré aovillado en uno de los sofás de piel del balcón, envuelto en el cobertor de la cama. Tenía la mirada perdida en las luces titilantes de la ciudad del otro lado del cristal del ventanal que ocupaba toda la pared. Cuando sintió mi presencia respingó un poco alterado, luego se tranquilizó y entonces, habló:
—Gracias, otra vez. —Al menos sonreía.
—Va incluido en mis honorarios, será una factura abultada —le sonreí de vuelta y él amplió la suya.
—¡Es hermosa la ciudad desde aquí! —La voz de Dylan había recuperado su tono y firmeza habitual. Dejé la maleta en el suelo alfombrado y me acerqué a él—. Me pregunto cómo será la vida de los miles de seres que están allá afuera. A veces veo a alguna persona que me parece interesante y me invento cómo será su vida, si tiene hijos, o pareja, o de qué trabaja. —De pronto rio—. Incluso he llegado a imaginarme cómo sería conocerla, qué papel podría tener yo en su existencia, tal vez nos volveríamos amigos.
—Tenía una novia con la que solía hacer eso —le contesté yo, sentándome en el sillón forrado en piel frente al suyo.
—¿En serio? —Los ojos grises brillaron como plata reluciente.
—Sí. Recuerdo que nos sentábamos en una plaza cerca de donde vivía cuando era adolescente y nos poníamos a inventarle historias a los que pasaban frente a nosotros.
—Suena divertido, apuesto que tenías muchos amigos —dijo él con una sonrisa un poco triste—. Imagino que fue una relación genial con ella.
—No. Teníamos... no sé, quince años. Fue algo fugaz.
—Ya. —Dylan se abrigó más con el cobertor.
Recordé la frialdad de sus manos, su rostro continuaba muy pálido.
—¿Te gustaría que pidiera algo caliente? —pregunté—. ¿Chocolate, quizá?
—¿Chocolate? —preguntó él a su vez con las cejas negras enarcadas, luego esbozó una pequeña sonrisa y negó—. Té caliente y edulcorante estarán bien para mí.
Asentí y llamé a servicio a la habitación, luego regresé con él que continuaba con la mirada perdida en el amplio ventanal.
—¿Qué fue lo que te pasó? Te fuiste de repente esta mañana y luego, tu llamada... Me preocupé mucho.
—Lamento haberte preocupado, Matthew. No tenía nadie más a quien llamar, hubiese deseado no molestarte.
Dylan se quedó en silencio. El balcón estaba a oscuras, la luz en el interior de la habitación iluminaba a medias al joven acurrucado en el sillón que parecía una pálida luna con una mitad visible y la otra oculta.
—Me alegro de que me hayas llamado, no eres una molestia.
El joven giró el rostro hacia mí, me contempló un instante y luego suspiró antes de hablar. Me daba la impresión de que evaluaba qué cosas decir o cómo hacerlo.
—No me gusta estar solo, nunca lo he estado —dijo enarcando las cejas y enfatizando las palabras—. ¡No estoy loco, okey!, pero a veces tengo pesadillas muy vívidas, me ponen mal. Por eso mi psiquiatra me recetó ansiolíticos para dormir y otras cosas. Toda esta situación con Timothy me ha alterado demasiado. No quiero causarte problemas, Matthew, de verdad.
—No es problema para mí. Volveré a decírtelo, me alegra que me llamaras, soy tu abogado ahora, estoy para eso.
—¿Está entre las funciones de un abogado rescatar a sus clientes de las pesadillas? —preguntó él con una media sonrisa, mirándome divertido.
El metal de sus ojos grises parecía fundirse mientras me observaba, los ojos de Dylan brillaban hipnóticos. Por suerte, el toque a la puerta rompió el hechizo. Una mucama dejó un servicio de té sobre la mesita entre los dos sillones.
—A mamá le gustaba el té. —Él salió de su crisálida hecha de mantas. Los dedos largos, finos y lechosos comenzaron a moverse entre la porcelana que tintineaba a medida que él servía el líquido y añadía el edulcorante. —Muchas modelos no lo soportan, a mí me encanta.
Dylan me entregó la bebida con una sonrisa, procuré no embobarme en ella y tomar la taza sin rozar sus dedos.
—Creo que prefiero el chocolate —dije luego de tragar un poco del líquido oscuro, que no me era muy agradable.
—¡Oh! ¡Te prometo que el próximo fin de semana beberé chocolate contigo!
—¿Por qué el próximo fin de semana? —le pregunté intrigado.
—Es cuando tengo permitido salirme de mi dieta —respondió él subiendo los hombros, como si fuera lo más obvio del mundo.
Bebimos el té y conversamos un poco más. Dylan me dijo que no había vuelto a tener contacto con Timothy desde la noche anterior. En ese momento lucía tranquilo, sentado en el sillón, envuelto en la manta, con la taza de té en la mano y mirando de vez en cuando por el cristal de la ventana.
Después de un rato, Dylan se tomó uno de sus medicamentos y volvió al sillón en el balcón. Yo me levanté, saqué mi portátil y me senté en una de las dos camas con la computadora en las piernas. Mientras él descansaba quería revisar los contratos que me había enviado por la tarde.
No había nada de particular con sus obligaciones laborales, todas estaban en regla, el problema era el contrato de Timothy. Lo había firmado dos años antes, cuando Dylan se había emancipado, y tenía una vigencia de diez años. Para rescindirlo, una de las dos partes debía incumplir sus obligaciones. Tenía que hablar con él y pedirle que fuera más claro en cuanto a por qué deseaba prescindir de los servicios como agente de su hermano, quizás se pudiera alegar Influencia indebida. Me quedaba claro que Dylan no era emocionalmente muy estable y Timothy parecía aprovecharse de eso.
Volteé a mirarlo, estaba acurrucado y tenía la cabeza apoyada en uno de los brazos del sofá, se había quedado dormido.
—Ya habrá tiempo de aclarar esto luego —me dije.
Dejé la laptop a un lado y me levanté para despertarlo. Si continuaba en esa posición extraña, amanecería con el cuello rígido.
Algunos rizos negros le caían sobre el rostro y hacia un lado mientras el largo cuello quedaba al descubierto. Tragué nervioso, tenía deseos de acariciarlo, de recorrerlo con mis yemas y descubrir su textura. Me remojé los labios y aparté la mirada antes de cometer alguna estupidez.
—Dylan —lo llamé con suavidad, agitándole el hombro—. Dylan.
Él se removió y varió un poco la posición. Lo sacudí con algo más de fuerza y volví a llamar.
—Tim —respondió él dormido—. Tim.
Lo estremecí con fuerza, entonces abrió del todo los ojos y me miró desconcertado.
—Lo siento, te quedaste dormido. Es mejor que te acuestes en la cama.
Él dijo algo ininteligible mientras me miraba con ojos idos y volvió a acurrucarse. Entonces empleé más fuerza para despertarlo y, aunque no lo hizo del todo, con mi ayuda, logró acostarse.
Un instante después cada uno estaba en su cama con la salvedad de que él dormía y yo miraba fijamente el blanco del techo, pensando en mil cosas y todas tenían que ver con mi inesperado compañero de habitación.
*** 1.879 palabras según wattpad.
*** Conteo total: 17.066
Un capítulo un poquito lento, espero que no los haya aburrido mucho. La semana pasada les dije que empezaría con dedicatorias y quiero comenzar con Yera2729 fiel lectora desde El amante del príncipe, muchas gracias por estar.
Nos leemos el otro jueves.
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