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Capítulo I: Un nuevo comienzo

Dylan

Las manos me sudaban cuando abordé el avión detrás de la auxiliar de vuelo. Aferré la correa de la mochila en mi hombro, como si eso pudiera darme un poco de seguridad.

Al entrar a la cabina me di cuenta de que era cierto, la primera clase estaba copada. La joven giró hacia mí y me dedicó una sonrisa nerviosa, en voz baja indicó que la siguiera. Nos detuvimos frente a un par de asientos, uno de los cuales se encontraba vacío. El de al lado de la ventanilla lo ocupaba un hombre entretenido en la pantalla frente a él. Llevaba los audífonos puestos, tal vez se disponía a ver alguno de los programas mientras duraba el vuelo.

La joven carraspeó, de inmediato me tensé y fruncí el ceño. Si el hombre se negaba estaría perdido.

—Disculpe que lo moleste, señor Preston —le dijo la azafata con una sonrisa nerviosa al hombre —, me preguntaba si podría ayudarnos con un pequeño inconveniente que se nos ha presentado.

El hombre joven que tenía rizos castaños se quitó los audífonos de la cabeza y los dejó colgando en el cuello. Nos miró primero con curiosidad, pero después, su mirada verdosa se demoró detallándome. Una leve mueca de desaprobación torció la comisura de sus labios, enarcó las cejas en tanto me recorría de arriba abajo con la mirada. Inspeccionaba mis vaqueros oscuros y desteñidos; las zapatillas de deporte, algo sucias; la sudadera negra con capucha y estampado de Games of thrones y por último se detuvo en mi rostro. Él trataba de ver los rasgos de mi cara, pero la gorra de ESPN que llevaba hundida casi hasta los ojos se lo impedía.

La leve mueca de desprecio en su boca se convirtió en una más evidente de fastidio en los ojos.

—Usted dirá, señorita —contestó el hombre trajeado, sin apartar la mirada recelosa de mí.

Me pregunté qué imaginaba mientras me veía. Quizás le parecía un muchacho escapado de casa y al que habían atrapado al intentar huir de la ciudad. O Tal vez un joven ladrón que le había robado a algún pasajero.

—Verá, ha ocurrido un terrible error con el asiento del señor. —La azafata me señaló. Cuando dijo la palabra «señor» el hombre de traje reaccionó levantando una de sus cejas y dirigiendo a mí la mirada incrédula. El tipo cada vez me caía peor y de no ser porque era mi última oportunidad me habría dado la vuelta dejándolo con sus prejuicios snobistas—. Al parecer, por un error del sistema se vendió dos veces su asiento.

Este elevó ambas cejas y volvió a mirarme. Bufé y aparté la mirada de él. Tuve la seguridad de que no creía que yo pudiera comprar un boleto en primera clase.

—El único asiento que queda disponible es el que se encuentra a su lado, señor. —La auxiliar de vuelo sonrió nerviosa. Podía entender que ella estuviera tan tensa, tenía órdenes expresas de lograr que ese asiento desocupado me fuera cedido, yo había dado una gran cantidad de dinero porque así sucediera.

—¡De ninguna manera! Pagué por él, señorita. No me gusta viajar acompañado.

—Entiendo. La aerolínea lo compensará con un vuelo gratis en primera clase, señor.

—Eso no me importa —contestó el hombre, cada vez más prepotente, sin la menor intención de ceder y tomando los audífonos para colocárselos de nuevo y darle play al programa que veía.

Estaba al borde de mi paciencia y el dolor de cabeza se hacía cada vez más intenso. No soportaba al tipo pedante con su traje caro y su brillante Rolex de pulsera.

—¡Usted es un imbécil! —No pude contenerme.

El tipo volvió a quitarse los audífonos y me miró estupefacto. A leguas se podía ver que nunca le habían dicho la verdad en su cara.

—¡¿Disculpa?! ¡No tengo por qué cederte mi asiento! Pagué por él.

—Necesito viajar en este vuelo. —Le dije entre dientes. Me sentí igual a esas víboras de los documentales de National Geographic que se enroscan cuando están a punto de atacar. Quería soltarle veneno.

—¡No es mi problema!

El hombre llevó las manos canelas a los audífonos en su cuello, tenía intención de colocárselos de nuevo, iba a ignorarme y si lo hacía yo me jodería por el resto de mi vida.

—¡Arréglalo! —le ordené a la azafata con igual o más prepotencia que el tipo insoportable—. ¡Pagué el doble por ese asiento! ¡Ustedes tienen que solucionar esto! ¡Esta aerolínea es nefasta! ¡Lo colocaré en todas mis redes y cuando termine nadie volverá a volar con ustedes!

—¡Oh! ¡Señor Ford, por favor! —rogó la azafata al borde de las lágrimas. El enfado y la desesperación no me dejaba sentir pena por ella, que no tenía la culpa de nada. Ya después me avergonzaría de mi arrebato—. Puede esperar el próximo vuelo. Tenemos asientos disponibles en primera clase y le daremos alojamiento en el mejor hotel de la ciudad mientras aguarda.

En medio de mi ansiedad me quité la gorra, sobrepasado por el contratiempo. El cabello que llevaba oculto cayó sobre mis hombros como una lluvia alquitranada. Me remojé los labios que sentía secos, igual a lija, necesitaba ese asiento.

—¡El vuelo siguiente sale mañana! —Le respondí en un tono más alto del adecuado, con el dolor martillando sin piedad mis sienes. Ella no lo entendía, no podía saberlo, pero ese vuelo era mi única oportunidad de escapar.

—¡Ay, por Dios! —exclamó el hombre intransigente, emocionado.

Y ahí me di cuenta de mi error, me había quitado la gorra.

—Shhh —siseé y con un movimiento de mis manos le pedí al tipo que guardara silencio. Luego miré a ambos lados de la cabina de primera clase para comprobar si alguien más nos miraba, por suerte nadie lo hacía.

—¡Eres Dylan Ford! —exclamó el hombre, sin prestar atención a mi petición de silencio.

—¿Podría, por favor, ser discreto? —Volví a pedirle, más desesperado.

—¡Oh! ¡Claro, claro! ¡Perdón! —El hombre se llevó la mano a los rizos castaños que le caían en la frente y los deslizó hacia atrás. Luego sonrió nervioso, mirándome con los ojos muy abiertos—. ¡Por favor, disculpa mi imprudencia y mis malas maneras de antes! ¡Sería para mí un gran honor darte mi asiento!

Al parecer sí tenía modales el imbécil, aunque solo aparecieron al descubrir que yo no era un don nadie. No sabía si agradecerle o insultarlo. Aunque dada mi precaria situación, lo último no era una buena opción.

—No quiero tu asiento —le contesté en un tono bastante frío y seco.

—Perdón, quise decir el asiento a mi lado —se disculpó el hombre que ahora sí me sonreía y me miraba con devoción. Sentí ganas de vomitar, un poco por la actitud de él y un poco por el dolor de cabeza.

Suspiré y relajé la postura, los hombros me dolían, también la mandíbula. Era mejor que me tranquilizara y tratara de ver la situación como positiva: el tipo de traje finalmente cedía y yo podría abandonar la maldita ciudad.

—¡Oh! Señor Preston, la aerolínea está muy agradecida con usted. —Luego la azafata se dirigió a mí—: Y apenada con usted. ¡Haremos todo lo posible por compensarlo!

—Excuse mi actitud anterior, señorita. No debí gritarla, usted no tiene la culpa de nada. —Pensé que la chica lloraría, pero luego sus ojos se abrieron mucho y estuve casi seguro de que brotarían corazones de ellos en cualquier momento. Antes de que algo bochornoso sucediera, volví a hablar—: Me duele la cabeza. ¿Podría traerme algo, por favor?

—¡Ya mismo!

La azafata, muy diligente, se marchó y me dejó a solas con el hombre del traje elegante. Sentía la mirada sobre mí y sabía que debía agradecerle que decidiera ceder en la discusión, pero no me apetecía mirarlo, todavía la rabia estaba muy presente en mi sistema. Así que me entretuve en acomodar la butaca mientras terminaba de calmarme.

Aparté a un lado la manta, abrí el pequeño compartimento en el mueble que estaba a los pies del asiento para guardar mi mochila, antes saqué mis audífonos. Al hacerlo, vi el teléfono móvil abandonado en el fondo. El estómago se me apretó, estaba seguro de que tendría cientos de llamadas perdidas y otros miles de mensajes en WhatsApp. Cerré la mochila y la guardé de prisa, comí si de esa manera pudiera olvidar lo que dejaba atrás.

Cuando terminé de acomodarlo todo, me erguí y miré al hombre del traje que, como suponía, me miraba con una pequeña sonrisa idiota. Cuando clavé mis ojos en los suyos, él se sonrojó violentamente. ¡Tan predecible, tan común!, decidí ignorar esa parte.

—Oye, perdona mi actitud de hace un rato. —le dije y para mi asombro agregué (porque no quería ser como él)—: debes creer que soy un patán, o un engreído. No deseaba ser grosero. Es que... esta situación me descontroló un poco.

En ese momento la azafata llegó con la pastilla para el dolor de cabeza y una botella de agua. Me tomé el medicamento y luego continué la conversación:

—Muchas gracias por aceptar que me siente a tu lado. Me gustaría retribuirte de alguna forma —le dije.

El hombre abrió muy grande los ojos verdes.

—¡Oh, no! Soy yo quien debe disculparse. Debes pensar que soy alguien horrible y detestable. Es solo que he tenido malas experiencias con mis compañeros de viaje. No quise ofenderte. Para mí es un placer cederte el asiento. Soy fan de El amante del príncipe, es mi serie favorita.

Por lo general, también me gustaba viajar solo, así que podía entender su reticencia a estar acompañado, aunque continuaba creyendo que era un idiota a pesar de su recién declarada devoción. Me senté en la butaca y por encima de la pequeña barrera que separaba los asientos, le contesté:

—¿En serio? No hay muchos hombres a los que les guste. Y mi personaje no es uno de los favoritos del público.

—¿Cómo va a ser? ¡Yo te amo! —Cuando escuché la declaración no pude menos que reírme en voz baja. El tipo se dio cuenta de lo que había dicho, se abochornó y en seguida se disculpó—: Es decir, amo tu personaje.

Reí otra vez. La conversación con el pasajero empezaba a ser entretenida. Ese tipo de tonterías me distraía de pensar en mis problemas, los que tendría que enfrentar una vez bajara del avión. Me quité la gorra y decidí evadirme por completo en la charla con el tipo insoportable del traje que, oficialmente, había pasado a ser el fan no tan pedante.

—Entiendo. Te agradezco. —Mantuve la pequeña sonrisa mientras hablaba—. El productor no está muy conforme con él. No sé qué cambios hará en la segunda temporada.

—Sería una lástima que lo echen a perder por ganar el apoyo del público. Es un gran personaje.

Enarqué las cejas, sorprendido por su opinión. Al principio creí que realmente no era tan fanático, sino simplemente alguien que sabía quien era yo por haber visto mi rostro en alguna noticia o en redes, pero tal parecía que no era el caso. O quizá mentía para no quedar mal conmigo. Mi personaje del esclavo era bastante criticado, no era el más querido, el del príncipe lo era.

—¿Y el príncipe no te gusta? Todo el mundo lo ama.

—Sí, me gusta, pero... no sé, no es tan profundo como tú... como tu personaje, quiero decir. Es un poco soso.

Volví a reír, esta vez con ganas. Me hacía gracia que creyera que el príncipe era soso, también yo lo pensaba.

—¡Si te escucharan las fans!

—¡Es que tú le das tanta vida! —añadió, con emoción—, siento que es real... el sufrimiento. —Se sonrojó—, y las escenas de amor. Cuando tú apareces es como si toda la historia cobrara otro sentido, transmites mucho ¡Eres un gran actor!

El hombre había apartado la mirada mientras hablaba, cuando volvió a fijar los ojos en mí, yo tenía la boca ligeramente abierta.

—Nunca me habían dicho nada parecido. ¡Gracias!

Realmente que dijera algo como eso me gustó bastante. Por lo general solo oía a personas que me alababan por mi aspecto y las que mencionaban mi actuación lo hacían para criticarme duramente. Saber que alguien veía la serie y le gustaba mi personaje más allá del físico era gratificante.

—¿Puedo saber el nombre de mi mayor fan? —le pregunté sonriendo.

—Matthew Preston. —Me ofreció una mano mas grande que la mía.

—Dylan Ford. —Amplié la sonrisa mientras le estrechaba la mano—. Aunque eso ya lo sabes. ¿Viajas por algún asunto de trabajo? ¿O placer?

—Soy abogado. Voy a cerrar un contrato para la compañía de marketing en la cual trabajo.

—¿Abogado? —Me sorprendí. No podía ser que tuviera tanta suerte, luego añadí para disimular—: Jamás lo hubiera creído, te ves muy joven.

—Tengo veinticuatro años.

—¡Pues felicitaciones! —le sonreí sinceramente—. De pequeño soñaba con ser médico.

—¿De verdad? ¿Y qué sucedió? ¿Cambiaste de parecer?

La sonrisa se me apagó en el rostro al recordar la causa de que aquel sueño hubiera muerto.

—A veces la vida te lleva por caminos inesperados.

Cuando era niño siempre quise pertenecer al ejército como mi padre o ser médico como mi madre. Después de que ellos murieron, otra realidad se hizo presente. Los sueños que tenía se fueron transformando en otros, seductores y tenebrosos.

—Tal vez nos quedamos sin un médico, pero ganamos un gran actor. —Matthew habló sacándome de mis cavilaciones—. El arte puede curar tanto como la medicina.

Subí el rostro y lo miré. Los ojos verdes le brillaban. Descubrí en ellos tonos ámbar que me recordaron los caramelos de miel que tanto le gustaban a mi hermanita.

—Eso es... —Me mordí el labio inferior en medio de un esbozo de sonrisa—. ¿De dónde sacas las cosas que dices? ¿En tu tiempo libre eres escritor o algo?

—¿Qué cosas dije? —Matthew se sonrojó de nuevo—. Discúlpame si te incomodé.

Me arrepentí de mi pregunta, no quería hacerlo sentir ridículo, más bien él me parecía muy dulce. No nos conocíamos y era cierto que tal vez yo fuera una especie de crush para él, pero que se atreviera a decir esas cosas para hacerme sentir bien era encantador.

—No. —me apuré a decirle—. En menos de diez minutos me has dicho los mejores halagos que he escuchado jamás, y mira que escucho muchos a diario.

El rostro de Matthew se ruborizó todavía más, incluso sus orejas se pusieron rojas, era demasiado tierno. Desvié la mirada, no quería reírme y que pensara que me burlaba. Me entretuve acomodando el cojín en el respaldar de mi asiento. Tomé una liga para el cabello que llevaba en la muñeca y me lo recogí en una cola suelta. Iba a ponerme los audífonos y dedicarme a escuchar música cuando él volvió a hablar:

—¿Eres fan?

—¿Cómo dices? —Giré hacia él y Matthew señaló el estampado en mi sudadera, en ella se veía el lobo de los Stark—. ¡Oh! ¡Claro! Soy de la casa Stark ¡El rey en el norte! —Dejé escapar una risita— ¿Y tú?

—La casa del Dragón, por supuesto. ¡Sangre y fuego!

—¡Despiadado, cómo debe ser un buen abogado! —Reí con ganas y acompañé mi inesperado buen humor con un gesto de la mano.

Durante el resto del viaje abandoné mi intención de escuchar música. Matthew y yo estuvimos hablando de series y películas, intercambiando opiniones y riendo. Él era un gran cinéfilo y sus opiniones en cuanto a actuaciones me parecían de lo más acertadas. Un instante en el que él reía de uno de mis comentarios políticamente incorrectos, me le quedé mirando. No podía creer que al principio me hubiera dado tan mala impresión y que me pareciera egocéntrico y pedante. Las películas que le gustaban eran dramas con crítica social. Tal vez la mala impresión que me había llevado de él, era yo asumiendo cosas de los demás, como siempre.

A menudo tendía a creer que el resto de las personas me menospreciaban o querían algo de mí.

El tiempo pasó tan rápido en su compañía que me sorprendí cuando la voz del piloto se esparció por la cabina a través de los altavoces, estábamos próximos a aterrizar.

Matthew colocó el asiento en posición vertical y se ató el cinturón. Me mordí el labio inferior debido a una idea repentina. Saqué la mochila del pequeño armario frente a mis pies y busqué en ella una pequeña libretita que había comprado hacía algún tiempo, en la portada tenía un hermoso mandala de colores. Tomé el bolígrafo y escribí una nota en la primera hoja:

«Para Matt Preston, de la casa Stark».

Volví a morderme el labio y se la entregué emocionado. Era un pequeño gesto de agradecimiento por lo que él había hecho. Sin saberlo, tal vez Matthew me había salvado la vida.

—Me gusta coleccionar libretas —le dije y le extendí el cuadernito.

Matthew lo tomó. Tenía expresión de no poder creer lo que estaba sucediendo. Eso me hizo reír, era tan fácil hacerlo con él. Sin querer le rocé la punta de los dedos con los míos.

—¡Gracias! —La voz le salió en un hilo.

Acto seguido, él hurgó en el bolsillo interior de su traje y me extendió una de sus tarjetas de presentación.

—Si algún día necesitas asesoría legal, no dudes en llamarme. Aunque supongo que ya debes tener abogado.

La frase me descolocó por completo. Me sentí igual que si hubiese estado flotando y la burbuja donde viajaba se hubiera roto, dejándome caer entre espinas. Me trajo de regreso a mi realidad. Matthew era abogado y era lo que necesitaba.

—Otro nunca está de más. —Forcé una sonrisa y agarré la tarjeta que guardé en mi bolsillo.

La azafata pasó por el pasillo central y nos indicó que ajustáramos nuestros cinturones. Miré un instante el rostro moreno y atractivo del hombre a mi lado y luego volví la vista al frente para esperar el aterrizaje y con él lo que me esperaba, o más bien el cambio que yo anhelaba. Debía escapar del horror.

Una vez que el avión se detuvo volví a ponerme la gorra hundiéndomela casi hasta los ojos. Cada uno tomó su respectivo bolso de mano y bajamos juntos del avión. Cruzamos el puente hasta el aeropuerto, conversando sobre otros aeropuertos que habíamos visitado y las diferencias con este. Nos detuvimos a esperar el equipaje. Cuando ya no hubo ningún otro motivo para seguir juntos, nos despedimos.

Lo vi rodar la maleta en dirección a la oficina de renta de autos, demasiado consciente de que tenía la tarjeta con su número de teléfono en el bolsillo de mi sudadera.

Solo era cuestión de llamarlo. Podía hacerlo, podía empezar de nuevo y dejar todo lo demás atrás.

Podía hacerme cargo de mi propia vida. Me repetí la frase como un mantra mientras salía a pedir un taxi.

*** 3133 palabras.

*Jelou pipol!! ¿Qué les pareció este primer capítulo? Un poquito largo, pido perdón por eso 🙏

Qué les han parecido nuestros protas Dylan y Matthew?
Aquí les dejo una imágenes que hice con picrew. Por supuesto, pueden imaginar los como deseen.

Matthew

Dylan

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