
Capítulo 14: Grindelwald's.
Un fuerte estruendo se escuchó a las afueras del bosque de la Legión de Oro. El guardia que vigilaba la entrada al antiguo reino se alertó, sin embargo, entró en calma cuando vio a Alex junto a Asgot y Stunt a sus espaldas.
—¡Me encanta ese truco! Debes enseñarme. — dijo Asgot.
—Hay que entrar, rápido. — dijo Stunt. —Alex, sé que es tu hermano pero no deberías tenerle mucha confianza a este imbécil. — añadió después.
—Ya no llores, anciano, no haré nada. — contestó Claud mientras entraba al antiguo reino.
Luego de una pequeña caminata en silencio llegaron hasta la sala real donde aquel grupo de ex soldados los esperaban.
—Todo salió como debía, pudimos distraer a la mayoría pero algunos se nos escaparon…
—Lo bueno es que cumplimos parte de la misión y estamos con vida. Ahora hay que proseguir con la siguiente parte. — contestó Alexander.
—¿Misión? ¿Parte? ¿De qué están hablando? — preguntó Claud.
—Tiene que ponerlo al día, majestad. — dijo uno de los soldados.
—Iremos tras Elig, esta misma noche, debes prepararte. — dijo el rubio a su hermano mientras caminaba hacia una pileta cercana para tomar agua, dándole la espalda.
—Sí, claro, debo prepararme… ¿Crees que es así de sencillo, Alex? Elig es un hombre inteligente, para este punto debe saber que escapé y enviará más hombres a buscarnos.
—¿Y qué? No sabe donde estamos, eso es seguro.
—Llevas a tu gente a morir a una guerra de la cual no tienes ni idea…
—¿No tengo ni idea de qué, Claud? Tal vez es la primera guerra que dirijo pero no la primera que peleo, sé lo que tengo que hacer porque ya he estado en esta situación, seguí por un camino diferente al tuyo y me adapté al mundo real donde pasan cosas peores cada día. ¿Crees que no sé lo que podría pasar? — soltó Alex con algo de rabia.
—Señor Grindelwald…
—¡Perdí a mis tres hermanas en combate, Claud, mis únicas hermanas! Se sacrificaron para salvar a la humanidad y no pude hacer nada para salvarlas así que no me vengas con que no sé lo que significa lo que sea que vaya a pasar, ahórrate tus palabras. — añadió el rubio aún enojado.
Alex bebió de la pileta con enojo mientras los demás a sus espaldas solo guardaban silencio y denotaban incomodidad.
—Tú eres el rey… que pase lo que tenga que pasar entonces. — dijo Claud con un tono más ligero.
—Sabemos el plan a la perfección, majestad, solo esperamos su orden para ponernos en marcha.
El rubio se giró para observar a sus compañeros, estaba decidido.
—Prepárense entonces, partiremos en quince minutos. — ordenó.
Las tropas de Elig se preparaban junto a las de Carvey para atacar en Aquamaris, el ejército era conformado por al menos dos mil hombres.
—Muy bien, señores, conocen su misión…
—Tienen veinticuatro horas para completarla o de lo contrario serán castigados por su mediocridad, si tienen alguna duda o pregunta sobre la misión pueden realizarla ahora que el rey Carvey y yo estamos aquí.
Se hizo un silencio corto, Elig sonrió y luego retomó la palabra.
—Bien, pueden partir ahora mismo, suerte en su misión. — dijo el pelinegro para luego darse la vuelta junto a Carvey.
—Para el anochecer habrán terminado, Aquamaris no tiene tantas tropas hasta donde tengo entendido, el problema es que a mis hombres tal vez les cueste un poco más de trabajo.
—No te preocupes Carvey, junto a mis hombres harán una excelente labor.
Ambos platicaban mientras a sus espaldas se retiraba aquel ejército de personas, sin embargo, después de unos cuantos segundos escucharon como los hombres frenaron en seco y desenfundaron sus espadas y armas.
—¿Qué mierda? — preguntó Carvey.
En el cielo se observaban algunos relámpagos y truenos que caían en las cercanías del reino.
—Es ese hijo de perra… — soltó Elig con rabia.
—Lo siento. ¿Obstruimos el paso? — preguntó Asgot al ejército frente a él junto a unos veinte hombres más a sus espaldas.
—¿Qué harás niño, enfrentarnos? — preguntó el hombre al mando con una risa burlona.
—¡Tengan cuidado, es una distracción! — exclamó Elig a sus hombres mientras corría hacia ellos.
Un poderoso trueno aterrizó sobre los hombres haciendo que cayeran al suelo con gran impacto dejando a algunos inconscientes.
—Así te quería ver. — soltó Alex a Elig quien cayó después de aquel estruendo.
—Cometes un grave error, Grindelwald… este es mi trono. — contestó Elig con una sonrisa.
—No es tuyo lo que decides tomar por querer poder y no para hacer el bien. — dijo una voz a las espaldas del pelinegro. —Ahora entiendo eso… — añadió.
Elig reconoció la voz y comenzó a reír ligeramente.
—Los hermanos Grindelwald están peleando juntos por el trono, eso es maravilloso. — contestó el hombre para después sacar aquella arma con la que había impactado a Alexander hace algunas semanas. — Compartirán el ataúd además de su sangre. — soltó el pelinegro para luego apuntar a Alex y disparar.
El rubio reaccionó rápido y en lugar de contraatacar con su arma lanzó un encantamiento poderoso capaz de repeler aquel disparo.
—La magia es algo incomprensible pero tan útil a la vez. — dijo Alexander.
—No descuides tu espalda. — añadió Claud a la conversación a la vez que dirigía un puñetazo fuerte a Elig el cual logró impactar en su cara.
—¡Vamos conforme el plan! Yo me encargo de estos idiotas. — dijo el rubio a aquellos soldados junto a Asgot mientras el ejército de Elig se ponía de pie.
Los soldados se dirigían al pueblo llamando la atención de los habitantes para sacarlos lo más antes posible.
—¡El lugar está por ser derribado, tenemos que huir! — exclamaba el hombre al mando.
—¿Qué está sucediendo? — preguntó uno de los pueblerinos.
—Siga a mi compañero si quiere quedar con vida. ¡Vamos, ahora!
Claud tenía una reñida batalla contra Elig pues el peligris aún se encontraba dolido por la traición de su mejor amigo. Mientras tanto, Alexander peleaba contra más de quinientos hombres y Carvey, el rey de Gorheim, al mismo tiempo.
El rubio combinaba sus habilidades mágicas con ataques de sus armas y golpes lo que hacía más fácil el combate.
Asgot se había separado de los soldados para ayudar a los habitantes a llegar al pueblo antiguo de La Legión de Oro, los dejaba en la entrada donde Stunt se encargaba de guiarlos.
—¡Hay civiles huyendo, ahí están! — exclamó uno de los soldados de Elig que huyó al bosque junto a un par de hombres.
Rápidamente Asgot sacó su arco y derribó a los hombres fácilmente con sus flechas.
—No faltan muchos habitantes por venir pero estos idiotas descubrieron la entrada… me quedaré a cuidar.
—No, joven Asgot, tienes que traer a los demás. — dijo Stunt. — No te preocupes por mí, puedo cuidarme solo.
Tras sus palabras, Stunt desenfundó una espada delgada pero filosa de su espalda, listo para el combate.
Asgot sonrió y sin dudar una vez más volvió al reino de Elig para ayudar con los pueblerinos.
—¡Olvidaste que entrenamos juntos, Claud! Conozco todos tus movimientos. — dijo Elig a su rival.
El peligris lo ignoró y siguió lanzando golpes a diestra y siniestra hacia el pelinegro.
Elig aprovechó una guardia baja de Claud e impactó unos cuantos golpes al peligris en su cara lo cual hizo retroceder al hombre.
—¿Eso es todo lo que tienes, imbécil? — cuestionó Claud.
Alex había derrotado a la mayoría de los soldados de Elig pero el rey Carvey aún seguía de pie batallando. El rubio lo envió al suelo una quinta vez con un fuerte golpe y una vez ahí puso su pie sobre su pecho para retenerlo.
—Ya quédate ahí maldita sea. —dijo Alex.
—Ya me estás cansando con tu mierda de héroe. — contestó Carvey a quien se le tornaron los ojos de un color naranja intenso.
El sujeto se encendió totalmente en llamas, para suerte del rubio logró sacar su pie de su pecho antes de que pudiera quemarse de gravedad.
—Ya era hora, comenzaba a aburrirme… ¡Partis Temporus! — dijo Alexander mientras se rodeaba con la varita para crear un aura de agua a su alrededor.
Corvey lanzaba llamaradas a Alex quien las esquivaba fácilmente, su contraataque fue sencillo, tomó su varita y lanzó un fuerte chorro de agua hacia su oponente lanzandolo por sexta vez al suelo.
El rubio se acercó hasta Corvey y después de siete puñetazos fuertes en su rostro quedó inconsciente.
—Puedes controlar el fuego pero no eres James Sawyer, así que no puedes seguir todo el día. — dijo Alexander mientras sonreía.
Claud le brindaba una paliza a Elig, el peligris había sacado toda su rabia, enojo y frustración contra su oponente quien comenzaba a sangrar por la nariz.
—Rindete, entrega el trono, aún estás a tiempo.
—Sigues teniendo piedad por mí a pesar de que te apuñalé por la espalda. ¿No es así? — preguntó Elig en el suelo.
Claud se acercó lentamente y se agachó.
—Rindete o prometo que te estrellaré la cabeza contra el frío suelo de piedra.
Elig comenzó a reír, sin decir palabra alguna, era quizá la primera vez que sería derrotado en un largo tiempo.
Claud preparó su último golpe, levantó su mano para tomar impulso e impactar en la frente del pelinegro pero antes de llegar a su cara sintió un fuerte dolor en su brazo seguido de un ardor.
—Deberías saber que siempre tengo un plan para todo… — dijo el hombre quien había clavado su espada en el brazo de Claud, con un rápido movimiento sacó el arma filosa y le arrancó por completo el brazo al peligris.
—¡Claud! — exclamó Alex lanzando un fuerte trueno, quizá el más poderoso alguna vez forjado, hacia Elig, sin embargo, el pelinegro disparó aquella arma de nuevo y en cuestión de segundos el trueno se disipó.
Alexander se abalanzó sobre Elig pero recibió el impacto de aquella arma en su cara y lo envió a volar por los aires totalmente inconsciente.
El pelinegro observaba a Claud en el suelo, de rodillas, impactado por su recién herida, rápidamente Elig pateó su cara y lo envió a la lona.
—No debiste escapar, Claud… ni mucho menos venir, vas a morir esta noche y será culpa de tu propia familia. Un padre que no te quiso y un hermano que te usó como carnada…
El pelinegro seguía brindando patadas a Claud en el suelo, su herida no sangraba puesto a que fue cauterizada por la espada de Elig la cual tenía la habilidad de cambiar su temperatura, sin embargo, el dolor que sentía era terrible.
Alex se encontraba inconsciente en el suelo, no escuchaba nada a su alrededor pero podía ver una imagen totalmente en blanco.
—¡Levántate, tienes que patearle el trasero! — escuchó el rubio a la distancia.
—Vamos hermano, hazlo como en los viejos tiempos.
El rubio abrió los ojos pero no se encontraba en el reino de La Legión de Oro sino más bien en un campo floreado con pasto verde.
—¿Necesitas ayuda? — preguntó una voz femenina a sus espaldas.
El chico giró su cabeza para ver a su hermana mayor, Wilsa, detrás de él.
—¿Wil? — preguntó para luego ponerse de pie rápidamente.
—Por si te lo preguntas, no, no estás muerto… — dijo otra voz que el rubio reconoció pues se trataba de Minerva.
—... Aunque casi, recibiste un golpe realmente fuerte. — añadió una última voz femenina, su hermana Estefania.
—Yo… no sé que debo hacer. — dijo el rubio mientras tomaba la mano de su hermana mayor. —No hay un minuto que no piense en ustedes y en lo que pasó… tal vez pude hacer más para salvarlas.
—No tienes que echarte las culpas de lo sucedido, hijo. — dijo otra voz, esta vez de un hombre anciano.
Su padre, el rey Stephen, se acercó hasta donde estaba su hijo, caminando lenta y pasivamente.
—¿Padre?
—No estás solo, hermanito. Lo que nos sucedió a nosotras no fue tu culpa, ni de nadie, yo decidí lo que sucedió conmigo. — dijo Minerva.
—Los sacrificios que se hicieron te convirtieron en lo que eres ahora pero también puedes escoger. — añadió Wilsa.
—¿Te quedas con nosotros para recordar viejos momentos… — comentó Estefania.
—¿... O vuelves para ser el rey que La Legión necesita? — siguió Stephen.
—No me lo tomes a mal pero aquí donde estamos ahora, nos encontramos de maravilla. Incluso allá tienes un hermano que te necesita, un pueblo que necesita un rey apto, como tú. — dijo Wilsa.
El rubio se quedó pensativo mientras miraba al suelo.
—Padre, la profecía dice que debo…
—Sé lo que tienes que hacer y lo entiendo.
El rubio asintió con su cabeza y luego giró su vista hacia atrás.
—Haré lo que sea necesario entonces, de verdad que los extraño a to… — no terminó su frase pues al girar su cabeza de nuevo al frente se encontraba solo.
Claud estaba medio moribundo en el suelo mientras Elig aún lo sometía con su pie sobre su cabeza.
—Te dije que no estabas apto para esto, Claud… Debiste escucharme.
El pelinegro comenzó a aplastar la cabeza de Claud con más fuerza mientras el peligris daba algunos gritos de dolor.
—¡Suéltalo idiota! — exclamó una voz.
Asgot apuntaba con su arco a Elig preparado para incrustar una flecha en su cabeza.
—Niño… no sabes lo que haces. — contestó el pelinegro con una sonrisa.
Se apartó de Claud y comenzó a caminar hacia Asgot quien no dudó en disparar una flecha que se incrustó en el pecho del pelinegro.
—¡Quieto o la siguiente irá a tu cabeza! — gritó el joven.
Carvey apareció a las espaldas de Asgot y en un rápido movimiento le arrebató el arco y lo lanzó al suelo.
—¡Carajo! ¿Dónde diablos estabas? — preguntó Elig mientras sacaba la flecha de su cuerpo.
El hombre cargaba con una armadura en su cuerpo lo cual evitó que la flecha lo hiriera.
—Maldito niño entrometido, sabía que habría un momento donde nos encontraríamos de nuevo. — dijo Carvey para después lanzarle una patada al joven en su estómago.
Elig le apuntó con aquella arma poderosa.
—El lado bueno es que no sentirás dolor después de esto. — soltó el pelinegro para luego disparar.
El proyectil salió del arma con rapidez pero no impactó a Asgot sino a aquella hacha de combate de Alexander.
—¡Mierda! — exclamó Elig.
En un rápido e inesperado movimiento, Alexander envió al pelinegro al suelo con una fuerte y exagerada patada en su cara.
Carvey intentó atacar a Alex pero Claud se interpuso y con su único brazo golpeó varias veces al hombre en la cara.
—Esa no es tu pelea idiota. — dijo el peligris a Carvey comenzando una pelea entre ambos.
—Ya es suficiente Elig, entregarás la corona. — dijo Alexander al hombre en el suelo.
—Sobre mí cadáver. — soltó el pelinegro quien se puso de pie rápidamente desenfundando su espada para atacar al rubio.
Asgot se levantó lentamente y se alejó un poco de la escena, sacó algo diminuto de su bolsillo y luego observó la pelea.
—¡Aún no, espera! — exclamó Claud al joven.
El peligris se distrajo y recibió un golpe de Carvey que lo envió al suelo.
Alex dejó a Elig por el suelo fácilmente para ir a ayudar a su hermano, se abalanzó sobre Carvey quien lanzó una potente llamarada para asesinar al peligris, sin embargo, el rubio anticipó la acción y agarró a Carvey del brazo, desapareció del lugar.
—¡Ahora Asgot, ahora! — exclamó Claud.
El joven tomó aquel objeto diminuto y lo lanzó por los aires con gran fuerza.
Alexander volvió a aparecer en el reino con Carvey quien expulsó aquella llamarada la cual tocó con éxito aquel objeto que Asgot había lanzado.
Aquel objeto creció de forma descomunal convirtiéndose en aquella criatura que Alexander había enfrentado hace un par de días, con su espada en mano amenazaba a los hombres que se encontraban en el lugar.
—Wow… — susurró Asgot para sí mismo.
—¡El Distrugere! — exclamó Carvey.
Alex corrió con Claud para ayudarlo a levantarse.
—Asgot, llévatelo. — ordenó el rubio al joven pelinegro.
—¿Qué crees que estás haciendo? No me iré sin ti. — contestó Claud.
—¡No voy a perder a otro hermano, Claud! Entiende eso.
Claud se las arregló para soltarse del agarre de Asgot y caminó hasta donde estaba Alex.
—Voy a quedarme, por ti y por nuestro padre… voy a pelear por los Grindelwald. — dijo el hombre.
Carvey intentaba controlar a la bestia de fuego mientras Elig se rendía en batalla contra los hermanos Grindelwald.
—¡No van a arrebatarme lo que conseguí! — exclamó Elig con rabia mientras atacaba a los hombres.
Sin embargo, los dos hermanos eran más que buenos peleando juntos y con un par de golpes dejaron a Elig fuera de combate en el suelo.
—¿Qué se supone que haremos ahora? — preguntó Claud.
—Tómalo de su brazo. — dijo Alexander mientras tomaba de su pierna a Elig.
Claud lo tomó del brazo y combinando la fuerza de ambos lanzaron al pelinegro por los aires.
Elig chocó contra Carvey y ambos cayeron al suelo mientras de fondo el Distrugere destruía el reino de La Legión de Oro.
—¡Está destruyendo todo! — exclamó Asgot detrás de los hermanos Grindelwald.
—La profecía dice que uno de los hermanos gobernará y el otro destruirá el reino… — dijo Alex.
—Pero la profecía no estaba completa.
—La conseguí, Claud. Tú gobernaste un tiempo y a mí me tocó destruir La Legión de Oro, cumplimos la profecía.
La conversación fue interrumpida por una fuerte explosión que causó el Distrugere al clavar su gran espada en el suelo.
—¡No quiero ser maleducado pero deberíamos irnos! — soltó Asgot.
—¡Las manos, ahora! — exclamó Alexander. —Bueno, tú mano… lo siento, no me acostumbro.
Claud hizo una mueca y luego sonrió.
Asgot se acercó e hizo caso a la orden de Alex, el trío desapareció en un fuerte estruendo.
—¡No voy a morir aquí! — exclamó Elig poniéndose de pie.
Sin embargo, segundos después de levantarse sonó una explosión sumamente grande.
Alex, Asgot y Claud aparecieron en la antigua Legión de Oro donde esperaba Stunt junto a los ex soldados que participaron en la misión, además de todos los habitantes del pueblo.
—¡Llegó el rey Alexander! — exclamó un hombre del pueblo.
Todos comenzaron a aplaudir pero la celebración no duró mucho pues apreciaron la explosión a unos kilómetros del lugar.
—¡Es poderosa, arrasará con este pueblo también! — exclamó Stunt con preocupación.
—No mientras yo esté. — dijo el rubio quien empuñó su varita con fuerza y lanzó un encantamiento protector tan poderoso que evitó que la onda expansiva de la explosión afectara el pueblo.
La onda expansiva pasó y el encantamiento de Alexander se desvaneció, a sus espaldas se escucharon gritos de alegría y aplausos de fondo.
El rubio había salvado a su pueblo pero estaba exhausto, bajó su varita lentamente y sin conciencia se dejó caer hacia atrás totalmente desmayado. Stunt logró atraparlo junto a Asgot y lo recostaron en el suelo
—¿Estará bien? — preguntó Asgot.
—Sí, sí, sólo está débil… — contestó Stunt.
Claud miró a su hermano en el suelo y al cabo de unos segundos dio una sonrisa de orgullo por él.
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