—Tengo todo, pero no me tengo a mí.

A veces, es como si vivieras en piloto automático, ¿no? Cuando la ansiedad y la depresión comienzan a apoderarse de ti, caes en un pozo profundo y oscuro del que parece imposible salir. Todo se vuelve una rutina vacía, los días pasan uno tras otro, pero no logras sentirlos de verdad. Es como si estuvieras atrapado en una realidad distante, donde todo ocurre sin que realmente estés presente.

Puedes sentir que tienes absolutamente todo en la vida pero falta algo, algo esencial, algo importante, faltas tú, tú misma.

—Otra noche larga sin ti, te tengo, pero no aquí.

Me faltaba yo misma. Me sentía rota, como si ya no pudiera más, como si todo lo que era se desmoronara. Pero también me faltabas tú. Me falta tu risa, ese sonido que antes iluminaba mis días, me falta el eco de tu voz en mis pensamientos. Tus bromas que me hacían olvidar todo lo demás, y esos abrazos que me daban el consuelo que ahora busco en el vacío.

—Tercera noche que le hablo a mí ventana, tercera durmiendo con la misma pijama.

Miraba la ventana, esperando verte aparecer, como si tu presencia pudiera calmar el vacío que llevaba dentro. Estaba en pijama, me acuerdo que hacía mucho frío, pero no me quitaba la capucha, como si eso pudiera protegerme del mundo. Las personas me preguntaban cómo estaba, pero mentía, sonriendo sin sentirlo, porque en el fondo no quería que nadie supiera lo rota que me sentía por dentro.

—Hice un álbum de momentos que quiero vivir.

Hice un cuaderno lleno de sueños y metas, de momentos que imaginaba viviendo, de cosas que debía haber logrado, pero aún no llegan. No llegan, y cada día siento que estoy a punto de huir, de dejarlo todo atrás. Siento que el tiempo se me acaba, que los días pasan y no avanzo. Cada página que pasaba de ese cuaderno se volvía un recordatorio de lo que aún me falta, de lo que nunca se cumplió. Y en lo más profundo, siento que ya es el fin, como si ya no hubiera más camino por recorrer.

—Tercera noche.