6 ࣭⭑𓄹 I visit New York ⸒࣪
﹐ ✦ 𝄒 𝐆𝐑𝐄𝐄𝐊 𝐓𝐑𝐀𝐆𝐄𝐃𝐘 ⊹ ☀️ ₊ ⋆
┇ act three, chapter six ¡!
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Atenea tenía sus manos entrecruzadas bajo su barbilla. Sus ojos grises pasaron por cada uno de nosotros, y luego se fijaron en el centro de la mesa.
Estábamos en mi templo, sentados en una mesa mientras que Calíope tocaba algo de música.
—¿Y? —le preguntó Eros. Atenea suspiró.
—Estoy pensando a cual de ustedes matar primero —respondió.
—Si la idea es matarnos del aburrimiento, lo haces en cada reunión del Consejo —dije. Atenea se paró y me dio una palmada atrás del cuello.
—Idiota. Eres igual a papá —escupió.
—Es el peor insulto que alguien me ha dicho —dije.
—No solo falsificas la identidad de un dios, sino que enamoras a una chica con esa identidad.
—Pero...
—Vas a romperle el corazón. La niña ya ha pasado por tanto que esto es innecesario —gruñó.
Bajé la cabeza.
—Ni siquiera puedo acercarme por la culpa de este estúpido —señalé a Eros.
—¿Qué deberíamos hacer, Atenea? —preguntó Artemisa. La diosa de la sabiduría suspiró.
—No sé. Pero Hebe me dijo que Hera pretende sacar a Íker del camino de Ares.
—Te lo dije —acotó Eros.
Me levanté de la mesa y y pateé la silla. Calíope dejó de tocar inmediatamente.
—¿Por qué tengo tan malas ideas? —murmuré.
—No es tu culpa, hermano. Bueno, no del todo —me dijo Artemisa, palmeando mi espalda.
Yo sabía que no merecía nada. No estaba destinado a ser amado por una compañera como ella. Pero tenía que intentarlo.
—Eh, puedo hablar con mamá. Tal vez se le ocurra algo —dijo Eros de pronto. Los tres volteamos a verlo.
—¿Me estás...ayudando? —cuestioné con una mirada acusatoria.
—No. Lo hago por Kai, porque ya ha sufrido mucho, y porque admito que parte de esto ha sido mi culpa. Pero te sigo odiando —aclaró. Me encogí de hombros. Todo podría servir.
—¿Tanto la quieres? —cuestionó Atenea. Ante de poder abrir mi boca, mi pesada gemela me interrumpió.
—¿Tú no sabes en lo que gastado su tiempo últimamente? —preguntó Artemisa. Atenea negó con la cabeza.
—Cállate —le dije de manera clara. Ella rio.
—Yo quiero saber —pidió Eros.
—Se los muestras y me vengaré, Artemisa —gruñí. Ella solo sonrió y negó con la cabeza.
—Tendrán que quedarse con la duda —dijo. Me sentí aliviado: si Eros lo hubiera visto, me habría molestado hasta el final de los tiempos.
—Bueno, creo que me retirare. Mañana te comunicaré lo que deberías hacer, Apolo. Y te insisto en que por favor que, hagas lo que hagas, intenta herirla lo menos posible. No quiero más tragedias griegas que recordar —me pidió Atenea, dándome un suave apretón de aliento en el hombro antes de salir de la habitación.
—Yo me largo también. Suerte —dijo Eros, y comenzó a caminar hacia el balcón. En un momento se detuvo y volteó a verme —. Lamento esa flecha, Apolo.
Acto seguido, se sentó en la barandilla de mi balcón y se dejó caer hacia atrás. Volteé a mirar a mi hermana.
—Descansa, Apolo —dijo suavemente, y depositó un beso en mi mejilla.
—Tú también, hermanita —respondí. Ella sonrió un poco y se fue por la puerta —. Calíope, puedes retirarte tú también.
—¿Está seguro, mi señor?
—Sí. Ve a tus aposentos —ordené con más fuerza. Ella me hizo una reverencia y salió. Cuando me quedé solo, me tiré en la cama y me quedé inmóvil, pensando.
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Estaba abrazada a la almohada. No sabía que hora era, pero ya no oía música estridente ni carcajadas desde mis aposentos. No podía dejar de pensar en Silena, en el brazalete, en Luke...
De pronto la idea de la fiesta se volvió surreal para mi. Estábamos enfrentando un peligro inminente, y los dioses estaban bailando salsa. No era extraño que Luke y algunos otros mestizos tomaran la desición de pasarse de bando.
Alguien tocó la puerta.
—¿Kai? Soy yo, Clarisse.
—Pasa.
La puerta se abrió y la luz entró al cuarto. La silueta de Clarisse entró a través de ella y cerró la puerta con su pie.
—¿Qué te pasa? ¿Qué haces aquí?
—Necesito decirte algo —dije, sentándome en la cama.
—¿Tiene que ser en la penumbra?
Suspiré, pero me estiré hacia la pared y tiré de la cadena que encendía una lámpara antigua. Ella se acercó y se sentó en el borde de la cama.
—Bien...dime.
—¿Recuerdas lo que pasó el verano pasado?
—Claro, como olvidarlo. Tuve que aguantar a dos llorones yo sola —murmuró, pensando en los momentos que había pasado a solas con Eros y Adonis.
—En el primer sueño que tuve con Apolo, Luke estaba jugando con un brazalete de amuletos. Y acabo de ver a Silena con el mismo brazalete —expliqué. Clarisse alzó ambas cejas.
—¿Estás segura de que es el mismo?
—Sí, mismo color y mismos amuletos —le aseguré. La hija de Ares se recostó en la cama, pasando sus manos por su cabello.
—Siento que la guerra está cerca.
—Yo también —le respondí —. No parecen muy preocupados —murmuré, mirando por la ventana como la fiesta seguía, aunque mucho más tranquila.
—No te creas. Mi abuelo y mi padre están muy preocupados. Pero no pueden detener a Afrodita. No por nada es una olímpica —me dijo Clarisse.
—¿Crees que Silena pueda tener algo que ver con Luke? —cuestioné. Clarisse se quedó en silencio.
—No creo. No la veo trabajando con Cronos. Es muy pura para ello —respondió.
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Pasé un mes entero como una hora de sueño. Algunos días mi padre pasó a verme. Pero esta mañana había despertado con un poderoso dolor de cabeza. Había soñado con ese lugar húmedo, oscuro y ácido, pero esta vez, en vez de carme, dos paredes húmedas y viscosas me apretaron lo suficiente como para despertarme antes de lo peor. Desayuné y me hice vestir con ropa humana.
—Afrodita —la llamé cuando entré al salón dónde salía desayunar.
—¡Ah, Kai! Pasa querida, ¿quieres té? —preguntó, señalando la silla para que me sentara.
—Oh, no, muchas gracias. En realidad quería pedir el día libre. Quiero ir al mundo humano, necesito un respiro —expliqué. La diosa me miró fijamente, pero al final suspiró.
—Después de una noche como la de ayer es entendible. Ve querida, pero te quiero devuelta antes de que anochezca —me indicó.
—Gracias —sonreí.
Así era como unos minutos después salía de un callejón en la calle principal de Nueva York. Me ajusté la bufanda roja al cuello y me mezclé en la multitud. Hacía mucho frío a diferencia del Olimpo. La gente avanzaba empujándose unos a otros. Los ejecutivos estaban al teléfono, las chicas ricas se golpeaban accidentalmente con sus bolsas de Dior y Victoria's Secret, y los taxistas tocaban la bocina furiosamente para poder pasar. Y después estaban los simples mortales como yo, que querían llegar al café enfrente del Central Park.
Entré al local con un sonido de campana. Me acerqué a la caja, sorprendemente vacía, y pedí un latte de caramelo y un sándwich tostado de jamón y queso. Me senté en la barra y esperé pacientemente mi pedido.
Mi mente iba de un lugar a otro. Las pesadillas eran terribles, no tenían sentido y cada vez me daban más miedo. Más que nada aquella Syl, esa persona que no conocía pero que me desgarraba la garganta cada vez que mencionaba su nombre.
También pensé en Íker, y todo lo que pasó aquella noche con él. Cómo habíamos estado tan cerca de besarnos, como yo lo había arruinado y cómo él se había ido. Y como ninguno de los dos había vuelto a contactar con el otro.
Y Silena había pedido volver al mundo humano. Estaba preocupada por ella, pero había decidido no molestarla durante su tiemo libre. Se suponía que hoy por la tarde volvería al Olimpo. Clarisse también había bajado hoy porque tendría una reunión con el Consejo.
—¿Puedo sentarme? —preguntó una voz masculina detrás mío. Asentí y seguí pensando en silencio. En mi campo visual entraron unas manos ligeramente bronceadas, sosteniendo mi latte de caramelo y un plato con el sándwich tostado. Giré mi cabeza y me encontré con Íker.
—No esperaba verte —dije, recibiendo la comida. Él sonrió, apenado, y se rascó la parte posterior de su cuello.
—Lo sé, perdóname. El Olimpo está comenzando a tener conflictos internos, y no tuve tanto tiempo como esperaba. Con las constantes reuniones del Consejo y...
—Pensé que los dioses menores no iban al Consejo —lo interrumpí. Íker asintió.
—Y es totalmente cierto. Pero mi padre planea liberar su puesto una vez que derrotemos al titán del tiempo y bueno, quiere que aprenda el oficio familiar —explicó el castaño, atando su cabello, un poco más largo que antes, en una pequeña colita.
—¿Sentarte en el trono a burlarte del resto y rodar los ojos cada que te piden algo? —pregunté. El dios rio, asintiendo.
—Es la mejor descripción de mi futuro empleo. Lamento no haberte llamado, no hay excusa para eso.
—Descuida. Necesitaba este tiempo para pensar —afirmé.
—Mi madre casi me mata cuando le dije que no había contactado contigo —confesó. Me sorprendí ante la confesión.
—¿Ariadna? —pregunté. Íker frunció el ceño, parecía confundido. Pronto sacudió la cabeza, recordando algo y asintió.
—Sí, mi madre —afirmó. Sonrió y le dio un trago a su propio vaso de café —¿Qué vas a hacer aquí?
—Visitaré al orfanato que amadriné este año. Hice una gran donación para que los niños tuvieran un regalo bonito en Navidad. Quiero ver cómo están. Después pasearé por Nueva York —le dije.
—¿Puedo ir contigo?
—¿Quieres venir? —cuestioné.
—Amo ver a los niños felices —respondió. No pude evitar sonreír y asentir con la cabeza.
Cuando terminamos nuestros desayunos, Íker me llevó en su Lamborghini negro (sí, tiene un Lamborghini negro) hasta el orfanato. Subimos los escalones que nos separaban de la puerta y toqué el timbre.
Un niño pequeño nos abrió.
—¿Vienen a adoptar un niño? —preguntó, con un brillito de esperanza en los ojos. Se me hizo un nudo en la garganta.
—Venimos a ver a la celadora Gomez, pequeño —susurré. Él asintió y nos dejó pasar. Adentro, todo parecía una casa victoriana, pero pobre. El niño se fue a buscar a la celadora, mientras que algunas niñas jugaban con sus muñecas en la sala. Me acerqué a ellas y me agaché.
—¿Cómo están? —pregunté. Las tres niñas levantaron la cabeza.
—Bien —respondió una niña, desanimada.
—¿Santa les trajo regalos?
—Sí, lo mismo de cada año, muñecas y pelotas —murmuró otra niña. Me quedé helada. ¿Muñecas y pelotas?
—No suenes tan desagradecida, Morgan —susurró la tercera niña.
—¡Señorita Brown! —me llamó la celadora Gomez, bajando las escaleras. Me acerqué a la cuarentona de cara y voz aún más dulces.
—Las niñas me han dicho que recibieron pelotas y muñecas. ¿Qué pasó con el dinero que les envié? —le pregunté, preocupada. La celadora Gomez suspiró, apenada.
—La oficina del Gobierno retuvo la mayor parte para reparaciones generales. No pude hacer nada, y con lo que quedó solo pude comprar eso —me explicó —. Los niños estaban muy tristes. Realmente lo siento, señorita Brown.
Sentí la mano de Íker acariciar mí espalda, en señal de consuelo. Asentí con la cabeza y salimos del edificio.
—Creí que tendrían una buena Navidad —susurré. Íker se apoyó contra el Lamborghini. Si yo fuese un poco más débil, me habría echado a llorar de la rabia ahí mismo. El castaño pareció notar eso, porque rápidamente abrió la puerta del Lamborghini, invitándome a entrar.
—Sube, tengo una idea —susurró. Me metí al auto, interesada. Él subió del otro lado y encendió el motor para calentar el vehículo.
—¿Qué pensaste?
—¿Tienes ganas de ir de compras? —me preguntó.
—Con este humor, no.
—Escucha. Vamos al centro comercial y compramos los regalos, y se los llevamos —propuso. Mi rostro se iluminó de golpe.
—¿Vendrías de compras conmigo? —pregunté. Él asintió.
—Será divertido. Amo ir de compras —me aseguró.
—¡Gracias! —exclamé, emocionada. Me acerqué a él y enganché mis brazos en su cuello. Él rio un poco y me abrazó de vuelta.
—Nada que agradecer. Vamos —murmuró él, comenzando a conducir.
Primero tuvimos que ir a mi casa a buscar la lista de regalos. Eso nos tomó cinco minutos. Después condujimos al centro comercial más grande de Nueva York, Hudson Yards. Cuando Íker encontró un estacionamiento, intenté meterse. Las ruedas arrollaron algo que hizo al vehículo saltar, y escuché un quejido de una niña en el fondo del Lamborghini.
—¿Oíste eso? —pregunté, mirando a Íker. El castaño asintió.
—Sí...espera que estaciono —pidió. Así lo hizo, y rápidamente bajamos del auto. Habíamos pasado por un levantamiento del pavimento. Pero no había niña ahí afuera. Fue entonces cuando escuché unos golpes en la cajuela del auto. Íker también los escucho, por lo que abrió. Mi boca se abrió al encontrar a dos niños, un niño y una niña, escondidos ahí. Tenían el uniforme gris y blanco del orfanato. Inmediatamente reconocí al niño como el que nos había abierto la puerta.
—¡Ay, no! —se quejó la niña, que no debía tener más de siete años. El niño era más grande, como de diez.
—Si te hubieras callado, no nos habrían descubierto —le recriminó a la pequeña.
—¡No nos lleven con la policía! —comenzó a sollozar la pequeña. Algunos curiosos que pasaban por ahí nos miraban, extrañados.
—Shh, shh, no llores, por favor —le pedí a la pequeña, tomándola en mis brazos.
—Jovencito, ¿quiénes son y qué hacen aquí? —preguntó Íker, cruzado de brazos.
—Soy Tommy, y ella es mi hermana menor, Emma —explicó el niño —. Queríamos salir del orfanato, y nos metimos en su auto, señor.
—¿Por qué querrían escapar? ¿Los tratan mal? —pregunté, preocupada.
—No, la celadora Gomez nos trata bien. El problema es que hay un monstruo en el orfanato —susurró el niño. Fruncí el ceño. ¿Un monstruo?
—¿Ah, sí? ¿Y cómo es ese monstruo? —preguntó Íker, casi por echarse a reír.
—Es una mujer muy fea y con alas. Dice que nos va a comer a nosotros los mestizos.
Mis alarmas se dispararon todas a la vez.
—¿Mestizos?
—Sí. Debe ser por nuestro color de piel —susurró el niño trigueño. Íker me miraba tan preocupado como yo.
—Creo que será mejor hablarlo adentro —murmuré.
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AZU'S SPACE 𓂃 🧸
1. Dato de color: si el separador tiene un tridente es porque narra Kailani, y si es un Sol, es porque narra Apolo.
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