4 ࣭⭑𓄹 who is this greek god? ⸒࣪
﹐ ✦ 𝄒 𝐆𝐑𝐄𝐄𝐊 𝐓𝐑𝐀𝐆𝐄𝐃𝐘 ⊹ ☀️ ₊ ⋆
┇ act three, chapter four ¡!
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—Clarisse, deja de intentar acuchillar al mantelito —pidió Afrodita. La semidiosa estaba furiosa. Se había despertado de mal humor, y les gritó a las ninfas que querían vestirla. Pero de nada había servido, porque llegó envuelta en rojo y blanco, y con el cabello apretado en dos trenzas con lazos rojos. A su lado estaba Silena, vestida de rosa floral. Afrodita estaba más hermosa que nunca, vestida de rosa claro y brillantes en su túnica. Hefesto vestía naranja y blanco —. Ahora, presta atención tú también, querido. Puede servirte.
Me removí incómoda en mi asiento. Mi cabello tenía aluminio por todas partes. Sentía que en cualquier momento mis cabellos caerían y quedaría calva. Pero Afrodita me había prohibido tocarme el tratamiento.
—Ahora, a su izquierda van a tener los tenedores, el plato para el pan y el untador para la mantequilla. A la derecha tienen el cuchillo, la cuchara, la servilleta y las copas. Las copas tienes usos específicos...
«¿Copas? ¿En plural? ¿Para qué tantas copas si con una es suficiente?» me pregunté, aplastándome en mi silla.
—...los cubiertos del postres, Kailani, siéntate bien, estarán enfrente del plato —me acomodé en mi asiento y escuché las mil reglas de Afrodita mientras que un par de ninfas comenzaba a lavar mi cabello en un cuenco con jabón de flores.
—Por favor, clávame el cuchillo de la mantequilla —me susurró Clarisse. Me encogí de hombros, expresando algo así como “si yo caigo, te arrastro conmigo”.
—Y por último: no coqueteo con los dioses, no asesino mantelitos, no robo los cubiertos y no me aplasto en la silla —dijo, señalando a Silena, a Clarisse, a Hefesto y a mí respectivamente. Todos asentimos con la misma depresión.
—Solo es un almuerzo familiar, ¿verdad? —preguntó Hefesto, con la ilusión de poder volver a su taller lo más pronto posible.
—No, nos quedamos hasta la tarde, y no me insistas en volver antes porque no pasará —recalcó la diosa. Hefesto se deprimió, arrugando su rostro.
—¿Cómo va el cabello de Kailani? —preguntó Silena. Las ninfas trabajaban con mi cabello misteriosamente seco después de haberlo lavado.
—Ya casi está listo —aseguró una de ellas, tironeando de este. Por un momento temí que me estuvieran haciendo uno de esos peinados tirantes que les hacen a las niñas pequeñas, y que causan dolor con el tiempo, y a largo plazo te quedas calva.
—Repasemos, las copas de adentro para afuera son de agua, vino y néctar. No juego con los utensilios, no desacomodo la mesa y no me...
—...refriego la servilleta contra la cara —completamos los cuatro al unisono.
—Espero que se acuerden en la mesa de Ariadna. No toleraré una falta.
—No seas tan dura, mamá —la voz de Eros hizo presencia. Iba del brazo con Psique, igual de deslumbrante que siempre —. Lo harán de maravilla.
—Te sienta muy bien tu nuevo color de cabello, Kailani —me halago Psique. Le sonreí como agradecimiento.
—Bueno, creo que estamos todos los que salimos desde aquí. Es hora de irnos...Hefesto, tu túnica esta manchada con grasa. Creo que nos retrasaremos un poco —se afligió la diosa, apretando su puente nasal entre el dedo índice y el pulgar.
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𝐀𝐏𝐎𝐋𝐎
—Levanta tu apestoso trasero de ese trono y ve a bañarte —pidió Artemisa por quinta vez durante este día —. Nunca había conocido a dios que apestara.
—Es el reflejo de mi alma —contesté. Artemisa gritó de la ira.
—¡Deja de jugar al poeta torturado! No me hagas bañarte, Apolo D'Olympus. Ya te vi desnudo una vez, puedo volver a pasar por la misma pesadilla —me dijo, golpeando mi cabeza con su dedo índice. Sin embargo, con mi cabeza apoyada en mi mano, y mi codo apoyado en el apoyabrazos de mi trono, ignoré a mi hermanita.
—No voy a ir, Artemisa, y se acabó. Ella va estar ahí —respondí.
—¿Qué te ha hecho esta chica? ¡Apenas puedo reconocerte!
—Mírame, Artemisa. Soy horrible, mi cabello está grasiento y tengo pancita. ¿Qué chica hermosa de veinte años se fijaría en un viejo como yo? —pregunté. Artemisa se quedó pensando que responderme.
—Tal vez a ella no le importe el físico —me alentó.
—No le importa el físico. Lo que a ella le molesta es que yo sea yo —respondí —¿No viste como me pateó mi hombría en el mercado?
Artemisa se puso roja. No por pudor o pena, se ponía roja porque se estaba ahogando con una gran carcajada.
—Ya Apolo. No puedes vivir encadenado a una mujer. Hay cosas más importantes que el amor —me dijo, apoyando su mano en mi hombro —. Mamá está muy preocupada por ti.
—Dile que estoy mejor que nunca.
—Sabes que no me va a creer —Artemisa me observó con esa mirada glacial que le daba a sus enemigos antes de matarlos —¿Entones no vienes al cumpleaños de Ariadna?
—Ahí tienes tu respuesta —escupí. La diosa suspiró y se dirigió a la salida. Antes de salir de la sala del trono, volteó a verme.
—Extraño a mi hermanito —murmuró. Esas palabras me encogieron el corazón. Ella se retiró y me quedé solo, aplastado en mi trono.
Bueno, solo no.
—Anímese, mi señor —Calíope, la que había sido mi amante, musa favorita y madre de algunos de mis hijos, se había acercado a mi y había puesto sus manos, habilidosas con la lira, en mis hombros. Comenzó a masajearme, y cerré mis ojos para imaginar que era ella quién me tocaba —. Vaya a la fiesta. Lo acompañaré.
—No, Calíope. Ya lo he decidido —respondí —. Pero me gustaría que me hagas un favor.
—Lo que sea por usted —respondió, bajando sus manos a mi pecho.
—Traeme vino con néctar —la diosa se apartó al oírme. Sabía que se había sentido ofendida, pero ese no era mi problema.
—Como ordene mi señor —murmuró ella, y se fue. Cuando salió, Talía, otra de mis musas, pasó a saludarme antes de irse a presedir el banquete en honor a Ariadna.
—Mi señor, me despido. ¿Está seguro de que no vendrá? —preguntó. Asentí con la cabeza —¿Y si pudiera ofrecerle una alternativa?
Mis ojos brillaron por primera vez en seis meses, y luego de oír su idea, los humanos registraron el regreso de la temperatura normal del Sol.
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—Te ves hermosa, hija —Poseidón tomó mi mano y se inclinó para depositar un beso en mi cabeza —. ¿Nuevo color de cabello?
—Ideas de Afrodita y Silena —contesté. Me miré en un espejo. La ropa me quedaba bastante bien, y el color del cabello me hacía ver joven, pero a la vez madura. Dos mechones de estos rodeaban mi cabeza uniéndose con un broche de diamantes por atrás, y luego todo caía en rizos.
«Lo bien que les iría a esas ninfas como peluqueras» pensé.
—¿Entramos? —preguntó, con su brazo listo para que yo me sujetara de él. Respiré profundamente y asentí. Tomé su brazo y avanzamos seguidos de cuatro hombres que llevaban obsequios.
—¿Crees que todo vaya bien? —pregunté. Mi padre rio en voz baja.
—No. No sabes lo que son las reuniones familiares. Pero no te involucrarán, tranquila —dijo con una sonrisa —. De todos modos, si llegan a involucrarte, no respondas.
Con esa advertencia, las puertas se abrieron y entramos. Ya habían llegado muchos dioses, quiénes hablaban y reían con una copa de vino tinto en la mano. Una mujer de cabello castaño y abundante. Sus ojos chocolate brillaron al vernos, y se acercó con los brazos extendidos.
—¡Poseidón! Que gusto verte —dijo la mujer, abrazando a mi padre. Él la abrazó de vuelta.
—Ya extrañaba estos banquetes —aseguró él. Ariadna se separó de él y mi padre me acercó a ella —. Ariadna, ella es Kailani, mi hija.
La mujer me abrazó con el mismo entusiasmo.
—¡Mi esposo me ha hablado de ti! —dijo.
—¿Ah, sí?
—No te ilusiones. Le conté esa vez que te ahogaste con gaseosa durante una cena —Dioniso se presentó con su habitual cruel humor, pero más positivo —. Con que nos volvemos a ver, Kylie. Ya me había ilusionado con no verte más.
—Ya ves, el Olimpo no puede vivir sin manejarme la vida —respondí con el mismo tono. Ariadna rio, sujetando el brazo de su esposo.
—¿No ha llegado mi hermano, sobrino? —preguntó mi padre, mirando a todos lados.
—No, por eso estamos divirtiéndonos —respondió el dios del vino.
—Kai, dice Afrodita que vengas —Clarisse me tomó por el hombro.
—Con permiso —les dije a los anfitriones, quienes asintieron. Cuando nos alejamos, me incliné a ella —¿Qué pasó?
—Hermes está hablando con ella. Ahí —señaló. Junto a Afrodita había un hombre alto y atlético. Su cabello negro hacía resaltar aún más a sus ojos azules. Llevaba una túnica blanca con un cinturón de oro, sandalias doradas y un casco en la cabeza. Clarisse y yo nos acercamos a ellos, y a Afrodita le brillaron los ojos al verme.
—Hermes, ella es Kai...
—Kailani, sí, la he visto en el Consejo —asintió Hermes, extendiendo su mano —. Supongo que no será necesario presentarme —dijo, y acto seguido me guiñó el ojo. Sonreí y estreché su mano. No sabía que decirle, pero Ares me salvó cuando tosió para llamar nuestra atención. Atrás de él estaban sus hijos favoritos, Fobos y Deimos.
—Permíteme presentarte a mis hijos, Kailani —dijo Ares, empujando a ambos dioses. Fobos miró para otro lado, como si no me conociera. Deimos fue más educado, y tomó mi mano para depositar un beso sobre esta. Vi de reojo a Afrodita asentir con la cabeza en aprobación. Claramente Deimos debió haber recibido un entrenamiento para actuar así de caballeroso.
—Ah, mira Deimos, es nuestra hermanita —dijo Fobos, encontrando a Clarisse con la mirada. Esta solo rodó los ojos —. Te ves ridícula.
—Tú igual —contestó la hija de Ares, y el padre solo rio nerviosamente, dándole una palmada en la espalda demasiado fuerte a Fobos.
—¿Te gustaría caminar, Kailani? —me preguntó Deimos, ignorando a sus hermanos.
—Sí, estaría bien —murmuré. Comencé a caminar a su lado. Su rostro estaba endurecido por los siglos de guerra. Las cicatrices en su rostro eran prominentes, pero no feas.
—Escuché que Fobos te estuvo dando problemas —dijo. Sonreí un poco. Hacía un año y seis meses lo había encontrado sosteniendo la lira de Apolo, y hacia seis meses me había metido en su caverna.
—Bueno, sí, algunos problemas —respondí.
—Dice que eres buena guerrera —me dijo.
—¿Dice eso?
—Sí —aseguró. Lo miré de reojo y lo vi observándome fijamente mientras sostenía una copa en su mano. Sus ojos tenían un brillo rojo, pero no pude descifrar su significado —¿Cuál arma es tu favorita?
—¿Cómo?
—Qué cuál arma es tu favorita.
—Eh, solía tener un tridente que me había dado mi padre.
—A mi me gustan las lanzas, pero no soy realmente bueno con...
—¡Atención! ¡Zeus y Hera D'Olympus! —alguien gritó, haciéndonos voltear. En la puerta aparecieron ambas divinidades sujetas del brazo. Zeus vestía de blanco y celeste, y su esposa destacaba con un poco de dorado. Deimos exhaló y se limpió una gotita de sudor que bajaba por su frente.
—¡Ah, hijo! —Zeus saludó a Dioniso. Todos se agruparon alrededor de ellos. Deimos y yo nos acercamos, y vi como Hera abrazaba a Ariadna.
—Si no eres bastardo de mi padre o una infiel, le caes bien —murmuró una mujer a mi lado. Artemisa me miró seriamente. Yo solo asentí una vez y miré a la diosa. Ella, al verme, sonrió aún más y se acercó a mi.
—Te ves hermosa, Kailani —aseguró, observando el fino detalle del cinturón —. Afrodita tiene buen ojo.
—Sí —aseguré. Zeus se acercó a su esposa.
—Kailani —dijo.
—Zeus —contesté. Una pequeña tensión se sintió en el aire. Ariadna carraspeó, llamándonos.
—¡Vamos a comer! —anunció. Todos aceptamos y la seguimos. Ella iba de la mano de su esposo. Un par de puertas de oro se abrieron, y pasamos por allí. Me sorprendí al encontrarme con una larga mesa con docenas de sillas, todo de oro y plata. El suelo era mármol, y el techo era de cristal y plata. En el fondo había una gran cascada artificial de vino que caía en una pileta de este. Había muchos criados con bandejas y jarras, listos para servirnos.
Mi padre me hizo una seña. Avancé hacia él.
—Las sillas están ya asignadas. Te sientas entre mí y Ares —me dijo.
—Está bien —respondí. Caminamos a nuestras sillas, y antes de que pudiera tocar la mía, Hera habló.
—Ares, ayuda a Kailani —le pidió a su hijo. Ares frunció el rostro.
—Yo puedo sola —murmuré.
—Ayúdala —insistió su madre. Ares resopló, corrió la silla y luego la empujó hacia la mesa conmigo entre estas. Antes de que el dios de la guerra se sentara, vi a Clarisse en la silla contigua alzar una ceja curiosa en mi dirección.
¿Estaba Hera intentado hacerme la madrastra de Clarisse?
—Siéntate, querida —Zeus invitó a su esposa a sentarse. Rodé los ojos y mi padre me golpeó las costillas, aunque estaba sonriendo.
—¿No has sabido nada de tu hermano, Artemisa? —preguntó Ariadna, mirando el asiento de Apolo vacío.
—No estaba de humor para venir, me disculpo por él —respondió la diosa de la caza, y me dio una furtiva mirada. Una mujer alta y morena se sentó en un banquillo de oro, y comenzó a tocar la lira.
—Por cierto, los humanos están cada vez más aterrorizados con eso de que "el Sol se está apagando" —agregó Dioniso, haciendo el gesto de las comillas con sus manos.
—No puedo quejarme. Han comenzado a cuidar mucho más el tema de la contaminación —agregó Deméter.
—Como si algo tuviera que ver eso con el Sol —rio Ares. Los sirvientes se acercaron y comenzaron a servir las bebidas. Agua, un líquido amarillo y vino cayeron en mis copas.
—Por cierto, solo las chicas tienen vino. Nosotros nos abstenemos... —comenzó a decir Ariadna.
—¿Por tu querido esposo? —rio Afrodita. Ariadna asintió, y Dioniso la miró, orgulloso.
—Desde el momento que te vi supe que eras lo que siempre había soñado —le dijo. Mientras la inmortal se ruborizaba, me asomé por detrás de Ares para encontrarme con la misma expresión de náuseas que yo tenía, pero en la cara de Clarisse. Luego miré a Silena sentada junto a su madre, pero esta solo sonreía.
—Ya sabes lo que dicen: después de un idiota llega el correcto. Aunque no puedo creer que te hayas enamorado de eso, querida —agregó Afrodita, señalando el mal aspecto de Dioniso por el castigo de Zeus.
—Intenta tú manejar a un grupo de salvajes niños que apenas saben atarse los cordones —dijo el dios entre las risas de los otros.
—Esto no es tan malo —susurré a mi padre. Él solo rio en silencio y gesticuló un “espera”. Un criado corrió a Dioniso y le susurró algo. Este alzó una ceja y luego se paró, aclarando su garganta.
—Discúlpenme, volveré en unos instantes. Por favor, comiencen a comer —pidió, y se retiró rápidamente del comedor. La comida floreció en la mesa, y me encontré frente a frente con un cerdo asado.
—Ahh, delicioso —oí decir a mi padre, cortando una rebanada de cerdo para él —¿Quieres, hija?
Negué, sintiéndome observada por la cruz dónde debía haber un ojo en la cabeza del animal. Elegí servirme una especie de pasta de legumbres de una fuente cercana. Fue entonces cuando vi a esa chica de la lira mirarme. Cuando se dio cuenta que la había descubierto, ella bajó la mirada y siguió tocando la lira, apenada.
—¿Quién es ella? —le pregunté a mi padre, en un susurro. Mi padre la miró un segundo y luego volvió a su comida. Oí una risita por parte de Hera. A la vez, el criado entró apurado y se llevó a la cumpleañera.
—Deben ser tus genes los que hacen que los anfitriones se ausenten de sus propios banquetes —escupió Hera. Zeus la miró, indeciso con sus palabras.
—Mira tu tono, Hera. No toleraré faltas como estas en una celebración —la voz de Zeus era poderosa aunque él no quería, por lo que todos comenzaron a hablar más bajito cuando lo oyeron discutir.
—Celebración a la que te obligué a venir, querido —recalcó la diosa del matrimonio.
—Hera, no me hagas...
—Deja en paz a mi madre, bastante mal le hiciste con la aparición de esa niñita —reclamó una diosa a la cual no había reconocido.
—Hebe, ¿qué te he dicho de meterte en los asuntos de nuestro matrimonio? —la retó Zeus, fulminándola. El hombre a su lado se achicó, escondiéndose detras de Hebe.
—No creo que sea el lugar apropiado... —comenzó a decir Atenea.
—Déjalos, prefiero que saquen la mierda ahora que Ariadna no está —la interrumpió Ares. Atenea lo fulminó con una mirada casi igual de temible que la de Zeus.
—No me digas que hacer, idiota —soltó la diosa de la sabiduría.
—No me digas idiota, idiota —respondió Ares con cierta sorna.
—Bastante con que tengo que ver a todos tus hijos en cada banquete al que vamos —dijo Hera, cruzándose de brazos —. Y en el Consejo, en las juntas, las cenas, las fiestas, y básicamente cualquier día...
—Ya lo hablamos en terapia, creí que ya estaba superado —se quejó Zeus.
—¿¡Superado!? ¡Claro! Si no me revolviera el estómago la idea de serte infiel, esposo, sufrirías lo mismo que yo.
—Y aquí van otra vez —suspiró Hermes.
Zeus abrió la boca pero la volvió a cerrar. Pero eso solo hizo enfurecer a Hera, quién puso el grito en el cielo al mismo tiempo que Ares y Atenea se levantan, discutiendo. Clarisse y yo nos volvimos a mirar, suprimiendo las sonrisas de “¿Estás viendo lo mismo que yo?”.
—Eh, papá, hermanos —la voz de Dioniso los llamó un minuto después. Todos se sentaron inmediatamente, disimulando las cara rojas y las miradas asesinas —. Ariadna y yo tenemos a alguien quién presentarles.
—Nuestro hijo —anunció Ariadna, muy feliz. La mesa se quedó callada.
—¿Cuándo tuvieron un hijo? —preguntó Hera, con su expresión de rostro aliviándose.
—Hace seiscientos años —contestó Dioniso, y luego miró a Artemisa. Esta se quedó callada unos segundos y luego suspiró.
—Sí, yo ayudé en el parto y eso —anunció. Todos estábamos confundidos. La pareja sostenía una sonrisa nerviosa. Ariadna miró hacia la puerta.
—Pasa, Íker —dijo. Por la puerta entró un chico alto, de piel bronceada, ojos esmeralda y cabello castaño y en bucles. Su cuerpo parecía ser atlético y algo musculoso, cubierto por una túnica blanca y una capa violeta. Nos sonrió a todos, y fijo la mirada en mí. Mi cara ardió como nunca antes. Era lindo. Muy lindo. Probablemente era el dios griego más hermoso que había visto. Me guiñó el ojo y el ardor se intensificó aún más en mis mejillas y la punta de mis orejas. Rápidamente agarré la copa de agua y bebí un poco.
—Es un placer conocerlos a todos —sonrió Íker. Rápidamente todos se levantaron y comenzaron a rodearlo y abrazarlo. Incluso Hera parecía emocionada.
—Claro, otro niño nacido dentro de un matrimonio —murmuró Fobos.
—Otro primo con el que vamos a tener que competir —agregó Deimos.
—Hijo, ellas son Silena, hija de Afrodita, Clarisse, hija de tu tío Ares y Kailani, hija de tu tío abuelo Poseidón —aclaró Ariadna. Íker se paró delante mío, y tomó mi mano para besar con suavidad el dorso, sin dejar de observarme.
—Es un gusto, Kailani —dijo, con una sonrisa coqueta.
—Lo mismo digo —murmuré, y me felicité por mi capacidad de lograr decir tres palabras sin tartamudear.
—Bueno, ya se conocieron —mi padre interrumpió el momento, separando nuestras manos.
—Ahora que estamos todos, ¿por qué no empezamos con el banquete? —propuso Dioniso. Todos coincidieron con eso y empezaron a caminar a la mesa.
—Oye, ¿cuánto crees que le dure el buen humor al Señor D? —me preguntó Clarisse. Pero no respondí, porque mi mirada estaba puesta en Íker —. Kailani...
—¿Es hermoso, verdad? —rio Silena. Clarisse me agarró del brazo y comenzó a arrastrarme a mi asiento.
Antes de dejar de mirar a Íker, alzó una ceja en mi dirección, y mi cara ardió una vez más.
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AZU'S SPACE 𓂃 🧸
1. Les dejo un gif de como tiene el pelo Kailani ahora.
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