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3 ࣭⭑𓄹 Silena screams at me ⸒࣪

﹐ ✦ 𝄒 𝐆𝐑𝐄𝐄𝐊 𝐓𝐑𝐀𝐆𝐄𝐃𝐘 ⊹ ☀️ ₊ ⋆

┇ act three, chapter three ¡!












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—Cinco minutos más… —balbuceé. Un par de manos me quitaron la sábana, y otro par me empujó por la espalda. Me despabilé, asustada.

—Beba el té, señorita —dijo una voz femenina. Estiré mis manos, algo adormilada, y me entregaron una taza caliente y humeante. Por otro lado, un par de manos comenzaron a peinar mi cabello. Mis ojos finalmente lograron darme una imagen nítida de una ninfa revolviendo un cofre enorme. De allí estiró una túnica celeste claro, y luego una capa blanca. La ninfa me miró— ¡Apúrese, señorita! Mi señora ha ordenado verla cuanto antes.

Bebí la taza de té en cuatro tragos, y al mismo tiempo la ninfa que peinaba mi cabello sujetó con un pequeño lazo una trenza cocida. Me levanté, y básicamente ellas me desvistieron y vistieron, sin oír mis quejas. Me dieron un par de botas de estilo gladiador, pero mucho más finas. La capa fue puesta encima de uno de mis hombros, y la sujetaron con un broche de plata.

—El broche es de su padre —me dijo una de las ninfas que estaba detrás mío, probando tiras de colores en mi cabeza. Me miré al espejo; el broche relucía. Era una moneda grande, con un tridente rodeado de olas grabados en ella. Finalmente, la ninfa se decidió por una tira de tela blanca y la trenzó alrededor de mi peinado.

—Ya está lista. Mi señora la está esperando; Meli la llevará con ella —dijo la ninfa del cofre, cerrando este. La ninfa que había hecho mi cabello me hizo una seña para que la siguiera. En silencio, me llevó hasta la sala del trono, donde Afrodita hablaba con otra mujer casi igual de hermosa que ella.

—Mi señora —la llamó Meli. Afrodita volteó y sonrió al verme.

—Te ves hermosa, Kailani —dijo, y la mujer detrás de ella se acercó a mí—. Te presento a mi nuera, Psique.

—Es un gusto, Kailani. Mi esposo me ha hablado de ti —dijo. Me sentí incómoda, recordando aquella vez que Eros había logrado sonrojarme. Ella estiró su mano y yo la acepté, sonrojándome. De todos modos, contra Psique, yo no tenía ninguna chance. Y la inmortal parecía estar muy consciente de ello.

—Sentémonos, queridas. Tenemos mucho que hacer —pidió Afrodita, señalando tres sofás individuales frente a una estructura cubierta por una cortina roja. Me senté en el del medio.

—¿A dónde fue Hefesto? —le preguntó Psique a la diosa. Esta entrecerró los ojos.

—¡Hefesto D’Olympus! ¡Espero que por tu bien no estés intentando escabullirte a tu taller! —exclamó la diosa. Oí una serie de gruñidos y Hefesto apareció detrás de unas columnas, con menos ganas de vivir que yo. Se acercó a la estructura tapada, corrió la cortina y desveló un atril bastante grande, con muchas hojas una detrás de otra. La primera mostraba a Ares, en su versión más griega posible.

—A continuación, Kai, verás a todos los solteros disponibles en el Olimpo —me dijo Psique.

—Saltea la primera, cariño —pidió Afrodita, mirando la imagen, embobada.

—Pero mi madre hizo mucha énfasis en…

—¡Solo saltéala! —chilló Afrodita. Hefesto gruñó y arrojó la imagen de Ares por la ventana.

—¡Esa también! —exclamé al ver a Apolo. Esta vez Hefesto no lo dudó, y Apolo salió volando por la ventana. Hermes me sonreía en la siguiente imagen.

—Veamos..., Hermes, dios de los viajeros y los ladrones, enviador de mensajes sagrados, limitador de las fronteras, maestro del ingenio, protector de los mentirosos —dijo Afrodita, leyendo una tarjeta con su nombre —. Promedio de hijos por año: 3.

—¿Pros? —pregunté. Afrodita me miró confundida.

—¿Pros?

—Pros, ventajas —expliqué.

—Dios olímpico, atractivo, mucho dinero, viajero... —enumeró Psique.

—¿Contras?

—Mentiroso y ladrón.

—No es como que vaya a verlo muy seguido si se la pasa viajando —murmuré.

—¿Le damos una oportunidad? —preguntó Afrodita.

—Creo.

La diosa anotó el nombre de Hermes en una lista. La siguiente hoja saltó a un dios de cabello castaño claro y ojos grises con un tono rosados en ellos.

—Anteros, personificación del amor correspondido, vengador del que no —leyó Afrodita.

—¿Vengador? Si no lo correspondo, ¿se vengará de mí? —pregunté.

—Exactamente —murmuró Psique.

—No, gracias —susurré. Anteros salió volando por la ventana junto a Ares y el otro.

Lentamente las imágenes se acumulaban debajo de la ventana. Psique estaba divirtiéndose como nunca, mientras que Afrodita temía que quedaran pocos dioses.

—Siguiente —pidió Afrodita a su esposo mientras este arrojaba la imagen del ebrio Sileno por la ventana.

—Ya se acabaron —aseguró Hefesto. Afrodita pareció decepcionada.

—¿Quiénes quedaron?

—Hermes y Deimos.

Las imágenes de las dos divinidades me miraban coquetamente. Hermes tenía el cabello negro y los ojos azules de Zeus, una sonrisa arrogante y un cuerpo bien definido. Deimos con la piel ceniza, cabello oscuro y ojos rojos me miraba seriamente en la siguiente imagen. Solo lo había dejado pasar porque Afrodita me había insistido muchísimo.

—Bueno, algo es algo —aseguró Psique. Un silbido hizo que las tres volteáramos a ver a Eros, quién ingresaba con un pequeño paquete en sus manos, muy bien decorado.

—Nada mal —sentenció, y se asomó por detrás de Psique, dejando un beso en su mejilla y el paquete en su falda.

—¿Qué es?

—Ábrelo cuando estés sola —rio Eros. Psique se sonrojó.

—Me largo —gruñó Hefesto, saliendo de la sala.

—¡Gracias por tu ayuda, querido! —gritó Afrodita. Luego volteó a verme —. Moveré mis contactos para ayudarte, Kailani. Mientras tanto, ¿por qué no vas con Psique al mercado a ver telas para tus túnicas? Yo hablaré con Hera.

No era una idea, era una orden.











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—La tela es de muy baja fricción, es una caricia hasta para la piel más sensible —un sátiro nos enseñaba unas telas especiales que tenía. Psique estaba mucho más interesada que yo. Me había cansado de acariciar telas, medir cintas y probarme botas. Escapé cuando Psique comenzó a comparar colores, y me acerqué a la parte más artesana. Una melodía me atrajo a un puesto, donde un sátiro tocaba la lira con una gran destreza, sin importarle la multitud que lo rodeaba. La canción era hermosa, y me dio sentimientos que se metieron en mi piel. Cuando terminó, tenía los ojos brillando por las lágrimas acumuladas. Rápidamente me sequé los ojos y el sátiro se preparó para tocar otra.

—Pff, básico —el murmullo de un hombre detrás mío me sobresaltó. Era mucho más alto que yo, de figura atlética que se iba perdiendo. Sus ojos azules estaban apagados, y su cabello rubio era algo grasoso y lacio, llegándole a los hombros. Tenía vello facial de días, y su voz temblaba. Todos se apartaron, y yo también retrocedí por la sorpresa.

—Pero es la melodía que ha creado —respondió el sátiro, mirando al público en busca de apoyo.

—¡Yo no he creado eso! Debe ser perfecta, y no lo fue. La interpretación fue débil, y las notas dudosas arruinaron todo.

«Parece un viejo de cuarenta años con nectohismo» las palabras de Ares resonaron en mi mente. Parpadeé, sin poder creer que enfrente mío tenía a Apolo.

—Lo siento, mi señor —murmuró el sátiro, sin tener lugar donde esconderse.

—¡Un lo siento no sirve! ¡Practica más, hasta que tus dedos sangren! —rugió el dios. El pobre sátiro parecía estar a punto de largarse a llorar.

—Creo que ha tocado maravillosamente bien —me metí. Ni siquiera sé por qué me había metido. Pero sentí la necesidad de impartir justicia, en especial si era contra Apolo.

—¿Quién se ha atrevido a decir eso? ¡Qué dé la ca...! —su voz se cortó cuando su mirada, que había pasado por una buena parte del público, llegó a mí. Su rostro se transformó, y perdió el equilibrio por unos segundos antes de volver a fijarse en mi con más detalle —. Kai...

—Apolo —escupí. Comencé a retroceder mientras que él se acercaba como si estuviera viendo a un fantasma. Intentó estirar su brazo y atraparme, pero fui más rápida y lo esquivé, dando dos pasos hacia atrás. Di media vuelta y comencé a alejarme, rápido.

—¡Kai, espera! —gritó, siguiéndome. Sin embargo mis pies eran más rápidos que mi corazón. Esquivaba gente, me metía entre puestos del mercado y hacia cualquier otra artimaña para evitarlo. Pero inesperadamente sentí su mano tibia aferrarse a mi muñeca. Tiró de esta para darme la vuelta y me acorraló contra una pared.

Ahora, esto habría sido extremadamente caliente si Apolo no se hubiera parecido a un viejo de cuarenta años y estuviera más borracho que los newyorkinos en Año Nuevo. Sus ojos me miraban con una gran intensidad, como si deseara llevarme con él y nunca dejarme ir.

—Pasó tanto tiempo —susurró, su aliento me recordó al olor de la cerveza mezclada con ambrosía.

—Fueron solo unos meses.

—Para ti. Para mí fue una eternidad, como si los días realmente duraran veinticuatro horas.

—Los días duran veinticuatro horas —dije con obviedad.

—¿Para mí? Para mí —murmuró entre risitas histéricas —...los días eran minutos, hasta que te conocí y tu ausencia hizo mi tiempo tedioso.

—Déjame —ordené, encontrando su cara más cerca que de costumbre.

—Solo quédate unos minutos, y te explicaré todo —insistió, tomándome de las manos. Pero una especie de energía recorría todo mi ser, y exigía matar al dios.

Algo que había aprendido en la fría y cruel Gran Manzana era a defenderme de presencias no deseadas. Tomé sus manos entre las mías, apretándolas con fuerza, e imité lo mismo que había hecho con Luke: le golpeé la entrepierna con mi rodilla.

El dios retrocedió sujetándose mientras saltaba en un pie. Salí corriendo y encontré a Psique buscándome, seguida de algunos sirvientes que cargaban con las compras. Al verme se acercó.

—¿Qué te pasó? —preguntó, al verme agitada. Negué con la cabeza.

—Nada, nada. ¿Podemos irnos? —pregunté. Ella asintió y me extendió su brazo. Comenzamos a caminar de regreso al templo.

—Me gustaría conocerte más, Kailani —pidió, observándome —. Háblame de ti.

—¿Qué quiere saber?

—Lo que quieras contarme, querida.

—Uhm, bueno, mi mamá murió, tengo dos profecías en contra mía, me casaré en contra de mis deseos, sé que probablemente moriré y todo eso a la corta edad de veinte años —resumí. Psique sonrió un poco ante mi manera humorística de tomar la situación.

—A veces las Moiras trabajan de maneras que no entendemos, Kailani. Pero dudo que vayas a morir pronto —me aseguró —. Tienes mucho por vivir.

—Sí, una boda, me voy a morir pero de las ganas de casarme —murmuré, siendo completa y absolutamente sarcástica.

Cuando llegamos al templo, escuchamos un gran alboroto. Me tomó unos segundos ver que, en las puertas, Clarisse retenía a Eros con su lanza, aunque el dios simplemente estaba siendo muy amable con ella. La del alboroto era Silena, quién agitaba su cabello al ritmo de sus gritos.

—¡Sé que está aquí, y no me voy a ir sin verla! —rugió. Eros suspiró y nos miró. Silena se dio vuelta y su rostro se transformó al verme. Nos quedamos en silencio, alternando miradas entre las tres. Clarisse liberó a Eros casi de inmediato.

—Hola —balbuceé. Silena se puso roja y se acercó a mi.

—¡Eres un verdadero asco, Kailani Brown! —gritó, lanzándome un puñetazo que esquivé —¡Pasamos meses sin saber nada de ti! ¡¿Y todo lo que dices es “hola”?!

—Pero...

—¡Clarisse! ¡¿No vas a decirle nada?! —cuestionó Silena, mirando a la hija del dios de la guerra bruta. Sin embargo, esta me miraba como si estuviera viendo a un extraño.

—¿Qué te pasó? —preguntó.

—¿Cómo que qué me paso? —respondí con otra pregunta.

—Estás diferente. Con esa túnica, y tu peinado con cintas... estás horrendamente hermosa, pero tú no eres de arreglarte. Asi que vuelvo a preguntar: ¿qué te pasó? —apoyó su lanza en el suelo y esperó por una respuesta.

—¿Quieren la historia corta o la larga?

—Cualquiera mientras sea inmediata —contestó Silena.

—Me voy a casar, si quieres puedes organizar mi despedida de soltera —solté. Ambas se quedaron quietas, con las cejas levantadas y las bocas abiertas. Clarisse sacudió la cabeza y me miró.

—¿Casarte? ¿Con anillos y todo eso?

—No sé si con anillos, pero sí, me casaré. ¿Y ustedes como sabían que yo estaba aquí?

—Muchachas, ¿por qué mejor no lo discuten adentro? —Psique se acercó y nos miró con advertencia. Aceptamos entrar con la diosa al palacio y nos sentaron alrededor de una mesa redonda en un jardín. Las tres nos quedamos mirando nuestros regazos hasta que un par de ninfas trajeron té y dulces.

—¿Nos explicas? —preguntó Clarisse cuando estuvimos completamente solas. Suspiré y tiré mi cabeza hacia atrás.

—Algo tiene que ver la maldición de Apolo. Como no fue capaz de romperme el corazón y el destino actuó de manera distinta a lo que debía pasar, la condenada ahora soy yo. Tu madre se ha ofrecido a encontrarme un esposo ideal, por eso estoy aquí —resumí.

—¿Y no puedes escaparte? Te sacaremos de aquí —dijo Clarisse, levantándose.

—Si no me caso antes del Solsticio de Verano, probablemente moriré —con esas palabras la semidiosa se sentó de nuevo —¿Cómo sabían que estaba aquí?

—Crystal, la hija de Iris, se lo dijo a Clarisse —respondió Silena antes de tomar un poco del té.

—Por primera vez esa cotilla resultó útil —añadió Clarisse, desenvolviendo un dulce —. Había decidido quedarme en el campamento éste año, y cuando me enteré me escapé para buscarla a Silena. Haznos un favor: no vuelvas a desaparecer así. No dijiste nada cuando volvimos de Rushmore. Solo supimos que a la mañana siguiente te habías marchado.

—Chloé estaba triste, y Percy se quedó muy confundido. Nosotras pensamos que Zeus te había pulverizado o algo así —agregó Silena.

—Estaba en Nueva York. No tenía pensado volver al Olimpo, quería alejarme de todo esto de una buena vez —me excusé, pero sabía que mi excusa era débil. Podría haber dejado hasta una carta, pero al final solo había huido de manera cobarde.

—Ya está. Estás bien, nosotras estamos bien, nada malo puede pasar —dijo Silena, tomando mi mano arriba de la mesa. Sonreí.

—¿Y cómo está Adonis? —pregunté, recordando al chico. Ambas se miraron entre ellas.

—Ya no hablamos con él —fue la respuesta de Silena.

—¿Por qué?

—Porque tu hermano es un pringado que no se lava la cerilla de los oídos —murmuró Clarisse. Miré a Silena, esperando una explicación que dio.

—Resulta que, bueno, la carta que tu hermano le dio a Clarisse...era para mí. Percy se confundió y como no tenía destinatario...

—Entonces...¿ya no le hablan por el bien de su amistad? —deduje. Ambas asintieron —. Bueno, eso fue un giro de trama.

—Ni me digas. Mis hermanos no pararon de molestarme —Clarisse se balanceó en su silla.

—¡Chicas! —el chillido de Afrodita hizo que Clarisse se cayera con silla y todo. La diosa corrió con los brazos abiertos a Silena, abrazándola. Silena no parecía estar cómoda con su madre, pero no dijo nada —¿Qué hacen aquí?

—Vinieron a verme. Estaban preocupadas —las excusé, sabiendo que habían roto las reglas del Olimpo. Pero a Afrodita no parecía importarle.

—Justo estaba buscando a quiénes pudieran acompañarte a las fiestas y citas. Creí que no tenían amigos, pero viéndolas a ellas...

Clarisse se levantó rápidamente.

—Yo no puedo, yo tengo que volver al campamento y entrenar a los más pequeños —dijo, como si quedarse en el templo de la diosa del amor fuera un castigo —. Órdenes estrictas.

—¿A quién le gustaría ir a sudar sin parar en vez de disfrutar de todas las comodidades que mi palacio ofrece? Quédate, querida, yo hablaré con el cabeza dura de Ares —Afrodita sonrió, pero no parecía estar ofreciendo una oportunidad, sino más bien dando una órden.

—Bueno —murmuró Clarisse, enojada. Levantó la silla y volvió a sentarse.

—¿Y tú te quedarás, hija? —preguntó Afrodita a Silena.

—Ehh, sí —balbuceó ella. Afrodita rio suavemente y se sentó en la cuarta silla que rodeaba la mesa.

—Ya hice arreglos. Te presentarás en el cumpleaños de Ariadna, la esposa de Dioniso. Eso es es tres días, por lo que tendré que entrenarlas mucho para que aprendan modales. En especial ustedes dos —nos señaló a Clarisse y a mí.

Nos entretuvo con una charla larga acerca de Ariadna, y luego nos hizo seguirla para darle recámaras a las chicas. Silena estaba visiblemente emocionada. Clarisse iba con la lanza y el ánimo por el suelo. Me acerqué a su oído y susurré.

—Si no soportas y te matas, hazlo de dos a siete así la arpía de la limpieza no trabaja doble turno —susurré. Ella no me miró, pero una pequeña sonrisa estiró sus labios.












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AZU'S SPACE 𓂃 🧸

1. Ojalá este meme ahora tenga sentido.

Actos 1 y 2 // Acto 3

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