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4.5 ࣭⭑𓄹 interlude ⸒࣪

﹐ ✦ 𝄒 𝐆𝐑𝐄𝐄𝐊 𝐓𝐑𝐀𝐆𝐄𝐃𝐘 ⊹ ☀️ ₊ ⋆

┇ act three, chapter four and ½ ¡!















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Bum, bum, bum...

El sabor a metal me corría por la garganta. Costaba aún más respirar. Oía gritos, no podía reconocer las voces. Solo oía una en mi cabeza, que gritaba «¡Syl!».

¿Cómo había llegado aquí? ¿Por qué yo?

Bum, bum, bum...

Estaba sujeta a una especie de palo, suave pero húmedo al tacto. Había otro igual abajo, y luego otro más, y otro.

«¡Syl!»

«¡Syl!»

«¡Syl!»

«¡SYL!»

Era mi propia voz torturando mi cabeza.

Oí un estallido afuera. Todo se sacudió, y yo caí al palo de abajo. Me sujeté con mis piernas y brazos, pero fue deslizada hasta chocar contra un palo mucho más grueso. Mi cabeza golpeó contra este, y la imagen de un cuerpo calcinado con una camiseta naranja desfiló por mi mente.

¿Quién es? ¿Qué le pasó?

—Kai, Kai —la voz de Silena me llamaba a lo lejos.

—¿Silena? ¿Dónde estás? —pregunté.

—Abre los ojos —me dijo.

—Ya los tengo abiertos. ¡Ayúdame! —le pedí. Una fuerte sacudida logró que volviera a caer. Cuando me di cuenta que no tenía de donde sujetarme, supe que era mi final.

Sentí un impacto helado en mi rostro. Me senté, encontrándome a Silena preocupada, y a Clarisse con una mano en la cintura y otra mano alrededor de una copa. El agua helada goteaba por mi cara. Tosí.

—¿Todavía tienes pesadillas? —preguntó Silena, arrodillándose a mi lado.

—No —mentí. No tenía ganas de explicar nada a nadie, menos un sueño tan horrible como aquel.

—Eres mala mintiendo —me recordó Clarisse.

—Son solo recuerdos. No es nada —insistí. Ambas se miraron, dudosas. Clarisse se encogió de hombros.

—La próxima te tiraré la jarra —me advirtió. Sonreí levemente y Silena frotó mi espalda.

—Estás helada —murmuró —. Mi madre quiere verte en el salón. No ha pasado por desapercibidas tus interacciones con Íker.

Mis mejillas se pusieron rojas.

¿Cómo podía un simple nombre ponerme así?

—Ya la perdimos —bromeó Clarisse.

—Oh, cállate —le dije, lanzándole una almohada. Me levanté y troné mi espalda, soltando un suspiro de alivio —. Voy con tu mamá.

—Pero Kai... —Silena seguía demostrando su preocupación.

—Estoy bien, Silena —la interrumpí, y salí de la habitación.

Así, en un camisón blanco, descalza y con el pelo enmarañado comencé a caminar por el castillo, buscando el salón donde Afrodita me esperaba.

De pronto no todo estaba perdido. La idea de ser la señora de un templo me respiraba en la nuca. Además podría tener muchas libertades, y una casa en el mundo humano.

No era del todo mi estilo, pero tampoco me quejaba...

«¿Pero que me sucede?» me pregunté, quedándome quieta. ¿Realmente había pensado aquello? Sacudí mi cabeza, y me pasé las manos por el cabello, sintiendo un leve dolor de cabeza. Ese sueño me había hecho realmente mal.

—Supongo que te ves así de hermosa siempre, ¿verdad? —la voz de Íker me sobresaltó. Giré mi cabeza y me encontré al dios en ropas humanas: un jean claro y una camisa violeta oscuro. Tenía las manos en los bolsillos, y la cabeza un poco ladeada, con una sonrisa pintada en esos labios que empezaban a llamarme más de lo que deberían.

—Uh, hola Íker —murmuré.

«No te sonrojes, no te sonrojes...mierda»

—Si así te ves recién levantada...tu esposo deber ser muy, muy afortunado.

—No, no tengo esposo.

—¿Novio?

—Tampoco.

—¿Y algún interés? —preguntó, alzando una ceja e inclinándose hacia mí.

—Eh, no, tampoco —sonreí nerviosa. Íker rio en silencio y se hizo para atrás —¿Qué haces aquí?

—¿En el hogar de Afrodita? Ella quería conversar conmigo, pero ya me iba —dijo —. Espero volver a verte, belleza.

«Basta, no voy a soportar más».

—Adiós, Íker —solté. Él se fue caminando, y yo seguí mi camino. El sonrojo no bajaba, y llegué así al salón. Afrodita al verme negó con la cabeza.

—Mira en que estado te encuentras, por el Olimpo —me reprochó, y con un chasqueo me vistió y peinó —. Mejor. Siéntate, querida. Tenemos mucho por discutir.

Tomé asiento y enseguida me vi provista de té y fruta. Afrodita tomó una fresa y la mordió antes de volver a dirigirme la palabra.

—¿Qué piensas de Íker? —preguntó.

—¿Cómo deidad?

—Como esposo, Kailani. Como pareja romántica —contestó.

—Bueno...es muy agradable, y lindo. Pero no lo conozco realmente —dije. Afrodita me miró directamente, con un brillo malicioso en sus ojos.

—Tendrás tiempo para conocerlo. Ve a cambiarte, tenemos mucho que hacer —me dijo —. Llévate la taza de té: no tendremos tiempo de desayunar.















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Entré al Salón del Trono y me saqué mi camisa. La tela púrpura viajo por el aire hasta caer encima de un sátiro que pasaba por allí. Pero estaba tan feliz que lo agarré de los brazos, y comencé a bailar vals con él alrededor del salón. El sátiro apenas se movía de la impresión.

—Mi señor, lo veo muy contento —sonrió Calíope, acercándose. Solté al sátiro y me acerqué.

—Y lo estoy. Hoy en un día glorioso Calíope y hay que festejarlo —dije. Ella sonrió y se acercó a mí, pasando sus manos por mi pecho.

—¿Hacemos algo de música? —preguntó en un tono seductor.

—Exactamente. Ve a buscar al resto. Haremos las mejores partituras y los más bellos poemas que se hayan visto —dije, muy entusiasmado. Sin embargo ella se alejó un poco, y su sonrisa parecía falsa —¿Qué pasa, Calíope?

—Nada, mi señor. Iré por mis hermanas —dijo antes de retirarse. No me molesté, sino que sonreí, extasiado. Estaba hermosa, muy hermosa. El cabello rubio le quedaba de muerte, y ese toque de princesa que recién se levanta...tenía que verla todos los días. Por ella me quedaría acostado en la cama todas las noches, con tal de verla por ocho horas continuas ininterrumpidas.

—¿No te dije, mamá? Es pa-té-ti-co —la voz de mi hermana me hizo voltear. Sonreí al verlas a ambas, a mi madre, y a Artemisa.

—¿Otra vez te enamoraste, hijo? —preguntó mí mamá, acercándose. Dejé dos besos en sus mejillas.

—Es más que eso. No puedo explicar lo que siento —dije. Mi madre sonrió, y me abrazó.

—Estoy feliz de que conozcas este tipo de amor, que te tiene bailando de un lado a otro, Apolo —me susurró —. Pero no pierdas la cabeza.

—No lo haré —dije, aunque en ese momento me pregunté si no la habría perdido ya —. No me avisaste que vendrías.

—¿Tengo que avisar para venir a ver a mi niño? —preguntó ella.

—Ya no soy un niño.

—Siempre serás mi niño. Y Artemisa mi niña —sonrió ella, agarrándonos a ambos y estrujándonos en sus brazos.

—Ay, mamá —se quejó Artemisa. Ella nos soltó y nos miró.

—Quiero saberlo todo sobre ella, hijo —exigió.

—Prepárate, mamá. Serán horas —murmuró Artemisa, pero no me importó. Mi tema de conversación favorito era ella, y no me importaba pasar días hablando de ella.















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—¿Las servilletas serán de algodón o lino? —preguntó una ninfa, enseñándome dos telas blancas.

—¿No son lo mismo?

—No, el lino es más resistente y tiene una mayor capacidad de secado, pero el algodón es más suave —explicó rápidamente. Dejé caer mi cabeza hacia atrás y luego la giré para ver a Eros, quién elegía entre distintas copas.

—¿Tú que piensas? —pregunté. El dios miró de reojo las telas.

—Lino —respondió, y luego tomó una copa plateada y se la entregó a un siervo —. Averigua cuántas tenemos de estas.

Afrodita había insistido en dar una cena en mi honor. La traducción de tal idea sería invitar a Íker para que yo pudiera desenvolverme con él. Pero no había pensado todo lo que conllevaría hacer la fiesta. Mientras que Eros y yo nos encargábamos de todo, ella seguía diseñando las invitaciones.

—No entiendo para que tanto alboroto —murmuré, tirándome en un sofá beige.

—Es mi madre. Lo que hace, lo hace a lo grande —respondió Eros.

—Ni me lo digas —respondí. Eros sonrió un poco y me enseñó una tela de color celeste-azul y otra azul marino.

—¿Combinan?

—Creo que sí.

—¡Estoy harta! —Clarisse nos interrumpió. Entró al salón y se sentó junto a mi. Con sus manos, intentaba deshacerse una de las dos trenzas que le habían hecho.

—Déjame a mí. Lo vas a enredar —dije, observando como mi amiga se hacía un nudo. La chica resopló y permitió que comenzara a desenredarle el cabello.

—Silena está de lo más divertida aquí —murmuró Clarisse.

—Yo la veo alicaída —refuté —. Como si estuviera incómoda en su propio elemento.

—No lo he notado —dijo la morena. Desenredé una trenza y fui por la otra.

—Deberíamos preguntarle —le dije. Clarisse inmediatamente negó con la cabeza.

—Chica, adoro a Silena pero, ¿recuerdas la vez que hablamos de Luke?

Mierda. No podía olvidarlo. Tres horas llorando: una de balbuceos incompresibles, otra de enojo y rabia, y otro de lamento insufrible.

—Uhm, bueno, hay que hacer sacrificios por las amistades —le dije.

—Hazlo tú —fue su respuesta. Desarmé la otra trenza y aproveché a tirarle del cabello —¡Oye!

—Señorita —una ninfa nos interrumpió, y me enseñó dos retazos de tela azul —¿Qué color prefiere?

—El de la derecha —respondí. La ninfa se alejó tan rápido como vino.

—¿No te preocupa todo esto? ¿Casarte con un dios? —preguntó.

—¿Cómo dices?

—Te vas a casar, Kailani. Y dudo mucho que logres el divorcio. Te vas a casar con un dios, por toda la eternidad. O al menos, hasta que tú mueras —dijo.

Sinceramente, jamás lo había pensado a grandes rasgos. Por algún motivo me lo había tomado como si se tratara de solo un tratado diplomático.

—Si es que Zeus no te concede la inmortalidad una vez casada, Kai —apuntó Eros.

—¿Zeus? ¿A mí? Zeus me debe querer más muerta que a nadie. No me daría la inmortalidad aunque eso significara la derrota de Cronos.

Eros rio.

—Y por otro lado, me casaré con alguien amable. Que no le importe que yo siga mi vida.

—Si mi madre te oyera... —murmuró el dios del amor.

—O la mía —gruñó Hefesto, entrando a la sala con una cinta métrica. Se acercó a nosotras —. Tengo que medir sus cabezas para las coronas.

—Claro —respondí. Él se acercó y rápidamente tomo las medidas. Luego se acercó a Clarisse. Ella parecía tenerle miedo, como si el dios de pronto tirara de los extremos de la cinta y le hiciera explotar la cabeza. Pero Hefesto solo hizo su trabajo.

—Tienes una cabeza chica. Como tu padre —dijo, y se retiró. Eros sonrió.

—¿Eso fue un insulto? —me preguntó Clarisse.

—Creo que sí —respondí.

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—¡Con cuidado! —gritó Afrodita, mientras dos sirvientes subían la araña al techo. El lugar ya no parecía de la grecia antigua, sino más bien parecía un salón de baile digno de la época georgiana. Tomé una fresa cubierta de chocolate de la mesa y me acerqué a la diosa. Ya me habían vestido con una toga hermosa de color azul marino y una capa blanca con detalles dorados. Las joyas solo eran las necesarias para hacerme resaltar.

—Te ves espléndida —dijo Silena detrás de un enorme ramo de flores que cargaba en sus brazos. Lo apoyó en una mesa y suspiró.

—¿Te pasa algo? —pregunté, acercándome a ella.

—No, es solo que extraño al Campamento.

—Es decir, extrañas a Charles.

—Sí —susurró ella, con sus mejillas adquiriendo un tono carmesí —. También extraño a mi padre.

—¿Y si le pides a tu madre volver? —le propuse.

—¿Crees que va a oírme? —señaló Silena, mientras que Afrodita discutía el repertorio musical. No parecía haber notado nuestra presencia.

—Tienes un punto...pero no te preocupes. Hablaré con ella, si quieres —le dije, tomando su mano. Ella sonrió y asintió con la cabeza.

—Ahí viene tu padre —susurró, y efectivamente por la puerta mi padre entró. Al verme sonrió y se acercó a mi. Me abrazó, ya habíamos dejado las formalidades atrás.

—¿Cómo estás? ¿Te han tratado bien? —preguntó, separándose apenas un poco de mí.

—Sí, esto no está tan mal —respondí. El dios suspiró.

—Y... ¿conociste a alguien?

—Conocí a muchas personas.

—Claro, pero digo si conectaste con alguien —se explicó, balbuceando un poco. Me pareció extraño el balbuceo por parte de él.

—Bueno, sí...

—¡Lo sabía! ¡¿Quién es?! Dime que no es Ares, no soportaré verlo en cenas familiares. ¿Es algunos de sus hijos? Son muy idiotas. Ni pienses en Hermes, es muy promiscuo —soltó rápidamente. Apreté mis labios en una sonrisa que amenazaba con convertirse en una carcajada.

—Papá...solo hablé con alguien y me cayó bien, eso es todo.

—Así empieza. Después te cae mejor, luego te enamoras, ríen, tienen citas y cuando menos te lo esperes, tendrás un anillo apretándote el dedo.

Empecé a reír.

—Te estoy hablando enserio, Kailani. No es algo que debas tomar a la ligera.

—Es que...no puedes hablar enserio. ¿Sabes que todo esto solo será como un contrato? Nada será verdadero.

—Kai, si tienes que casarte, por lo menos quiero que sea por amor.

—¿Crees que voy a encontrar el amor en seis meses, papá?

—He visto gente enamorarse en una semana —respondió —. Incluso vi gente enamorarse durante el matrimonio.















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—¿Estás seguro de que todo esto va a funcionar, hijo? —me preguntó mi madre, mientras que yo me debatía entre unos vaqueros crema con dobladillo o unos azules acampanados.

—Sí, segurísimo. Nada puede salir mal.

—Excepto por otra patada a tu dignidad —susurró Artemisa, y luego rio. Rodé los ojos.

—¿Cómo es eso? ¿Otra patada? —preguntó mi madre, con una sonrisita en su rostro.

—Fue muy divertido, mamá. Verás, él estaba en el mercado...

—Cállate —escupí.

—Y criticó a un sátiro que tocaba la lira...

—Basta —intenté darle un manotazo a Artemisa, pero ella se agachó riendo.

—Y entonces Kailani lo defendió, y luego huyó, pero Apolo la siguió y la acorraló...

Comencé a perseguir a mi hermana por la habitación. Ella saltó sobre una mesa.

—Y ella le dijo que la soltara, pero como el idiota no cedió, ella levantó la rodilla y ¡Pum! —acto seguido comenzó a reír mientras que yo la derribaba —¡Directo en la entrepierna!

—Todavía me duele —murmuré, levantándome. Artemisa no podía dejar de reír en el suelo, como si eso realmente fuera gracioso. ¡No había sido gracioso!

—¡Si lo fue! ¡Si lo hubieras visto, mamá!

Nuestra madre rio de manera gentil.

—Lo tenías merecido, hijo —afirmó.

—Menos mal que tengo una familia amorosa —dije, recogiendo los vaqueros que había tirado al suelo.

«No importa, la formaré con ella» pensé, y me sonrojé al instante. Recordé aquel sueño que había tenido en el hotel. Mi mano acariciando la suave piel de su vientre, sus suspiros, su mirada llena de deseo...

«Si sabes que puedo leerte la mente, verdad?» Artemisa se metió en mi cabeza, mirándome fijamente.

«Por qué no te vas un poquito a...»

—Apolo...

Ambos volteamos rápidamente a ver a nuestra madre. Mi cara se cubrió de un rojo violento.

—Dime que no...

—He visto y oído cosas peores, querido. Eres hijo de tu padre —dijo ella.

Artemisa rompió a reír. Yo miré a otro lado, avergonzado.















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AZU'S SPACE 𓂃 🧸

1. Nada que decir, es solo un espacio porque hace tanto no actualizaba.

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