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6.


"Somos una gran atracción,

A la que no te puedes resistir..."


Salí del hospital el veintiocho de octubre del dos mil veinte. Un mes después de que entré. Con ayuda de mis hermanas, los tres guardias que siempre me han cuidado en el hospital y el secretario del presidente.

Y salí con una sola pregunta dando vueltas en mi cabeza.

¿Quién era ese hombre realmente?

¿Y cuándo lo vería por primera vez?

No sabía ni siquiera su nombre, ni de dónde venía. Era mexicano como yo, tendría más o menos edad que yo. Si era de la ciudad alguna vez no habré visto aquí. Intenté preguntarle a todo el mundo por él.

Pero nadie me decía nada.

Ni siquiera Dimitry que era con el que ahora me llevaba mejor de los guardias.

—¿La casa queda muy lejos?

Estábamos en camino a la casa que era de uso personal del presidente y donde viviría a partir de ahora y por los próximos meses o al menos hasta que me recuperará por completo. En la última consulta del médico me había dicho que al menos tardaría tres meses en sanar por completo y que aunque era joven y podría recuperarme con mayor rapidez pero de todas maneras tendría que tener en extremo cuidado para lograrlo.

En resumen no me dio demasiadas esperanzas. Y así lo preferí porque si me hubiera dicho que en un mes volvería a mi vida como la conocía no le hubiera creído de todas maneras.

Sería demasiado bonito para ser verdad.

Yo estaba acostumbrada a lo malo, lo feo, lo difícil. No conocía obtener algo si no te esforzabas primero para obtenerlo. Trabajé duro para tener cada cosa material y logro en mi vida personal y en lo laboral y por eso valía el doble para mí.

Y para mis hermanas también.

Iban a ser unos muy largos tres meses.

Y lo más importante de este viaje es que hoy lo iba a conocer por fin. Al parecer hoy por la mañana el hombre había regresado de un par de viajes de negocios

Y también íbamos a firmar ese dichoso contrato que tanto mencionaba el secretario durante mi estadía en el hospital. Y lo digo en serio, el hombre me visitaba al menos tres veces al día para verificar que todo estuviera bien, que nada se me ofreciera e incluso lo hacía con mis hermanas en casa, en sus trabajos y la escuela.

—¿Y cómo se han tomado la ayuda extra en casa? ¿El refrigerador sigue lleno? —Le pregunté esa misma mañana mientras me ayudaba a guardar dentro de la maleta todas mis cosas.

Las demás, mis cosas personales como la ropa y otros efectos ya habían sido llevados con anterioridad a la casa del presidente.

Oh dios... cuánto odio tener que llamarlo de esa manera hasta en mi mente. Pero es que como no conozco su nombre, y todos se niegan una y otra vez a decírmelo es lo único que puedo usar para referirme a él.

Bueno, no.

Le he llamado por miles de palabras altisonantes en mi mente antes pero mi hermana mayor dice que no puedo hacerlo en su cara. O en presencia de alguna de las personas para las que trabajé.

—Sí, bueno es raro y probablemente lo siga siendo pero también es bonito saber que si algo se te antoja puedes ir por ello y estará dentro del refrigerador.

Espero no me tengan lastima por esto, pero es que cuando estas acostumbrada a vivir al día las posibilidades de que al llegar a fin de mes nuestro refrigerador este lleno son muy bajas.

O de que haya comida de más.

Siempre hacemos el mandado de manera justa por lo que no podemos gastar tanto en berrinches o gustos de más.

En realidad no podemos gastar tanto y punto.

Llegamos y la casa parece exactamente como si hubiese sido diseñada para que un dios griego viva en ella. Levanto un poco la cabeza para observarla en toda su magnitud y esplendor pero no puedo.

Mi cuello aún duele a veces.

He estado tentada incluso a pedir el collarín de nuevo, porque eso no debe ser normal. Y se lo mencione al médico antes de irme, me dio pastillas para el dolor y dijo que ya se me pasaría.

También se burló de mí diciendo que podría ser el estrés.

Sí, como no...

Abrieron la puerta de atrás, y me ayudaron a bajar pasando de los brazos de Dimitry quién me tomó en ellos sin decir nada y llevándome hasta una silla de ruedas que descansaba hasta los pies de una rampa pequeña que daba a la entrada de la casa.

Con una puerta tan alta que no llegaba a ver el fin, entramos en la casa.

No quiero aburrirlos con los detalles de cómo era la residencia, sobre todo porque aun creo que puedo estar soñando al estar aquí.

—¿Y él vive solo aquí?

Quien llevaba empujando mi silla era Dimitry, todo porque yo se lo había pedido antes de salir del hospital. No me gustaba que nadie me tocara, de ninguna manera. El contacto físico siempre ha sido un problema para mí, de cualquier tipo.

Pero se lo permitiría a él para que me ayudara.

Solo esa vez.

Y quizás en un futuro si llegaba a necesitarlo también.

—Sí.

—¿Por qué? —Dije en apenas un susurro. No quería que nadie además de él me escuchara.

—No tengo una respuesta para eso.

—Puedes decirme Ada, si quieres.

—No es correcto hacer eso.

—¿Entonces cómo si puedes hacerlo?

—Señorita, ¿le parece bien?

—Sí, mientras no uses apodos o mi apellido todo está bien.

A dónde fuera y desde que mis padres murieron el uso de mí apellido con mis colegas de trabajo y amigos estaba prohibido. A menos que estuviera siendo estrictamente necesario no dejaba que nadie lo usará.

Solo en eventos formales, y aún así me disgustaba. Me lo pasaba haciendo muecas a quien lo usara.

Ya que para mis hermanas y para mí era un recordatorio del castigo de ser parte de la familia. Era un recordatorio y penitencia y un constante miedo por la verdad.

Usarlo era signo de mala suerte y mal augurio.

Las ruedas se detuvieron al llegar a dos puertas dobles de madera. ¿Por qué todas estas casas cuentan con ellas? Estoy segura de que si fuera a cualquier casa de ricos aquí en la ciudad y entrara en ella, vería unas puertas iguales a estas.

—¿Qué pasa?

—El presidente está esperándole dentro.

¿Se puede uno ir corriendo todavía?

Trago saliva y asiento. Abren las puertas y me llevan dentro. Solo por eso es que no salgo corriendo, porque me están llevando, porque no puedo ir sola a ninguna parte.

Debo usar la silla hasta que me quiten el yeso del brazo, después tendré más libertad porque podré usar muletas.

Pero aun así eso no eliminara el grado de dificultad y la odisea que será el poder trasladarme de un lugar a otro sola.

Me acerco a donde está el escritorio, situado justo en medio de la habitación. De ambos lados hay dos grandes libreros que llegan desde donde empieza el techo hasta donde empieza el suelo. De pared a pared. Cubre todo.

Y están llenos de libros.

Una silla reclinada que esta de espaldas a mí me dice que hay alguien sentado en ella.

—¿Hola?

—La dejaré aquí, si necesita algo estoy afuera —Dimitry se retira sin decir nada más.

Con ambas manos, una a cada lado de la silla me adelanto un poco de donde me han dejado. El suelo tiene un acabado parecido al mármol. Nunca he visto un piso hecho de esa manera.

—¿Hay alguien ahí sentado? —La silla comienza a girarse.

Y...

Oh Gravedad... no seas tan cruel conmigo, por favor.

Si pudiera desmayarme ahora lo haría, pero no creo que deba. Más que nada porque no sería tan dramático hacerlo estando sentada en una silla y con la pierna extendida al frente.

Alexei Marroquín está viéndome de frente.

¿Cómo es posible esto...?

Él no me dice nada, se acerca a un pedazo de papel que está situado en el medio del escritorio y lo desliza hasta mí. Luego pone una pluma de color guindo en seguida de él.

—Firme abajo.

No puedo moverme o respirar. El tiempo se ha detenido.

—Ahí —él señala con su mano desplegada encima de la hoja, miró hacía ella y luego aparto la vista de inmediato. Si firmo eso, tendré que quedarme aquí a verlo todos los días por al menos tres meses.

Tendré que verle.

Respiraré su mismo aire.

Los dos, bajo un mismo techo.

Le estaría vendiendo mi alma al infierno y al demonio, por un amor que no resiste ni la gravedad de la tierra.

Di, no y vete. Di no y corre. Grita mi mente.


En su lugar tomé la hoja de papel y la firmé. Luego con mis manos doy vuelta a la silla de ruedas y corrí lejos de ahí.

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