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35.


"Agárrate fuerte, porque soy un poco inestable..."


Me dejó en casa sin decir mucho, los guardaespaldas bajaron mis cosas y las metieron dentro sin decir nada.

Él solo se decidió a ver mi casa por todas partes. Por dentro y fuera, las paredes y las ventanas. Los adornos de navidad que seguramente Eurora había puesto fuera para cómo siempre comenzar con el espíritu navideño. Aunque era algo tarde para haberlos puesto, pero eso no importaba.

Una vez que el frío llegaba a la ciudad lo hacían también todos los adornos en las casas, sobre todo los exteriores. Y nuestra casa no era la excepción.

Los guardaespaldas se despidieron dándome medias sonrisas y buenos deseos y él. Solo me miró desde su asiento. Se metió en la camioneta al ver que la última maleta estaba siendo metida en mi habitación.

Y no dijo nada. Segundos después el auto se fue haciendo más fácil a mí el olvidarlo todo.

—Hogar dulce hogar —dije cerrando la puerta de la casa hacía la calle.

Después pase toda la tarde acomodando mis cosas, las viejas y las nuevas. La ropa dentro de los cajones y el clóset pequeño que tenía en la habitación. Coloqué mi computadora en el escritorio y desempaqué todo.

Todo lo que había dentro de las maletas.

Lastimosamente, no venía dentro de mi corazón.

Me senté en la cama, en la esquina admirando mi habitación. Todo me parecía demasiado pequeño y ajeno a mí ahora. Eurora me encontró dentro una hora más tarde, estaba viendo a la nada.

—¿Qué pasa? ¿No estás contenta de estar de vuelta?

—No es eso, es que...

—Sea lo que sea, puedes decírmelo. Soy yo, Eurora, no Damaris y ella no estará en casa hasta la noche. Ya lo sabes.

La chica se sentó a mi lado en la cama, segura y sonriente, confiada y valiente. Como siempre. Por eso me abrí y por tener la seguridad de que Damaris no vendía a descubrirme si lo decía en voz alta.

—Me ha dicho que me ama.

—¿Y qué hay con eso?

—Que no sé qué decirle.

—¿Y tú qué sientes?

—Sabes bien cómo me siento por él desde el preescolar.

—Entonces díselo.

—Pero es que no está bien para nosotros, por la promesa que hicimos.

—Hay por favor como si alguna de nosotras la hubiese seguido alguna vez.

—Yo quería ser la primera.

—Cariño no puedes vivir toda tu vida huyendo del amor solo porque también es dolor, lo bello de amar es saltar al vacío cual espacio, esperando a que la gravedad te permita volar.

—Eso no tiene sentido para mí.

—El amor tampoco lo tiene. Pero si necesitas otra razón para saltar al vacío te diré que no quieres salir más lastimada y si lo dejas ir de nuevo es lo que harás.

Para mí hasta ese momento no tenía sentido ninguno de los sentimientos que teníamos el uno por el otro.

Y cómo todo se había dado cómo un accidente tampoco ayudaba. Porque nunca he creído en el destino, he pasado cada segundo de mi vida sola. Valiéndome por mí misma y mis hermanas, algunas veces con armas restadas y otras veces con lo poco que voy recuperando de cordura.

No voy a reclamar más a los cielos por todo lo que pudo ser y ya no será. Porque es pasado. Y ese pasado no se tocará nunca más. Sé que hay heridas tan profundas que algunas no sé pueden cerrar nunca.

Y aún así, eso es lo que más deseo hacer en el mundo.

Deseo pasar página y ser una mujer diferente de la que soy ahora, en un par de años claro está. Ser más valiente, ser más audaz, tener conocimientos por montones y vivir toda clase de experiencias sin miedo.

Pero en el amor...

No sé si alguna vez podré hacerlo.

—Inténtalo y deja de pensarlo demasiado. Siempre me ha molestado que piensas demasiado cuándo se trata del corazón hermana —me dijo Eurora antes de dejarme sola. Lo cierto es que no pude dormir por esas palabras aquella noche, pero me atormentaron aún más las que le siguieron— con el corazón no sé juega y tampoco se piensa.

Y quizás tenía razón.

Lo cierto de todo esto, la verdad y haciéndole justicia a las sabias palabras de mi hermana menor, es que si no te lanzas al vacío no sabrás si la gravedad estará ahí o no para ayudarte.

Es una moneda de doble cara hasta que cae al suelo y vez que estabas creyendo en lo imposible, deseando y rezando que fuera verdad lo que tus ojos te decían. Sin embargo al ver ambas caras, puedes observar que eso no es cierto.

Me levanté de la cama, despaché a mis hermanas a sus trabajos y escuelas y como siempre pedí un taxi para irme a la casa del presidente.

Quería averiguar por mí misma si podía dejarlo atrás o quedaría atrapada en él.


◄◄►►


Nadie te prepara para romper tu corazón una y mil veces, ¿verdad?

Eso lo sabemos de sobra. Lo que nunca esperamos es que la persona que nos juró mil veces también que nunca nos dañaría sería la que perpetuaría el dolor que nos rompería para siempre.

Baje del auto pequeño. Digite los números del código de seguridad para abrir las puertas del portón de la casa, se abrieron sin dudar. Llegué a pensar que al irme cómo me había ido él cambiaría los códigos y me dejaría claro con eso que yo ya no pertenecía a su vida ni a su corazón.

Casi estuve decepcionada, lo reconozco cuando no lo hizo, porque siempre se está preparada para cosas como estas al ser cómo soy. Pero no para lo que pasó después.

Entré por la puerta recibida de la mejor manera, me saludaron todos y cada una de las personas que había en la casa. Quiero suponer porque estaban felices de verme aunque me había ido apenas ayer y porque no sabían lo que estaba pasando.

Supongo que Dimitry tenía razón, él le era leal absolutamente al presidente porque al final de todo él pagaba su sueldo y estilo de vida y yo no. Él no me debía nada. Ninguno de ellos en realidad.

Pedí que nadie avisara de mi presencia, quería sorprenderlo cómo tanto le gustaba. Esperaba que cuando me viera se arrojara a mis brazos y me pidiera volver a él, a nosotros. Que ingenua y estúpida fui.

Nunca debí olvidar mi propia regla, nunca bajes la guardia con los hombres cómo Alexei Marroquín.

"Nunca te enamores, especialmente de Alexei Marroquín..."

Nunca.

Atravesé las puertas dobles que daban al patio, un par de señoras de la limpieza me dijeron que estaba ahí. Y me detuve en seco.

Yo...

Casi...

Le creí...

Lo encontré, estaba sentado al borde de la piscina con una chica rubia, de piernas largas.

Jugando y riendo.

Como pude me arrastré hasta la puerta, en ella me encontré con Dimitry quién iba saliendo. Mi corazón se detuvo, no pude respirar. Ni siquiera sé cómo conseguí salir de la casa sin que nadie me detuviera, recuerdo haber tirado un par de manotazos a las personas que me veían.

Preguntaron varias veces si estaba bien.

La imagen de Alexei con la chica era lo único que me motivaba a irme de ahí en esos momentos. Como él le susurraba al oído palabras de amor seguramente y cómo ella se reía alegando que él le hacía cosquillas. Parecían bien compenetrados y divertidos uno con el otro.

Estaba claro. La que estorbaba siempre en su vida, desde un principio había sido yo.

Él mismo lo dijo, era un problema, una piedra en el zapato que sé quería sacar desde hacía mucho tiempo. Él no lo sabe pero sé lo dijo a Dimitry y él me lo dijo en secreto a mí al principio de mi estadía.

Claro no debería dejar que nada de eso pesara en su contra en la balanza, debería de ser objetiva.

¿Se puede ser objetiva en el amor?

—¿Señorita está bien? —Dimitry me tomó del brazo, yo me libere rápidamente y le aparte.

La respuesta es no.

Yo iba a confesarle mi amor y él se lo estaba confesando a otra al oído. Mientras le hacía caricias y cosquillas conmigo cómo testigo.

—Sí. —Contesté fría.

Frío... Frío es el que he vuelto a sentir por dentro. Me quiebro. Vuelo, caigo y me quedó sin oxígeno como si no trajera casco protector en este vasto espacio negro e infinito.

Quizás no traigo.

Quizás nunca tuve uno.

—¿La ayudó en algo?

Le miré, vi ternura y lástima mezclada en sus ojos.

Me dieron náuseas de solo verlo. Pero en nadie más podía confiar para irme. El corazón me latía a toda prisa y no podía respirar.

—Voy a irme un rato. No dejes que me vea así, llévame a casa y no le digas que estuve aquí. No le dejes verme así.

Me desvanecí en el aire después de eso. Pero recuerdo escuchar cómo mis amigos me ayudaron una vez más.

Porque ellos si eran mis amigos.

—Tú, tú y tú entren en la casa y quédense con el señor. Y tú Christian ven conmigo, la llevaremos a casa —entre los dos guardaespaldas me subieron al camioneta sin ningún esfuerzo, me sentaron en el asiento de atrás y ataron el cinturón de seguridad— ¿Hay un kit de primeros auxilios dentro del auto?

—Debajo del asiento —dijo el otro hombre.

—Pon un poco de alcohol en su nariz, no demasiado cerca. No le gusta el olor.

Eso es lo último que recuerdo. Cuando desperté estaba de nuevo en casa y aunque sabía que no, quise pensar que todo había sido un sueño.

—No fue un sueño —dijo Damaris cuando me vio.

—No, tienes razón, fue una pesadilla —le dije entrando en la cocina por un vaso con agua a la mañana siguiente.

—Espero que eso te sirva de lección, no puedes confiar en nadie que llevé ese apellido. Tú y yo lo sabemos mejor que nadie.

Asentí.

No dije nada, fui hasta un recipiente de plástico en la mesa y luego tomé un vaso vacío de la mesa. Descansaban siempre ahí, listos y limpios para usarse siempre que los necesitarás.

Cómo yo era antes de él.

—No te preocupes, no volverá a pasar nunca.

—Eso espero.

—No esperes, es lo que pasara.

Después de eso, la despedida de los demás era pan comido.

Regresé a la casa dos días después por un par de cosas, llamé a María antes para asegurarme que el presidente no estuviera y entonces poder ir cómodamente y decirle adiós a todos.

Pero al final, justo cuando estaba saliendo en el taxi ella envió un mensaje diciendo que él estaba regresando de manera inesperada y que no parecía irse pronto. Por lo que aunque ya estaba cerca de la casa me bajé del auto.

—Aquí tiene —dije pasándole el billete rosa de cincuenta pesos al conductor. Era la tarifa regular a dónde sea que fueras dentro de lo céntrico de la ciudad.

—¿Segura quiere qué la dejé aquí señorita?

—Sí, gracias por todo.

El señor asintió ante mí y desbloqueo la puerta para que yo pudiera salir. No tuve que caminar demasiado, el conductor me dejó exactamente a tres casas de la suya.

Que aunque su propiedad no abarcaba los mismos metros cuadrados que la mía, teniendo una cuadra para él solo y hasta más para su casa, no era mucho aún así lo que caminé.

Al llegar a la puerta me paré ante la cámara y pedí en el timbre por Dimitry. No entré aunque las puertas se abrieron para mí.

Esperé pacientemente a que él viniera a mí.

—Hola —dije cuando lo tuve de frente.

—Me supongo que no está aquí para decir eso.

—No, vine para decir adiós de manera definitiva.

—¿Pero señorita a dónde va?

—Me voy. —Me di la vuelta esperando a que no me detuviera, falle en mí pensar porque se interpuso en mi camino para decir lo que tenía que decir.

—Pero se va sin decir nada...

—¿Recuerdas lo que le dije al señor cuándo me trajo después del accidente a su casa? Le dije que cuándo era mi hora de irme de la vida de una persona nunca sé daban cuenta. Que me iba siempre sin despedirme y sin decir nada más.

—Pero se está yendo sin des... —Él no llegó a decir nada más. Se dio cuenta de inmediato de lo que había querido decir.

No lo mostro en su rostro cómo pocas veces, pero le pesaba hablar y decir lo que quería sin que doliera por eso lo dije yo.

—Cuídalo por mí, ¿quieres?

—Sí, señorita. —Me alejé aunque no quería, pero Dimitry me llamó de vuelta— Señorita si necesita cualquier cosa llámeme, llámenos, estaremos felices de ayudarle. Sin dudarlo.

Asentí, sonreí y me fui.

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