3.
"Si me quieres, no te sueltes..."
Despierto.
Estoy más que molesta, lo que le sigue.
Pero debo de controlarme, solo por mi bien. Porque si algo odio es que me digan que hacer, pero lo peor es que me obliguen a hacerlo.
El hombre entró de nuevo en la habitación ya habiéndome calmado, se presentó de nuevo. Recalcó su cargo como secretario, para mí eso quería decir que solo era el mensajero.
Y como en todas las películas, siempre se le quiere echar la culpa al mensajero me obligue a calmarme. Porque él solo era un emisario, no el culpable en sí.
Eso era por fuera.
Pero por dentro me llevaba el demonio al infierno.
—Haber si entiendo, ¿el hombre qué me atropelló está pagando esté hospital?
Aquella revelación me hizo enojar, me levanté de la cama dispuesta a arrojarle algo de nuevo al secretario.
Él se hizo hacía atrás, dio solo un paso pero con eso me demostró que me tenía miedo.
Bien, tenme miedo herida, pero tenme mucho más miedo normal.
Porque iré por ti niño, tarde o temprano...
—Así es, así como las medicinas y todo lo que has necesitado para tu salud.
—¡Ah-ni-yo! —Grité molesta— ¿cómo has podido permitir algo así? —Me giré a ver a mi hermana pequeña.
Cuando desperté Damaris no estaba aquí, debido a que tuvo que irse para preparar una clase especial de mañana.
—No he tenido de otra, no podemos pagar nada de esto.
—¡Entonces no debiste de haber permitido que me trajeran aquí en un primer lugar! —Grité de nuevo.
—¡Oye no me grites! ¡Yo no sabía que te habían traído aquí hasta que ya fue tarde! —Grita ella en respuesta.
—Sé que no está nada contenta con esta situación... —Dice el hombre tratando de meterse en nuestra conversación.
—¿Neta? ¿Eso crees...? —Contesté sarcásticamente.
—¿Adanary tus modales dónde quedaron? —Contrarresta mi hermana.
—Está bien, entiendo está preocupada por todo lo demás mientras está aquí.
—¿Qué es todo lo demás para usted?
El hombre ignoro mi pregunta e hizo como que no le había dicho nada.
—Le pido sin embargo que no se preocupe, el presidente ha preparado un convenio que cubra todo eso. Claro, si es que decide aceptarlo.
Me alteró, me levanto un poco de la cama de nuevo y con un impulso hago como que quiero írmele encima a los golpes.
De nuevo retrocede como un pequeño niño asustado. No puedo evitarlo, me rio por aquella pequeña muestra de miedo del hombre.
—¿Alguna vez ha sido golpeado por una chica señor secretario?
—Jamás, señorita. —Responde él carraspeando la garganta, se le traba la voz al hablar y se lleva las manos a la corbata para comprobar el estado de está.
Yo sé lo digo, está torcida y se ve horrible.
Si es un hombre que da pena desde que lo ves.
—Siga hablando y habrá una primera vez muy pronto.
—Ya basta niña o haré que te seden de nuevo.
Gruñó molesta por ese regaño.
—¿Qué clase de convenio...? —Digo regresando a la realidad.
—Sí usted decide no levantar una denuncia en contra de mi jefe, él se encargará de todo. Gastos, manutención de su casa, medicinas, atención médica de la mejor clase, lo que sea que quiera y necesité, incluso pondrá seguridad y transporte para usted y sus hermanas, personal de apoyo para cuidarla y para ayudar en tareas diversas.
La manera en que dijo, "tareas diversas" no me gusto. Era obvio que se refería a las indeseables tareas del hogar, que él nunca en su vida había tenido que hacer solo.
Mucho menos su jefe.
Presidente, mis...
—Esperen... ¿me estás diciendo que ese desgraciado no está encerrado ya?
—Lo estaba, salió bajo fianza hace unos días. —Declaro mi hermana con la cabeza abajo.
—¿Cómo? Ah... pero... ¿por qué me sorprende? Si cada vez que alguien comete un delito contra una mujer, niño o anciano las autoridades hacen como que no ven, especialmente si es alguien con poder el que tira de los hilos.
—¿Eso es un no...? —Grita el secretario para mí.
Esta vez no me molesto, no es su culpa. Yo he estado gritando tanto todo este tiempo que nadie podría escucharse por encima de mi voz, por lo que en medio de todo esto es la única manera de hacer notar.
—Pero por supuesto que es un no. Ni usted, ni él, ni nadie pueden comprar la voluntad de vivir de una persona. Ni sus derechos. Él me quiso matar y tiene que pagar por ello.
—En realidad fue un accidente. —Mi hermana es quién habla ahora.
—¿Qué? ¿Qué clase de accidente puede ser atropellar a una persona a plena luz del día?
—Él iba siendo cauteloso como siempre, pero algo estuvo mal en su auto. Al parecer estuvo fallando desde hacía unos días, incluso lo llevó al servicio. Pero no lo dejaron bien, cuando intento frenar la manguera del líquido se rompió porque no era la correcta para ese modelo de auto. Ya sabes cómo deben ser esas cosas exactas. No pudo frenar a tiempo y es cuando la atropello.
Observé al secretario, metió ambas manos a sus bolsillos y sé ha encogido.
Esto, no está bien...
Algo no está bien aquí...
Oh no...
Dios no...
Pude haber gritado o haber hecho más escándalo, haber hecho un berrinche mayor que el que ya había hecho.
Pero saber que había sido un error de alguien más y no de él me hizo sentir como en mi propia piel. Porque yo también había cometido antes un error que me había costado toda mi vida y hasta mi futuro.
Por eso entendí, asentí y pedí disculpas como la buena mujer que soy, comprensible, y amablemente acepté lo que me ofrecieron porque esta vez como muchas otras, era culpa del destino.
Y no de nadie más.
►►►
Apuesto a que todos quieren saber cuál ha sido el tan ansiado trato que he hecho por mi alma.
No hay una manera bonita de decir esto. Porque desde el ángulo que quieras verlo, sigue siendo lo mismo. Me vendí por unos pocos pesos. Bueno, por muchos.
Las reglas del convenio son simples.
1. No divulgación. No deberé decir nada sobre la ayuda/apoyo proporcionado de parte del hombre.
2. Deberé de aceptar todo lo que sé me da de buena gana y sin rechistar.
3. No debo usar su nombre en vano.
4. Y la más importante de todas, debo vivir en casa de ese hombre hasta que mejoré.
Lo sé, casi lloré del coraje por tener que cumplir con esa última regla. Sobre todo porque nunca en mi vida he vivido cerca de un hombre que no fuera mi padre.
Y eso fue hace ya bastantes años, tantos que ya ni puedo recordarlos. Además nunca he tenido novio, por lo que no sé muy bien cómo comportarme cerca de ellos.
Incluso en mi trabajo, los hombres y su lenguaje, vocabulario, modismos, etc, no son mi fuerte. Sino tengo que trabajar con ellos mucho mejor. Es por eso que cuando llegué a ser jefa de mi departamento pedí elegir a mi equipo de trabajo.
Y dentro, solo están mujeres.
Pero al final acepté por tres razones. Las primeras dos son mis hermanas. Y es que con sus vidas como las conozco apenas y tendrían tiempo de cuidar de mí porque aunque deteste admitirlo no podré hacer nada sola.
Ni ir al baño, bañarme o comer sin ayuda de alguien.
Y también porque el secretario me ha asegurado que no tendré contacto alguno con ese hombre. Solo estaré en la casa aislada de todos, tendré mi propia habitación y estaré el tiempo suficiente como para recuperarme.
Y cuando lo haga, saldré corriendo de esa casa como si tuviera un cohete en el trasero.
Literalmente esa es la frase que he usado para referirme a ese momento.
Aún no he firmado el contrato, me han dicho que se tardaría un tiempo en estar listo para que ambas partes puedan firmarlo. Eso, y que la otra parte que debe firmarlo se ha ido de viaje de negocios y no regresará en un buen tiempo.
Pero lo primero que se ha puesto a la orden del día es la seguridad, el transporte para mis hermanas y por supuesto el que nuestros gastos estén totalmente cubiertos.
Todos nuestros recibos de servicios, la compra del mes y las tareas del hogar han sido hechos.
Como han dicho, dispusieron una persona que está dentro de mi casa para llevarla como nosotras lo haríamos. Eso, me lo han venido a gritar casi corriendo mis hermanas.
Llegaron ayer a casa y la mujer ya estaba dentro. Como entró en la casa, no quiero saberlo.
Así como tampoco quiero saber cómo es que ha llenado el refrigerador de mi casa con la comida que nos gusta a todas.
Solo me queda aceptar que tendré que estar acostada más de ocho horas al día, bueno, no en realidad estaré recostada más que eso. Porque sí, me rompí mi pierna izquierda en dos. Y de milagro no necesite cirugía, un poco más y eso habría sucedido.
Y estaba tan agradecida por ello, odiaba las series en donde eso ocurría, la sensación de ver a alguien introducir sus manos dentro de otra persona me daba escalofríos, y eso que eran series de médicos donde lo había visto.
¿Imagínense si lo hubiera visto en películas del género Slasher?
Me muero.
Pocos minutos habían pasado después de la hora de la comida en el hospital. Una enfermera había venido a ayudarme para poder comer ya que por las mañanas mis hermanas estaban ocupadas para pasar el tiempo conmigo.
Así que el personal del hospital se había solidarizado con esta pobre mujer invalida, eso, después de que prometí no arrojar nada más ni lastimar a ninguna persona del hospital, personal o quién fuera a ayudarme.
Siguiendo la primera regla de mis propios principios.
1- Sé amable con todos, no importa quiénes sean.
Además, ya no me quedaron ganas de ser mala. Sobre todo cuando todas las personas de mí alrededor comenzaron a ser buenas conmigo sin ninguna razón aparente.
O sí, quizás era lástima.
Como sea ahora estaba tan cansada y adolorida que eso me tenía sin cuidado.
No podría preocuparme por ese tipo de cosas, debía enfocar toda mi energía para recuperarme. Debía de hacerlo y pronto. Si podía para irme antes de aquí a casa, mejor.
Tengo frío, me grita mi subconsciente. La noche anterior le pedí a mi hermana que me trajera unas cosas de la casa, entre ellas ropa de tiempo de frío. Suéteres, algunas mantas, calcetines. Que no te daban aquí.
Y ahora mismo, no sé porque me estaba muriendo de frío.
La última enfermera que había venido hoy a vigilarme y cuidarme se había ido ya y ahora me había quedado sola por al menos cerca de media hora, hasta que llegué una de mis hermanas a hacerme compañía.
Pero tenía frío.
La maleta estaba al alcance de mi mano, solo debía estirarme un poco. Hice un intento, jale, jale y jale...
Alcance la esquina de un suéter grueso de color rosa salmón, que era mi favorito desde tres inviernos atrás. Me quedaba enorme pero estaba de lo más calientito siempre y cómodo.
Pero este estaba atrapado entre una muda de ropa y otras cosas que no veía debajo.
Jale, jale más pero lo que termino cediendo fue mi cuerpo contra el piso.
Ayer me quitaron la pierna del columpio y lo mejor es que lograron acomodarla en la cama, con una almohada pequeña debajo de ella para que siempre esté elevada y no me mueva tanto con ella.
Pero era una contradicción para mí, los médicos no lo sabían pero eso me daba una oportunidad nueva.
Libertad...
Para terminar en el suelo.
Mi cara chocó contra el inminente y frío suelo y sin darme cuenta estaba llorando por el golpe, la frustración de sentirme débil y más que nada porque eso siempre me pasaba. Estuviera bien o no.
—¿Por qué, Dios, por qué a mí?
Los brazos de alguien me levantaron, me pusieron sentada primero en el suelo, alargo mis piernas haciendo que se acomodaran bien en él y luego me obligo levantar la mirada para verle.
Un hombre para nada contento, totalmente serio, sin mostrar nada en su rostro. En serio nada. Ni descontento, ni molestia por tener que venir a ayudarme.
Nada.
—¿Quién es usted?
El hombre no respondió, una vez enderezada en el suelo me cargo en sus brazos y me dejó en la cama.
Tomó mi pierna izquierda, la coloco lentamente encima de la pequeña almohada y luego se separó de la cama para ver el resultado.
—Está bien.
—¿Es una pregunta o una respuesta? —Me acomodé rápidamente debajo de la manta.
El hombre me miró sin decir nada.
Luego salió de la habitación sin decir nada.
—Espera, al menos dime ¿cuál es tu nombre? Para darte las gracias.
Se detuvo en el marco de la habitación y se giró ligeramente hacía su derecha.
—Dimitry.
Y luego salió.
—Es un gusto conocerte Dimitry —grité a la nada del pasillo— ¿de dónde es que ha salido ese? —Hablé muy bajo para que nadie pudiera escucharme.
Aunque no había nadie más que yo en el lugar.
Luego me di cuenta de algo. Seguía teniendo frío y no había alcanzado mi suéter. La pobre prenda seguía colgando de una esquina de mi maleta.
—¿Crees que puedas alcanzarme algo hombre misterioso y serio?
Quizás no me haría caso, quizás no...
Pero después de unos segundos llegó hasta mí en la cama.
—¿Me hablas ahora?
Él asintió con la cabeza.
—Bien, eso me sirve por ahora. —Señalé cerca de mi maleta— puede pasarme mi suéter, es ese de color rosa.
Asiente de nuevo, libera una mano. Las tenía juntas por delante de su cuerpo. Casi como si quisiera mostrarlas para hacerme sentir cómoda de alguna manera. Y con ella toma la prenda y me la da.
Luego se queda junto a mi cama sin decir nada.
—Veo que has decidido quedarte a mi lado para evitar que me lastimé de nuevo.
No dice nada de nuevo.
Cerca de mí en la cama está el control remoto de la televisión. Desde que desperté en casi todos mis tiempos libres esto es todo lo que hago cuando estoy sola. Ver la televisión. Por suerte este hospital tiene televisión por cable en todas sus habitaciones.
Hasta las menos costosas.
Aunque no creo que la mía sea una de esas.
—Bien Belikov, ¿qué te gustaría ver? —Sostengo el control para que la televisión se encienda.
Sé que ese no es su apellido pero como no lo conozco y solo puedo recordar el apellido de Dimitry de Academia de Vampiros de Rachelle Mead que es otra persona rusa que conozco.
Que este no tiene solo su nombre de ruso, estoy segura de que el apellido también debe ser de ahí. Y sino me creen deberían de escucharle hablar, solo ha dicho tres palabras y lo sé.
Noté el acento al instante.
—¿Y qué eres tú? —Él siguió sin moverse de su lugar. Estaba muy cerca de mi cama, pero no tanto como para intimidarme. Aunque de todas maneras lo hacía.
Si el hombre era gigantesco.
Yo creo que debía de medir más de uno ochenta, por lo menos.
—Si no me respondes comenzaré a gritar que me haces daño.
Me miró, y su boca cayó hasta el suelo.
—Entiende una cosa hombre gigante, eres un hombre, solo un hombre de más de cuarenta años en la habitación de una tierna y pequeña mujer de menos de treinta años, débil, inválida y no hablas. —Me mira estupefacto— bien podrías ser un asesino en serie contratado por el presidente ese para que me mates y con eso él quedé exento de culpas. Tú irás a la cárcel y él no si es que algo se les puede probar.
—Usted ha visto demasiadas películas.
—Así que si hablas.
—No vine a matarla. —Dice serio.
—Tus palabras no son ninguna garantía para mí.
Mi hermana toca la puerta y con eso él sale sin decir nada más.
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