28.
"(Despiértame) despiértame dentro...
(No puedo despertar) despiértame dentro...
(Sálvame) llama mi nombre y sálvame de la oscuridad".
Las pesadillas también son sueños. Sueños, verdaderamente malos en los que usualmente somos perseguidos por nuestros propios miedos.
Mi peor miedo siempre ha sido perder a mis hermanas o a mí misma. Por eso sueño de manera recurrente en los peores tiempos con ese accidente dónde por poco casi lo perdemos todo. Bueno, en realidad viéndolo desde otra perspectiva si lo perdimos todo.
Pero esa no es toda la historia.
Lo cierto es que nadie te prepara nunca para una pérdida de ese tipo, pero aún peor nadie te prepara para la perdida de una identidad que ni sabías que podrías perder.
Cuando un niño entra en el sistema de adopciones del estado, lo primero que hacen es una exhaustiva búsqueda de sus familiares más cercanos. Esto para asignarlos como padres temporales o incluso darles la custodia, en caso de que ellos acepten.
No tengo que decir cómo nos resultó a nosotras en ese aspecto. Nadie, ni un solo miembro de mi familia quisieron tenernos. Y así fue hasta que apareció Valente. Es el único hermano mayor de mi abuela.
Lo que nunca nos dijo es que con su ayuda, venían muchas responsabilidades. El estado no quiso dejarnos a su cargo ya que no era un ciudadano ni siquiera de nuestro país y no sé sentían confiados de dejarnos con una persona extranjera que aunque poseía un vínculo de sangre con nosotros, no era suficiente para ellos.
Al principio estaba molesta, lo admito hice una rabieta y rompí unas cuántas cosas del lugar donde vivía, no fue lo correcto y me sentí terrible por hacerlo. Apenas y teníamos unas cuantas posesiones los niños que vivíamos ahí. Y ahí estaba yo rompiendo en miles de pedazos aquellas cosas, me arrepentí tanto que trabajé en un supermercado local, todo un verano hasta el cansancio para poder pagar todo lo que rompí.
Ese fue mi primer trabajo.
Siempre digo que la vida tiene maneras de sorprenderte cuándo menos lo esperas. Para mí fue un miércoles de verano, hace seis años. Mi cumple años numero veinte acaba de pasar, hacía tan solo unos días.
Y la locura y caos que siempre me trae ese día de julio apenas nos había dejado acostumbrarnos a la vida normal cuando el tío Valente llegó de nuevo a nuestras vidas. No lo habíamos visto desde esa vez que trato de ser nuestro tutor legal hacia menos de diez años.
Lo reconozco me dejé vislumbrar por sus palabras bonitas, esa fue la última vez que confíe en la palabra de alguien, sobre todo si venía de la boca de un hombre. Porque no pasó mucho tiempo para que sus verdaderas intenciones fueran rebeladas a nosotros.
Y por nada menos que por él mismo.
—Tío, que alegría verte... —Abrí la puerta confiada en que él no me haría daño porque era familia.
Sí, porque no me había pasado antes, ¿verdad?
—¿Están en casa las tres? —Él no era nada parecido a mi abuela.
Al menos no es cuestión de personalidad. Porque en rasgos físicos eran como dos gotas de agua.
Poco después descubrí que era porque eran hermanos gemelos.
—Así es. Damaris está estudiando en su cuarto y Eurora está terminando algo en la cocina. —Él siempre esperaba paciente a que yo terminara de hablar y para entrar en casa. Era siempre tan amable. Era. En el pasado— Pasa por favor...
Abrí la puerta más para dejarle entrar.
—Gracias —entró sin decir nada. Mirando un poco hacia el suelo y rebuscando con la mirada algo que le dijera que de verdad éramos familia.
Lo cierto es que aunque en nuestras venas corría la sangre coreana, poco sabíamos sobre esa cultura. Fuimos criadas enteramente como mexicanas y la verdad es que tampoco teníamos de aquellos rasgos físicos tan característicos de ellos.
—Quizás, solo los ojos rasgados tendrán —Eso le dijo mi padre a mi padre cuando esperaban a su primera hija. Y así fue, casi como si hubiera sido un regalo de los dioses para no olvidar que la sangre pesa más en estas cosas.
Pero lejos del camino de los recuerdos y remembranza la realidad aún me esperaba de pie, a pocos metros de la puerta.
—¿Qué pasa? —Le pregunté.
—Tengo que decirles algo muy importante.
—Llamaré a mis hermanas —grité tan serena como pude.
Ya que con la mirada impaciente de ese hombre que era de mi familia en cada uno de mis movimientos comencé a impacientarme. Tal como había comprobado que ya lo estaba él. Eso porque normalmente se sentaba a beber al menos una taza de té conmigo y mis hermanas antes de preguntar cualquier cosa.
Pero ahora mismo no parecía ser ese el caso.
Mis hermanas corrieron a mi encuentro, en cuanto vieron a nuestro tío le dieron una leve reverencia y sonrieron. Él no hizo lo mismo esta vez.
Sí, les digo que había algo raro en él. En todo él. Si alguien me hubiera dicho lo que sé ahora de ese momento que cambió el rumbo de mi vida me hubiera reído en su cara.
Sobre todo porque esta era la única pisca de confianza que me quedaba en el cuerpo y pronto se desvaneció como el agua en verano.
—Ya no puedo seguirles financiando.
Las tres chicas estaban sentadas de manera adecuada, como pocas veces, cuidaron aún más sus posturas en presencia de su tío. Y no solo era porque le tenían respeto sino porque le debían mucho.
Está era una forma de pagarle, comportándose a la altura.
Poco después de que le conocieron, el hombre les había recalcado la importancia del pudor, las costumbres y la dignidad humana para él y para su familia.
Si bien ya no quedaban más miembros de su familia vivos, para él y seguía siendo muy importante la apariencia y el que dirán. Especialmente viviendo en un país como Corea, donde las apariencias eran unas y las realidades otras.
Porque eso era lo que siempre había importado.
Hombres como él no entendían la simplicidad en los países bajos o el como muchas personas elegía vivir de manera "libre" como él llamo en sus propios pensamientos.
Por eso el decoro era lo más importante. Además estaba en sus venas, es parte de las tradiciones de su país.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Antes díganme, que edades tienen ustedes. Las mayores.
—¿Por qué quiere saber eso?
—Pueden contestar sin protestar por favor. —Además él odiaba eso.
Que le contestarán. Para mi mala suerte, yo nunca me quedaba callada.
—Lo siento tío —contesto Damaris disculpándose por las tres, como siempre— yo tengo veintiuno y Ada tiene veinticuatro.
—¿Por qué la pregunta?
—No sé si sepan esto, pero en Corea esa es una edad en que una mujer básicamente ya se está "quedando atrás" para cumplir con sus responsabilidades dentro de la familia.
—¿A qué responsabilidades te refieres tío? —Eurora fue quién habló esta vez.
Yo no pude decir mucho, estaba tan nerviosa y ansiosa es como si sintiera venir la tormenta antes que mis hermanas.
Siempre he odiado eso.
Saber antes de saber.
Llámalo intuición, llámalo sexto sentido o cómo quieras. Pero de una u otra manera no me gusta tenerlo.
—Deben contraer matrimonio para preservar el linaje de nuestra familia. Ustedes son las únicas que quedan, a parte de mí para hacerlo. Y yo ya he comprendido que esa no es una tarea para desempeñar por mi parte.
—¿Y si lo es para nosotras? —Me levanté molesta del sillón y le grité— habla claro, lo que quieres son matrimonios arreglados.
Los matrimonios arreglados son muy comunes en países como Corea del Sur y del Norte.
Pero no es porque sea bueno hacerlo, solo es que conviene para preservar las culturas en un estándar alto. Pero como dije, no es que esté bien hacerlo.
—Adanary siéntate y cálmate, no creo que eso sea lo que nuestro tío quiere decirnos, ¿verdad? —Él no se movió de su lugar en el único sillón individual que teníamos en la sala.
Y dónde siempre le sentábamos.
Con su aspecto algo sombrío y sereno lo dijo todo aquella vez.
—Habla claro entonces —le dije ahora yo.
—Sí, eso es lo que he querido decir. Deben casarse o...
—¿O...?
—O no podrán tener acceso al dinero de nuestra familia.
Lo que más me dolió en esa frase, fue esa palabra.
"Nuestra", como si esa hubiese sido nuestra familia cuando nuestros padres murieron y nos quedamos en la calle porque nadie más nos quiso.
Como si esa "familia" llena de costumbres extrañas y cosas que nosotras no entendíamos hubiese hecho algo por nosotras hasta ahora. Él era el único que había venido a vernos y solo lo había hecho por deber.
Nunca por amor, ahora lo veía. Con el fin de cumplir con lo que debía para su familia, no la nuestra.
Me giré para buscar la mirada de mis hermanas, nuestro tío no sé movía. Quizás esperando una respuesta, quizás esperando a que la tormenta que éramos las tres se desatará por fin.
Lo segundo fue lo que llegó, para su mala suerte.
—No sé si se ha dado cuenta de esto, pero nosotras no tenemos familia. Nuestros padres murieron y nos dejaron huérfanas. No tenemos más familia que esa.
—Pero... —Él parecía confundido.
Debería de estar seguro de lo que escuchó con esas palabras saliendo de mi boca. Al ver que no lo estaba, cómo pocas veces le di una segunda oportunidad de asimilarlo.
—¿No me escuchó? He dicho que no lo necesitamos, ni a usted ni a su dinero. Porque si no va a darnos ayuda de manera desinteresada solo porque somos familia y eso se hace con la familia que uno ama, no la queremos.
—Váyase y no vuelva nunca más. —Grito Damaris.
—¿Están seguras de qué esa es la decisión que deben tomar? —Nos miró sin mostrar nada en su rostro.
¿Cómo demonios hacen eso los coreanos? ¿Cómo pueden verse tan insensibles y no mostrar sentimiento alguno ni en sus expresiones faciales, sobre todo cuándo hay tanto que decir?
—Sí —contestó segura Damaris por las tres.
Ella se puso de pie y caminó hacia la puerta, la abrió y esperó a que él saliera.
—¿No escuchó lo anterior? Váyase y no vuelva nunca más.
Esa fue la última vez que aceptamos su ayuda y la de cualquier otra persona. Eso hasta que Alexei volvió a mi vida presente.
No pude dormir en toda la noche, pensando que quizás ahora no estuviéramos en esa situación. Quizás ahora podría pedir su ayuda por dinero. La realidad es que cómo hermanas y cómo mujeres adultas y responsables habíamos tenido que hacernos de cosas propias poco a poco.
Más que nada a base del sistema de crédito de muchos lugares.
Ahorrando y trabajando además en todo trabajo que se nos cruzara en el camino.
Por lo menos entre Damaris y yo habíamos acumulado experiencia en más campos laborales de los que puedo alcanzar a contar con los dedos de mi mano.
Y pronto sería el turno de Eurora para hacerlo. A menos que le pidiera ayuda a él.
Cuando me decidí a levantarme de la cama, estaba hecha un asco. Fui directo al cuarto de baño para por lo menos lavarme los dientes, me cepille el cabello y me acomodé la ropa de cama que a menudo terminaba torcida porque me movía mucho durante la noche.
Sobre todo en las noches en las que poco o nada había conseguido dormir, cómo ahora.
Regresé a la cama pensando que podría meterme de manera sigilosa en ella sin que Alexei se diera cuenta, pero fui sorprendida por él que yacía sentado en la esquina de la cama. Estaba tallándose ligeramente los ojos y repasando un poco una mano por su abundante cabellera castaña.
—¿Qué haces?
—Trato de verme presentable para ti. Ya que tú has hecho lo mismo por mí.
Me reí por eso. Y porque yo también estaba haciendo lo mismo por él en el baño antes.
—Lo siento, es que no me gusta verme desarreglada por las mañanas, me siento fea.
—Pero si para mí es cómo más bella te ves.
—¡Debes estar bromeando! —Dije estallando en carcajadas, tuve que detenerme a apoyarme en una silla cercana a la puerta para no caerme y aterrizar en el suelo.
Aún así él vino a mi rescate, me sujetó por los hombros y yo mientras me dejé ir hacia su pecho para seguir riendo de manera cómoda.
Pero aunque era un momento feliz, no pude evitar pensar en el antes, cuando no nos conocíamos y no podría ni tolerar estar en el mismo sitio que él o respirar el mismo aire que él. Porque dolía demasiado hacerlo.
Esos recuerdos amargos, y los nuevos felices me hicieron dar mi brazo a torcer y pedirle ayuda en eso que tanto me había atormentado durante la noche.
—Necesito tu ayuda.
Pensé que aquel gesto le tomaría por sorpresa, pero no lo hacía.
—Lo sabes, ¿verdad?
—No todo, pero sí sé algo.
—¿Quién fue?
—Damaris vino a mí ayer antes de entrar en casa.
—¿Cómo...?
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