27.
"Quédate conmigo...
Estoy tratando de encontrarte...
Pero te escondes lejos de mí...
Quédate conmigo..."
Me tomó exactamente diez minutos decidir que sería aquello primero que le diría al presidente en mi primer mensaje de texto.
Pase por el típico "hola, ¿cómo estás?" rápidamente al "¿has comido ya?" y por último al "¿cuándo regresarás a casa?".
Sin embargo todas esas preguntas tenían una sola cosa en común, reflejaban lo mucho que me importaba y preocupaba por él.
¿Sería que él también se preocupaba por mí como yo por él?
Al final no envié ninguna de esas preguntas, me pareció patético y desesperado de mi parte hacerlas si quiera, después de pensarlo mejor, envíe un simple "hola".
Después de dos segundos de que el visualizador del teléfono mostro el visto del mensaje, mi teléfono comenzó a sonar desesperado.
—¿Hola...? —Dije primero.
—Así que quieres mi número... —Él ríe del otro lado de la línea, yo también, por lo menos no parece molesto por mi intromisión— pudiste pedírmelo a mí, ¿sabes?
—No lo pensé hasta que lo necesité, lo juro.
—¿Y por qué lo necesitas si se puede saber?
—No, no sé puede. Confórmate que me gustaría tenerte como contacto en mi celular en caso de que surja algo o quizás de que decida pedirte un favor o simplemente hablar contigo cuando no estás en casa.
—O sea que me llamarás para checarme todo el tiempo.
—¡Claro que no! —Grité casi histérica, pero la realidad es que estaba riéndome del otro lado de la línea, por suerte él lo entendió y se rio también conmigo.
—Sabes, no me importa si lo haces y me parece una excelente idea el tener nuestros números personales. Debí de habértelo pedido antes.
—Lo sé, pero es que no es como si hubiésemos tenido mucho tiempo sobre eso. Parece que nos hemos saltado varios pasos en esta relación.
La palabra se me salió y antes de que me diera cuenta él ya estaba respondiendo lo que debía de decir para hacerme sentir peor por decirlo.
—Me gusta cómo suena, "nuestra relación".
—No te hagas ilusiones Marroquín, se me salió sin querer.
—¿Eso quiere decir que te retractas de tu propuesta?
—¿Cuál propuesta? —Dije ahogándome con mi propia risa— Estamos en el siglo XXI ya no se usa eso de pedir salir, solo se da por hecho.
—Estoy muy seguro de que aunque lo digas no lo sientes en verdad.
—¿Qué...?
—Sabes que... creo que en realidad tú eres de las que prefieren las flores, la música y toda la banda para pedirte que seas mi novia.
—¿Ahora quién es el que se está declarando?
Ambos reímos.
—Oye... ¿y cómo has sabido que era yo la que está enviando ese mensaje?
—Dimitry me llamó antes para decírmelo, que me contactarías de alguna manera ya que él te había dado mi número.
—¡Tramposo! —Grité al teléfono, lo separé de mi oreja para hacerlo.
—En realidad no es trampa, es su trabajo informármelo todo.
—¿Todo? ¿Qué es todo para ti?
—Todo lo que me importa, todo lo que ocurre en esa casa.
—O sea que te dice todo lo que hacen en la casa, ya sabes como que hay de comer el día de hoy... si ya limpiaron la piscina, cuando salen a comer los guardias... —No pude terminar de decir lo que quería porque me gano la risa.
—Si tú estás bien. —Por suerte él termino la frase por mí.
Sí, eso es exacto lo que yo iba a decir.
—Yo siempre estoy bien, mientras tú regreses a casa.
—Si tú estás ahí, regresaré siempre. Tenlo por seguro.
Después de semejante declaración de amor, y promesa eterna casi no pude concéntrame en lo que hacía. Aunque lo intenté.
Llamé a mis hermas durante sus descansos en el trabajo. Pinte un poco una obra que recientemente había comenzado, leí un nuevo libro y hasta pasee con María por los pasillos más alejados de la casa.
Todo hasta que me canse tanto que comencé a tener calambres por todo mi cuerpo, principalmente en la espalda baja. Por ello, Dimitry me llevo en sus brazos al caer la noche.
Por mi ventana podía ver cómo el sol estaba cayendo dando a su paso la noche fría de otoño.
—Qué bonita vista tengo desde mi cuarto...
Dimitry me recostó en la cama sin decir nada, acomodo mi pierna con una almohada debajo de esta y extendió la otra en un lado para que estuvieran a la par.
Mis muletas fueron traídas por María y colocadas al pie de la cama.
—¿Pasa algo? —Pregunté preocupada.
Los dos se miraron uno al otro. Fue Dimitry quien rompió el silencio incomodo que se había instalado por los dos en la habitación.
—Alguien ha estado preguntando sin parar por usted en los últimos días.
—¿Alguien? —Pregunté aún más interesada.
—Es un abogado.
—Aja, ¿y?
—Jura que tiene un mensaje de su tío paterno, Valente.
Pocas veces en la vida una escucha nombres como ese, pero no es por eso que me sorprendió. Sino porque yo sabía quien era esa persona.
—¿Y...?
—¿Lo conoce? —Pregunto María.
—Es el único hermano de mi abuela materna, solo tuvo un hermano varón, pero vive en Corea.
—Al parecer vive aquí desde hace un tiempo y quiero contactarse con usted y sus hermanas.
—¿Ellas saben de esto? —Pregunté seria.
—No. —Contesto serio Dimitry.
—Bien, y ustedes tampoco y mucho menos el presidente.
—Pero señorita... —María vio a Dimitry asustada— debemos informarle al presidente todo lo que ocurre en la casa, es nuestro trabajo.
—No les pido que no le digan, solo que me den el derecho a mí y mis hermanas sobre esto, yo decidiré cuándo, cómo y dónde deberé decírselo.
Ambos se miraron y asintieron después hacia mí.
—Bien, gracias. Pueden retirarse, dormiré un rato.
Cuando esos dos salieron de la habitación me apresure a tomar el teléfono para alertar a mis hermanas de la situación.
Después de dos timbres, Damaris y Eurora contestaron por video llamada conjunta.
—Está de vuelta.
No tuve que decir demasiado, porque cómo siempre con unas pocas palabras ellas ya sabían todo.
Todo lo que había que decir por lo menos.
—¿Tan pronto?
—Sí, ha buscado contactarme aquí ahora.
—¿El presidente no lo ha descubierto ya?
—No, fue Dimitry su jefe de guardaespaldas quién me lo ha dicho y María mi cuidadora personal.
—¿Tienes una cuidadora personal? —Eurora ríe del otro lado de la pantalla.
Pareciera que todo está normal, pero en realidad se le ve en sus ojos nervios y preocupación por mi llamada, todo, detrás de esa sonrisa.
—¡Eurora! —La regaña Damaris— no es momento para tus bromas, esto es serio. Si él está aquí solo es cuestión de tiempo para...
—Lo sé, debes llamarle y frenarlo o no podremos ser libres nunca.
—No me digas que piensas en negarte todavía... —Damaris, lucía como diez años más vieja desde que le dije aquella primera frase en la llamada.
—Por supuesto que pienso negarme, quién quiere casarse con un perfecto desconocido coreano solo por dinero.
—Pero le debemos demasiado... —Ahora era Eurora la que estaba hablando sensatamente, cómo siempre cuándo las demás no sabían que hacer.
Ella era nuestra luz al final del camino.
—No voy a casarme para cubrir una deuda, mi abuela y nuestra madre no habrían estado de acuerdo en eso. Y las tres lo sabemos bien. Encontraremos otra manera de cubrir el dinero. No sé cómo, no sé cuándo... pero lo haremos.
—Pero él puede obligarnos.
—Esto es México, no Corea. No hay nada que pueda obligarnos a hacer sino queremos —recordé las palabras de Alexei, "sino quieres hacer algo, solo di no".
Nunca pensé usar esas palabras en este tipo de situación, pero me servían ahora y eso es todo lo que necesito saber ahora mismo.
—Este es nuestro deber, Adanary.
—No, no lo es. Era de nuestra abuela y así como ella se negó a ser casada por la fuerza por sus padres, nosotras también lo haremos por las futuras generaciones. Para que nadie tenga que vivir una vida que no quiere.
—A veces no sé quién es la mayor, si tú o yo hermana —Damaris sonríe en la pantalla.
Vi la hora en el teléfono y me di cuenta de que ya eran cerca de las siete de la noche, y era por lo general la hora en que el presidente llegaba a casa.
—Debo irme, el presidente llegará pronto.
—Está bien. Me contactaré con él para hacerle saber nuestra decisión y te avisaré mañana.
—Bien, las quiero.
—Y nosotras a ti.
Y luego colgaron.
—Ojalá y nada malo pase además de esto.
No debí de haber dicho esas palabras al aire, fue como una declaración de guerra.
Está bien que me considero una súper heroína, ¡pero en serio que no es para tanto Dios!
El regalo de Dios para mí fue uno que ya llevaba esperando con retraso desde hacía casi tres meses. Por eso en cuanto vi la bandera roja de su lado, me tocó ondear la blanca de mi lado.
—¿Por qué? ¿María por qué? —Le pedí a María que me asistiera en estos penosos e incómodos momentos.
El dolor fue insoportable desde que fui al baño y me di cuenta de la llegada irremediable de mi periodo.
—Es el precio de ser mujer —contesto la señora sin ganas. Me cubrió la cabeza con un paño húmedo, me dio un parche caliente para calmar los calambres y deposito un té de manzanilla para el dolor en mi mesita de noche.
Después se retiró de mi vista, tal y como a mí me gustaba que lo hicieran en estos momentos. El periodo no es algo de lo que avergonzarse cuando eres mujer, es normal y no sé puede prever la mayoría de las veces.
Aunque en mi caso, yo sabía que podría llegar cualquier día. Nunca he sido regular o exacta, si eres mujer podrás comprender mejor estos términos por lo que a menudo y no importa cuánto me pueda preparar soy víctima de infortunados desastres.
Manchas que no quieres en lugares donde no las quieres son el menor de mis problemas durante "esos días". Y no, aun cuando soy una mujer liberal y feminista declarada no es fácil hablar a detalle del período. Después de todo sigo siendo una mujer virgen de veintisiete años que aún sufre con el pudor.
Y los dolores, Dios santo y bendito. Son los peores para mí.
Pedí que me dejaran sola, que apagaran la luz y que nadie entrara en el cuarto hasta que yo lo ordenará.
Pero un par de horas más tarde el presidente entró de manera sigilosa en mi habitación, se sentó en la esquina de la cama y comenzó a masajear con su mano, subiendo y bajando por mi espalda.
—¿Qué haces? —Intenté sentarme en la cama, pero él me alejó con una mano.
—Nunca había visto a una mujer estar en cama por esto.
—Esto se llama periodo, o posesión demoniaca como quieras llamarle, lo que mejor te sirva, porque honestamente se parecen en los dos términos —dije tratando de reír, pero a la mitad de la risa, el dolor en mi vientre me hizo parar y hacer una mueca.
Él si se rio sin embargo.
—No te rías, yo no puedo hacerlo. —Le regañé.
—Puedo hacer algo para que te sientas mejor.
—No, usualmente esto se me queda por al menos dos días, después lo más molesto es lo normal.
—¿Qué es lo normal?
—Ya sabes, lo normal... —No quiero decirlo, de verdad no quiero hablar nada sobre sangre saliendo de esa zona de mi cuerpo.
—Debes ser más específica conmigo.
—¿Alguna vez has estado con otra chica en estos días?
—No.
—Entonces no lo sabes, y no tiene caso que lo sepas, es asqueroso y vergonzoso solo padecerlo yo. No es necesario que también tú lo hagas.
Él rio de nuevo, se acercó más a mí y posó una mano al lado de mi rostro.
—No tienes que decirme detalles tan íntimos si así lo quieres, pero quiero que sepas que me gustaría saberlos porque es parte de ti, de ser mujer, mi mujer.
Me quedé sin palabras.
—No sé qué decir...
—No tienes que decir nada sino quieres, ya lo dije yo.
—¿Por qué sigues repitiendo eso?
—¿No es obvio ya?
—No, para mí no lo es.
—¿Tanto te gustan las palabras?
—Es lo único tangible cuando las promesas se rompen y se las lleva el aire.
—Quizás un día entonces los dos seamos capaces de usar las palabras para decir esto. Mientras tanto podemos actuarlas.
Dicho eso, se acercó a mi lado en la cama y se recostó del otro lado. Dándome espacio para que si quería lo tuviera y también dándome con ese gesto la elección de ir hacia él está vez.
—¿Y ahora qué haces?
—Yendo hacía ti.
—Pero dándome la libertad de ir hacía ti al mismo tiempo —terminé por él.
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