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2.


"Cuando tú me rompiste primero..."


El sistema de respuesta instantánea del seguro al que pertenezco como trabajador nunca había llegado tan rápido. Escuché una conmoción a mí alrededor, muchas personas se acercaron a ver.

Y otras a tomar mi pulso.

Me tocaron en todas partes para comprobarlo.

Sé notaba que ninguno de ellos tenía conocimiento sobre Primeros Auxilios. Esa es una de mis peores pesadillas como un profesionista de las Ciencias de la Salud y Humanidades, que la persona que te llegué a socorrer en un momento cómo esté, sea inexperta.

Pisaron mi ropa, tocaron mi cuerpo y espero que alguno de ellos sea el que mínimo, haya tenido el gesto de llamar a la ambulancia.

Me muevo un poco, suelto un grito de dolor, apenas. No puedo mover mi pierna izquierda, pero la derecha se gira un poco. Mis ojos están cerrados por el momento. Escuchó sirenas pero nada cambia sobre mi situación.

Estoy tirada en el suelo frío de grava cuando me doy por vencida.

—Si es así como debe suceder, deja que me vaya en paz con ellos —suplico a los cielos, a cualquier Dios que quiera escucharme para que se apiade de mi muerte y de la vida de mis hermanas sin mí— deja que suceda como quizás no lo merezco... por... favor.

Las palabras que quiero decir sé me quedan trabadas en la lengua, quiero decirle tanto a Dios, al universo, a las personas a mí alrededor. Sobre todo para tener testigos de mis últimas palabras y así puedan decírselas a mis hermanas. Tendré que conformarme, supongo con decirlas en mi mente, mientras espero que esté escuchándome ahora mismo. Y si es que me muero ellas puedan saberlo de una manera u otra.

Pienso en mis hermanas, llevó grabadas sus risas de la mañana en lo profundo de mis pensamientos. Están en cada uno de los gestos que he hecho en el día, en las planeaciones sobre la mesa de la junta de esta mañana. Siendo mis motivos para seguir peleando siempre que ya no puedo más.

Lloró por ese dolor interno, lo sé porque mi cara está mojada.

O quizás lo que me moja es la lluvia que aún se niega a dejar el cielo y el asfalto. O quizás es sangre saliendo de mi cabeza.

Me duele la cabeza, así que bien podría ser eso.

Sirenas se escuchan más cerca, una persona corre hasta mí. Revisa mis ojos y estos se mueven, cuándo es así él sonríe complacido.

—Señorita... ¿Puede escucharme?, ¿Cuál es su nombre? ¿Lo sabe? —Es un hombre de aproximadamente unos treinta años, moreno, quizás más de uno ochenta.

Es un paramédico.

Pone una rodilla cerca de mí, luego otra a cada lado de mi cuerpo en el suelo.

—No dejes que me moje más de lo que debo —le susurró.

—¿Sabes tu nombre? —De nuevo me sonríe. Su sonrisa me tranquiliza.

Con ello sé que si he muerto, esta debe ser la sonrisa más hermosa que he visto jamás de parte de un ángel para mí.

—Desde que tenía tres años, de memoria.

—Bien, puedes decirlo para mí.

—Adanary Montes Cárdenas.

—Bien, Adanary, ¿qué edad tienes?

—No dejes que me vaya sin despedirme de ellas.

No quiero pero mi voz suena muy baja, tengo la boca llena de líquido. Es caliente y frío al mismo tiempo. Espeso y me sale a borbotones de ella.

Oh no...

Es sangre...

Sí, creo que es sangre. Saliendo de mi cuerpo y boca sin dejarme tiempo a pedirle a Dios que no se vaya, que no salga, porque por algo debe estar dentro de mí. Quiero hacer que sé quedé, que no sé vaya de mí siguiendo el cauce que lleva el agua que cae del cielo.

Pero no me obedece.

¿Por qué no lo hace?

Siempre he tenido el control de mi cuerpo, de todo, lo cuido como un templo porque es el único que tenemos. Entonces, ¿por qué no me obedece?

—¿De quiénes...? —El hombre toca mi cabeza, mis mejillas, pone dos dedos en ellas y luego siento como endereza levemente mis cervicales. Hago una mueca y suelto un gruñido por el dolor.

Pero está bien, yo sé que es lo correcto de hacer en estos casos.

Debes hacer este paso antes de colocar el collarín para proteger la espalda y el cuello.

—De mis almas gemelas.

Con eso cerré los ojos de manera permanente. Los cielos se abrieron, la luz llegó a mis ojos por fin.

La he estado esperando por tanto tiempo...

Qué cuándo llega hasta mí la saludo y recibo con los brazos abiertos como una vieja amiga.

—Está entrando en estado de shock, paletas... la perdemos... —Grita el personal médico que atiende a la chica.

Bip.

Una descarga.

Bip.

¿Me voy?

Bip.

¿Otra descarga?

...


►►►


Pasan exactamente dos semanas cuándo vuelvo a despertar. Lo he intentado antes pero parecía que nunca era el momento. Quería abrir los ojos tan desesperadamente desde que el oficial de la ambulancia me trajo de regreso.

O quizás fue un médico ya estando en el hospital. Solo recuerdo el ruido, los frenos, la conmoción.

Bajo y subo de lugares, cosas se rompen y desgarran. Todo duele y luego la nada...

Intenté despertar después de eso pero no podía. Nunca podía.

Algo no estaba bien, no me dejaba.

Y cuando desperté entendí porque.

—Tengo que... —Pensé. Abrí los ojos pensando que cuándo lo hiciera todo esto sería un sueño. Que despertaría en mi cama de casa, en mi cuarto compartido con mis hermanas.

Pero estaba con un gran tubo de plástico duro en la garganta, atrapada en una cama de hospital, con la pierna izquierda colgando de un columpio totalmente enyesada desde poco más debajo de la ingle hasta la punta de mis dedos del pie, sintiendo tanto dolor en cada célula de mi cuerpo.

Mi brazo derecho estaba enyesado desde el codo hasta casi llegar a mis dedos, apenas y los podía mover, y lo intenté. No debí de haberlo hecho.

Así como no debí de haber salido de mi cama esa mañana, no debí de haber salido de casa con esos zapatos abiertos, no debí de haber dado por hecho que no venía un auto por la calle, aunque ya había mirado una vez y otra.

Debí de haberlo comprobado otra vez.

Una vez más y la gravedad no habría sido tan cruel y despiadada conmigo cuando caí al suelo ese día.

Mi cuello no se mueve, supongo que tengo algo para inmovilizarme y prevenir daños futuros en mi columna.

Claro también ha tenido que ver la defensa del auto que me golpeo, tanto como el conductor que no respeto el cruce de peatones que yo iba cruzando.

No hay nadie en mi habitación cuando despierto. Lo segundo que note fue que está no es la típica habitación de hospital que yo ya conocía. Y eso que he ido a todos los hospitales públicos de la ciudad desde que comencé con esta profesión.

Así que no debo estar en un hospital conocido. Debe ser uno del sector privado. Uno al que difícilmente una persona con escasos recursos como los de mis clientes en la asociación para la que trabajo visitan.

Eso, es uno muy nuevo.

Situó mis ojos en arreglos florales que descansan por todas las mesas de la habitación, rosas rojas, girasoles, rosas blancas y amarillas, todas ellas son frescas. Casi como si los hubiesen acabado de traer.

Me gustaría saber de parte de quién son para al menos así darles las gracias cuando pueda hablar.

—¿Por qué demonios no viene nadie a verme? ¿Y mis hermanas? ¿Una enfermera? ¿El idiota que me atropelló al menos? ¡Alguien entré aquí, demonios!

No grité porque no puedo, pero mis ojos deben estar haciendo un buen trabajo. Eso espero, eso pienso al menos.

¿Por qué a mí?

¿Por qué Dios, por qué?

¿Y si es qué nadie sabe que estoy aquí? ¿Y si mis hermanas jamás fueron notificadas sobre el accidente?

Bueno, si es así, les perdono no estar aquí pegadas a mi cama de hospital esperando por mí a que despierte.

Estoy tan molesta y frustrada que cuando mi hermana menor entra en la habitación casi salto de alegría al verla. Luego recuerdo que no sé supone que haga eso y se me pasa el alboroto.

—¡Despertó! —Gritó, corrió a la puerta y aviso a alguien que yo no podía ver. Y luego corre hasta mí. Toma mi cabeza entre sus manos y comienza a llorar— porque te has tardado tanto.

Mi otra hermana entra en la habitación corriendo, de la manera más apresurada que casi derrapa y cae en el suelo de la habitación.

—¡Volviste! —Las dos gritan, chillan y lloran. Con mi mano libre las acaricio levemente, a pesar del dolor. Sus cabezas contra mí son la mejor sensación del mundo.

Pocos segundos dura el momento.

Pero me sirve para agradecerle a la vida por darme una nueva oportunidad de vivir esta vida miserable con mis hermanas, a mi lado. Eso es todo lo que pido y quiero.

Lo demás no importa.

Somos almas gemelas no importa nada más.


►►►


Me han quitado el tubo de la garganta. Y ha sido lo más satisfactorio en el mundo que he experimentado hasta ahora. Le gana sin duda alguna a cuando comí por primera vez fideos al estilo japonés o cuando tomé soyu.

Y después de una serie de exhaustivos análisis, me han dejado tomar un poco de agua y hasta reclinar mi cama para sentarme.

—Y dime, ¿cómo es que he terminado aquí en primer lugar?

Mi hermana pequeña no me mira. Agacha la cabeza y con ello esconde y retrasa la verdad.

—Eurora... —Le pido.

—No. —Le regaña mi hermana mayor.

Con eso ella ya no habla.

—Déjalo, no es el momento de saber eso. —Mi hermana mayor Damaris se ha levantado de su silla, se acerca a mí y me acomoda la manta que me cubre casi todo el tiempo.

Más temprano estaba molesta porque tenía frío por todas partes, así que mis hermanas asegurándose de que no estuviera pasando pesares ni dolores de más debido al frío, me cubrieron con está manta.

Que no cubría nada, la verdad era muy ligera.

Pero es como si tuvieran miedo de pedir cualquier cosa en este lugar. Y las entiendo, si nada más ver el lugar una vez que recuperé la conciencia me di cuenta de que aquí hasta el aire costaba.

—Damaris...

—¿Qué?

—Escúpelo.

—No sé de qué estás hablando.

Las dos se miran y no dicen nada más.

—No te preocupes por nada ahora, solo tienes que descansar y recuperarte.

—¡Al cuerno con eso! Dime la verdad o... —Mis hermanas llevan su mirada a la puerta, alguien ha entrado en ella.

Honestamente no me imagino quién puede ser hasta que me giro también para ver.

—Ha despertado. —Dice el hombre. No lo conozco.

Luce formal y serio. Lleva un traje de color azul marino oscuro, camisa blanca, corbata del mismo color del traje, gafas gruesas de color negro y zapatos de corte italiano oscuros también.

Todo en él gritaba ¡Dinero!

Será acaso quién me atropello...

—¿Y usted es...?

—Mi nombre no importa mucho aquí.

—Aún así me lo dirá, ¿cierto? —Mis hermanas no hablan. Aún tienen la cabeza agachada.

¿Qué demonios pasa aquí?

—Adrián Campos Arredondo, para servirle.

—¿En qué...? —Me reí.

—¿Perdón?

—¡Adanary, no seas grosera! —Mi hermana mayor me regaña. Me clava la mirada y casi siento como si un pedazo de ladrillo me hubiese caído en la cabeza de pronto.

En casa, sana y normal.

Está mujer me hubiera soltado un manotazo, un golpe en la nuca o algo por estilo por ser lo que ella considera irreverente o grosera, según este momento.

Pero ahora no puede.

Así que tanto ella como yo nos conformamos con la mirada.

—Ya, ya déjame vivir —hago como que junto mis manos, aunque no puedo porque una de ellas está totalmente enyesada y no la puedo mover.

—Pon atención, lo que tiene que decirte es importante.

—Bien, hablé...

—Vengo de parte de la persona responsable de su accidente, y estoy listo para ofrecerle lo que usted quiera a cambio de lograr un arreglo.

—¿Un qué...? —Me mostré sorprendida. Porque lo estaba.

—Un arreglo.

—Lo escuché antes, pero no quería hacerlo —respondí irritada— porque lo que dice es estúpido.

—Señorita, entiendo que está situación es difícil para usted... pero... —Lo corte con la mirada más amenazante que pude darle.

—¿Difícil? ¿Usted cree que es difícil? No podré trabajar, por ende no podremos pagar las cuentas de la casa —me altere de más, claro. Casi quise levantarme de la cama, pero mi pierna siendo columpiada en esa cosa en el aire no me dejó— ¿cómo se atreve a asumir algo así? ¡Ni siquiera me conoce, no tiene idea de nada en mi vida!

Estaba gritando ahora mismo.

No debí de haberlo hecho. No debí de haberle arrojado la jarra de agua. Parece que todo este momento se resume en una sola palabra.

Debí. Acompañada del NO por supuesto.

NO DEBÍ.

No debí de haber tratado de quitar mi pierna del columpio, me dio tanto dolor que sentía que me estaba rompiendo en miles de pedazos. No debí de haber amenazado al hombre con matarlo.

Pero lo hice.

—¡Y dígale a ese hijo de puta que no se atreva a venir aquí, porque le romperé el trasero antes que llame al 911! —Arrojé una almohada a la puerta, el hombre ya se había salido de la habitación pero yo todavía seguía despotricando en su contra.

Salió despavorido como la cobarde sanguijuela que ya sabía que era. Nada más verlo, lo supe.

Lo que no preví y si paso fue que mis hermanas llamarían a los médicos y enfermeras para... calmarme.

Dicho de una manera más bonita.

Pero para mí, era traición, sabotaje. ¡Me drogaron!

Ayúdenme...

Por favor...

Mis hermanas quieren calmarme...

Cuando yo solo quiero explotar como la bomba de tiempo que siempre he sido.

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