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18.


"Aún estoy contigo..."


—¿Puedo hacerle una pregunta más?

—Usted es muy curioso, ¿ya sé lo habían dicho antes? —me reí un poco por ese juego de palabras que elegí, el mismo que él uso antes en realidad— no era mi intención que eso pasará. ¿Dígame qué quiere saber?

Él se rió conmigo está vez.

—¿De verdad toda su vida quiso ser eso?

—No. Cuando era niña quise ser maestra de historia, porque era mi materia favorita en la escuela. Y aún hoy lo sigue siendo.

—¿Y cómo es que cambió de idea?

—La vida, supongo me hizo cambiar de idea.

—¿Cómo fue eso?

—Después de la muerte de mis padres no me quedó más remedio que ver la vida por lo que era. Una paleta de colores, donde todos tenemos colores pero también grises y negros. Y...

—¿Y...?

—Gracias a ello conocí mi verdadera vocación, aunque no pude estudiarla cómo quería hasta unos años después.

—¿Por qué?

—Porque no había mucho dinero, y alguien debía de sacrificarse para que las demás tuvieran un futuro.

—Déjeme adivinar... ahí le tocó a usted, ¿por qué permitió eso?

—Yo me ofrecí en realidad, no quería que mis hermanas no lograrán lo que querían solo porque yo tenía un sueño.

—¿Es qué ellas se lo permitieron? ¿Por qué no protesto más?

—Porque mi sueño podía esperar, pero el de mi hermana mayor no. Yo sé que usted no lo entiende. Pero cuando amas tanto a una persona te importa tanto su bienestar, tanto físico como mental y yo sabía que si ella no lograba lo que se proponía en su momento no sería capaz de hacerlo después. Damaris es audaz, tenaz y terca pero también es en extremo negativa.

—Y ella no lo lograría.

—No. —Contesté amargamente.

Bajé la mirada y me encogí de hombros. Estábamos por llegar a mi habitación después de comer la cena juntos.

Entramos en las puertas dobles y nos quedamos parados sin decir nada por unos breves segundos.

—Yo creo que nunca he sentido esa clase de amor del que habla usted.

—No sé preocupe, si somos afortunados hemos de experimentarla una vez en la vida.

—Yo no estaría tan seguro de ello.

—¿Por qué? —Dije ahora tratando de ponerme frente a él, maniobre la silla y lo logre al final— yo he sido sincera con usted y espero que sepa que espero lo mismo de usted.

—Tiene razón —él bajo su cuerpo hasta estar a la altura de mi silla, recargo una mano en mi pierna libre y me miro desde muy cerca— porque esa clase de amor no está reservada para los miembros de mi familia.

—¿Por qué? No me miré así, usted pregunto las mismas cosas yo tengo derecho a saber lo mismo.

—Si respondo esa pregunta, usted deberá darme algo a cambio.

—¿Algo? ¿Cómo qué?

—Una cita, conmigo mañana.

Yo...

—Yo...

—Si quiere saber la respuesta, esa es mi propuesta.

Por supuesto que quiero saber la respuesta pero...

¿Qué día es mañana?

—¿Qué día es mañana? ¿Dónde está mi teléfono?

Rebusco con la mirada por todas partes en la habitación, lo localizo descansando en un mueble junto a la cama.

—No ha contestado mi pregunta.

—Deme el aparato parlante y sé lo contestaré.

A regañadientes se mueve de donde está y va por él, cuando lo trae de regreso esta sonriéndome.

—¿Por qué sonríe?

—¿El fondo de su pantalla es de Bob Esponja?

—Sí ¿y qué? —Dije desbloqueando el aparato con mi huella digital.

—Nada, no tenía idea de que le gustará.

—No me gusta, yo lo amo. —Dije riéndome levemente.

Él se rió conmigo de nuevo.

—Es bueno verla sonreír de nuevo.

Ignore aquel comentario para centrarme en mis propias cuentas. Mañana era viernes, el día de mi siguiente cita de revisión con el médico. Días atrás que confirmaron la cita me dijeron que si todo iba bien con mi brazo quizás me quitarían el yeso por fin.

—Mañana es mi cita con el médico.

—¿A qué horas?

—A las tres de la tarde.

—Bien, la acompañaré.

—No puede, seguramente tiene mucho trabajo que hacer.

—Para usted nunca estaré ocupado.

—Si sigue diciendo eso sus negocios cerrarán y quebrarán por mí culpa y no quiero eso. Se lo advierto.

—Entonces veamos una película hoy, ahora mismo. Sino está muy cansada.

—Bien, pero primero responda la pregunta anterior.

—Bien —contestó resignado, se había puesto de pie. Para responderme se inclinó de nuevo como antes— porque no creo en ello.

No sé qué es peor, no creer nada y no haberlo experimentado ni siquiera como él. O haberlo hecho y ya no querer creer en ello como yo.

—¿Qué película quiere ver?

—¿Cuál quieres ver tú?

—Esa es una excelente pregunta presidente. —Pensé en ello por unos segundos antes de decir algo más.

—Alexei. —Dijo con una gran sonrisa en el rostro.

Pero él ganó, como siempre desde que nuestros destinos se cruzaron por primera vez.

—Ada. —Dije con una gran sonrisa en mi rostro.


◄◄►►


El amor es una cosa peligrosa para aquellos que no creen más. Les dicen cínicos, pero en el fondo tienen un gran corazón que suplica por otro que tenga las mismas intenciones que ellos.

No es fácil arriesgarse, sobre todo cuando los miedos pesan más que eso en la balanza.

El presidente propuso ir a la sala de cine que tiene la casa destinada para ver la película, pero yo no quería moverme más. Estaba casada y lo que le sigue. Así que por suerte no me obligo a suplicar demasiado para quedarnos en la habitación.

—Nunca antes había visto una película en Netflix con una chica. —Confiesa él acomodándose en la cama recién tendida por María.

Como paso mucho tiempo recostada en ella no siempre está limpia. Pero cuando hemos regresado hace un rato la cama y todo lo demás estaba hecho y ordenado.

En mi casa, esto es gracias a Eurora. Porque yo soy siempre la que ensucia y desordena, para eso soy buena.

Pero nunca para limpiar.

—¿Yo soy la primera?

—Sí.

—Me alegra —tomé el control en mis manos.

Él se recargo en la parte de atrás de la cama, en el respaldo. Pero aunque estaba sonriendo se le notaba incómodo. De mi lado, en la cama yo tenía casi todas las almohadas.

Aquello no se me hizo justo. Le vi acomodándose con un hombro detrás de su cabeza, intentando verse genuinamente cómodo. Pero seguía haciendo muecas mientras se movía para lograrlo.

—No está nada cómodo, ¿cierto? —Él no se movió, siguió tratando de acomodarse. Creo que no me escuchó o si lo hizo eligió ignorarlo. Quizás para no hacerme sentir mal.

Me levanté ligeramente y quite un par de almohadas de más de mi espalda.

—Levántese —él lo hizo sin comprender que pasaba. Acomodé las dos almohadas detrás de su espalda y luego le invite a dejarse ir hacia atrás— mejor, ¿no?

—Sí, gracias, pero no era necesario.

—Sí, lo era.

Le miré por unos breves segundos antes de regresar mi atención a la pantalla situada frente a nosotros.

—Ada...

—¿Sí? —Dije sin verle.

—¿Alguna vez estuvo enamorada?

Dios...

—Yo... —No dije nada, no me moví. Creo que ni respiré. Solo seguí paseando en el catálogo de Netflix una y otra vez, creo que le di la vuelta a la misma sección como siete veces antes de picar en algo aleatorio. Todo esto mientras él esperaba por una respuesta mirándome.

Me arrepentí al segundo de ponerlo así que lo quite de inmediato.

Aquello le causo gracia, porque se rio.

La película era Orgullo y Prejuicio.

—Si he estado enamorada.

—¿De quién?

—Eso es mucha información para darle.

—¿Por qué?

—Porque aún no lo he superado.

—¿Fue malo con usted?

—Sí y también no quise entender que nunca se fijaría en mí como yo en él.

—¿Por qué? Usted es asombrosa. —Sé que él lo dice con sus mejores intenciones puestas sobre la mesa pero también sé lo que esas palabras me hacen. Siento una punzada dentro de mi pecho, mis labios se secan y mi respiración se entre corta.

Las rodillas me tiemblan y eso que estoy recostada en la cama con las piernas extendidas.

Aún así hice como que no me importaba, y me reí por el cumplido, eso hizo a mis mejillas estallar en rojo.

Y también porque me hizo recordar cómo semanas atrás ni siquiera me miraba, ahora lo hacía de frente y me contaba cosas del día a día. Me tenía confianza. Y yo a él, pero no la suficiente como para contarle ese secreto.

Al menos no todavía.

—Gracias, lo sé.

—Me gustaría encontrarlo un día para darle su merecido por tratarla así.

—Quién sabe un día de estos puede pasar —como cuando te veas en el espejo Alexei, pensé para mí— él nunca anda muy lejos de mí y mi vida.

—Parece que evita a todos para no salir lastimada, especialmente a los hombres.

—No sé puede lastimar un corazón que no sé tiene.

—No creo eso, sino porque es tan buena con todo el que le habla. Incluso conmigo que siempre estoy siendo un cascarrabias hijo de puta con usted y aún así me sonríe todos los días cuando me ve llegar.

Con esas palabras entendí que hay algunas personas no merecen segundas oportunidades.

Pero y sí, aún era posible. Debía de admitir que aún hay una parte de mí, en lo profundo de mi ser que le quiere reclamar como mío.

Que confía en que no le romperá el corazón y que cree que un nosotros debe existir.

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