11.
"Despierta, escucha con atención..."
—Dimitry ¿puedes llevarme a la cocina?
—Sí, ¿qué necesita ahí dentro señorita?
—Es para el presidente, un té, dice que tiene jaqueca así que le diré a María y yo misma que sé lo preparé.
—Sí está muy cansada puedo decirle yo mismo y llevarla hasta su habitación.
—De ninguna manera, vamos.
Con ello el hombre me lleva por un gran pasillo hasta un ascensor de servicio. Dentro una persona del servicio lleva un par de toallas limpias pulcramente, blancas en las manos.
—Buenas tardes —le digo amablemente.
—Buenas tardes señorita.
—¿Cómo le va el día de hoy?
—Bastante bien ¿y a usted?
—Me siento como un pie más ligera —digo sonriendo.
Él se ríe a carcajadas sordas.
Dimitry incluso suelta una risilla que disfraza de una breve y disimulada tos.
Salimos los dos del ascensor y me despido amablemente del hombre.
—Que tenga un buen día, señor... no sé su nombre lo siento.
—Amadeo.
—Adanary.
—Señorita... —Me da una reverencia y sonrisa plena y se va por el otro lado del pasillo.
—¿Por qué aquí nadie deja de tratarme de usted?
—Usted es nuestra jefa.
—Claro que no, yo no pago sus sueldos, el presidente sí. En todo caso yo soy más bien como un perro aquí.
—¿Un perro? —Dimitry esta riéndose un poco de nuevo. Pero esta vez no lo disimula, estamos moviéndonos ya por el pasillo.
Así puedo notarle riendo.
—Sí, me alimentan, bañan y cuidan que no me lastimé en todo momento. También puedo ser como una hija para todos... —La comparación no me gusta y sacudo un poco la cabeza para demostrarlo.
Entramos en dos puertas dobles de color marfil.
Dentro esta una cocina estilo industrial, equipada con lo mejor de lo mejor. Esto no parece para nada la cocina de una casa, sino la de un restaurante de estrellas Michelin y toda la cosa.
—Hola María —El primero en hablar es Dimitry, que saluda más animadamente a María que de costumbre.
—Hola señor guardaespaldas, señorita... ¿en qué les puedo ayudar?
Dimitry asiente en mi dirección.
—El presidente tiene una jaqueca, ¿crees que puedas hacerle una infusión de manzanilla?
María observa a Dimitry y luego a mí, creo que busca la aprobación de los dos. O quizás solo la de él.
Él asiente para tranquilizarla.
—Por supuesto.
—Bien, nuestro trabajo aquí está hecho —le aviso con un gesto de mi mano para que dé la vuelta y me saque de ahí pero María nos detiene.
—¿Le gusta el pastel de chocolate?
—Por supuesto, ¿a quién no?
—Preparamos un poco para el cumpleaños de una de las chicas de la cocina y quedo de más, ¿quiere una rebanada?
—Sí, claro. ¿Dimitry quieres tú también?
—No es necesario ofrecerme.
María le sonríe y le toma del antebrazo.
—Les traeré una rebanada a los dos, esperen un poco. Pueden sentarse en la mesa de ahí, a comerlo.
De lado derecho, un poco lejos de la puerta y entre una pared y otra que seguramente daban a una bodega, estaba una pequeña mesa con dos sillas de metal blancas. Quizás, reservada para que los miembros de la cocina puedan comer y compartir ahí en sus descansos.
Si el presidente la puso ahí eso quiero decir que no es tan malo como quiere aparentar.
Dimitry me lleva hasta la mesa.
Quita una silla hacia un lado mientras María viene con dos platos pequeños del bizcocho y dos tenedores.
—Aquí tienen —dice poniendo los platos sobre la mesa—, ¿quieren algo de tomar?
—No creo que tengas algo de refresco ¿o sí?
—¿De cuál? —Pregunta la señora con una gran sonrisa en su rostro.
—¿Dr. Pepper?
—Por supuesto —la señora se va y yo pregunto a Dimitry por curiosidad, quiero saber si es casualidad o... ¿él lo ha hecho por mí de nuevo?— ¿Eso ha sido por mí?
Él asiente con el pastel en la boca.
—Está bueno, ¿cierto?
—No comía uno así desde que mi esposa... —Y de pronto se corta en la narración.
—¿Estuviste casado?
María regresa con mi refresco y un vaso de agua para Dimitry.
—Está bueno, ¿no?
—Mjm...
Pero no sé si esa afirmación ha sido para la señora o para mí.
—Disculpen, creo que la tetera me está llamando.
Terminé mi rebanada de pastel e igual Dimitry, nos vimos y asentimos. Era hora de irnos y no estorbar más.
—Gracias por el pastel, y felicite de nuestra parte a la cumpleañera por favor.
—Por supuesto señorita —asiente hacia mí y luego nos retiramos del lugar.
—Y le encargo lo que le pedí para el presidente... —Grité antes de irme.
►►►
Una persona del servicio de la casa entra en mi despacho. Lleva una bandeja en sus manos y en medio de ella una taza de té.
No dice nada, pero detrás de él entra María la empleada del servicio a disposición de la Señorita Montes, con ello lo sé todo.
Claro, esto, sea lo que sea es obra de ella.
—Tómelo.
Dice la señora sin quitarme la mirada de encima.
—¿Qué es?
—Le quitará la jaqueca.
Me rió, no lo puedo evitar.
—Se lo ha enviado la Señorita Montes.
Eso me hace sonreír y reír aún más.
—Gracias, me lo tomaré.
Ella se va dejando la taza en medio de mi escritorio. Examino la taza y el olor. Así como el color de lejos. Está caliente, por lo cual tomó la cuchara con la que viene y le mezclo un poco antes de darle un pequeño trago con su ayuda.
—No sabe nada mal.
Hago a un lado la taza y durante los próximos minutos le estoy dando pequeños tragos, mientras continuo trabajando.
◄◄►►
—¿Podemos ir a la biblioteca?
—El presidente está ahí, creo que le dijo que podría estar ahí siempre y cuando él no estuviera presente.
—Ya sé, pero solo quiero un libro y ya, es todo, me saldré después. —Pongo ambas manos como puedo juntas, me duele y hago una mueca por ello— lo prometo.
—Dejé de hacer eso, por favor, se hará daño de nuevo —él me separa las manos poco a poco, mi mano lastimada descansa en mi pecho con un colgante que tengo para eso— preguntaré.
Saca su teléfono celular de su chaqueta y presiona algunos botones.
Esperamos la respuesta pacientemente en el pasillo que quedaba cerca de ese lugar. La respuesta llegó tan solo doce segundos después. Lo sé, porque los conté.
—El presidente dice que vaya.
—¡Súper! —Grité emocionada.
Él camina, yo ruedo en la silla con su ayuda hasta la puerta, de nuevo tocó para entrar. Está vez tengo una respuesta afirmativa antes de atravesar las puertas.
—Solo escogeré un libro y me iré lo prometo.
—Está bien.
Él no dice nada, está muy concentrado de nuevo revisando algo en su tableta.
Yo me adelanto hacia los estantes de los libreros para buscar algo que llamé mi atención cómo para disfrutarlo por una tarde completa. Y Dimitry cómo siempre desaparece fuera de la habitación.
Parece que al presidente no le gusta tener compañía nunca.
Solo reviso los estantes de abajo, los de más arriba ni estirando mi cuello al máximo, que de por sí ya es corto, podría verles.
Lo primero que noto es que todos los tomos están cuidadosamente ordenados y limpios, nada que ver con los míos en casa. No tengo muchas repisas donde ponerlos pero al menos los que tengo en mi cuarto están bien ordenados.
Los demás andan regados en la sala, debajo de revistas, en el baño y hasta en la cocina. Sobre todo los que son de cocina.
Los cuales son muchos. Recientemente a mis hermanas y a mí se nos metió la cosquilla de querer saber más sobre la cultura de nuestros antepasados. Por lo cual nos dimos la vuelta a la biblioteca local para sacar libros de historia.
Eso no funcionó ya que constantemente se nos olvidaba regresar los libros a la biblioteca y siempre terminábamos siendo multadas. Pero a quién se le ocurre darle a una chica una semana para leer un libro de más de seis sientas hojas cuándo solo tiene las tardes para hacerlo en el fin de semana.
Y no es cómo si no pudiera lograrlo en un solo día si solo me lo propusiera, el problema es que casi no me queda tiempo.
Por lo que optamos por conocer nuestra cultura de otra manera, a través de la cocina. Descargué los libros y luego los imprimí en mi trabajo para poder seguir las recetas.
Y cómo somos chicas bien dotadas en conocimientos culinarios, no nos fue nada difícil hacerlas recetas.
Repasé los tomos de abajo una y otra vez de una repisa. Pero nada me llamaba la atención, pasé al siguiente espacio. Y entre uno y otro estaba un libro que me gustaba mucho.
El arte de la guerra por Sun Tzu. Lo tomé y comencé a leerlo sin moverme de la silla. Después de unos segundos de verlo fijamente los ojos comenzaron a molestarme ya que uso gafas para la vista cansada y últimamente no los había usado mucho.
Y ya podía escuchar a mi optometrista regañarme en mi propia cita para la nueva graduación que tendría lugar en unos pocos meses.
— "Son de uso diario, no cada vez que te acuerdes que tienes un problema en los ojos".
Bueno, no, en realidad estoy más ciega que... todo. Y todos.
Los hombros me duelen también, siento pesadez en ellos por estar en una misma posición, con ello sé que es hora de irme a un lugar mas cómodo. Como mi cuarto y mi cama.
—¿Se siente bien? —Estoy masajeando mis hombros ligeramente cuándo el presidente me llama. Doy la vuelta esperando encontrarle sentado en su silla de siempre, al otro lado de su escritorio.
Pero no, está parado frente a mí a escasos centímetros de mi silla.
—No... quiero decir sí.
—Le duele la espalda por estar en esa posición tanto tiempo, ¿cierto?
—Un poco, sí.
—No sé mueva.
—¿Qué?
El hombre mete sus manos por debajo de mis piernas, con cuidado levanta mi cuerpo y una vez lo siente seguro entre sus brazos me pide que le rodee con la mano buena el cuello. La otra mano descansa sobre mi pecho.
Me lleva hasta un sillón de cuero falso de color verde esmeralda, situado no muy lejos de los estantes de la biblioteca. Y me deja ahí. Me pasa dos almohadas y las coloca a manera de respaldo para mi espalda y mi pierna.
—Aquí se sentirá mejor, lea desde aquí —se va hasta donde dejé el libro, y luego trae consigo el libro en sus manos, me lo pasa para que lo lea.
—¿No le molesta que esté aquí?
—Ya no tengo jaqueca, se ha ido, gracias a usted.
—No es nada.
—Quizás no, pero sé que las deudas de ese tipo se deben pagar.
Asiento, comprendiendo el punto. Además por primera vez en mucho tiempo no quiero ofenderle negándome a seguirlo.
—No lo malinterprete ni sobre analice, esto es solo por la ayuda con el té.
—Seguro.
No sonrío, él se va.
Espero hasta que esté sentado en su silla para regresar al libro.
Pero aún desde lo lejos que está le puedo observar, observándome.
◄◄►►
No sé cuánto tiempo ella ha pasado con la mirada pegada a ese mismo libro. Le veo jugar con las hojas, pasando las hojas cuidadosamente de no doblarlas y si lo hace la observo aplanarlas con las manos. Ella cree que no me doy cuenta de que está tratando con sumo cuidado el libro.
Es una vieja edición, pero no por eso es menos costosa o importante. Aún así no es un libro que lea constantemente. Los que suelen ser de mi agrado últimamente son con números, letras y más números.
No estuve observándola todo el tiempo, tuve que volver a concentrarme en lo que estaba trabajando, de otra manera jamás quedaría para hoy. Era una proyección a cinco semanas más sobre un proyecto que me tenía muy atraído comprar. Pero sino le ponía atención como debía nunca lo obtendría.
Cómo siempre me gusta hacerlo.
Amó una buena competencia.
Después de eso debió pasar una hora, o quizás una hora y media. Cuándo me gire a verla de nuevo estaba profundamente dormida, con el cuello mal acomodado en una almohada de las que le había dado antes. No sé cuánto tiempo llevaba en esa posición pero sí permanecía así tendría un buen dolor de cuello al despertar.
Por ello, caminé sin nada en mis manos hasta el sillón. No lo pensé mucho, solo actué bajo una especie de piloto automático.
¿Qué se hace cuando una chica indefensa sé queda dormida en el sillón, lejos de cama y en esa posición tan incómoda?
La levanté en mis brazos. Ella se acomodó y acuno contra mi pecho. Nunca había visto a una mujer hacer ese gesto, ni de esa manera tan cómoda. Como si ese fuera el único lugar para ella, de estar.
—No quiero. —Balbuceo ella entre sueños cuando intenté pasar su brazo hasta mi cuello— déjame dormir en paz Dimitry, por favor...
Me reí.
—No eres Dimitry... —Dijo sin abrir los ojos. Se pasó la mano sobre los ojos, tallándoselos un poco en el proceso. Pero no los abrió de todas maneras.
—No lo soy. —Contesté seguro.
—Hueles diferente. Mjm... sí.
—Gracias. —Sonreí por ese comentario.
—Pero no mal, solo diferente.
Volví a reír por ese también.
—Duérmase tranquila, yo la llevaré a su cuarto sin problema.
—Mjm. —Contestó somnolienta.
De pronto se hizo el silencio. Ella se quedó profundamente dormida en mis brazos.
La última vez que permití a una chica hacer eso, fue a mi herma menor. Cuándo nació solía cargarla a escondidas de mis padres todo el tiempo.
La llevé hasta su cuarto, abrieron las puertas de la habitación para mí.
Y cuando estaba listo para dejarle ir. Ella comenzó a moverse en mis brazos.
—No, basta... No arrojen eso, duele... ¡No! ¡No me griten, yo no tuve la culpa de nada! ¡NO!
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