4. Los asesinos del juego de rol
«Encendemos el televisor, vemos las noticias y ¿con qué nos encontramos? Una adolescente asesina a su familia porque no cumplieron con sus deseos; un hombre dispara y mata a sangre fría porque le tocaron la bocina en un peaje (...) Siempre hay más y peor (...) Esta es una larga lista de acciones sin sentido que vemos a diario en los telediarios, una enumeración de hechos que lamentablemente podría continuar de manera indefinida. La pregunta a hacernos sería: "¿Qué es lo que desata tal crueldad en una persona sin generarle ningún tipo de remordimiento?" Los psicópatas están en todos lados».
Gente tóxica, de Bernardo Stamateas[1]
Jesús Palacios, en su obra sobre el tema de los asesinos en serie[2], se cuestiona si en España existen los psycho killers al estilo de los anglosajones. Se refiere, para más datos, al culto que se desarrolla en aquellas latitudes por parte de la colectividad, que los convierte en superestrellas de los medios de comunicación: les dedican litros de tinta en los periódicos, muchísimas horas televisivas, libros, merchandising y películas.
Esto no sucede en el caso español. Por supuesto algunos de ellos, jóvenes y con cierto atractivo, reciben cartas y propuestas de chicas. El asesino de la katana, José Rabadán, que ultimó a sus padres y a su hermana menor que tenía síndrome de Dawn con una espada samurái, llegó a tener vis a vis con alguna e, incluso, dos de sus admiradoras mataron a otra adolescente para saber qué se sentía al hacerlo. Miguel Carcaño, el principal responsable de la muerte de Marta del Castillo, también recibe en la cárcel numerosas proposiciones y regalos. El hecho de enamorarse o buscar la proximidad con estos delincuentes es un trastorno psicológico, hibristofilia, que afecta principalmente a mujeres heterosexuales y que las lleva a sobrepasar los límites de la atracción por lo prohibido.
Sin embargo, la gran mayoría de nosotros pensamos en las víctimas, ya que no les reconocemos ninguna hazaña por asesinar a mujeres, niños y hombres. En cierta forma a las personas empáticas nos avergüenza cuando ocurren estos hechos dentro de las fronteras en las que vivimos. Porque, por desgracia, psicópatas y psicóticos que matan los hay en todos lados y en ocasiones se nos sitúan demasiado cerca.
Una de las razones que argumentan para la inexistencia de culto, radica en que con excepción de Javier Rosado, uno de Los asesinos del juego de rol, todos resuman vulgaridad, ingenuidad, pasión y puñaladas o tiros en el calor del momento. Nada de crímenes sádicos con desdoblamiento de la personalidad o cazadores solitarios con cocientes intelectuales de genio.
Por último, dado que no todo el mundo está familiarizado con la noción «juego de rol», es imprescindible que expliquemos con la mayor brevedad en qué consiste. En este tipo de divertimento cada participante asume un «rol», la personalidad de un determinado sujeto a lo largo de toda la historia que le toca interpretar. Es decir, interactúa con los demás convertido en ese otro individuo; dialoga, describe lo que hace en la piel de él. No hay un guion cerrado puesto que durante el desarrollo los jugadores van decidiendo qué pasos seguir y, si bien las características le vienen dadas, lo asume según sus propios criterios. En este sentido se aparta de una función de teatro convencional, ya que los diálogos y escenas se encuentran pre-fijados. El director del juego (game master) marca los límites, es el que decide hasta dónde la partida queda sujeta al azar y cuándo la encamina en otra dirección.
En principio este tipo de entretenimiento no tiene por qué criminalizarse, ya que al ser interactivo ayuda a desarrollar una mayor agilidad mental. Es más colaborativo que competitivo, puesto que hay grupos o equipos que buscan determinados objetivos. Esto implica, por tanto, que los participantes deban unir sus fuerzas para conseguirlos.
Sin embargo, en su modalidad en vivo y en manos de Javier Rosado y Félix Martínez, ambos con claros rasgos psicopáticos, una jugada terminó con un reguero de sangre y en la crónica negra española...
«Es espantoso lo que tarda en morir un idiota».
Extraído del diario de Javier Rosado[3].
A los catorce años Javier Rosado no se conformó con participar en los juegos de rol que estaban de moda, sino que empezó a elaborar el suyo propio. Lo llamó El juego de las razas y creó fichas de los personajes que, según él, representaban la realidad y a todas las personalidades y arquetipos. A veces le tocaba ser una chica rubia que era «el dolor, el bendito sufrimiento, ama los cuchillos o cualquier cosa que pueda producir dolor, aunque lo que más le fascina es el dolor del alma[4]». En otras oportunidades era Mara-Fasein, el game master.
Es necesario resaltar que Javier, de poco más de veinte años, provenía de una familia estructurada, de clase media alta. Su padre era ingeniero industrial y la madre enfermera. Tenía un hermano mayor, pero no congeniaban. Prefería rodearse de los libros de Lovecraft, del Marqués de Sade, de Mi lucha, de Hitler, y muchos de fantasía, esoterismo, ciencia ficción y terror. Y de revistas Fangoria, de cine fantástico, y de vídeos gore. Era un solitario, vivía hacia adentro y odiaba a toda la humanidad. Pese a ello estudiaba química en la universidad y tenía un alto cociente intelectual. Eso sí: nada de Inteligencia Emocional, era un psicópata.
Félix Martínez, en cambio, de diecisiete años, era hijo único y su padre, drogadicto, había muerto de sida. La madre, de nacionalidad mexicana, también era adicta a las drogas y luego se casó con un hombre que lo adoptó. Vivieron juntos cuatro años y después se separaron. Más adelante también ella murió de sida y en ese sentido tuvo suerte, al hacerlo antes de que su hijo apareciera en todos los titulares. Debido a los antecedentes familiares Félix era inseguro, más un seguidor que un líder.
Dada la disparidad entre ambos no resultaba demasiado probable que se conocieran. No obstante ello, un día coincidieron en la calle mientras Félix gritaba los nombres de las deidades de Lovecraft. De este modo, más propio de la imaginación de un escritor que de la pura realidad, nació la relación simbiótica entre los dos muchachos. Félix era la droga de Javier, el alumno que le permitía sentirse un maestro y salir de la soledad; el medio para liberarse del odio hacia esa sociedad que lo consideraba raro y no reconocía su inteligencia y su valía. El otro chico encontró en él a alguien a quien seguir, a quien admirar. Un hermano mayor. A través de Javier se puso en contacto con otro tipo de pensamiento, con una filosofía que le parecía apasionante: lo imitaba, intentaba hablar y copiar los gestos de su mentor. Se sentía privilegiado porque Rosado consideraba estúpidos a todos, pero a él no. Juntos jugaban a Razas.
Pero el invento era tan amplio que merecía que le dedicasen más espacio. Por este motivo, un desgraciado día decidieron saltar con él a la realidad y llevar a cabo el primero de una larga lista de crímenes. A partir de ahí el tablero sería toda la ciudad de Madrid. También como homenaje a Lovecraft, el guía: en su libro Ciclo de aventuras oníricas de Randolph Carter el autor describe cómo un hombre se cansó del mundo y se dedicó a sus sueños, de manera que ellos invadieron la vida real. Intentaron, por tanto, copiarlo.
Los dos jóvenes psicópatas salieron a la una y media de la madrugada, el treinta de abril de mil novecientos noventa y cuatro, buscando una víctima propicia. Después de afilar los cuchillos y habiendo acordado rutas de escape, se dirigieron a cazar. Necesitaban una mujer joven y bonita, lo pedía el juego: no había ninguna. En la parada de autobús se encontraron con un hombre sentado, pero, por la hora, tenía que ser del sexo femenino. Igualmente se acomodaron junto a él, que les habló y contó su vida. Félix, inclusive, miró a Javier como diciéndole que lo mataran. Este no quiso. Llegó el bus y, así, escapó. Una anciana salió a tirar la basura y se salvó de un cruel destino por segundos. Otra muchacha porque la acompañaba el novio. Por fin, a las cuatro y cuarto se levantó la veda de hombres. Y, desgraciadamente, Carlos Moreno se dirigió hasta esa parada donde lo esperaba la Muerte, disfrazada bajo las fisonomías de los jugadores de Razas.
Aquí los dejamos con las palabras del propio Javier Rosado, extraídas de su diario: «Vi a un tío andar hacia la parada de autobuses. Era gordito y mayor, con cara de tonto. Se sentó en la parada (...) La víctima llevaba zapatos cutres y unos calcetines ridículos. Era gordito, rechoncho, con una cara de alucinado que apetecía golpearla y una papeleta imaginaria que decía: "Quiero morir". Si hubiese sido a la 1.30 no le habría pasado nada, pero ¡así es la vida! Nos plantamos ante él, sacamos los cuchillos. Él se asustó mirando el impresionante cuchillo de mi compañero. Mi compañero le miraba y de vez en cuando le sonreía (je, je, je)[5]».
Por supuesto el infortunado no tenía idea de lo que planeaban. Pensaba que querían robarlo y su única preocupación radicaba en una gran suma de dinero que llevaba consigo. El diario continúa diciendo: «Me agaché para cachearle en una pésima actuación de chorizo vulgar. Entonces le dije que levantara la cabeza, lo hizo y le clavé el cuchillo en el cuello. Emitió un sonido estrangulado. Nos llamó hijos de puta. Yo vi que solo le había abierto una brecha. Mi compañero ya había empezado a debilitarle el abdomen a puñaladas, pero ninguna era realmente importante. Yo tampoco acertaba a darle una buena puñalada en el cuello. Empezó a decir "no, no" una y otra vez. Me apartó de un empujón y empezó a correr. Yo corrí tras él y pude agarrarle. Le cogí por detrás e intenté seguir degollándole. Oí el desgarro de uno de mis guantes. Seguimos forcejeando y rodamos. "Tíralo al terraplén, hacia el parque, detrás de la parada de autobús. Allí podríamos matarle a gusto", dijo mi compañero. Al oír esto, la presa se debatió con mucha más fuerza. Yo caí por el terraplén, quedé medio atontado por el golpe, pero mi compañero ya había bajado al terraplén y le seguía dando puñaladas. Le cogí por detrás para inmovilizarle y así mi compañero podía darle más puñaladas. Así lo hice. La presa redobló sus esfuerzos. Chilló un poquito más: "Joputas, no, no, no me matéis"(...) Ya comenzaba a molestarme el hecho de que ni moría ni se debilitaba, lo que me cabreaba bastante (...). Mi compañero ya se había cansado de apuñalarle al azar (...) Se me ocurrió una idea espantosa que jamás volveré a hacer y que saqué de la película Hellraiser. Cuando los cenobitas de la película deseaban que alguien no gritara le metían los dedos en la boca. Gloriosa idea para ellos, pero qué pena, porque me mordió el pulgar. Cuando me mordió (tengo la cicatriz) le metí el dedo en el ojo (...) Seguía vivo, sangraba por todos los sitios. Aquello no me importó lo más mínimo. Es espantoso lo que tarda en morir un idiota (...) A la luz de la luna contemplamos a nuestra primera víctima. Sonreímos y nos dimos la mano (...) Calculo que hay un 30% de posibilidades de que la policía me atrape. Si no es así, la próxima vez le tocará a una chica y lo haremos mucho mejor[6]». No había ni el más mínimo arrepentimiento. Al contrario, se vanagloriaban, lo consideraban una proeza frente a otros colegas a los que habían atraído a Razas.
Entretanto los investigadores sabían que no se hallaban frente a un robo que había salido mal, porque encontraron intacta la suma de dinero en el cuerpo de Carlos. Además, trozos de guante de látex en la cara y el reloj de Félix, que se le había caído durante el encontronazo. Pero lo fundamental fue que a uno de los amigos le remordió la conciencia cuando supo que se preparaban para salir a asesinar a una mujer. Se lo confesó a un cura, luego a su padre y, este, lo llevó a denunciarlo a las autoridades. Así, los detuvieron.
Félix era menor de edad y cumplió solo cuatro de los doce años que le impuso la Audiencia de Madrid. Luego salió y compartió piso con otros presos rehabilitados de la Fundación Horizontes Abiertos. Más tarde rehízo su vida en Alemania.
Javier Rosado fue condenado a cuarenta y dos años de prisión. Allí terminó tres carreras universitarias: químicas, matemáticas e ingeniería técnica de informática. Tuvo un comportamiento ejemplar en la cárcel, dio clases a otros presos para que le conmutaran días de pena. Antes de obtener el régimen abierto, en el que solo iba a dormir allí, tuvo dieciocho permisos y cumplió con ellos a rajatabla. En el dos mil diez obtuvo su libertad definitiva. La familia jamás lo abandonó.
Pero tanto Félix como Javier son psicópatas, carecen de empatía y de Inteligencia Emocional. Según Pedro Martínez, que entró en contacto con el mayor de ellos por ser Teniente de Fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, Javier puede penetrar en la mente e imaginar qué piensa su interlocutor, aunque sea incapaz de saber qué siente.
Mató por placer, sin ningún otro objetivo aparte de la satisfacción personal y de tomar revancha contra la sociedad. Por tanto, las preguntas del millón: ¿hasta qué punto representa un riesgo para los demás?, ¿habrá aprendido la lección o volverá a delinquir de una manera más profesional y menos chapucera, sin que lo pillen? Porque al día de hoy no existe ninguna cura para la psicopatía...
Notas:
[1] Ediciones B, S.A, 2011, Barcelona, páginas 95 y 96.
[2] Psycho killers. Anatomía del asesino en serie, Ediciones Temas de Hoy, 1998, Madrid.
[3] Citado en el artículo del diario El País titulado ...Y lo mato porque me toca, de Francisco Peregil, del 14 de agosto de 2017,
[4] Página 258 del libro de Jesús Palacios.
[5] Extraído del artículo periodístico citado con anterioridad.
[6] También extraído del mismo artículo periodístico.
1. Psycho killers. Anatomía del asesino en serie, de Jesús Palacios. Ediciones Temas de Hoy, 1998, Madrid.
2. Gente tóxica, de Bernardo Stamateas. Ediciones B, S.A, 2011, Barcelona.
3. El Psicópata. Un camaleón en la sociedad actual, de Vicente Garrido. Algar Editorial, 2001, España.
4. Violencia y psicopatía, de Adrian Raine y José Sanmartín. Editorial Ariel, S.A, 2000, Barcelona.
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