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Capítulo 5

Ebba

El olor metálico del hospital se cierne sobre mí, como una niebla densa de penas y lamentos que se aferra a mi piel. Cada segundo que paso sin noticias sobre Jen es un puñal en mi corazón, un recordatorio cruel de la impotencia que me consume. No me atrevo a llamar a nadie; sé que este horror ha superado mis límites, y el peso de la culpa me aplasta. Lucas está a mi lado, pero entre nosotros hay un abismo de silencio helado, una fría silla que parece ser un muro infranqueable. Mi mundo se ha desmoronado; el dolor en mi pecho es tan agudo que cualquier herida física se siente como una caricia comparada con esta tortura interna. La he arruinado.

¿No es irónico? La droga que intentaron forzarme a consumir, esa maldición disfrazada de novedad, es la misma que ha atrapado a mi hermana en este abismo oscuro. Es la más letal para los inocentes, para los que no saben lo que están haciendo. Mis días están contados si esa pequeña muere, porque juro que incluso el fabricante de esa maldición temerá por su vida cuando acabe con todos aquellos que la lastimaron.

Las lágrimas no han abandonado mi rostro. Caen sin cesar, como una lluvia torrencial que arrastra mis esperanzas y sueños, dejando solo desolación. Mis manos están sudorosas y temblorosas, incapaces de sostenerme en esta tormenta emocional. Y en mi mente, un eco constante repite:

Estupidez. 

Descuido. 

Consecuencias.

El bullicio silencioso de murmullos fragmentados me envuelve, pero estoy tan sumida en mi pena, tan atrapada en mi propia tortura, que ni siquiera noto lo tarde que es. Discretamente miro a Lucas; la culpa me consume por no poder abrirle mi corazón. Sé que esto no es su culpa, estoy convencida de que fue un truco de su hermana y Helena, pero la vergüenza de mi inmadurez me abruma.

Sus ojos encuentran los míos, y en ese instante, el mundo se detiene. Estoy tan agotada que no tengo fuerzas para hablar; simplemente compartimos un silencio lleno de desesperación. Unos segundos eternos hasta que su mano seca una lágrima que no sabía que estaba derramando. Entonces, el muro se quiebra y lloro como una niña perdida, un alma errante atrapada entre sombras. Me siento derrotada y exhausta; no pedí esto, ¿por qué tiene que ser todo tan difícil?

—Ebb, no llores, pronto se va a recuperar —su voz es un susurro esperanzador, pero suena tan distante.

—No... tú no lo entiendes, Lucas —mi voz se quiebra entre sollozos incontrolables, cada palabra es un susurro entrecortado por el llanto.

—Explícamelo, quiero entender. Me siento muy mal por esto. Es mi culpa que mi hermana hiciera eso; debí frenarla cuando tuve la oportunidad.

—No, fui yo. Soy una imbécil. Nunca debí llevarla a ma fiesta. La irresponsabilidad es mía. Nada de esto podría ser tu culpa.

Él intenta reprocharme, pero discutir sobre quién tiene más culpa parece absurdo en este momento. Mi hermana está en el hospital y solo puedo aferrarme a la esperanza de su recuperación.

—No sigamos con esto. Ella estaba bajo mi cuidado y le fallé. La droga que tomó... yo la he vendido... conozco las reacciones que causa en los novatos...

—¿Es muy grave?

—Solo lleva una semana circulando. Hay un muerto y una persona en estado de coma.

—Mierda, ¿en qué estaba pensando River? —su frustración es palpable; es su hermana quien desato esta batalla, pero la que yace en una camilla luchando por su vida es la mía—. Pero tú también la tomaste; ¿por qué a ti no te pasó nada?

—Ya te dije, solo es letal para los principiantes. A los experimentados solo les produce dolores de cabeza o mareos intensos... a veces vómitos, pero no más allá de eso.

—Familiares de Jennifer Hernández.

—Nosotros —Lucas se levanta rápidamente para recibir al doctor, su reacción es mucho más rápida que la mía.

Mi cerebro entra en alerta máxima, pero yo estoy paralizada por el miedo a lo que podrían decir. El temblor recorre mi cuerpo mientras mi pulso se acelera y una presión asfixiante se cierne sobre mi pecho. El terror se apodera de mí; ¿qué pasará si las noticias son malas? ¿Qué haré si ya no hay esperanza?

—Lamentamos profundamente tener que compartir esta noticia en un momento tan difícil —dice el médico, su voz firme con la carga de lo que comunica. Mi corazón se hunde lentamente en un abismo de desesperación—. Queremos ser transparentes con ustedes sobre lo que ha sucedido con Jennifer. Después de realizar una serie de pruebas, hemos confirmado lo que les dijimos desde un principio el coma de Jennifer fue causado por la ingesta de una pequeña cantidad de una sustancia. Una nueva droga que está causando estragos en el sistema nervioso de los consumidores primerizos afectando su cuerpo de manera devastadora. Esta sustancia, aunque en una dosis mínima, puede tener efectos muy graves, especialmente en alguien tan joven y lleno de vida como lo es la pequeña. El cuerpo de Jennifer reaccionó de manera que la llevó a un estado de coma natural. El sistema nervioso central, se ve comprometido, interfiriendo con la capacidad de su cuerpo para funcionar normalmente.

La realidad se desdibuja mientras escucho estas palabras; es como si el mundo se detuviera y solo quedara el eco del dolor. Sus palabras se clavan en mi mente dejando un vacío enorme en mi alma. Por mi culpa está en coma.

—Queremos que sepan que estamos haciendo todo lo posible para cuidar de ella, brindándole la mejor atención médica —continuó el médico—. Pero entiendo lo difícil que es procesar esta cruel verdad. Si tienen preguntas o necesitan hablar sobre esto, por favor, no duden en decírnoslo —finalizó, su mirada llena de empatía.

Pero en el fondo, sé que nada puede aliviar el dolor que ahora me envuelve.  La esperanza se siente lejana, como un susurro ahogado en medio del clamor del sufrimiento. Dudo al hacerle la pregunta definitiva para el destino de Jen.

—¿Ella va a despertar?

—Ahora no tenemos respuesta para eso. Un coma natural puede durar días, semanas, meses o incluso años. Todo depende de la resistencia de la pequeña criatura que es la que debe ser fuerte para salir adelante.

Su respuesta me lo confirma, quizás nunca despierte.

—¿Algo más?

—Nada más, gracias —Lucas contesta por mí.

El médico se retira y siento que me sumerjo cada vez más a ese abismo oscuro que solo me muestra un camino, ir tras él.

—Tranquila, Ebb, ella es fuerte. Pronto despertará y estará aquí contigo —su abrazo me calma; estoy agotada.

—Tengo que llamar a Andrea —digo más para mí que como un comunicado.

—¿Esa es...?

—La mamá de Jennifer.

—Yo asumo la responsabilidad. Dame su número.

Quisiera protestar y negarle su oferta, pero sé que nada bueno saldrá de esa llamada. Nunca le había tenido miedo a la decepción porque no tenía a quién impresionar, pero ellos me acogieron, confiaron en mí y yo les quité a un miembro de su familia.

(...)

—¡¿Qué coño hiciste con mi hija?! —una fuerte galleta impacta mi rostro.

La zona me arde, pero me la merezco. Sus lágrimas atacan mi corazón y su sufrimiento solo abre más la herida de mi conciencia que intenté dejar de lado. Lucas se pone entre ambas, separándola para que no vuelva a darme. Quisiera decirle que los golpes no son castigo suficiente para mí, pero mis palabras ya no existen; no hay nada que pueda justificar o explicar.

—Tranquilícese, señora. Todo esto fue un accidente. Ebba no tiene la culpa; yo asumo toda la responsabilidad. Mi hermana fue quien puso la sustancia en la bebida de la niña.

Está diciendo mentiras. La bebida era mía. Yo le di de mi bebida.

—Joven, no sé quién es usted, pero dejé a mi hija a cargo de ella, en casa. ¿Estás oyendo? ¡En mi casa! —sus palabras intentan ser formales con Lucas—. Habla —se dirige a mí—. Vamos, explícame qué coño hacías en una fiesta con Jennifer.

No respondo. No puedo.

—¡Habla, maldita sea!

—Mamá, por favor, mantén la calma —Dave intenta mediar; no me miran.

Él y Katia no me miran. Su rechazo me mata por dentro.

—¿Calma? No quiero volver a verte. Sal de aquí. Recoge todas tus cosas de mi casa y lárgate, ingrata.

—Mamá, ella no tiene a dónde ir. Escucha al muchacho; fue un accidente, nadie planeó esto —la voz de Katia es de completa decepción, otro pecado en la larga lista—. Ella también es tu hija. Se equivocó, es humana.

—Ella ya no es mi hija.

—No la defiendas más, Katia. Siempre ha sido así, una malagradecida. Todo esto se lo buscó ella sola —la mirada que me dedica Dave me estremece; no hay más que hacer, me echan.

Lo peor de todo es que no hay temor en sus palabras. Me odian. Tomo el pequeño bolso con mi teléfono, mi único equipaje, y salgo de allí. Vuelvo al principio, sola. Sola con mis tormentos, mis obras y mis mierdas. Me es imposible no llorar; tengo que hacerlo, me duele.

—Ebba —Lucas viene tras de mí—. ¿A dónde irás? Ven conmigo.

—No. Si me encuentro a tu hermana, no sé lo que soy capaz de hacer. Evitemos que también te pierda a ti.

—Ella no está viviendo conmigo. Por favor, al menos hasta que encuentres dónde quedarte.

—Bien, solo por esta noche.

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