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Sigue narrando Gloria :

Le enseñé a Harry TODA la mansión, y nos tardamos mucho, y cuando digo mucho es porque es MUCHO, ya que la casa es muy grande. Mientras le enseñaba la casa, él se iba sorprendiendo cada vez más ya que él me comentó que nuestros "tíos" lo hacían dormir en la alacena de su casa, cosa que me molestó mucho, pero en fin, le enseñé las 10 habitaciones, los baños, la cocina, la sala de estar, la biblioteca, la oficina de trabajo, la lavandería, el jardín, el invernadero (ya que yo coleccionaba muchos tipos de plantas), el sótano, el ático, y en fin toda la casa, luego de eso le presenté a los empleados y sirvientas que prácticamente se "enamoraron" de Harry cuando lo vieron, luego nos fuimos al comedor para almorzar un rato antes de que llegaran por nosotros para ir a comprar los materiales para el colegio.

Hablamos de todo un poco, me divertía mucho tener a Harry aquí en casa porque yo siempre estaba sola con los empleados, luego hablamos de algo curioso: nuestras cicatrices.

-Entonces... ¿tú también tienes una cicatriz? -me preguntó con curiosidad.

-Sí, tengo una que se encuentra en mi antebrazo izquierdo, aquí -dije señalando mi cicatriz- y tiene forma de un rayo -dije feliz, ya que a mi me gustaban mucho los rayos, además cuando me enfado mucho hago que aparezca rayos da igual que este dentro que fuera de un sitio siempre sale incluso dentro del edificio

-Yo también tengo una, pero la mía está en mi frente y también tiene forma de rayo -me dijo levantándose el flequillo del cabello y mostrándome su cicatriz, y cómo es eso que aparecen rayos cuando estas dentro de un edificio,

-¡Que bien!, a mi me gustan mucho los rayos -exclamé feliz a lo que él me sonrió - y sobre eso no lo se

-¿En cuánto tiempo crees que lleguen? -me preguntó.

-No lo sé, supongo que dentro de... -no terminé de hablar ya que sonó el timbre de la casa - creo que ya llegaron, ¿vamos? -le ofrecí mi mano mientras me levantaba y él la aceptó.

-Claro andando.

Abrí la puerta y ahí estaban Remus y Hagrid y nosotros solo salimos de la casa. Yo traía mi cartera conmigo con mucho dinero para comprar las cosas. Estuvimos viajando por todo Londres hasta que...

-Es aquí -dijo Hagrid deteniéndose - El Caldero Chorreante. Es un lugar famoso.

Era un bar diminuto y de aspecto mugriento. Si Hagrid no lo hubiera señalado, nosotros no lo habríamos visto. La gente, que pasaba apresurada, ni lo miraba. Sus ojos iban de la gran librería, a un lado, a la tienda de música, al otro, como si no pudieran ver el Caldero Chorreante. En realidad, tuve la extraña sensación de que sólo yo, Harry, Remus y Hagrid lo veíamos. Antes de que pudiera decirlo, Remus nos hizo entrar.

Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y destartalado. Unas ancianas estaban sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba una larga pipa. Un hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que era completamente calvo y parecía una nuez blanda. El suave murmullo de las charlas se detuvo cuando nosotros entramos. Todos parecían conocer a Hagrid que entró primero. Lo saludaban con la mano y le sonreían, y el cantinero buscó un vaso diciendo:

-¿Lo de siempre, Hagrid?

-No puedo, Tom, estoy aquí por asuntos de Hogwarts -respondió Hagrid, poniendo cada mano en uno de los hombros de Harry y míos, obligándonos a doblar las rodillas.

-Buen..... Dios -dijo el cantinero, mirándonos atentamente a Harry y a mí-. ¿Es éstos... pueden ser...?

El Caldero Chorreante había quedado súbitamente inmóvil y en silencio.

-Válgame Dios -susurró el cantinero - Harry potter y Gloria cullen ... todo un honor.

Vale que pasa aquí – pensé confundida

Salió rápidamente del mostrador, corrió hacia nosotros y nos estrechó las manos, con los ojos llenos de lágrimas.

Esto es raro, me está dando miedo y confusión entonces mis ojos se volvieron una mezcla de dorado y negro

-Bienvenidos, chicos, bienvenidos.

Nosotros no sabíamos qué decir. Todos nos miraban. La anciana de la pipa seguía chupando, sin darse cuenta de que se le había apagado. Hagrid y Remus estaban radiantes.

Entonces se produjo un gran movimiento de sillas y, al minuto siguiente, nos encontramos estrechando la mano de todos los del Caldero Chorreante.

Vale, tengo miedo, mis ojos se volvieron totalmente negros

-Doris Crockford, Harry. No puedo creer que por fin te haya conocido.

-Estoy orgullosa, Gloria , muy orgullosa.

-Siempre quise estrechar tu mano... estoy muy complacido.

-Encantado, chicos, no puedo decirles cuánto. Mi nombre es Diggle, Dedalus Diggle.

-¡Yo lo he visto antes! -dije, mientras Dedalus Diggle dejaba caer su sombrero a causa de la emoción- Usted me saludó una vez en una tienda.

-¡Me recuerda! -gritó Dedalus Diggle, mirando a todos -¿Han oído eso? ¡Se acuerda de mí!

Harry y yo estrechamos manos una y otra vez. Doris Crockford volvió a repetir el saludo. ( aún tenía miedo ) Harry lo noto y me dio la mano para estar tranquila y así fue

Te queda mejor el azul celeste, primita – dijo él se dio cuenta de que mis ojos cambiaron

Un joven pálido se adelantó, muy nervioso. Tenía un tic en el ojo. Y un turbante horrible en la cabeza, parecía Aladín

-¡Profesor Quirrell! -dijo Hagrid-. Chicos, el profesor Quirrell les dará clases en Hogwarts.

-P-P-Potter c-cullen -tartamudeó el profesor Quirrell, apretando nuestras manos-. N-no pue-e-do decirles l-lo contento que-e estoy de co-conocerlos.

-¿Qué clase de magia enseña usted, profesor Quirrell?

-D-Defensa Contra las Artes O-Oscuras -murmuró el profesor Quirrell, como si no quisiera pensar en ello - N-no es al-algo que u-ustedes n-necesiten, ¿verdad, P-Potter c-cullen? -Soltó una risa nerviosa-. Están reuniendo los e-equipos, s-supongo. Yo tengo que b-buscar otro l-libro de va-vampiros -Pareció aterrorizado ante la simple mención. Éste tardó más de diez minutos en despedirse de nosotros. Al fin, Remus se hizo oír.

-Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos, chicos.

Ah! señor Quirrel, sabe usted es muy valiente porque los que tienen miedo ese miedo le vuelve fuertes – dije con una sonrisa

Doris Crockford estrechó nuestras manos una última vez y Hagrid y Remus nos llevaron a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbajos. Hagrid nos miró sonriente.

-Se lo dije, ¿verdad? Les dije que eran famosos. Hasta el profesor Quirrell temblaba al conocerlos, aunque les diré que habitualmente tiembla.

-¿Está siempre tan nervioso? -preguntó Harry.

-Oh, sí. Pobre hombre. Una mente brillante -reconoció Remus-. Estaba bien mientras estudiaba esos libros de vampiros, pero entonces agarró un año de vacaciones, para tener experiencias directas... Dicen que encontró vampiros en la Selva Negra y que tuvo un desagradable problema con una hechicera... Y desde entonces no es el mismo. Se asusta de los alumnos, tiene miedo de su propia asignatura...

¿Vampiros? ¿Hechiceras? Mi cabeza era un torbellino. Hagrid, mientras tanto, contaba ladrillos en la pared, encima del cubo de basura.

-Tres arriba... dos horizontales... -murmuraba-. Correcto. Un paso atrás.

Dio tres golpes a la pared, con la punta de su paraguas. El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estábamos contemplando un pasaje abovedado lo bastante grande hasta para Hagrid, un paso que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.

-Bienvenidos, al callejón Diagon -dijo Remus sonriendo mientras pasábamos-, será mejor que vayamos primero a conseguir el dinero.

Miré rápidamente por encima de mi hombro y vi que la pared volvía a cerrarse.

El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre dichos calderos.

En ese momento yo movía la cabeza en todas direcciones mientras íbamos calle arriba, tratando de mirar todo al mismo tiempo: las tiendas, las cosas que estaban afuera y la gente haciendo compras. Una mujer regordeta negaba con la cabeza en la puerta de una droguería cuando nosotros pasamos, ella decía: «Hígado de dragón a diecisiete sickles la onza, están locos...».

Un suave ulular llegaba de una tienda oscura que tenía un rótulo que decía: «El emporio de las lechuzas. Color pardo, castaño, gris negro y blanco».

Varios chicos de nuestra edad pegaban la nariz contra un escaparate lleno de escobas. «Miren -oí que decía uno-, la nueva Nimbus 2.000, la más veloz.»

Algunas tiendas vendían ropa; otras, telescopios y extraños instrumentos de plata que nunca había visto. Escaparates repletos de bazos de murciélagos y ojos de anguilas, tambaleantes montones de libros de encantamientos, plumas y rollos de pergamino, frascos con pociones, globos con mapas de la luna...

-Gringotts -dijo Hagrid.

Habíamos llegado a un edificio, blanco como la nieve, que se alzaba sobre las pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce pulido, con un uniforme carmesí y dorado, había...

-Sí, eso es un gnomo -dijo Remus en voz baja, mientras subíamos por los escalones de piedra blanca. El gnomo era una cabeza más bajo que yo. Tenía un rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y, pude notarlo, dedos y pies muy largos. Cuando entramos nos saludó. Entonces encontramos otras puertas dobles, esta vez de plata, con unas palabras grabadas encima de ellas.

Entra, desconocido, pero ten cuidado

Con lo que le espera al pecado de la codicia,

Porque aquellos que agarran, pero no se lo han ganado,

Deberán pagar en cambio mucho más,

Así que si buscas por debajo de nuestro suelo

Un tesoro que nunca fue tuyo,

Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

De encontrar aquí algo más que un tesoro.

-Como dije Harry, hay que estar loco para intentar robar aquí -dijo Hagrid y yo lo miré confundida pero no dije nada, esas palabras grabadas daban... miedo...

Mis ojos se volvieron negros por el miedo, Harry me cogió de la mano

Dos gnomos nos hicieron pasar por las puertas plateadas y nos encontramos en un amplio vestíbulo de mármol. Un centenar de gnomos estaban sentados en altos taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas, pesando monedas en balanzas de cobre y examinando piedras preciosas con lentes. Las puertas de salida del vestíbulo eran demasiadas para contarlas, y otros gnomos guiaban a la gente para entrar y salir. Los cuatro nos acercamos al mostrador.

-Buenos días -dijo Remus a un gnomo desocupado -. Hemos venido a sacar algún dinero de la caja de seguridad de los Potter y cullen una de ellas es de Gloria cullen . -Cullen ... aún no me acostumbro pensé.

-¿Tienen sus llaves, señor?

-Las tengo por aquí -dijo Remus, y comenzó a buscar en sus bolsillos durante un momento - Aquí están -dijo finalmente, enseñando dos  pequeñas llaves dorada. El gnomo la examinó de cerca.

-Parece estar todo en orden.

-Yo tengo una carta del profesor Dumbledore -dijo Hagrid, dándose importancia - Es sobre lo-que-usted-sabe, en la cámara setecientos trece.

El gnomo leyó la carta cuidadosamente.

-Muy bien -dijo, devolviéndosela a Hagrid-. Voy a hacer que alguien los acompañe abajo, a las tres cámaras. ¡Griphook!

Griphook era otro gnomo. Cuando estuvimos  seguimos a Griphook hacia una de las puertas de salida del vestíbulo.

-¿Qué es lo-que-usted-sabe en la cámara setecientos trece? -preguntó Harry.

-No lo puedo decir -dijo misteriosamente Hagrid-. Es algo muy secreto. Un asunto de Hogwarts. Dumbledore me lo confió.

Griphook nos abrió la puerta. Yo había esperado más mármoles, pero esta vez me sorprendí. Estábamos en un estrecho pasillo de piedra, iluminado con antorchas.

Se inclinaba hacia abajo y había unos raíles en el suelo. Griphook silbó y un pequeño carro llegó rápidamente por los raíles. Subimos y nos pusimos en marcha.

Al principio fuimos rápidamente a través de un laberinto de retorcidos pasillos. Traté de recordar, izquierda, derecha, derecha, izquierda, una bifurcación, derecha, izquierda, pero era imposible. El veloz carro parecía conocer su camino, porque Griphook no lo dirigía.

A mí me escocían los ojos de las ráfagas de aire frío, pero los mantuve muy abiertos. En una ocasión, me pareció ver un estallido de fuego al final del pasillo y me di la vuelta para ver si era un dragón, pero era demasiado tarde.

Íbamos cada vez más abajo, pasando por un lago subterráneo en el que había gruesas estalactitas y estalagmitas saliendo del techo y del suelo.

-Nunca lo he sabido -gritó Harry de repente, para hacerse oír sobre el estruendo del carro - ¿Cuál es la diferencia entre una estalactita y una estalagmita?

-Las estalagmitas tienen una eme -dijo Hagrid - Y no me hagas preguntas ahora, creo que voy a marearme.

Su cara se había puesto verde y, cuando el carro por fin se detuvo, ante las pequeñas puertas de la pared del pasillo, Hagrid se bajó y tuvo que apoyarse contra la pared, para que dejaran de temblarle las rodillas.

Griphook abrió la cerradura de la puerta de mi primo. Una oleada de humo verde nos envolvió. Cuando se aclaró, nosotros estábamos jadeando. Dentro había montículos de monedas de oro. Montones de monedas de plata. Montañas de pequeñas monedas de bronce.

-Todo tuyo Harry -dijo Remus sonriendo.

Todo de él , era increíble.

Después fuimos a recamara que estaba al lado de la de Harry, al abrir la recamara vi un monto de dinero , madre mía

Gloria, esto es todo tuyo , pequeña – dijo Remus sonriendo, Y pensar que yo ya tenía mucho dinero de la herencia que había quedado a mi nombre, la de los torres

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