V: Artista
Guille terminó de leer el nuevo fragmento, extrañado.
—¿Por qué? —hacía mucho que el niño no hablaba; su propia voz le sonó extraña, tan acostumbrado como estaba a la variante de sus pensamientos.
Diana echó los ojos a las hojas del sauce, pensativa. ¿Por qué había cambiado el final que Guille me había designado? No lo sabía seguro, había sido un impulso. Aun así, se esforzó en encontrar una respuesta.
—Graf no merecía acabar así, solo en una cueva para toda la eternidad. Vale, la armada no era lo suyo, ¿y? ¡Hay más actividades! La cosa era encontrar la que se le diera. No es por ofender, Guille, pero estabas juzgando a un pez por su habilidad para trepar.
Esa frase la decía su madre de vez en cuando, y Diana pensó que no podía irle más al pelo. ¡El pez podría un matemático superdotado! Vale, o un gran nadador, pero eso ya era de esperarse. El punto es que era una razón firme.
Guille volvió a sumirse en sus pensamientos, sopesando lo que acababa de escuchar. De improviso, recuperó el cuaderno y su lápiz.
Diana, que no pudo detener la reacción del niño, se asustó. ¿De veras iba a tachar su fragmento? ¿Acaso no la tristeza de sus ojos le impedía ver que todos merecer felicidad? Soltó un suspiro de alivio cuando el niño le mostró su nueva creación; nada tachado, una pequeña aportación.
—Un personaje nuevo necesita su dibujo —explicó, tan escueto como era habitual en él.
Ella miró la ilustración, como hechizada. La princesa Adamantina era mucho más bella que la que había imaginado mientras narraba. Su vestido, su carita angulosa... ¡y le había puesto trenzas! No pudo resistirse; le dio un abrazo a Guille.
—Gracias —susurró a su oído.
Aquella vez, vi la primera chispa de alegría en los ojos de Guille. Bajo aquellas ramas nació la amistad entre aquellos dos soñadores. Aquel día fue marcado en la existencia de Guille, como un antes y un después.
Guille, como yo, fue él y fue mejor.
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