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CAPÍTULO 74

ISABELLA

Ronald no mintió cuando me dijo que me daría más de dos orgasmos, los que pude contar fueron cinco y quede exhausta, pero muy bien follada como diría Marga.

En la mañana, tal como lo dijo, me hizo el amor y el sexo fue tan diferente al de anoche, pero los dos se sintieron iguales, algo íntimo y que solo logramos entre los dos.

—Isabella —Blanca pasa su mano por mi rostro haciendo que me ponga un poco tímida.

—¿Ronald aún quiere las frutas con miel? —pregunta.

—Sí, quiere duraznos, manzana y fresas —digo —con mucha, pero mucha miel.

Los nuevos gustos de Ronald son algo raro. Últimamente, a todo lo que come le echa miel, lo cual hace que su comida sea tres veces más dulce de lo que ya es.

—Si fuese una mujer juraría que está embarazada y esos son los síntomas —me atraganto con la fresa que estaba comiendo.

—Qué ocurrencias las tuyas —menciono antes de ponerme de pie —hablando de eso, debo ir al doctor, necesito mi revisión y la nueva inyección.

Salgo de la cocina con una bandeja llena de frutas y un recipiente lleno de miel para que Ronald calme sus antojos a dulce extremo.

Cuando subo a la habitación, ya Ronald se encuentra totalmente vestido.

—Necesito salir urgente —dice en cuanto me ve.

—Te traje lo que pediste —señalo con mi boca las frutas que llevo en la bandeja.

—Te lo agradezco, pero debo salir ya, James me está esperando.

—¿Te vas sin comer?

—Comeré después.

—Siéntate —ordeno. Pone sus ojos en blanco al oír mi mando, pero no duda en hacerlo —ayer estuviste enfermo y luego gastaste mucha energía follándome, así que come todo eso y luego podrás salir a donde quieras.

No quiero que llegue diciendo que aún está enfermo o algo así.

Se come toda la fruta de manera rápida. Me molesta que no se cuide.

—¿En qué depósito estarás?

—Iremos afuera de la ciudad, pero volveré esta noche.

—Sabes que el sábado nos reuniremos con mi madre, ¿verdad? —le recuerdo, solo faltan menos de cuarenta y ocho horas.

—Volveré hoy en la noche-madrugada, mañana saldremos juntos y el sábado iremos con tu madre —me da un casto beso y luego abandona la habitación.

Hoy no tengo mucho que hacer. Los hoteles están casi listos y eso me emociona demasiado, mis cachorros tienen sus vacunas, no tengo planes con marga porque anda en planes de viaje y tampoco me reuniré con la madre de Ronald. Así que solo me queda ir a mi doctor para el control.

Desayune lo que Blanca me sirvió y luego me marché junto a Oliver.

—¿Cuándo te vas a casar? —le pregunto a Oliver mientras conduce.

—Ya lo hice —me sorprendo.

—No me invitaste —reprocho de inmediato.

—En mis sueños por su puesto.

—¿Te estás riendo de mí?

—Nunca. Solo que es una pregunta rara, aquí dos hombres no pueden contraer matrimonio —responde.

—Puedes casarte por lo civil, no sé o ¿quieres que te prepare una ceremonia? —digo animada, eso sería genial.

—No creo que él lo quiera.

—¿Le has preguntado?

—No, pero sabes como es. Un maldito reservado y amargado como lo llamas.

Aunque ahora me sonríe, sigue siendo el mismo rubio amargado que vi en la cabaña.

—Tal vez él sí quiera, solo que es reservado como dices.

—Estoy seguro de que no lo haría, pero agradezco tus buenas intenciones.

—Cuando quieras —menciono.

Oliver estaciona el auto y espero a que él baje y verifique el lugar. Los sucesos anteriores me hacen quedarme en el auto y esperar que él me diga que todo es seguro y los hombres que nos acompañan se desplieguen por todo el lugar.

Oliver ingresa conmigo, pero se aleja un poco mientras yo hablo con la secretaría de la doctora.

—Señora Richter —saluda amablemente.

—Qué pena venir sin avisar, pero mi cita pasó y no pude venir. ¿La doctora puede atenderme? —pregunto.

Mi cita era el día que maté a Benno y la retrase hasta este punto.

—Claro, puede esperar en la sala y en un momento la llamo.

Me siento en uno de los sofás y reviso algunas de las revistas que tienen aquí. Llevo viniendo con la doctora hace casi siete meses y aún no cambian las revistas —tendré que obsequiarle algunas— ¿no se aburren las demás de leer lo mismo?

La secretaria no tarda en decirme que puedo pasar y se lo agradezco. Sé que pudo ser grosero venir sin avisar y más si no tenía una cita.

—Te lo agradezco, la próxima te daré un detalle —aseguro, la mujer siempre es tan buena y atenta conmigo.

—No se preocupe.

—Ya está dicho, ¿te gustan las joyas? —siento que cada vez tomo una actitud más como Ronald.

—De verdad, no hay necesidad.

—Está dicho, en mi próxima visita te traeré un par de pendientes —le dedicó una sonrisa y luego me dirijo al consultorio.

Al entrar al consultorio veo a la mujer que me ha estado atendiendo. Ya es una señora de edad como lo es Violeta. Es la ginecóloga de la madre y hermana de Ronald.

—Te esperaba aquí hace dos semanas —dice antes de saludarme.

—Tuve un inconveniente que me impidió venir —confieso.

—Sabes que estamos en algo y si no quieres tener hijos, debes cumplir con esto.

—Fueron solo dos semanas, nada pasa.

—Antes de aplicar la inyección vamos a revisar y hacerte exámenes, ¿está bien? —pregunta.

—Puede aplicarla, fueron solo dos semanas —le recuerdo nuevamente.

—¿Utilizas protección con tu esposo? —niego de inmediato, Ronald solo utilizo condón las primeras veces, pero después de que tuvimos sexo en su oficina sin condón, decidió que nunca más lo utilizaría.

—No me mire así —me sonrojo, pero ella ríe.

—Son exámenes de rutina, no pasa nada.

Lleno unos documentos y después entra la secretaria y me saca un poco de sangre para los dichosos exámenes.

—Puedes ir a tomar algo y volver en dos horas —dice la doctora.

—Voy a estar en el hospital, iré a comer algo en la cafetería —digo.

Salgo del consultorio y me reúno con Oliver.

—Eso fue rápido —menciona.

—Aún falta, debo volver en dos horas —digo.

—¿Te pasa algo?

—La doctora está loca —río —sugirió unos exámenes antes de poner la inyección, ya sabes, para descartar un embarazo.

—Ojalá lo esté —susurra y lo fulmino con la mirada.

—No lo vuelvas a decir.

—Sería genial. El jefe se volvería loco y te protegería tres veces más.

—No pienso tener hijos —luego de soltar esa palabra y ver el rostro de Oliver me arrepiento —no por ahora.

Tal vez en unos diez años o nunca. No quiero que un niño a mi cargo sufra lo que yo sufrí, realmente me volvería loca. Tal vez los genes y el mal carácter de mi madre los adopté cuando tenga un hijo y me comporte como ella, eso sería peor, un hijo mío estaría odiándome de por vida.

Me estremezco de solo pensarlo.

—Vamos a comer algo, yo invito.

Las dos horas pasaron rápido. Conversamos y comimos muy poco, la tensión que surgió cuando le dije a Oliver que no tendría hijos desapareció en cuanto llegamos al restaurante del hospital.

—Te voy a hablar claro como siempre —habla la doctora cuando me siento.

—Bueno, la escucho.

—Estás embarazada, ¿cómo? Tú misma tienes la respuesta —mierda y más mierda.

Me río, tal vez los nervios o tal vez sea miedo, no, seguramente ambos actuando en mí.

—¿Puede repetir esa locura?

—Estás embarazada.

—No, no lo estoy —aseguro —sólo me retrasé dos con la inyección.

—Isabella —sabes que eres la mujer más fértil que ha pasado por mi consultorio —me recuerda.

—Por eso decidimos las inyecciones, porque eran mucho más seguras.

—Pero sabes que no son cien por ciento seguras —responde.

—Oh, dios, yo no puedo estar embarazada —me levanto de la silla y camino por todo el consultorio de la doctora —¿puedes hacer algo más? Algo que confirme, no sé, estoy segura de que no estoy embarazada, es realmente absurdo. Mierda.

Empiezo a divagar y a negar. No estoy embarazada, de eso estoy segura. ¿Las mujeres no presentan síntomas cuando están embarazadas? Yo no he tenido eso.

—Vamos a hacer una ecografía transvaginal, por lo que sé, debes estar de semanas.

La secretaria de la doctora me ofrece una bata la cual me pongo de inmediato. Me acomoda en la camilla tal como lo indica la doctora. Ella le pone un condón a uno de sus implementos y luego me lo introduce.

Mi mirada y pensamientos están desviados. No puedo estar embarazada ahora ni nunca. No puedo criar un niño.

—Oh. Dios... —Llevo mis manos a mi boca mientras siento cómo mi cuerpo tiembla.

Escucho un rápido pum-pum y mis oídos palpitan junto a ese sonido.

—Es raro —menciona la doctora —se supone que solo llevas dos semanas de retraso con la inyección.

—¿Qué sucede? —pregunto con algo de miedo.

—Diez semanas exactamente, puede ser un poco más, pero esto arroja que son diez semanas.

—¿Diez semanas qué?

—Tienes diez semanas.

—Esto es un error —menciono rápidamente.

—Mira —señala el monitor que hay junto a mí —ahí está.

Una diminuta bola blanca se ve entre la oscuridad.

—Es un error, ¿verdad?

—No lo es, pero...

—Pero ¿Qué?

—Voy a imprimir esto para que lo tengas y cuando te cambies hablaremos.

Hago lo que me dice. Me quito la bata y antes de ponerme mi ropa me paro frente al espejo que hay en el baño, pero no logro ver cambios en mi cuerpo, ni lo más mínimo.

¿Diez semanas son dos meses? Se supone que ya tendría el estómago hinchado.

—Hay algunas opciones para el embarazo —menciona la doctora cuando estoy sentada.

—¿Cuáles? —pregunto a la expectativa.

—Puedes tenerlo y darlo en adopción —como si Ronald fuera a permitir eso —o puedes interrumpir el embarazo.

—Ni lo uno ni lo otro. Si lo doy en adopción no sabré si el niño tendrá buena vida y no sufriría, si aborto estaría siendo injusta, pero si me lo quedo estaría siendo tres veces más injusta.

—Isabella —la doctora llama mi atención —puedes pensarlo, el embarazo puede ser interrumpido hasta la semana veinticuatro.

Dios. ¿Con veinticuatro semanas él bebe ya está formado?

—Yo... —mi voz se quiebra —hablaré con Ronald.

Esto nos compete a los dos, entonces debo hablar con él.

☙❧

Desde que llegué a la mansión me encerré en mi habitación y no he salido. Traté de hablar con mi amiga, pero no respondió a mis llamadas, seguramente aún vayan en el avión.

Mi tercera opción es Violeta —bueno, Ronald era mi primera opción, pero quiero esperar a que llegue a casa —así que no lo pienso y llamo al número de Violeta la cual me responde al instante.

—¿Pasa algo? —pregunta al responder.

—Estoy en problemas —mi voz es más un susurro.

—¿Quieres que vaya para allá? —es tan comprensiva y se lo agradezco tanto.

—Estoy embarazada —digo ignorando su propuesta.

—Eso es bueno —su voz se escucha alegre y sorprendida, todo lo contrario, a la mía —querías ser madre.

—No, no quiero ser madre, no ahora —aseguro —nunca.

—Estaré allí en unos cuarenta minutos.

—No —digo —¿sabes? Ni siquiera sé si voy a continuar con el embarazo.

La puerta se abre con un ruido estruendoso y observó a Ronald. ¡Joder! Escucho mi conversación.

—¡Ni siquiera sabes si continuarás con el embarazo! —repite mis palabras en un tono de voz más alto.

Su voz está llena de enojo y sus ojos de tristeza.

—Ronald...

—Eres realmente egoísta, eres igual a tu madre, estás pensando solo en ti —sus palabras me hieren, pero más herido está él por lo que me escucho decir.

—Yo.

—¿Sabes? Te apoyo jodidamente en todo porque te amo, porque quiero ser la base de tu columna —me recuerda acercándose a mí —y tú te comportas igual que tu familia, creí que serías diferente, pero lo mierda se pega rápido.

—Mi amor —susurro.

—¿Sabes otra cosa? Ya lo sabía, lo presentía, muy dentro sabía que algo estaba cambiando en nosotros y juraba que era nuestro hijo que crece en tu vientre.

—¿Puedes dejarme hablar?

—Ahora no, Isabella, ya veo que tomaste tu una decisión que es de los dos.

Sus ojos me miran una última vez antes de salir de la habitación y siento como mi mundo y todo se desmorona poco a poco.

¿Este es el fin?

¿Pierdo a mi esposo y a la diminuta bola la misma noche?

Me refugio en mi cama por más tiempo del necesario. Las horas empiezan a pasar y espero que Ronald vuelva, pero no lo hace, entonces decido llamar a su teléfono, pero no responde, hago lo mismo con Evans, pero este tampoco responde mis llamadas.

La noche pasa lenta, pero a la vez rápida. El sol se abre paso por las cortinas indicándome que ha amanecido y a la vez que no he podido dormir nada.

Antes de salir de la habitación llamó una vez más al teléfono de Ronald y este se va nuevamente a correo de voz.

¡Jesús! Necesito hablar con él. Nunca quise que se enterara de esta manera, además quiero que sea cual sea la decisión, la tomemos juntos.

—Te ves cansada —dice Blanca cuando entro a la cocina.

—No pude dormir —hago una mueca cuando el agua baja por mi garganta —creo que insomnio.

Sus ojos están llenos de preocupación e imagino que escuchó todo lo que Ronald me dijo. Desliza un plato con algunas frutas y las rechazo al instante.

—Deberías comer algo, ya sabes, por el bebe.

—Así que escuchaste todo.

—Ayer me fui más tarde que de costumbre —me sonríe —que quedé claro, Ronald se comportó como un idiota.

—No, entiendo perfectamente todo lo que dijo —admito —soy realmente egoísta por no pensar en sus sentimientos.

Niega con su cabeza antes de hablar.

—No eres egoísta, tal vez tienes miedo.

—Algo así.

Hablo un rato más con ella y luego me marcho nuevamente a mi habitación.

Las siguientes horas me dediqué a arreglarme un poco y seguir intentando comunicarme con Ronald, pero esto último no fue posible. Evans tampoco me responde y eso me relaja y me asusta, tal vez estén juntos.

—¡Isabella! —grita Blanca —Violeta está aquí.

Bajo las escaleras y me encuentro con una violeta muy colorida —en muchas ocasiones suele usar vestidos con estampados despampanantes— la saludo y luego la invito a pasar a la sala.

—¿Cómo estás? —pregunta cuando nos acomodamos.

—Quisiera decir que bien —soy realmente sincera con ella.

—¿Quieres hablar?

Es lo único que quiero hacer, pero lo quiero hacer con Ronald.

—Con Ronald, quiero aclarar todo esto.

El silencio nos invade por un largo tiempo hasta que ella lo rompe haciendo una nueva pregunta.

—¿Recuerdas las sesiones diarias?

—No todas —siempre hablábamos de todo y hay cosas que se olvidan.

—Cuando hablamos de los niños, de cómo los querías y la ilusión que te hacía ser madre algún día.

—Sí, aunque todo eso lo dije para un futuro, no para ahora —respondo —tal vez en unos diez años.

—¿Qué te hace querer no continuar el embarazo?

—No ser lo suficiente para él —me sincero —ser como mi madre y que él termine odiándome.

—No eres como ellos, lo has demostrado siempre —se aclara la garganta —eres fuerte. Más fuerte que cualquiera otra persona que conozca, incluso más que yo, y estoy segura de que tus hijos nunca te odiaran.

Quiero tener la seguridad de ella.

—Tengo miedo.

—Yo también tuve miedo cuando me embaracé de mi primer hijo —su sonrisa se ensancha cada vez que habla de sus hijos —aunque no comparo mi miedo con el tuyo.

—Me asusta mucho —mis lágrimas empiezan a humedecer mis mejillas —algo en mí se remueve cada vez que pienso en la diminuta bolita que hay dentro de mí.

—Es amor, miedo y alegría —unió los tres sentimientos en uno —¿Qué quieres Isabella?

—Tengo miedo —repito.

—No, no te estoy preguntando que tienes. ¿Qué quieres?

—Quiero ser una excelente madre, estar siempre para mi hijo y que me ame tanto como yo a él.

—Ahí tienes la respuesta.



NOTA DEL AUTOR 

 Estoy dejando los capítulos programas en la madrugada porque voy a dormir hasta tarde.

 Opiniones divididas en 3.2.1 

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