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Capítulo 9 El llamado del héroe

Los regaños del gran sabio retumbaban en las paredes de la cueva. Donatien y Eylir mantenían la cabeza agachada, evitando hacer cualquier contacto visual con la mirada furiosa de Oco, aquella lo hacía doblemente temible que todas sus habilidades juntas. Pidieron a Kattara que esperara afuera mientras ellos le contaban a su mentor lo sucedido en Landomrader, guardándose claro, los detalles importantes. 

Permaneció sentada en el pasto abrazando sus piernas con sus brazos, escuchando las maldiciones que Oco soltaba sin contención. Cada palabra la sentía como un cuchillo dirigido a ella, no llegaba a describir en ningún sentido lo mal y culpable que se sentía, en especial por que sus compañeros daban la cara por ella al cargarse cada una de las muertes, incluyendo la de Gavril. Estaba a nada de llorar inconsolablemente, diciéndose a sí misma —Soy un monstruo—, la cabeza le dolía de aguantar las lágrimas. Se negaba a llorar a pesar de tener los ojos inundados, simplemente no quería hacerlo, por las razones que fuera, para ella, llorar no resolvía nada. Se levantó y caminó hacia los árboles, escaló uno con prisa hasta la cima, quería sentir el fresco viento de arriba. Tomaba profundos respiros como si fueran los últimos, solo que no la lograba tranquilizar del todo, ni observar el sol ni el aire. Nada. De pronto los gritos cesaron y Oco salió de la cueva.

—Kattara— le habló.

Ella suspiró y comenzó a descender, caminó sin dirigirle la mirada, cuando llegó hasta él, este le preguntó — ¿Qué te ha sucedido?

—No lo sé— respondió con pena.

—Kattara mírame— ella alzó la mirada lentamente, y Oco nuevamente intentaba ver su interior, encontrándose con todo normal— No parece haber alteración en tu energía, no hay razón de tu desvanecimiento— dijo.

—Nunca me había sucedido, ¿Qué me está pasando?

—Ni siquiera yo puedo responder a eso. Kattara Thorn tú te has convertido en el misterio más grande que no logro concretar. Pero lo haré. Encontraré la respuesta a tu enigma.

— ¿Qué debo hacer mientras tanto? — preguntó con mirada desesperada.

—Me temo que deberás permanecer en Nordwind por tiempo indefinido, es lo mejor para ti y para todos. Este suceso causó que tus compañeros acabaran con las serpientes.

Oco estaba furioso, ya no hallaba que más decirles, regresó a la cueva hablándose así mismo en voz baja, intrigado, confundido y molesto. Donatien y Eylir se acercaron a Kattara con sonrisas fingidas queriendo evitar que se siguiera sintiendo culpable.

— ¿Qué les ha dicho? — le preguntó Kattara.

—Nada tan malo como te lo imaginas. Todo está bien—respondió Donatien.

Mintió. Las palabras de Oco no fueron malas, si no preocupantes, pues la muerte del príncipe Gavril podía hundir a Erstearth en guerra y la responsabilidad de ello no caería del todo en los elfos, si no en el mismo gran sabio, pues fue bajo sus ordenes que actuaron.

—Vayamos adentro. Necesitamos descansar de todo lo vivido el día de hoy— le dijo.

Kattara asintió. Estaba cansada y abrumada, quería dormir y no despertar hasta que su mente y corazón olvidarán la culpa. Desafortunadamente, no encontraría paz aquella tarde. Pues su vida cambiaría para siempre. En el momento en que sus compañeros dieron vuelta rumbo a la entrada de la cueva, y ella dio un paso hacia al frente, sucedió. Su cuerpo se iluminó por completo, desvaneciéndose poco a poco.

— Donatien— lo llamó. Al volverse, los elfos quedaron congelados observando como Kattara desaparecía y ascendía al cielo, incapaces de reaccionar. 

***

Blanco. Fue lo primero que vio al abrir los ojos, un blanco cegador que se transformó en el cielo azul al aclararse su vista, su cuerpo se reestableció permitiéndole moverse e incorporarse poco a poco hasta lograr sentarse. Bajó la mirada a sus manos notando que en lo que se estaba recargada no era un suelo sólido, estaba sobre una nube, delante de ella y detrás se alzaban dos pilares hechos de plata, entre ellos había más nubes y un azul infinito rodeando todo el espacio. —¿Dónde estoy? — se preguntó.

Entonces, sintió miradas posándose sobre ella. Incómodamente, volteó a la derecha encontrándose con las altas figuras, hermosas y erguidas de los dioses. En seguida, se puso de pie apenada de pensar cuanto tiempo había permanecido acostada. No podía creer donde se encontraba.

—Acércate Kattara Thorn, hija de reyes, élapiokonta (bienvenida) le dijo Zeus con su voz profunda, seductora y de poder, a la que no podías negarte.

Kattara avanzó tímidamente y temblando, estar ante ellos resultaba intimidante. El Olimpo era formado únicamente por pilares de plata brillante; rodeándolos, las nubes jugaban a ser las paredes y el techo. Los dioses vestían largas túnicas blancas, decoradas con detalles en oro, en sus cabezas llevaban coronas que centellaban gracias a la luz del sol que se reflejaba en ellas y sus pieles desprendían un tenue brillo. 

Permanecían de pie recibiendo a su invitada, sus altos tronos aguardaban a ser ocupados en la parte posterior; de cara a ellos, en el centro del espacio, se encontraba una mesa sobre la que estaba un mapa universal, con los doce mundos flotando en la oscuridad del infinito. Kattara se detuvo al borde de la mesa.

—Bienvenida Kattara Thorn, princesa de Lednevir— Zeus bajó los escalones de su trono, acercándose sonriente y con los brazos abiertos— Hoy celebraremos otro glorioso día de la edad dorada, en el que el elegido se alza de nuevo entre todas las razas para portar el honor más grande que otorgamos.

Entre las palabras de Zeus, una mirada apareció dominando el lugar, opacando todo lo demás, era penetrante, profunda y totalmente hechizada. En ese instante en el que Apolo, dios de las artes conoció a Kattara, sucumbió ante su belleza a la que él describió como la más fina de las artes que deseaba dominar bajo su nombre, la observaba con descaro y obsesión, solo bastó con que ella le devolviera la mirada por una milésima de segundo, para que se declarara completa e irrevocablemente enamorado de ella. Amor o lujuria, no era exacto cuando se trataba de dioses, la línea entre ambos sentimientos era delgada.

—Has demostrado ser extraordinaria entre tu raza— continuaba Zeus— bendecida por Caos, no hay ningún otro indicado para portar el manto del guardián.

—Un guardián no es solo un guerrero que lucha interminables guerras contra el mal, un guardián representa esperanza, de que incluso en los días oscuros una luz puede brillar. Esperanza de que el mal no gobierna, de que por cada crimen realizado existe justicia, que por cada malévolo que se levanta existe un valiente que hace el bien en su contra. Eso significa ser un guardián. Luchar en nombre de otros— dijo Hera.

—Eres la primera elfa en recibir este nombramiento. Caos como mi testigo sabe lo mucho que estimo a tu raza y lo feliz que me hace nombrarte — Zeus le sonrió.

Kattara necesitó hablar en ese momento, expresar lo que pasaba por su cabeza, no quería ser guardiana, no con todo lo que le sucedía. Así que dijo— No sé qué responder a tal honor que me otorga, excepto quizá preguntar, ¿Por qué yo? Estoy segura que hay mejores candidatos.

—Para nosotros no hay nadie más indicado que tú, Kattara. No buscaremos a nadie más— respondió Hera.

Kattara pudo continuar debatiendo sobre su posición como la elegida; sin embargo, no tenía sentido hacerlo. La decisión estaba tomada.  

— Confiamos los doce mundos en tus manos. Pero, a pesar de la felicidad que me produce nombrarte, me temo que antes de hacerlo oficial requeriremos de una demostración.

— ¿Demostración?

—Cada guardián debe demostrarnos sus habilidades aquí mismo en el Olimpo, ya sean mágicas u otras, enfrentando a uno de los nuestros— Zeus señaló a las espaldas de Kattara donde se encontraba la diosa Atenea portando su armadura y lanza— No es una prueba en su totalidad, en sí, es solo es una complacencia.

Al ver a la diosa, Kattara se alarmó, debía enfrentar a la misma diosa de la guerra. ¿Qué probaría con esto? ¿Debía ganar o perder? ¿Qué sucedería si perdía? Tantas preguntas y sin tiempo de responderlas. 

Atenea no dudó, se abalanzó sobre la elfa con su lanza, sin aviso. Rápidamente Kattara desenfundó su espada alzándola para defenderse; bloqueó el ataque y con una patada lanzó a Atenea lejos. Estocadas y bloqueos se apreciaban en los cielos, los choques de los metales, los giros, las cabelleras de las guerreras volando en el aire y la ferocidad en sus miradas. Al momento de pelear Kattara no dejaba cabida al miedo, adquiría valentía a la que no le encontraba explicación, surgía de su corazón. Valor, una de sus cualidades prominentes.

Los segundos transcurrieron pronto en minutos y ninguna de las dos desistía, se mantenían firmes y en combate, el sudor saltaba de sus rostros, mas no sangre, ninguna gota que anunciara al ganador o el fin de la prueba. Hasta que Atenea, astutamente hizo tropezar a Kattara haciéndola caer sobre su espalda, y antes de que pudiera levantarse se colocó sobre de ella poniendo la afilada punta de la lanza en su cuello. 

—Juego terminado— le dijo.

Kattara sonrió y le devolvió las palabras— Para usted también.

Todos quedaron sorprendidos ante el resultado, nadie se dio cuenta de cuando lo hizo. Atenea bajó la mirada a un costado de su abdomen donde se postraba una daga amenazándola. Nunca antes alguien había llegado tan lejos en la prueba, los candidatos anteriores aceptaban la derrota por miedo a ofender a un dios; sin embargo, Kattara demostró lo contrario. La diosa sonrió levantándose y extendiendo su mano para ayudarla a incorporarse, estando de pie frente a frente la reverenció en muestra de respeto hacia una mortal. El resto de los dioses le aplaudió. 

—Sorprendente— dijo Zeus— me inclino ante ti, princesa elfa. Es mi gran placer nombrarte la nueva guardiana de los doce mundos.

Kattara sintió un estremecimiento en todo el cuerpo, aquellas palabras pesaban como ninguna otra. 

—Y a vista de que tu poder mágico no ha sido el único regalo con el que Caos te ha bendecido, si no también con una inigualable belleza que no veía desde hace siglos. Te otorgaré como segundo nombre Luthdomiel, en honor a la segunda guardiana— Zeus tomó el brazo izquierdo de Kattara y tapó su muñeca con su mano, al retirarla le apareció una marca. El símbolo del guardián— Y ahora te hago entrega de la armadura sagrada. Úsala en todo momento, con ella te diferenciarás del resto.

En la palma de su mano apreció un collar en forma de media luna con un diamante azul colgado en medio y sobre la luna estaban empotrados doce pequeños diamantes que representaban los mundos. Dentro de el se guardaba dicha armadura, forjada por Hefesto y bañada en la sangre del rey dios para hacerla indestructible. Aquella servía solo a los corazones puros. Le extendió la mano a Kattara para que lo tomara, al tocarlo este se abrió. Una luz la iluminó y al apagarse ella tenía puesta la armadura.

Zeus le indicó que se hincara y ella obedeció—Repite el juramento después de mi:

Escuchad, sed testigos de mis palabras, tomo juramento entregando mi vida y entregando mi espada. Seré el escudo que resguarde la vida, la luz que se alce en la oscuridad y el fuego que aniquile el frio. En guardián me convierto y guardián moriré. Con valor enfrentaré cualquier mal y no temeré a la muerte. Hoy me encomiendo a los dioses y mañana lucharé en su nombre, hasta dar mi último aliento, hasta que mi alma abandone mi cuerpo. Tomo el juramento del guardián por los que fueron y por los que siguen detrás de mí.

Al termino de recitar el juramento Zeus dijo — Te nombro a ti, Kattara Thorn, guardiana de los doce mundos.

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