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Capítulo 8 Escribiendo historia

Cinco años después de la partida de Kattara a Nordwind.

El tiempo fluyó tan rápido como el agua recorre el rio, pronto Kattara alcanzó los diecisiete años de edad, logrando aprender todo lo que cinco años le permitieron adquirir. Oco no se limitó al impartirles conocimiento a los jóvenes elfos, les enseñó combate físico y combate armado; los hizo estudiar la historia de su mundo desde los días antiguos— les mostró al menos lo que tenía permitido—, al igual que parte de la historia e idiomas de otros mundos. Transcurrieron sus días entre entrenamientos, estudios y las noches durmiendo en la cueva de Oco, aquel pequeño espacio resultó ser sumamente acogedor. Con mentes ocupadas y un cálido hogar temporal, no notaron su crecimiento ni el pasar de los años.  

Dominaron la espada a modo de arte, manejándola como una extensión misma de su brazo, tal como un pintor se funde con su pincel, ya fuera de hoja larga o corta, delgada o pesada. Se volvieron letales con el arco y el lanzar de las flechas, su tacto era tan delicado que no emitían sonido al disparar, cualquier enemigo solo sentiría el atravesar de la punta afilada. Los elfos tenían una vista clara y profunda, alcanzaban kilómetros de distancia y eso hacía de su puntería precisa y mortal. La ligereza de su andar les permitía equilibrio perfecto en cualquier superficie, acompañado de sigilo total. Y el usar de las dagas no fue más que un complemento a su formación; pero aquellas eran el arma favorita de Kattara y su mayor habilidad. Aunque los tres recibieron el mismo entrenamiento, cada quien se especializó en un instrumento de acuerdo a su talento natural o gusto propio, Donatien en el arco y Eylir —el protegido de Milah que envió a Nordwind— en la espada. 

—¿Por qué llamamos a la guerra un arte? La guerra es como una pintura, como un poema, como una escultura; requiere inteligencia, habilidad, pasión, determinación e imaginación. Se llena de emociones, hace que quienes participan en ella se descubran a si mismos, convierte los campos en lienzos que pinta de rojo y sombras. ¿Qué es eso sino arte? Una que se moldea a los ojos de cada individuo. Lo que hace a la guerra un arte distinta a las demás, es el hecho que cualquiera puede participar cuando se desata, incluso la persona más pequeña e insignificante puede convertirse en un guerrero. Pero no cualquiera la domina y se lleva de ella el premio mayor. La victoria y la paz. La guerra hace a cualquiera pensar que puede ganar.

El poder o la fuerza física no hacen a un buen peleador, son la mente y el corazón lo que hace a un humano un luchador. El fuerte no conoce las técnicas, el osado no presta atención a los detalles. No pretendo hacer de ustedes guerreros fuertes o valientes, eso ya lo traen en su espíritu. Descienden de una especie que ha hecho de la guerra su propio arte y es mi deber hacer de ustedes dignos sucesores, que se guíen por la bondad, por la pasión de hacer el bien, por no dejarse doblegar. Ustedes aprenderán a observar, a escuchar, a analizar gracias a todo lo que les enseñaré. En cada entrenamiento adquirirán destreza, en cada lectura conocimiento. Ustedes serán los artistas cuando la guerra llegue. Porque sepan que ella siempre está presente.

Peleen con el corazón, actúen con la mente y dejen que sus manos hagan el resto.

Por otro lado, a Kattara le demostró lo que era capaz de hacer y lo que su magia podía lograr. Practicaba con el doble de esfuerzo, su paso a ser guerrera no le fue tan complicado como su camino a dominar la magia, aquello requería su total concentración pues cualquier fallo causaría accidentes fatales. En los comienzos en esta diciplina se conjuraba por medio de palabras en vez de usar la mente en silencio —se requerían años de preparación alcanzar tal habilidad, solo los superiores lo lograban—, pronunciando en el antiguo lenguaje de los magos anteriores al apocalipsis. El uso de la magia aparte de sorprendente era una atracción para la vista, los movimientos de los brazos y las manos al conjurar parecían una danza estética y encantada, y todo requería persistencia para lograr la excelencia y progreso. Sin la posición correcta nada fluía. 

La practica la ejercían en un terreno alejado de la cueva para evitar cualquier inconveniente. Un día al caer la tarde, solo Kattara se mantenía de pie en el campo luego de un largo rato de preparación. Oco no escatimaba en sus ataques ni en sus mandatos, le ordenaba los movimientos con énfasis y al pequeño error la hacía repetir. 

—Invoca la luz máxima— le ordenó— aquella que te acompañará en los momentos sombríos y acabará con tus enemigos. Hazla fluir de tus manos; pero, no la uses para atacarme, solo contrólala.

Kattara respiró profundo, se colocó en posición e hizo sus manos bailar mientras decía— Eminil nasebunyameni busuku phala ubukhu baho obuthuzelayo kaye ukhanye xa umlomon wam ukucela ukubaal callar su voz, el espacio entre sus palmas se iluminó. El destello era de un color amarillo combinado con azul (el color de su poder mágico).

—Muy bien, ahora amplíala.

Kattara desplegó sus brazos y la luz se extendió hasta donde el gran sabio estaba posicionado, luego los regresó hacia su pecho y el destello se apagó. — Buen trabajo. Ahora atácame— dijo Oco posicionándose y dejando su báculo a un lado.

El viejo sabio tenía una apariencia gastada y poco funcional; sin embargo, en cuanto pretendía combatir adoptaba una postura erguida, fuerte y majestuosa. 

Limeteors zamandla Kattara danzó también con los pies en este movimiento, entre giros, avanzando y lanzando esferas de energía que rebotaban en el escudo creado de los pensamientos de Oco. Eran fuertes y poderosas, no penetraban la defensa solo comenzaban a quebrarla. A medida que Kattara sentía que estaba a punto de lograr su cometido comenzaba a limitarse hasta finalmente fallar a propósito. 

— ¡Detente! — gritó Oco con gesto de decepción cuando sintió la energía de la elfa disminuir— Esto detendrá a un Vanlig, pero no a un mago ni siquiera a un Rishtar.

—Lo sé, necesito entrenar más— respondió Kattara mirando a sus compañeros sentados sobre una roca, quienes observaban con atención mientras atendían algunas heridas que Oco dejó en sus cuerpos. Kattara también tenía algunas y las atendería una vez concluido el entrenamiento del día.

—Necesitas voluntad de querer lograr las cosas.

Para Oco le era fácil decir que solo se requería voluntad cuando no sabía lo que Kattara sentía por dentro. Aquel día en que intentó usar la magia por primera vez percibió una energía alzarse desde dentro explotando como una bomba, sintió miedo de su intensidad, y eso le sucedía cada vez que invocaba su poder, por ello prefería simular que su práctica requería de más tiempo.

—Tengo la voluntad, pero quizá no soy tan extraordinaria como pensáis— dijo Kattara.

—Cuando se trata de magia no existen los errores. No me equivoqué contigo. Yo sé lo que puedes lograr si dejaras de limitarte— Oco respondió al mismo tiempo que se preparaba para atacar.

Sin previo aviso lanzó energía contra Kattara, ella en un rápido entendimiento alzó su escudo— Undola leglasi conjuró. 

Captó pronto, pero no lo suficiente, su protección se rompió fácilmente y el impacto de ambas energías la lanzó por el aire. Nadie de los presentes advirtió en dónde Kattara aterrizaría, en el extremo al que fue lanzada se encontraba una hoguera encendida y cayó directamente en las llamas. La reacción de los tres fue inmediata, corrieron a auxiliarla asustados y preocupados; sin embargo, fueron detenidos por el sorpresivo momento en el que Kattara se levantó entre la flama sin quemarse, sin sentir el calor. Su ropa se deshacía por partes; pero, su piel permanecía tersa y sana. Salió del fuego sorprendida y aterrada por igual.

—¿Qué es esto? —preguntó.

— Una imposibilidad— respondió Oco.

Se acercó y tomó sus manos con la intuición de conocer la explicación del por qué el fuego no la lastimó, miró las palmas, las marcas que las decoraban creaban una forma extraña. Se dibujaban líneas unidas entre sí formando una figura triangular y en medio de ella símbolos pequeños.  

—Imposible— dijo Oco totalmente asombrado— Esta es la marca de los elementales, el símbolo de los Báttur, dominantes de los cuatro elementos.

— ¿Cómo es posible? — preguntó Donatien— Nadie es capaz de controlar los elementos, solo los descendientes de las Ninfas. Y no se ha sabido de algún sobreviviente desde la edad oscura, se presumen extintos.

—¿Qué significa esto? — preguntó Kattara exaltada.

Oco guardó silencio, pasaba sus pulgares sobre las marcas de cada mano, pensativo e impactado, ¿Qué es lo que les diría a los jóvenes elfos? Nada de lo que tuviera permitido contar. Hacerse el desentendido fue la mejor opción en su momento.

—Por primera vez en mi existencia me encuentro con algo difícil de explicar. Esto excede mis conocimientos, perdóname Kattara, necesito tiempo para encontrar una respuesta— dijo.  

Kattara cerró sus puños y bajó la mirada volviéndose a ocultar tras el miedo, pues tener un poder mágico mayor al de cualquier elfo no sería lo único con lo que tenía que cargar— Por hoy terminaremos, regresen a la cueva— les dijo Oco. Tomó su báculo y se dirigió a la cueva apresuradamente.

Por la noche Kattara permaneció dando vueltas a lo sucedido en su cabeza sin lograr conciliar el sueño, hacia horas que había anochecido y los demás ya dormían. Estaba sentada en el suelo recargada sobre la pared, observando el agua del oráculo ala distancia. Pensaba en lo malo que podría ser su condición, fue bendecida con belleza sin igual que a la vez era tomada como maldición y ahora poseía el poder de los elementales.

—¿Qué clase de fenómeno soy? — Se preguntaba. —¿Por qué he recibido semejantes dones?

Su alrededor estaba en completo silencio. En un punto de la noche escuchó unas pisadas ligeras que apenas rozaban la tierra y se acercaban poco a poco.

—Es muy tarde para permanecer en el mundo de la vigilia— Donatien apareció entre las sombras, hablándole en susurro— ¿Acaso el señor del sueño no te ha alcanzado?

— ¿El señor del sueño puede tomar una mente perturbada bajo sus dominios? — respondió Kattara.

Donatien se acercó y se sentó a su lado— ¿Qué es lo que no te permite descansar?

—Sabes la respuesta min velne, ¿O por qué otra razón vendrías a hacerme compañía?

—Es verdad, conozco los pesares de tu corazón y de tu mente, pero no podrás librarte de ellos a no ser que los hables.

—Cuando nos conocimos me dijiste que el mundo estaba listo para mí, al parecer te equivocaste. Era mi destino ser un secreto y así debí permanecer —suspiró —se supone que debería sentirme agradecida por lo que he recibido ¿Pero por que todo me parece una maldición? ¿Qué planes tienen los dioses para mí? Ellos me hicieron de este modo ¿No es así?

—Hace mucho que los dioses no dan algo. Zeus creó la vida nuevamente después del apocalipsis, pero él no decide quien recibe dones como los tuyos. No realmente. Yo creo que es el poder el que nos escoge, y te ha escogido por una razón. Los dioses hicieron planes para ti desde que naciste por lo que eres capaz de lograr y pronto habrás de descubrirlo, los dioses no mantienen sus maquinaciones ocultas por mucho tiempo.

—Ninguno de sus planes terminará bien si siento miedo de mí misma —dijo recargando su cabeza en el hombro de Donatien.

—Sentir miedo es natural en nosotros los mortales, es uno de los sentimientos que nos hace saber que estamos vivos. Puedes sentir miedo de todo, pero nunca de ti mismo, si no ¿Cómo esperas que te vea el mundo si no tienes fe en ti?

— ¿Qué es lo que tú ves en mí? — le dijo mirándolo a los ojos.

—Veo fortaleza, una que no te has permitido ver— le devolvió la mirada.

—Ojalá tuviera tus ojos.

—Tienes ojos propios para ver, así que no solo mires, observa, dentro de ti y fuera de ti.

—Jegfrylte lea fremtiden (temo al futuro).

—Olte tuo frylten, neo aldri quil dolmindeg (enfrenta tus miedos, no dejes que te dominen).

—¿Me pregunto si tu extrema felicidad y positividad me hartará algún día? — dijo Kattara sonriendo.

—Créeme, yo soy el menor de tus problemas, porque, cuando dejas el miedo de un lado te vuelves muy impulsiva, es difícil seguirte el paso.

—Bueno será mejor que tú y Eylir se acostumbren. Estarán atorados conmigo por un largo tiempo.

Hablar de lo que sientes libera al alma de la pesadez de cargar con problemas. La frase que me ha acompañado desde mi juventud. Kattara aprendió que, si el corazón no está bien, la mente no importa. Contar su preocupación en voz alta esa noche le sirvió para descansar lo que quedaba de ella, aun así, sus miedos estaban lejos de olvidarse pues Donatien habló con la verdad, los dioses tenían planes y pronto los mostrarían.

Otro día se alzó con sorpresas esperándolos. Al despertarse les extrañó no ver a su maestro esperándolos junto al oráculo como todos los días, ahí aguardaba por los jóvenes elfos para indicarles lo que harían en el día. Salieron en su búsqueda encontrándolo a la intemperie, acompañado de tres hermosos caballos a su espalda. 

— ¿Qué es esto gran sabio? — preguntó Eylir.

— Hoy es el día en el que se verán recompensados por su esfuerzo.

— ¿Hemos terminado nuestro entrenamiento? —preguntó Donatien.

—Se han convertido en guerreros en menos tiempo del que esperaba, por lo que es momento de partir a su primera prueba. Se les llama guerreros a aquellos que parten a las batallas a defender y a detener los males que a menudo acechan a la vida, para ello necesitan quien los lleve por el camino, un buen soldado es acompañado por un fiel amigo que se adentra con él en la oscuridad— les presentó a los caballos— el jinete se relaciona con su corcel a través del alma. Miren los ojos de estos nobles caballos y conecten. 

Donatien se acercó al caballo de la raza de los Hevonen de las tierras del norte, su pelaje era color blanco como la nieve, con ojos llenos de experiencia que le ayudaban a ver la vida a su manera, como Donatien lo hacía. Era un caballo viejo con fuerza de andar todavía por muchas vidas más, su camino aún no se terminaba. Eylir tomó a uno color café de una raza conocida, provenía de los Zaldi de Maelstone.

— Este animal te ha seguido desde casa. La reina lo ha dejado partir a su suerte, en busca de su propio camino, al igual que tu— le dijo Oco —te acompañará a donde vallas como recuerdo del hogar, para que no lo extrañes durante tus aventuras.

Por último, Kattara sintió una conexión especial e instantánea con el caballo de pelaje negro y brillante, hermoso y majestuoso, descendiente de los Bizirik Ceffyl, la raza que pasó el apocalipsis y vive con el recuerdo del fuego. Ellos no le temen a ningún peligro.

—Como segundo obsequio, las armas con las que protegerán sus vidas— Oco apareció en el aire, una larga manta gris que guardaba los artefactos, primero sacó tres espadas con fundas de diferentes colores. Una de ellas tenía una vaina color plateado, la hoja estaba fabricada de Irin, material proveniente de Maelstone.

—Lady Milah la hizo personalmente y especialmente para ti Eylir— dijo Oco— ligera como su portador, al fino contacto tu enemigo conocerá la muerte— Eylir aceptó la espada con lágrimas en los ojos, pues tal era el honor de recibir un regalo de su reina y del gran sabio.

—Lord Donatien, tu padre dijo que preferirías llevar dos espadas, a cargar una— le entregó las dos espadas de hoja corta y curveada, en vainas color verde oscuro— y si tus manos son letales, deja que tus enemigos tiemblen por igual con la destreza de tu vista— le entregó un arco hecho de madera de roble, con cuerda de fibra de vidrio, delgada y transparente, acompañado de un carcaj con flechas. Donatien las aceptó con una reverencia. 

—Lady Kattara, tu padre se ha mostrado orgulloso con el progreso que demostraste y te ha enviado no uno, si no tres regalos—primero, le dio la espada enfundada en una vaina color café, con detalles en oro. La hoja era gruesa de Miotal, el metal originario de Lednevir— Esta espada estaba destinada a tu hermano Lokthian, se la darían cuando tuviera tu edad. Ahora te pertenece a ti, le darás el uso que él nunca tuvo oportunidad— luego le entregó un arco acompañado de su carcaj— Haz de las sombras tus amigas y haz de este arco el terror de la oscuridad— al final le entregó un estuche que contenía seis dagas con mangos en oro negro— estas serán tu mejor habilidad— Kattara hizo una reverencia en agradecimiento.

Oco apartó a Kattara y le habló en voz baja— Te he ayudado a controlar tus poderes, pero me temo que no seré capaz de ayudarte más allá de ello, no al menos hasta que encuentre una explicación a tu condición. No es malo, sin embargo, es mejor averiguar el porque de las cosas antes de ponerlas en práctica, haz de las armas tu complemento y limita tus poderes hasta que yo pueda proveerte una guía mejor.

—¿Le ha informado a mi padre de esto?

—No. No lo haré. No inquietaré su mente, lo que sucedió ayer, quedará entre nosotros.

—Gracias, Oco.

Se alejó de Kattara, dirigiendo sus palabras hacia los tres—Muy bien aprendices míos, su prueba comienza en Landomrader. Necesito que recuperen algo por mí. 

***

Landomrader era también conocido como las "Tierras verdes" gracias a su abundante naturaleza de un peculiar color verde, también llamada la "Escalera al cielo" por su estructura en rocas de gran tamaño que van unidas por puentes en acenso al cielo. Era el habitad de los hombres serpientes que los elfos conocen como los "Nathair". Se les consideraba enemigos de todas las criaturas en Erstearth, pues tenían una debilidad por robar objetos valiosos y criaturas para devorarlas. Se decían descendientes de la gorgona Euríale, según su leyenda nacieron de una escama que la mujer serpiente se arrancó y plantó en la tierra para esparcir su legado. Eran seres de gran corpulencia, con la habilidad de transformar sus colas en piernas humanas según su necesidad, tenían pieles de diferentes colores, escamosas y brillantes, por sus colmillos afilados soltaban veneno, mortal si entraba al torrente sanguíneo; debajo de ellos se colaba una lengua bífida cuya saliva funcionaba como sedante, con el que les era fácil dormir a sus presas, viajaban por debajo de la tierra y sus ojos eran capaces de detectar el calor corporal de los seres vivos. Esto hacía de ellos criaturas letales que no cualquiera tenía el valor de enfrentar, pero robar el collar de las cien estrellas de Naleli, haría que los elfos se atrevieran a pisar su territorio. 

Entrar a Landomrader no resultaba sencillo, para subir al primer tramo de tierra solo había traicioneras lianas para trepar, si se escoge la equivocada y esta se rompe, las serpientes sabrían que alguien pretendía subir. Aquel inconveniente obligó a Kattara a poner a prueba lo aprendido en Nordwind— aunque Oco le recomendara limitarse en cuanto a sus poderes—. Llegaron a la orilla del océano Sjórin, arriba se veían a las tierras verdes flotando en el aire. Desmontaron los caballos con sus nuevas armas cargadas en sus cuerpos. Se acercaron a las lianas y las rozaron levemente con sus dedos.

—Quil vile risilabet vaere aprove/ (¿Qué tan arriesgado sería intentarlo?) — dijo Eylir rozando con sus dedos una de las lianas.

—Vifol neo li fineulavdet (mejor no lo averigüemos) — respondió Kattara. Se volvió hacia Donatien y le preguntó— Din- vilvaele grel/ (¿Estarás bien?).

A Kattara le preocupaba el cómo pudiera reaccionar Donatien al estar frente a los asesinos de su madre, si bien mantenía una sonrisa todo el tiempo, ella en realidad no sabía cómo estaba su corazón, que tanto rencor pudiera guardar a estos seres.

Ali, duel-grel. Neo jeg-vileve med delesler (No viviré con odio).

Volda av meg (sujétense de mi) — les indicó. Eylir y Donatien pusieron una mano en un hombro de Kattara y esperaron a que ella pronunciara... — Dig suyentuctoi —. Una nube de color azul los rodeó, despareciéndolos del espacio y reapareciéndolos sobre Landomrader. 

La naturaleza de Landomrader era muy diferente a la de cualquier otro bosque, incluso los de los elfos, su fuerte color deslumbraba la vista, hasta tocar una sola hoja parecía un pecado. Su abundancia se debía a la fuente de Burim, donde el agua en vez de caer, subía directamente del mar. Los jóvenes elfos no pudieron evitar quedar deslumbrados por lo que sus ojos observaban, demasiado hermoso para ser verdad.

—No creo jamás volver a ver tal belleza como la que he conocido ahora— dijo Donatien.

Comenzaron a avanzar alertas a cualquier movimiento entre la tierra, la ligereza de su andar fue su mayor ventaja, las serpientes no sentirían las vibraciones de sus pisadas. El lugar nunca se mantenía vigilado, los Nathair permanecían todo el tiempo en su fortaleza construida bajo tierra, ubicada en el último escalón de su reino, durmiendo hasta que sus energías necesitaran ser recargadas. Subieron hasta el castillo, este estaba formado por ramas de arboles torcidas que le daba forma de espiral a su escondite, al asomarse se apreciaba la luz del fondo, proveniente del tesoro que juntaron durante siglos. Sobre de él se encontraba el nido acumulado, moviéndose y acomodándose en un profundo sueño. 

—Bajar es un suicidio. Deberíamos decirle a Oco que es una imposibilidad recuperar el collar sin ser devorados en el intento— dijo Eylir susurrando.

—La palabra imposible no debería figurar en nuestro lenguaje— dijo Kattara.

— Solo uno de nosotros puede bajar, de ese modo no nos notarán— dijo Donatien.

—Yo bajaré— habló Kattara mientras se quitaba sus armas.

— ¿Estás segura? — le preguntó Donatien.

—Positivamente. Espérenme aquí y recuerden, no hablen en nuestro idioma, estas criaturas tienen un oído muy sensible a nuestras palabras.

—¿Qué harás una vez abajo? Necesitas un plan o una estrategia— dijo Eylir.

—No hay tiempo para eso. Es ahora o nunca.

Kattara descendió cuidadosamente despacio pasando de rama en rama, inhalando poco aire para que su respiración no fuera detectada. En la cima del montón de objetos, enrollado en su piel negra, descansaba Valter, el rey de esta especie, quien tenía encima de su cuerpo, atorado en uno de sus anillos, un cáliz de oro y dentro estaba el collar, Kattara lo divisó antes de llegar al fondo, podía alcanzarlo sin necesidad de tocar el suelo. Estando cerca atoró un pie en una grieta que logró encontrar y recargó el otro en una rama, sujetándose con fuerza de un solo brazo e inclinándose hacia abajo. Estiró sus dedos hasta deslizar entre ellos la cadena de plata de su objetivo que colgaba del borde, lentamente la alzó con el máximo cuidado de que los diamantes no chocaran con las paredes del cáliz; pero las pequeñas piedras temblaban con el movimiento, haciendo que Kattara comenzara a sudar por los nervios, las gotas de agua que se escurrían por su frente también podrían delatarla si caían al suelo, con chocar con un objeto o con la tierra haría que las serpientes despertaran. Logró sacar el collar del cáliz por completo sin complicaciones, las manos le sudaban y resbalaban intentando llevarse la joya al cuello con la misma delicadeza de no hacer ruido. En ese instante de tensión, uno de sus pies se movió apenas un centímetro, el rozar de su zapato con la superficie de madera produjo un sonido apenas perceptible que hizo al nido moverse, no despertaron, no la detectaron, solo su simple movimiento al reacomodarse hizo que el corazón de Kattara se disparara. Se colgó el collar respirando con profundidad, solo una vez para tranquilizar sus latidos, cuando estuvo segura trepó de vuelta a la superficie. 

Cerca de salir, sus compañeros la ayudaron a terminar impulsarse, Eylir tomó el collar y lo guardó en una pequeña bolsa atada a su cadera, Donatien ayudaba a Kattara a salir por completo. Cuando, de repente, inevitablemente, al acomodarse, su pie aventó una pequeña piedra que rodó dentro del nido, azotando con un par de monedas al fondo. No hubo necesidad de que se asomaran a ver si hubo reacción alguna, con mirarse entre ellos supieron que era momento de correr. 

Sus pies no eran igual de rápidos que las colas de los reptiles, sentían su respirar casi en la nuca, y la flechas que les disparaban no servían de nada, pasar cada trecho era una lucha por su supervivencia y cada puente representaba un encuentro con la muerte. Ya encontrándose cerca del último tramo, debían tomar una decisión desesperada, en donde tendrían que saltar al agua o Kattara tendría que superarse y transportarlos lejos en cuestión de segundos. Sin embargo, inesperadamente, al borde de su salvación, el cuerpo de Kattara la traicionó, evitando su escape. De la nada, un fuerte dolor se produjo en su pecho haciéndola detenerse y caer al pasto, la vista se le nubló, solo podía sentir el palpitar de algo que, aparentemente, luchaba por salir de ella; sus compañeros se detuvieron a su lado con arco y espada en mano, viendo como los rodeaban por los árboles y por tierra. 

—Kattara ¿Qué sucede? — Donatien se agachó a su lado— Kattara.

Ella no respondía con palabras, lanzaba gritos ahogados retorciéndose sobre el pasto.

Entre las serpientes apareció un hombre parecido al rey, tenían el mismo color de piel y los mismos ojos, pero con menos años de existencia, se trataba del hijo de Valter, el príncipe de los Nathair. Gavril. Transformó su cola tomando una pose prepotente ante los elfos, sonreía de manera macabra, dejando ver sus afilados colmillos y posando su mirada en Kattara.

—Vaya, vaya, vaya. Parece que las aves volaron muy lejos del nido— dijo.

Donatien le apuntaba con una flecha sin titubear, mientras que Eylir giraba de un lado a otro evitando que otros se acercaran a Kattara— Parece que esta noche tendremos un festín— continuó.

— Solo vinimos a recuperar algo que no es de su pertenencia— dijo Donatien.

Gavril rio— Aparte de suicidas, son ladrones. 

—No somos más ladrones que ustedes. Déjenos ir por donde vinimos y no se derramará sangre innecesaria— Donatien tenía una mirada fiera y decidida.

— Nadie entra a nuestras tierras y vive para contarlo. Sería tonto de tu parte, elfo, pensar en que simplemente los dejaré ir.

—Morirás antes de dar tu primer golpe. Créeme serpiente, me sobran razones para matarte. Si no nos dejas ir, no seré piadoso en perdonarte la vida.

Todas las serpientes rieron ante su amenaza— Que avecita tan feroz. Admirable pero inútil, solo te haces ver mucho más apetitoso para nosotros— Si había algo que las serpientes desearan tanto aparte de tesoros, era la sangre de los elfos. Su sabor era como beber la sangre misma de los dioses y tenían suerte de degustarla, al menos, una vez cada cincuenta años. —Te propondré un trato elfo— sonrió— pueden llevarse lo que nos quitaron, no les haremos ningún daño y podremos olvidar lo que pasó si... — Eylir y Donatien prestaron atención a su petición— Dejan a su amiga como intercambio— señaló a Kattara— Es la elfa más exquisita que hayamos visto nunca, entre más hermoso el exterior, más sabrosa la sangre. Ya puedo imaginar el sabor— pasó su delgada lengua por sus labios. 

Eylir y Donatien se miraron entre ellos, y sin decirse nada, entendieron lo que cada uno quería decir, Eylir sacó el collar y lo arrojó a los pies del hombre serpiente— No hay trato— dijo Donatien.

—Como deseen. Tres elfos es mejor que uno — Gavril volvió a transformar sus piernas en cola y ordenó que los capturaran.

Mientras el combate por sus vidas sucedía, el sonido de alrededor se apagó para Kattara. Escuchaba solo los latidos de su interior, pulsaciones fuertes que aumentaban el dolor y la presión, luchaba por mantener el control, por mantenerse presente. Sentía que lo que quería salir estaba tratando de encerrarla a ella dentro de su propio cuerpo, de alguna manera podía decir que seguía siendo ella, porque aún veía, porque aún sentía; pero ahora también presenciaba un nuevo poder, una nueva fuerza, nuevos ojos nacer, que traía consigo una percepción diferente de la vida.

Donatien peleaba y le gritaba, suplicándole que despertara, resistían como podían con demasiadas serpientes saltándoles encima. Peleaban por sus vidas y por defender a Kattara, su entrenamiento funcionó y lo estaban demostrando; sin embargo, no eran del todo invencibles. Comenzaban a desesperarse por ver muchos rostros de enemigos que no parecían disminuir, resignándose a fracasar en su primera prueba, tal como Eylir temió. 

Entonces Kattara se levantó. Parecía ser ella lo que despertó, solo que se veía distinta, pálida y fría con una mirada oscura y despiadada. Con solo mirarla las serpientes retrocedieron asustadas, intimidadas por una fuerza oscura, el entorno se volvió pesado, como si se encontraran en el mismo inframundo y presenciaran a la muerte misma en carne y hueso.

—Kattara— dijo Donatien en voz baja asombrado. 

Lo que sucedió después consume las palabras y deja a la nada expuesta, los dos elfos cerraron los ojos y se voltearon para no presenciar lo que se puede describir únicamente con la palabra "masacre". Al primer movimiento de ella, al primer golpe, a las primeras gotas de sangre no resistieron seguir observando, los gritos de terror se les grabaron en la memoria, el sonido, el olor a miedo y muerte nunca los olvidarían.

Al regresar el silencio, se atrevieron a mirar. Lo que encontraron, la inmensidad del escenario no se puede describir. Las serpientes estaban muertas, eso lo resume. Y Kattara permanecía de pie, sin reacción. Podría parecer lógico que luego de lo que pasó, sus compañeros le reclamaran o escaparan espantados, pero no fue así. Donatien soltó el arco y corrió hacia ella, sacudiéndola para que regresara en sí, Eylir cayó de rodillas y comenzó a recitar palabras élficas para despedir a los caídos.

—Kattara. Kattara— la llamaba— Komtilbale (regresa).

En su lucha interna, Kattara se mantenía fuerte, trataba de romper las cadenas que la apresaban, la rodeaban y apretaban, más y más arriba, cubriéndola casi por completo. En el fondo del vacío alcanzó a escuchar una voz, la voz de su velne implorándole que volviera, quería alcanzarla, haría cualquier cosa por hacerlo, no se rendiría. Kattara regresaría. Su piel retomó su color original, sus mejillas se llenaron de rubor natural, y todo lo macabro y oscuro que la rodeaba desapareció. Al abrir los ojos observó con los propios, vio a Donatien y sonrió. Ya todo estaba bien.

Lo estaba al menos hasta que giró la cabeza. Viendo el escenario que dejó en su trance, su sonrisa desapareció —Donatien— dijo asustada. 

—Stile, neo detvar din feil (tranquila, no fue tu culpa) — le dijo abrazándola, ella soltó el llanto, inundada de culpa. ¿Qué es lo que le había sucedido? ¿Por qué mató a sangre fría? Al bajar Kattara no hablaba, el trauma de lo que ocasionó la dejó perturbada, Donatien creyó mejor no mencionar nada, llevarían el collar a Oco y dirían que los tres tuvieron que matar serpientes para escapar, pero eso sería todo. 

***

Mencionar nada funcionaba para los elfos; pero no cambiaba el hecho de que Gavril, hijo único de Valter, estuviera muerto.

Sus súbditos gritaban de conmoción y exigían justicia dentro del palacio, demandaban descender a los reinos élficos y quemarlos hasta las cenizas, tomar sangre por sangre. Valter envuelto en llanto se alzó entre todos y dijo.

—Yo creo en ojo por ojo. Mis hermanos, nosotros hemos reclamado cientos de vidas de elfos bajo nuestras manos, en algún momento debimos esperar esta respuesta por su parte, ellos demandaron justicia y la ejecutaron, ¡Pero eso no les da el derecho de arrebatarme a mi hijo! — las serpientes se callaron —Nosotros obtendremos nuestra venganza, se los prometo. Pero, tenemos que ser cuidadosos y escoger el lugar exacto. Nuestro momento vendrá y les juro que beberemos hasta la última gota élfica que se nos cruce en el camino.

Los Nathair se exaltaron ante las palabras de su líder, por darles un motivo para su existencia. Quizá les llevaría tiempo asesinar a los elfos; sin embargo, la venganza que se cocina lento, al final sabe mejor. 

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