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Capítulo 16 El precio de la libertad

Muerte. La mayoría le temen, otros la aceptan y algunos más ni se toman la molestia de pensar en ella. Es un suceso que todos tenemos en común, no perdona, asecha constantemente y nunca está satisfecha.

Era aquella la que recorría los campos de Nóvety, llevándose las almas restantes de quienes se aferraban a la poca vida que conservaban. El cálido sol que permaneció oculto por un largo tiempo, estaba pronto a desaparecer nuevamente para dar paso a la noche; su luminosidad aun hacía que la sangre esparcida en el pasto fuera notoria. Dunan y los tres reyes se encargaban de atender a los heridos, usando la poca agua que les sobró de las provisiones y vendando las laceraciones con trozos de tela provenientes de la ropa de los caídos, mientras que el resto de los enanos sobrevivientes recogían los cadáveres de sus compatriotas, acomodándolos en hileras para así poder obtener un conteo exacto de sus pérdidas. Las filas se extendían más y más, y las columnas tampoco dejaban de crecer, al igual que el dolor. Por cada lágrima que un enano soltaba, la muerte lanzaba una sonrisa. Ese fue el precio a pagar por la libertad, la perdida de vidas que no gozarán de aquello por lo que pelearon.  

Donatien y Eylir corrían desenfrenados por el castillo en busca de Kattara. Pasaron varios minutos desde que la desaparición de las nubes les dio la señal de que Dregan estaba muerto y la guardiana no había dado indicios de encontrarse bien. Al llegar a la torre, la encontraron de rodillas con aspecto agotado, acercándose notaron la sangre seca en la mayor parte de su cuerpo, que evidentemente era de ella, junto con los rasguños que se dejaban ver a través de sus ropas desgarradas.

 —Kattara— Donatien le habló gentilmente.

Ella reaccionó a la voz de su amigo y le dio una sonrisa acompañada de un suspiro. Eylir se arrodilló junto a ella y la rodeó con su brazo.

—¿Cómo estás? — le preguntó.

—Estoy bien— respondió débilmente— solo necesitaba descansar un rato.

—Deberíamos llevarte a que te atiendan— dijo Donatien.

—Si, tal vez eso no sea mala idea— respondió Kattara soltando una leve risa. 

Eylir la tomó de la cintura e hizo que lo rodeara con su brazo, poniéndola de pie. A pasos pequeños la condujeron por las escaleras hasta salir del castillo. Una vez afuera, Kattara entrecerró los ojos ante la luz que percibía muy intensa; sus compañeros la llevaron por el campo en donde pudo observar con gran pena los estragos de la batalla. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas al mismo tiempo que un nudo se formaba en su garganta. En ese momento, Friedor se acercó produciéndole a Kattara una pequeña alegría de ver que estaba bien, ya que a pesar de que iniciaron con el pie equivocado, ella no deseó que hubiese perecido en la pelea. Traía consigo un objeto que reconoció al instante.   

—¡Mi señora! — exclamó con tono preocupado.

Kattara antes de dejarlo decir otra cosa lo interrumpió —Estoy bien Friedor. No es nada de lo que no me vaya a recuperar.

Friedor solo sonrió. Simplemente extendió el objeto y le dijo —Recuperé esto por usted, la encontré a un lado de la torre.

Era su espada que había perdido cuando Dregan la tenía contra la ventana. Donatien la tomó por ella, pues Kattara no contaba con la suficiente fuerza para sostenerla.

—Gracias Friedor— le dijo— Me alegro de que estés bien. Veo que muchos no corrieron con la misma suerte.

—Ellos saben lo que valió su sacrificio— al decir esto, la voz de Friedor se quebró.

—Y serán honrados por eso. ¿Dónde está Belladona? —preguntó Kattara buscándola entre los que alcanzaba a divisar. 

Escuchando su nombre, Friedor no pudo evitar comenzar a llorar —Ella...— habló con dificultad —ella descansa con el resto de su clan.

Kattara sintió un escalofrío, la sensación que le producía el saber que alguien a quien apreciaba murió, la dejó sin aire; las lágrimas rodaron por sus mejillas, apretó los ojos y agachó la cabeza.

—Ella creía fervientemente en la causa. Morir por ella de seguro le dio complacencia. Ahora Nóvety deberá despedir a su líder y buscar a alguien que pueda llevar el manto como ella.

—¿A qué te refieres?

—Belladona era la heredera al trono de Nóvety, ella era la única hija de nuestro rey. Fue por eso que la llamó a que nos ayudara, sabía que era lo correcto. Ninguno de nosotros tenía la fuerza necesaria para combatirlos. Hasta que usted nos demostró lo contrario. A ella no le importó entregar todo por su gente. 

Kattara permaneció llorando en silencio. Al otro extremo, cerca del bosque, Dunan la saludaba con el brazo en alto; los elfos se acercaron a donde los heridos reposaban, siendo recibidos con abrazos y aplausos. Kattara comenzó a sentirse bien consigo misma en ese instante, pues a pesar de las dudas y del miedo, al final si logró devolver la paz a Zágul. Ver los rostros sonrientes y pasivos de los enanos le llenó el corazón. Le ofrecieron un asiento, en el cual ella dejó caer todo su peso ya que sus fuerzas no parecían regresar. 

—Mi señora— comenzó a decir Dunan. Llevaba vendada la cabeza y un ojo morado —No puedo comenzar a expresar la gratitud que todos sentimos por devolvernos el sol. Las futuras canciones hablarán de este día.

Al escuchar las palabras del rey de Davinly, el resto de los enanos comenzaron a acercarse, rodeando la zona.

—Nos inclinamos ante usted guardiana— continuó Akasar —no por compromiso o por el significado de su nombramiento, ni por miedo. Sino por admiración y verdadero respeto. Salve Kattara Luthdomiel.

—¡Salve! — respondieron todos al mismo tiempo que doblaban una rodilla e inclinaban la cabeza. 

Kattara permaneció atónita, jamás imaginó que algo como eso le pasaría. Estaba emocionada y honrada. Esas emociones le arrebataron todas las palabras de la boca, lo único que pudo hacer fue sonreír ampliamente.

Pasando unos minutos sus heridas fueron limpiadas y vendadas, la abertura en su cabeza no sangraba más ni tampoco los pequeños agujeros en su cuello; sin embargo, Kattara aún se mostraba en mal estado. Había empalidecido y continuaba muy débil. Los enanos le prepararon un poco de comida que encontraron en las sobras de las provisiones, creyendo que con eso se recuperaría. Pero no fue así. Donatien y Eylir se preocuparon demasiado, no entendían el porqué de su condición. 

—¿Hay algo que podamos hacer por ella, maese Donatien? — preguntó Dunan.

—No lo sé— respondió — no hay forma de encontrar como curarla si no sabemos que le sucede.

—Estoy bien. Creo que solo necesito dormir— dijo Kattara.

Terminando de pronunciar aquellas palabras, Kattara se tambaleó a punto de desmayarse.

—Esto no es nada bueno— dijo Eylir — necesita medicina élfica. Tenemos que llevarla con Oco.

Donatien miró a los enanos con expresión apenada, pues no la parecía correcto que se fueran de inmediato. Pero los reyes comprendían la urgencia de su partida.

—No se aflija lord Donatien, entendemos que deben irse. Esta noche celebraremos en su honor, y rezaremos por un futuro encuentro— dijo Dunan.

—Que así sea— respondió Donatien, y luego cargó a Kattara con ambos brazos.

—¿Dónde podemos abrir un portal? —preguntó Eylir.

—Justo frente al castillo.

Se encaminaron a paso apresurado y luego Donatien preguntó a Kattara —¿Crees que puedas invocar el portal?

Kattara sin responder, alzó su mano. Los portales no requerían de especificas palabras, una persona mágica podía abrir uno con solo usar su poder y pensar en el lugar al que quería ir. Por eso solo eran invocados en lugares específicos donde la energía mágica del mundo se reuniera más. Y fue la luz purpura del portal lo último que Kattara percibió, antes de caer inconsciente. 

***

Kattara abrió los ojos lentamente percibiendo a primera vista un techo rocoso. Se le hizo familiar por un momento; sin embargo, recordando que se encontraba en Zágul antes de desmayarse, creyó que continuaba ahí. Entonces una voz conocida la hizo darse cuenta de que ya no estaba en el mundo de hierro.

—Bienvenida de regreso Kattara— dijo Oco.

Confundida se levantó de golpe. Volteó su cabeza a todas direcciones confirmando que se encontraba en la cueva del gran sabio. De vuelta en casa. A lado de Oco se encontraban Eylir y Donatien vendados en diferentes partes del cuerpo, así como pequeñas heridas en sus caras. 

—¿Qué sucedió? —preguntó.

—Vaya ¿Por donde comenzar? —dijo Donatien— ¿Qué es lo último que recuerdas con lucidez?

—Recuerdo estar en la torre peleando con Dregan, pero ya no estoy segura de lo que siguió.

—Bueno— Donatien se acercó y se sentó a su lado— Te alegrará saber que Dregan no existe más.

—Asesinaste al "original"— dijo Eylir con entusiasmo.

—Después de tu victoria te sacamos del castillo, quedaste muy afectada de la pelea.

—Olvidaste una lección importante acerca de los vampiros Kattara— dijo Oco— dejarte morder fue astuto para conseguir vencerlo, pero no te percataste del veneno. Tienes suerte de que te trajeran conmigo a tiempo, faltaba poco para que no pudiera contrarrestar los efectos mortales.

Kattara pasó su mano por su cuello, encima de la venda, en donde fue mordida.

—Así que ¿Zágul es libre? — dijo.

—Si, gracias a ti— respondió Oco. 

Kattara volvió a recostarse en la cama donde yacía, cerrando los ojos y obteniendo una paz interna como nunca antes. Poco a poco los recuerdos de lo sucedido le regresaban y le contaba con detalle a Oco cada uno de ellos. Permaneció en Nordwind en recuperación, ya que, si bien Oco logró detener el veneno, su sistema no estaba completamente limpio y aun debía mantenerla en observación para cuidar que no hubiera efectos secundarios. Donatien y Eylir, por otro lado, regresaron a sus reinos correspondientes luego de una larga ausencia.

En una de sus conversaciones con el gran sabio, Kattara finalmente le reveló a Oco cuál fue el objetivo de la estadía de los vampiros en el mundo de hierro. Le mostró el fragmento que trajo consigo y notó como su maestro cambió su mirada de asombro, a preocupación. 

—¿Sucede algo maestro? —preguntó extrañada.

—¿Estás segura de que no lograron llevarse algo de este material?

—No lo creo, los detuve antes de que pudieran cruzar el portal. ¿Por qué? ¿Qué es esto?

—Un material único en su clase. Estos fragmentos juntos, alguna vez formaron la lanza divina. Aquella con la que los dioses lograron matar a Cronos.

—¿Por qué Hades la querría?

Oco no respondió a esa pregunta. En su mente pasaban demasiadas cosas, no correría el riesgo de responder a las dudas de la princesa y terminar revelando algo que no podía.

—No podemos comprender lo que sea que Hades planee. Lo importante es saber que no logró su cometido.

—De cualquier manera, no creo que pudiera lograr obtener una lanza de los pocos fragmentos que tenían. Y pensar que en cinco años no pudieron recrear la lanza. Quién sabe cuánto tiempo les hubiera llevado reunir cada pieza. 

—Nunca la iban a armar. Porque no todos los fragmentos residen en Zágul— Kattara lo miró intrigada— Cuando la lanza se perdió— continuó diciendo Oco —parte de ella cayó en Nóvety como ya lo sabes, pero el resto terminó aquí en Erstearth. Pocos sabemos esa información, pero ninguno sabemos donde se encuentran los demás fragmentos.

—Se refiere a que solo los bizirik saben eso ¿No es así? —Oco asintió— ¿Por qué me cuenta esto? Creí que los bizirik no podían hablar del pasado.

—No podemos, sin embargo, tu hiciste este descubrimiento, yo solo revelé detalles inconclusos.

Kattara dibujó en su rostro una leve sonrisa —De acuerdo— respondió un tanto inconforme, pues le quedaron dudas que Oco le generó al revelarle tan pocos datos, y ya no tenía permitido preguntar más, cualquier otro cuestionamiento era indagar demasiado en los días antiguos —Ahora puedo retomar mi entrenamiento, con su permiso maestro.

—¿Creí que volverías a Lednevir?

—Lo haré, algún día. Por el momento necesito encontrar la manera de entender mi poder; descifrar lo que pasó con los Nathair y lo que pasó con los vampiros.

—¿Qué pasó con los vampiros?

—Se lo dije, sobre la luz que salió de mi sin invocar. Gracias a ella logramos escapar.

—¿De que color era esa luz?

—Blanca. Salió de la nada y en el momento exacto...

Oco quedó consternado, primero por saber que Hades buscaba armar la lanza divina, y segundo, por enterarse que Kattara usó la luz celestial sin runa ni invocación. ¿Qué es todo esto? Se preguntó. Necesitaba buscar respuestas de inmediato.

—Kattara... me temo que deberé dejarte sola un par de días. Hay un lugar al que debo ir.

—Claro maestro. ¿Todo está en orden? —preguntó intuyendo algo raro en Oco.

—Nada puede estar mejor.

Mintió. 

***

Zeus daba vueltas lentamente alrededor de la mesa sobre en la que veía el mapa universal de su creación. Andaba cruzado de brazos sin despegar los ojos del plano y gracias a eso no notó la presencia de Hera hasta que pronunció la primera palabra.

—Imaginé que te vería complacido luego de la hazaña de Kattara Thorn en Zágul— le dijo.

—Oh, estoy complacido. Pero no me entusiasmaré solo porque un guardián derrotó a mi hermano en una de sus maquinaciones. Ha sido lo mismo durante siglos, tanto tu como yo, sabemos que tarde o temprano la elfa terminará muerta o renunciando al cargo.

—¿Al menos la viste desempeñarse en su primera misión?

—No tenía caso hacerlo. Ella es solo otro peón en el juego, y si me la arrebatan, la remplazaré como a los otros.

—Zeus, no puedes actuar así. Entiendo que hemos pasado por esto muchas veces, pero tampoco puedes llevar el asunto con indiferencia. Ya no puedes voltear la cara, lo hiciste antes y eso nos trajo problemas. Logramos recuperar la fe de los mortales una vez, así que no tientes al destino, porque nada garantiza que lo lograremos una segunda ocasión.

—Nosotros somos los dioses. Nosotros manejamos el destino.

—¿En serio vas a seguir creyendo eso?

Zeus frunció el ceño, molesto— ¿Qué es lo que quieres que haga?

—Felicita a Kattara por su logro. Si bajas a una tierra mortal, se correrá la voz. Eso nos ayudará.

—No bajaré a una tierra mortal, no puedo dejar el Olimpo. Será mejor brindarle otra vez el honor de venir aquí.

—No puedes traerla de nuevo, sabes el por qué.

—No dejaré que se acerque a ella.

—No ha dejado de hablar de Kattara desde que la conoció. Si le permites tenerla cerca otra vez, no seremos responsables de lo que pueda ocurrir. Te ha compartido sus deseos más profundos ¿Acaso se los concederás?

—Algún día se los permitiré, pero no por ahora. Bien, entonces envía a alguien a hablar con ella.

Entre las nubes apareció una figura encorvada portando un báculo. Soltó una leve risa al escuchar la conversación de los dioses, con la que anunció su presencia.

—Siempre has sido un dios humilde Zeus, deberían llamarte dios de la modestia en lugar de dios del trueno— dijo con tono de burla. 

—Deberías agradecer que este modesto dios te permita esa clase de comentarios, Oco.

—Ya me reverenciaré ante ti en otra ocasión. Hay un asunto importante el que me trae aquí, más importante que discutir quien le debe respeto a quien.

—¿Insinúas que te debo alguna clase de respeto?

—¿Mostrar respeto al mortal que se encargó de ocultar tus secretos? Si, yo creo que debes.

—No abuses de nuestra confianza.

—No abusaría de ella, a no ser que esté apunto de ocultar algo más por ustedes. En vez de discutir conmigo, quizá deberías preguntarle a tu querido hermano, por que buscaba esto en la tierra de los enanos— le arrojó el fragmento.

Zeus lo atrapó, envolviendo el fragmento con el puño. Al abrir la mano y ver de lo que se trataba, alzó de nuevo la vista hacia Oco. 

—Creo que deberemos hablar de aquello que hemos evitado discutir.

***

 Kattara practicaba los hechizos que conocía, de acuerdo a su nivel mágico, uno tras otro. Era lo único que podía hacer mientras esperaba el regreso de Oco, ya que necesitaba de él y de su supervisión para explorar los poderes ocultos que poseía. De repente, sintió una presencia grande y poderosa a espaldas de la posición en la que se encontraba. Al girarse quedó perpleja viendo que tenía frente a ella a la diosa Atenea.

—Saludos Kattara Luthdomiel— le dijo.

La elfa, incrédula de lo que sucedía, hizo una reverencia.

—Nunca antes un dios, desde el inició de la edad dorada, ha pisado una tierra mortal. Velkoli diava Atenea (Bienvenida diosa Atenea)—dijo.

—Debo confesar que es un gusto volver a verte guardiana. Me han enviado a darte un mensaje de felicitaciones por tu reciente triunfo sobre los vampiros en Zágul. Zeus está muy complacido, tanto que te ha honrado con esta visita.

—La última vez que los dioses me quisieron honrar, yo fui la que los visitó. ¿Acaso los ofendí con mi presencia en el Olimpo, por lo que no me recibirán de nuevo?

—No, nada de eso. Es solo que Zeus consideró que sería mas personal que un dios descendiera a verte y elogiarte.

Kattara percibía algo extraño en sus palabras, sabía que existía una razón por la que los dioses no quisieron recibirla nuevamente. 

—Sus palabras, transmitidas por su boca diosa Atenea, no me parecieron del todo un elogio, mas bien las percibí forzadas. Además, sin intenciones de ofender, si Zeus quería que esta visita fuera personal ¿Por qué no vino él mismo? 

—Mi padre no puede descender. Sus deseos originales eran que te permitiéramos la entrada al Olimpo nuevamente, sin embargo, mi madre lo persuadió de lo contrario. Preferí ser yo quien viniera a verte.

—¿Por qué?

—Me temo que no tengo permitido revelarlo; pero, lo haré, porque creo que es lo correcto— antes de volver a hablar, Atenea dio un largo suspiro —Mi hermano Apolo ha quedado encantado contigo, y ha solicitado el permiso de nuestro padre para hacerte su concubina. Zeus ha tomado a muchas mortales como tal, por lo que no se lo negó a Apolo.

—¿Así que ya he sido prometida a un dios en contra de mi voluntad? —dijo Kattara con enfado. Su indignación era tanta que ya no le importó que fuera una diosa con la que hablaba— ¿Y tengo que aceptarlo solo porque él es un dios y yo una mortal? 

—Yo sé que es injusto. No eres la primera y no serás la última en obtener tal destino. No sé con exactitud cuando será el día en que mi hermano te reclame, pero puedes estar segura que durante ese tiempo, no dejará que nadie se acerque a ti con segundas intenciones.

Kattara soltó una risa de enojo —Por si la noticia no fuera lo bastante mala, ahora también me marcará como una mujer prohibida.

—Lo lamento Kattara Luthdomiel— Atenea se acercó a Kattara y posó su mano en su hombro amistosamente —Es por eso que decidí venir, mi madre no quería que Apolo volviera a verte, y... yo tampoco lo quería. 

Kattara miró la mano de la diosa sobre ella, era la primera vez que una deidad la tocaba y, aun así, no tuvo pena en retirar aquella mano de su persona, con delicadeza—Mi nombre es Kattara Thorn, y no quiero su lástima, diosa. Me han obligado a ser guardiana, no me dejaron negarme desde un inicio; llevaré el cargo hasta que muera o decida renunciar, pero mientras ya obtuvieron lo que querían de mí. Y encima de todo un dios, solo por el hecho de ser divino, me reclama como su propiedad.  

Kattara sentía una energía caótica apoderándose de su cuerpo, la ira del momento la aumentaba. Su rostro comenzó a empalidecer, sus ojos empezaban a mostrarse oscuros y su aura se llenaba de poder oscuro. Atenea por otro lado sintió escalofríos, sus manos le temblaban y su corazón se aceleró percibiendo aquella manifestación.

—Kattara— le dijo pidiéndole con las manos que se tranquilizara.

La elfa tomó un profundo respiro y en seguida todo lo descomunal, se esfumó.

—Supongo que no hay nada mas que decir o hacer, ¿No es verdad? Después de todo no se le puede decir que no a un dios— dijo Kattara con tono agresivo.

—Es así como funcionan las cosas— respondió Atenea, pasivamente.

—Por favor, dígale a Zeus, que agradezco sus atenciones— dijo con sarcasmo. 

***

Libertad. Es un derecho al que nadie quiere renunciar. Implica no tener que responder ante nada ni nadie, y cuando uno nace siendo libre, no existe impedimento alguno en vivir bajo nuestras reglas. Pero cuando alguien te priva de ella, pronto se descubre que el precio a pagar por recuperarla puede ser muy alto.

Zeus contemplaba el pedazo de metal junto a Hera, preocupados. Hace mucho libraron una lucha por la libertad del universo y la suya propia; por todo el tiempo transcurrido desde el apocalipsis, creyeron que el costo de sus actos no sería reclamado. Hasta ahora.

Por otro lado, Kattara, quien fue privada de toda libertad de un momento a otro, estaba dispuesta a dar lo que fuera por no cumplir el destino que se le fue impuesto, sin imaginar que, cuando llegara el momento, no estaría segura de aceptar pagar el precio. 

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