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Capítulo 15Una bocanada de aire sabor sangre y hierro

El frio viento golpeaba violentamente todo en su recorrido, queriendo arrasar con todas las cosas a su paso. Azotaba las hojas de los arboles sobre los que Kattara reposaba, sus cabellos castaños volaban en el aire, cubriéndole el rostro. Mantenía los ojos cerrados, solo sintiendo la crueldad del vendaval, jugando con el fragmento muestra entre sus dedos. Simplemente aguardando.

Los siete meses que determinaron los enanos habían concluido. Su cuerpo estaba curado al igual que su pierna. En ese momento esperaba una señal, la señal que le indicara cuando marchar y así culminar la guerra.

Pronto ocurriría. El indicio.

***

Una docena de enanos más fallecieron en el lapso de los siete meses y los que restaban apenas contaban con fuerzas para mantenerse despiertos. Los vampiros los explotaron doblemente, obligándolos a excavar tan profundamente como la tierra se los permitiera; pero incluso las montañas saben cuando cerrar sus piedras y no permitir el paso a sus oscuros fines.

Ya convencidos de que no hallarían más fragmentos, Dregan dio por finalizada su misión. Contaban ya con cincuenta piezas, la mitad de lo que su señor esperaba. Las enumeraron hasta el cansancio, acomodándolas una por una en el suelo de la torre, en donde Dregan las repasaba todos los días. Hasta entonces ninguna parecía perderse de su vista, su conteo era completo; hasta que, en ese último día de su estancia en Zágul, cuando se atrevió a contar una vez más, notó una incongruencia. Al meterlos calmadamente dentro de un cofre, llegó al final de ellas obteniendo solo cuarenta y nueve fragmentos. ¿Cómo era posible? Su vista ya no lo engañaba, como lo había engañado con anterioridad. En efecto le faltaba un fragmento ¿Dónde podría estar?

—Esto no puede estar pasando— se dijo.

Revisó y revisó, comprobando su error. Desesperado, ordenó a su gente que buscase el fragmento faltante por todo el castillo. Interrogaron a cada enano en su búsqueda, pero no encontraron nada.

—Lo lamentamos mi señor. El fragmento no se encuentra en el castillo. Tal vez en realidad no encontramos cincuenta piezas— dijo Keir.

—¡No! Teníamos ya veinte fragmentos antes de la llegada de la guardiana y después recolectamos treinta más. ¿Cómo...? — de repente, la respuesta le llegó — Dijiste que ella no sabía lo que buscábamos aquí, casi me lo juraste. ¿Cómo pudiste ser tan tonto?

—¿Mi señor?

—Ella tomó la pieza faltante— Dregan comenzó a reír fuertemente— ¡La guardiana tiene el maldito fragmento! 

Se dirigió a la ventana de la torre y soltó un grito que resonó en la lejanía.

***

Finalmente llegó. La señal.

Kattara abrió los ojos ante el eco de la voz de Dregan y sonrió, apretando del pedazo de metal en su puño. En ese instante se marcó el inicio del cercano final.

***

Ciento veinte horas antes de la batalla.

Los campos de Davinly eran usados para entrenamiento, se establecieron estaciones en donde se practicaban diferentes armamentos de guerra. Espadas, arcos y hachas. Kattara se paseaba junto a Donatien y Eylir, observando el esfuerzo de los enanos en su transformación a guerreros. En los últimos meses, sus habilidades habían mejorado bastante y cada vez se les veía más motivados. Un ejército conformado por cinco reinos.

—Es increíble lo que se ha podido lograr en tan poco tiempo— dijo Donatien.

—Y esperemos a ver la gran sorpresa que Dunan nos tiene preparada. Todo este tiempo ha estado trabajando sin parar— respondió Eylir.

—Aquello nos lo mostrará esta tarde y esta noche daremos conocimiento sobre la estrategia ¿No es así Kattara? — dijo Donatien.

—Si, así es. Hoy anunciaré el plan y partiremos en unos días.

Pasaban por la estación de los arqueros. Los enanos designados disparaban a las dianas sincronizadamente, en filas de cinco. Entre ellos se encontraba Belladona, al verla, los elfos se detuvieron a mirar su destreza. Belladona tensó el arco en coordinación con el resto, respiraron y soltaron; las flechas se clavaron en los blancos de tiro, pero ninguna cayó en el centro de estas. Los elfos aplaudieron el esfuerzo, ya que el resultado fue bastante bueno considerando la falta de experiencia de los enanos.

—Mi señora— dijo Belladona. Todos se inclinaron ante ella —nos honra con su presencia.

—Tu tiro fue excelente Belladona, el de todos ustedes— les dijo Kattara.

—Gracias mi señora, aunque temo que ese tiro no fue digno de los elfos. Me temo que a nuestros ojos les falta la habilidad.

—Estás siendo modesta. Cualquiera puede convertirse en un buen arquero.

—Bueno, es que, cuando uno escucha tantas historias sobre las habilidades de los elfos, es difícil imaginar que podamos siquiera tratar de igualarlos.

Kattara rio— Es un comentario muy halagador de su parte.

—Si, bueno mi señora. Ustedes son los primeros y quizá los únicos elfos que caigan en nuestra gracia.

—Estoy de acuerdo— la voz de Dunan apareció detrás de ellos. Los enanos se inclinaron ante su rey.

—Majestad— los elfos también lo reverenciaron.

—Mi señora Kattara, he venido a informar que nuestro trabajo ha sido terminado.

Dunan condujo a los elfos a las minas de Rudnik en los límites del reino. Afuera de las altas montañas hallaron unos cuerpos enormes, cubiertos con grandes mantos; frente a ellos, los tres reyes los esperaban con emoción. Al llegar a su encuentro, estos dieron un paso al frente y hablaron.

—Finalmente mi señora, hemos concluido el trabajo que nos encomendó— comenzó Akasar— la mayor parte fue a manos de Dunan, hay que reconocer.

—Estamos orgullosos de presentarle nuestras Peiriant— los cuatro reyes descubrieron las grandes construcciones, revelando máquinas.

—¡Por los dioses! — exclamó Kattara— son magníficas.

—Son mi mejor trabajo— dijo Dunan— solo necesitan una pizca de carbón, una chispa y funcionarán por horas. Son livianas y silenciosas.

—Los vampiros jamás esperarán esto— dijo Kattara— te felicito Dunan, los felicito a todos.

—Gracias mi señora— respondió Dunan— Y claro, queríamos presentarle a nuestro maestro herrero, que creo os ya conocías— detrás del rey, apareció un rostro familiar.

—Saludos guardiana— dijo.

Kattara con una sonrisa respondió— Vaya sorpresa Friedor. Me preguntaba por dónde morabas en este tiempo.

—Me encomendé a las montañas desde que llegué a Davinly.

—¿Ayudaste a construir esto? — preguntó Donatien.

—Me temo que las Peiriant están fuera de mis habilidades, yo solo fabriqué las armas.

—Y hablando de ellas, me intriga conocer su interior— dijo Eylir.

—Sígame señor elfo, complaceré su curiosidad— dijo Dunan.

Donatien y Eylir siguieron a los reyes a el interior de una Peiriant. Kattara permaneció afuera con Friedor.

—Mi señora, creo que le debo una disculpa por como la recibí— le dijo con pena.

—No hay necesidad de eso Friedor. Estoy segura de que mi gente te trataría igual si pisaras mis tierras.

—Creo que eso nos hace quedar a mano mi señora.

—En efecto, mi querido nuevo amigo— Kattara hizo una pequeña pausa— Me alegra encontrarte en verdad. Estaba apunto de solicitar un último favor al maestro herrero, y ya que estás aquí...

—Haré lo que sea por usted.

—Necesito una daga hecha de Miotal..., digo Berrik. Me temo que las mías no están fabricadas de este material.

—Por supuesto, puedo tenerla lista hoy mismo.

—Necesito que sea delgada, casi como una aguja. Y que sea fácil de ocultar.

—No hay problema.

—Y... ¿Te importaría que quedara como un secreto entre nosotros? La fabricación de esta arma, así como su uso, no es una explicación que vaya a dar esta noche cuando comunique mi estrategia de guerra.

—No se preocupe, no diré nada.

—En verdad te lo agradezco Friedor.

El armamento estaba listo al igual que los enanos, así como las armas secretas que usarían contra ellos, ya solo quedaba contar el plan; pero había un detalle. En realidad, Kattara no tenía ninguna estrategia en mente, pensó diferentes ideas, sin embargo, no hallaba la correcta; la desconfianza y el miedo al fracaso no dejaban de atormentarla. Su guerra ya no se trataba de solo expulsar a los vampiros, si no de evitar que se llevaran el metal.

Kattara estaba de pie en la mesa frente al mapa, todo el salón principal era iluminado por velas y antorchas. Llevaba varios minutos observando detenidamente el papel, con los cuatro reyes esperando a que lanzara la primera palabra; miraba cada rincón, cada ángulo deseando que su mente le dijera —Ahí está, por ahí debemos llegar, así debemos actuar—. Sudaba y respiraba entrecortado por los nervios— ¿Por qué es tan difícil? — se preguntaba. Incluso no sabía con seguridad el uso que le daría a la daga especial que solicitó a Friedor, aquella petición fue una corazonada de momento. Todos los presentes permanecían en silencio, aguardando. Entonces, presionada por las miradas, Kattara comenzó a hablar.

—Tenemos el elemento sorpresa a nuestro favor. Los vampiros esperan un ataque, mas no que día y en que forma. Las Peiriant avanzarán por el flanco derecho, las máquinas deben evitar el bosque a toda costa, o, por lo contrario, Dregan sabrá que llevamos algo grande con nosotros— las palabras que decía eran parte de un nuevo plan que le llegó de imprevisto, seguía sus instintos y aquello parecía funcionar— Rodearemos el bosque por las tierras de Alysin, llegando por el camino del monte y atravesando la ciudad de Linetvak.

—Las Peiriant tienen secretos, las equipé con mecanismos de defensa, pueden disparar a la distancia.

—Maese Dunan usted dirigirá al escuadrón de las máquinas— continuó Kattara— Donatien dirigirá un escuadrón por el bosque en dirección recta al castillo y Eylir comandará otro por el flanco izquierdo rumbo a las montañas donde aguardarán al momento indicado— volteó a ver a Eylir— ustedes serán nuestra sorpresa final. Los vampiros no esperarán un ejército preparado.

—¿Qué es lo que harás tu? — preguntó Donatien.

—Esta parte no te agradará. El primer avance lo daré yo, iré al castillo a enfrentar a Dregan, distrayendo a los vampiros y dándoles tiempo a ustedes de arribar y atacarlos sorpresivamente como es nuestra principal intención. Iré por el túnel que conduce a la entrada principal.

—Kattara, considero que es mejor que marches con nosotros, es prudente mostrar unidad frente a los vampiros.

—Mi señora, debo estar de acuerdo con lord Donatien— dijo Akasar — debemos sacar a los vampiros del castillo, en campo abierto no tendrán rincones oscuros por donde escabullirse.

—Dregan no espera que ustedes luchen, desde su llegada le dejaron en claro que no son guerreros y es precisamente eso nuestro elemento sorpresa. Él no los estará esperando, me esperará a mi y cuando los vea llegar, mandará a sus subordinados a combatir a ciegas, los atacará sin estrategia.

—¿Y con eso cree que ganaremos?

—Tendremos probabilidades altas. Lo importante es que necesito que confíen en mí.

—Muy bien, si este es el plan. Lo acepto— dijo Dunan.

—¿Cuándo partiremos?

—Nos iremos en tres días— concluyó Kattara.

***

Veinticuatro horas antes de la batalla.

¿Cómo es el sentimiento que nace antes de partir a una batalla?

Kattara no pudo describirlo.

Una emoción diferente despertaba en cada uno los individuos que se preparaba para partir. Los enanos se colocaron las cotas de malla, las armaduras y se colgaron las espadas al caer la media noche, mientras eran invadidos por incertidumbre, miedo, coraje y una pequeña dosis de valor, provocado principalmente por caer en cuenta de que ya nadie podía dar vuelta atrás. El momento era el ahora. Solo esperaban la luz del sol para viajar a su destino.

En tanto, Kattara se paseaba por las afueras del castillo, armada y lista. El exterior era iluminado por grandes calderos que reflejaban las sombras de los enanos, grandes como lo era su espíritu, y en el aire se apreciaba el aroma metálico de su armamento. Se dirigió a los establos, donde el Pegaso seguía esperando su visita. Desde que lo rescató, su tiempo lo acaparó el planear la estrategia de ataque, Kattara había deseado poder visitarlo antes y agradecerle su ayuda, así como otorgarle su libertad. Aquella en realidad le fue otorgada por Dunan; pero el animal decidió no partir, no al menos hasta que pudiera ver a su salvadora una última vez.

Kattara entró por las altas puertas de madera. Todo el piso estaba cubierto por paja. Las pequeñas puertas de los corrales se encontraban abiertas, pues los ponis ya habían sido sacados de ellos para cabalgar a Nóvety. El Pegaso se encontraba hasta el final del establo, acostado; al ver a la elfa se levantó apresuradamente, inclinándose ante ella. Kattara se acercó y tomó su cara, acariciándola.

Cialu min velne, come deg dulfilnel/ (Hola mi amigo, ¿Cómo te encuentras?)

El Pegaso asintió en respuesta.

Meg contel (me alegro). Lamento no venir antes y también lamento que este sea nuestro último encuentro. Me temo que es hora de que partas de Zágul y regreses a tu tierra, no es seguro para ti permanecer aquí. Si algo sale mal, vendrán por ti nuevamente — Kattara hizo una pausa y suspiró— Claro que, tengo que pensar en que todo saldrá bien. En dos días enfrentaré mi verdadera prueba, entonces se determinará si los dioses tenían razón sobre mí. Tengo miedo min velne, temo fracasar, así como temo que pierda el control otra vez.

Kattara abría su corazón al Pegaso, y aunque pareciera que no la escuchaba. Si lo hacía.

—Es horrible sentirme como dos personas atrapadas en un solo cuerpo. Cuando soy Kattara estoy segura que puedo ser lo que todos esperan, lo que yo espero de mí; pero, cuando mi otra yo quiere tomar el control, un terrible temor crece en mi interior y hace que todo resulte un desastre. Se que Donatien y Eylir saben mi sentir y se que es lo que dirían. Solo que, en este particular momento, no quiero escuchar a nadie— Kattara le sonrió — en realidad, necesitaba sacar todo lo que cargo una vez más. De ahora en adelante debo dejar el miedo atrás. Ya no más temor, soy la guardiana y es hora de que actúe como tal.

Kattara besó al Pegaso y este relinchó. Abrió su corral, dejándolo salir.

—Gracias por ayudarnos. Ya nos volveremos a encontrar, en una hora menos sombría que esta, espero. Cieu, min velne (Adiós, mi amigo)

El animal se inclinó ante la hermosa princesa, corriendo posteriormente hacia la entrada del establo. Pateó las puertas, extendiendo sus alas al aire libre para luego emprender el vuelo al norte en busca de un portal rumbo a casa. Kattara lo vio alejarse y perderse entre el cielo nocturno. Mirando la tenue luz de las estrellas, entre las nubes grises, prontas a desparecer por los primeros rayos de luz matutina, se dijo...

—Es tiempo de que yo me vaya también. 

***

El sol se encontraba en su punto máximo de la tarde —adivinando que era así por el calor delambiente, pues las nubes solo ocultaban la luz mas no su calidez—, cuando el escuadrón dirigido por los elfos se detuvo en el bosque Pyll, en los lindes de Davinly. Cada vez cerca de la guerra inminente. Detuvieron los ponis y descargaron los pocos suministros que llevaron consigo, tomando un breve descanso; pasaron la mitad de la noche en vela por la preocupación y la otra mitad en alistarse, por lo que necesitaban dormir o de lo contrario caerían rendidos en medio combate.

Kattara permanecía despierta y sentada al pie de un árbol, con Donatien y Eylir durmiendo a lado de ella. Su magia brotaba entre sus manos como un listón con el que jugaba, pasándolo entre sus dedos, y por primera vez, en un largo tiempo, su mente se encontraba totalmente en blanco, sin voces ni pensamientos. De su extremo derecho, Belladona se le acercó sigilosa, siendo ella también incapaz de conciliar el sueño.

—Mi señora— le dijo.

—Belladona ¿Te encuentras bien? — respondió Kattara.

—Yo estoy bien. ¿Por qué no se encuentra descansando?

—Es algo curioso. En otras ocasiones he perdido el sueño por una mente intranquila y ahora que encuentro un poco de paz interior, tampoco puedo.

—Bueno, al parecer ahora soy yo la de la mente intranquila.

—Siéntate a mi lado. Hagámonos compañía un momento.

—Mi señora—respondió como muestra de respeto y se sentó.

—Llevamos conociéndonos un tiempo ya, está bien si me llamas Kattara. Preferiría que lo hicieras.

—Prometo hacerlo después de expulsar a los vampiros.

—Me parece justo.

—En ocasiones como esta, creo que es apropiado entonar una canción. Pero no logro recordar ninguna.

—No hay canciones para momentos sombríos como este. Las canciones fueron hechas para ser entonadas en días alegres. Mañana encontrarás la canción ideal.

—Mañana regresarán los días de paz, en su tiempo mi señora.

—Si. Paz en mi tiempo.

Un fuerte frio sopló un instante y sin aviso, lo sintieron como un mensaje que se extendería por las tierras. Belladona y Kattara alzaron la vista al cielo viendo como su oscuridad se profundizaba.

—Me está llamando. Ya es hora— dijo Kattara.

Belladona se puso de pie, comenzando a despertar al escuadrón. Kattara sacudió a Eylir despertándolo; este al abrir los ojos, inmediatamente se giró despertando a su compañero por igual. Una vez todos incorporados se reunieron en un círculo alrededor de la guardiana esperando palabras de aliento.

—Ha llegado el momento, en cuestión de horas volverán a ser un pueblo libre. Es aquí donde las nuevas historias se escriben, las futuras generaciones recordarán su valentía. Será peligroso, aterrador y habrá muerte, pero estamos luchando por algo grande. No dejen de pelear aun cuando el panorama pueda lucir desastroso. Los antiguos días se han terminado y la oscuridad ya no tiene cabida, con esta guerra comenzamos una nueva era. ¡Marchen ahora! Y demuestren su coraje a los vampiros.

Los enanos nuevamente inspirados, gritaron al unísono — ¡Hey ya!

Kattara buscó a Friedor entre los soldados —Llévame a los túneles— le indicó.

De un lado Eylir agrupaba a su escuadrón asignado, llevándoselos del flanco izquierdo para salir a las montañas Dúl. Donatien reunía al suyo, al que llevaría por el camino recto del bosque a Nóvety. Friedor y Kattara golpeaban el piso con sus pies en su andar hasta sentir el espacio hueco.

—Aquí es mi señora.

Con un pico, Friedor agujeró el piso justo en una parte de sus túneles. Ambos se introdujeron por la hendidura y caminaron hasta salir en la primera cámara de suministros. Ahí, el maestro herrero le mostró a Kattara la entrada al túnel que conducía a la entrada principal del castillo Kalat.

—Este es el camino mi señora— le dijo — le desearía suerte con palabras, pero creo que será mejor que lo haga con objetos.

Friedor le entregó la daga que le encargó, envuelta en un pañuelo.

—La hice tal como me la pidió.

—Gracias— Kattara la tomó y la apreció con el tacto. Era tan delgada como una aguja. La ocultó en una de sus mancuernas, apenas sentía que la llevaba. —Te veré del otro lado mi obstinado amigo.

Tomó una de las antorchas de la pared y se introdujo en el túnel. 

***

Hora 0. La entrada.

Los vampiros centinelas escucharon un golpeteo en el suelo. Parecía que alguien intentaba abrir una puerta subterránea a empujones, se movieron de su posición acercándose a la fuente del sonido. Vieron como una parte del suelo se levantaba. Confundidos, quitaron el pedazo alzado, llevándose la sorpresa de ver a la guardiana dentro de aquel agujero. No pudieron actuar ni moverse de inmediato, ya que dos dagas se clavaron en sus gargantas haciéndolos caer al suelo. Kattara saltó fuera de túnel, tomando de cada uno de los cuerpos sus dagas; los vampiros no estaban muertos, solo incapacitados, limpió la sangre de sus armas en sus mangas y guardó las dagas nuevamente.

—Sanar les tomará unos minutos. Así que si me permiten...

La elfa se dirigió a la puerta principal, empujándola hasta abrirla por completo. Entrando al castillo, desenfundó su espada y tomando un profundo respiro, se irguió gritando...

—¡Dregan!

El vampiro escuchó su nombre retumbar en las paredes del castillo, desde lo más profundo hasta lo alto de su torre. Sentado en su trono, no se movió. Algunos de sus súbditos que se encontraban con el comenzaron a agitarse de ansias por pelea, esperando a que su amo diera la orden.

—Finalmente ha llegado— dijo — la he estado esperando.

Nuevamente, apreció la voz de Kattara gritando...

—¡Dregan!

Con un movimiento de cabeza, ordenó a sus servidores que fueran por ella. Los vampiros rugieron de emoción, aquel mensaje transmitido en forma de sonido agudo, fue recibido por el resto de las frías criaturas. Ahora cada vampiro en el castillo se dirigía a la entrada, donde Kattara los esperaba.

Viéndolos llegar de todas partes, Kattara no creyó ser capaz de detenerlos solamente con la espada, ya lo intentó antes y las cosas no salieron como esperaba. Así que tomó un profundo respiro y cerró sus ojos un instante, diciéndose a sí misma...

—No más miedo.

Enfundó su espada nuevamente, preparándose para conjurar su magia. En su interior sintió como su poder recorría su cuerpo, intenso como la primera vez que brotó; su corazón comenzaba a desistir y en su mente brotaban imágenes de lo sucedido en Landomrader, invadida por el miedo.

—No más— se volvió a decir— esto es lo que eres ahora. Eres la guardiana— tomó posición y conjuró—Limeteors zamandla— lanzando esferas de luz a los vampiros, convirtiendo en polvo a los que tocaba directamente.

En las alturas Dregan comenzaba a percatarse de que los gritos gozosos de sus siervos pronto se convirtieron en llantos de desesperación. Iría a la ayuda de sus iguales; pero de repente, algo lo detuvo. Era un cuerno que sonaba desde las afueras del castillo, junto con pisadas metálicas aproximándose. Se asomó por la ventana de la torre, teniendo frente a él, lo que un día creyó imposible. Un ejército de enanos. 

***

Friedor regresó apresurado por el túnel hasta la salida que él mismo se encargó de abrir. Una vez fuera, corrió a reunirse con sus compañeros y tomar su posición. Ya lo esperaban. todos perfectamente alineados, con Donatien y Belladona a la cabeza. Ya listos, comenzaron a marchar por el bosque entrando así a las tierras de Nóvety.

Al final del bosque, antes de salir a campo abierto, el escuadrón se detuvo. Permanecieron ocultos entre los troncos, observando a lo lejos el castillo y esperando. Belladona se impacientaba, ¿Cuánto tiempo más esperarían para atacar? Se acercó a Donatien preguntándole en susurros...

—¿Qué es lo que estamos esperando?

—La indicación para avanzar.

—¿Cuál indicación? La guardiana no dijo algo sobre esperar su señal.

—Y aun así debemos esperarla. Ella lo dijo sin decirlo. Tal como lo hacíamos en los entrenamientos, usaremos nuestra conexión. Ella me dirá cuando avanzar.

Belladona no dijo nada más, para ella los elfos continuaban siendo un misterio en ciertas cosas. No comprendía como la guardiana enviaría una señal que solo el elfo lograría entender; pero no le quedaba remedio más que confiar, después de todo, cualquier movimiento apresurado podría sabotear su estrategia.

Los minutos continuaban pasando y los soldados no perdían su pose, con escudos y espadas en mano. Belladona no dejaba de observar a Donatien, el elfo mantenía la mirada fija en el castillo, hasta que, de pronto cerró sus ojos. Parecía haberse quedado dormido; pero en realidad, en su interior intentaba sentir a Kattara, casi la percibía, estaba cerca. Entonces abrió los ojos y dijo...

—Avancen.

Belladona dio la señal y el escuadrón marchó fuera del bosque. Ya siendo visibles, Friedor descolgó el cuerno que llevaba consigo y lo sopló, anunciando su llegada. En lo alto del castillo, la cara pálida de Dregan se asomaba, y su mirada de furia nubló con intensidad el cielo.

***

—¡Keir! — gritaba.

El vampiro se encontraba junto a sus camaradas, luchando por detener a la guardiana, cuando escuchó la voz de su amo llamándolo.

—¡Keir! — continuaba clamando.

Keir no perdía de vista a Kattara, se había enfrentado a ella y casi le costaba la vida, la quemadura en su brazo, hecha por el impacto de la energía de la elfa, fue la clara prueba de que quizá su especie no fuera a salir victoriosa de Zágul. Estaba dispuesto a sacrificarse con tal de lograr herir de gravedad a Kattara y hacerle la tarea de matarla más fácil a su amo. Sin embargo, sus servicios eran requeridos para otra cosa, Dregan solicitaba su presencia y de seguro, su insistencia estaba ligada al cuerno que sonó desde afuera.

—¡No la dejen escapar! — les gritó a sus compañeros.

Lastimado e incapaz de sanar, Keir acudió al llamado de su líder, subiendo hasta la torre. Al llegar, Dregan se encontraba asomado en la ventana, sujetando el borde de esta con tal fuerza, que la piedra estaba cuarteada.

—Mi señor ¿Cuál es la urgencia? — le preguntó.

—Acércate y observa con tus propios ojos cual es mi urgencia de haberte llamado— Dregan le respondió apartándose de la ventana. Keir se asomó y vio a los enanos quienes esperaban una respuesta a su desafío.

—¿Qué haremos?

—La respuesta es simple mi querido Keir. Debemos mandar a los enanos de vuelta al agujero de donde salieron. Masacrarlos hasta que no quede uno, o si alguno ha de sobrevivir, que le quede en la memoria lo que su atrevimiento costó.

—¿Invoco al resto del clan?

—Si, lleva el infierno a los enanos Keir.

Keir rugió distinto de su costumbre, las notas en su voz eran graves, como si se tratase de un león, y aquellos rugidos se esparcieron tan fuertemente que se apreciaron en las tierras lejanas, cruzando los mares. El llamado fue escuchado en las profundidades de las montañas Dúl, despertando al resto de los vampiros, que desde hace un tiempo llevaban dormidos en la oscuridad. Entonces sus formas humanas se transformaron, sus pieles se tornaron grises y de sus espaldas surgieron largas alas.

Salieron por la cámara de fundición y volaron fuera del castillo. Los enanos al ver a los vampiros flotando en el cielo, temblaron, pues eran muchos más de los que imaginaron, incluso aquellos que enfrentaban a Kattara la abandonaron para hacerle frente a los dueños de Zágul.

El escuadrón de Belladona se mantuvo firme. La primera línea apuntó con sus lanzas y aguardaron unos segundos. Luego Donatien les indicó...

—¡Arqueros, fuego a discreción!

La fila de los lanceros se hincó abriendo espacio a los arqueros quienes siguieron las instrucciones de su comandante. Los vampiros se movieron a todas direcciones, pretendiendo evitar a toda costa las flechas, siendo aun así impactados por ellas. Los arqueros parecían tener resultado en su arremetida, el metal que se incrustaba en la piel de sus enemigos los quemaba, dejándolos incapaces de sanar. Sin embargo, los vampiros se arrojaban a los enanos violentamente, lo que llevó a Donatien a ordenar otro movimiento. 

—¡Muro de escudos!

Los arqueros retrocedieron y los lanceros se alzaron, avanzaron una fila atrás. Los de la segunda hilera avanzaron al frente colocando sus escudos como pared, acomodándose hasta que formaron un capullo de metal alrededor suyo. Los vampiros confundidos, no comprendieron el porqué de sus acciones. Fue hasta que voltearon al este, que lo entendieron. 

Enormes e imposibles, aparecieron las Peiriant, comandadas por los reyes. Las detuvieron a una cierta distancia; los vampiros rieron al ver las máquinas, creyendo que se trataba de un inútil intento de los enanos por protegerse. Fue entonces que Dunan, siendo él, el que ahora se burlaba de sus invasores, ordenó...

—¡Fuego!

Las partes frontales de las Peiriant se abrieron, disparando grandes espinas de metal, fabricadas de Berrik.El impacto de estos objetos causaba un resultadomás problemático para los vampiros, ya que los carbonizaba si eran atravesados.

***

Dregan desesperaba mirando como su gente caía muerta, al igual que Keir, quien sostenía su brazo dañado, sintiendo como el resto de su cuerpo se debilitaba a cada segundo. Ambos estaban ansiosos por salir a combatir a los enanos; pero una poderosa voz los detenía. Se acercaba y acercaba.

—¡Dregan! — gritaba.

Kattara pretendía causarle un pequeño terror a Dregan y lo estaba consiguiendo, pues el vampiro, por primera vez en su existencia, mostraba una cara de preocupación.

—¿Qué es lo que haremos mi señor? — preguntó Keir.

—¿Qué crees que es lo que debemos hacer?

—Tenemos que regresar al inframundo, señor. Tomar el metal que recolectamos e irnos y dejarles su mundo a los enanos.

—Tienes razón en algo Keir, si debemos llevar el metal a Hades, pero no debemos irnos.

—¿A que se refiere?

—A que no podemos huir. No me iré como un cobarde y tus hermanos tampoco. Los enanos vinieron buscando guerra y eso es lo que consiguieron. Ahora pelearemos.

—¿Y que hay de nuestra misión?

—Ya está completa. Recolectamos todo el metal que encontramos y se lo llevaremos a Hades, y con eso quiero decir que tú se lo llevarás.

—Mi señor, no podría. No puedo dejarlo.

—Pero debes. Te lo estoy ordenando, llevarás lo recolectado a Hades y no volverás. ¿Entendiste?

Keir agachó la cabeza y luego con tristeza dijo — Entendido, mi señor.

—Bien. ¿Puedes volar?

—Eso creo.

—Entonces vete.

Keir se transformó y tomó el cofre con el brazo fuerte que conservaba. Entonces, ahí mismo en el cuarto de la torre, Dregan invocó un portal, indicándole a su servidor que lo cruzara. En ese momento, justo en el instante en que Keir se alzó en vuelo, una daga se clavó en su mano, provocando que soltara el cofre de golpe. Dregan reconoció el aroma y se giró. Kattara estaba en posición de ataque, con su magia fluyendo de sus manos, lista para ser disparada. 

—Finalmente, el momento que ambos estábamos esperando ha llegado. ¿Qué te tomó tanto tiempo? — le dijo.

—Quería que disfrutaras el poco tiempo que te quedaba en Zágul— respondió Kattara.

—Solo a uno de nosotros le queda poco tiempo, mi querida guardiana.

—¿Quieres averiguar a cuál?

Dregan soltó una carcajada.

—No te dejaré llevarte ese metal, Dregan.

—No puedes detenernos.

Kattara sonrió de lado y disparó dos veces. Una de las esferas de energía azotó contra el cofre rompiéndolo y esparciendo los fragmentos por toda la habitación. Algunos de ellos lograron atravesar el portal. La otra esfera estaba destinada para Keir; pero Dregan se interpuso siendo él quien recibió el golpe.

—Muy bien. Terminemos con esto.

Dregan cerró el portal, dejando a Keir junto a él. Regresaron a sus formas humanas y mostrando sus colmillos, ambos se lanzaron contra Kattara. 

***

Varios de los vampiros cayeron en el primer ataque. Luego de haber sido tomados por sorpresa, los vampiros ya percatados de las Peiriant, fueron a ellas, esquivando las espinas y golpeando las máquinas fuertemente con la intención de derribarlas. Dentro, los enanos que las manejaban no se dejaban asustar tras los primeros impactos, ya que confiaban en la resistencia de sus artefactos.

—Continúen disparando— les ordenaba Dunan.

—Majestad los tenemos sobre nosotros.

—Activen la defensa secundaria. No cederemos ante estos malditos.

Al activar la defensa secundaria, las Peiriant liberaron púas a su alrededor, dando la apariencia de puercoespines gigantes.

—Veamos cuanto tiempo resistirán. 

***

El escenario de batalla para el escuadrón de Donatien, no era favorable. Así como algunos de sus enemigos atacaban las grandes máquinas, otro tanto los atacaba a ellos del mismo modo, siendo empujados de reversa hacia el bosque. Los enanos trataban de aguantar su postura para no quebrar su propio escudo de escudos. Entre los pequeños espacios los lanceros asomaban sus armas, clavándolas en lo que pudieran sentir. Donatien iba en medio de todos, andando casi de rodillas, comandando.

—¡Resistan y retrocedan!

Arrastraban los pies al retroceder lentamente, paso por paso.

—¡Resistan!

Cerca ya de los árboles, Donatien gritó —¡Ahora!

De pronto los enanos se detuvieron de golpe, por mas que los empujaban, estos ya no retrocedían. Entonces con su mismo peso, empujaron ágilmente lanzando a los vampiros y rompiendo su escudo. Deshaciendo la formación, avanzaron contra los vampiros; estos pudieron notar la diferencia en la mirada de los enanos. El día que llegaron los aterraron y eso lo reflejaron sus ojos. Ahora en sus pupilas notaban un fuego que provenía de sus almas, una llama que debían apagar. Y había una manera de hacerlo. Asomaron sus colmillos. Después de todo, tenían que recobrar energías.

***

El paso a las montañas tomó más tiempo del previsto. Eylir debía llegar con su escuadrón al mismo tiempo que el resto y permanecer ocultos hasta el momento indicado. La batalla llevaba un tiempo de haber comenzado, cuando los enanos se escabulleron entre las rocas; miraban desde ellas que la situación no parecía ir del todo a su favor.

—Maese Eylir ¿Avanzamos? — preguntó uno de los enanos.

—No— respondió.

Eylir analizaba cada aspecto. Observaba a las Peiriant siendo atacadas, al escuadrón de Donatien siendo arrojados por el aire, o derribados al suelo en donde los vampiros consumían su sangre. ¿Qué hacer? Se preguntó.

—Si nos unimos a ellos ahora, no tendremos oportunidad, nos aniquilarán junto con ellos— les dijo.

—¿Entonces que es lo que hacemos? No podemos dejarlos morir.

—Necesitamos más hombres.

—Aun hay hombres encerrados en las montañas. Estoy seguro que querrán luchar tanto como nosotros.

—¿Cómo los sacaremos?

—Hay muchas salidas secretas en las montañas imposibles de encontrar, al menos para los vampiros.

—Bien, tu ve. Reúne a tu gente cautiva, ustedes serán nuestro último flanco.

El enano avanzó oculto entre las rocas, internándose en lo profundo de las montañas, el resto esperaba la indicación del elfo, quien mantenía su mirada en la batalla. Entonces les dijo...

—Ahora. Avancemos.

***

—Limeteors zamandlan— conjuraba Kattara en cada ataque.

Dregan y Keir esquivaban la energía moviéndose tan rápido como sus cuerpos lo permitían, pues luego de bastante tiempo sin la alimentación apropiada sus fuerzas ya no eran las mismas, y la velocidad con la que se caracterizaban parecía torpe. En cuanto se acercaban a Kattara la lanzaban por los aires impactando su cuerpo contra las paredes. Cada vez que caía al suelo, se esforzaba por levantarse, aunque sintiera dolor.

La atacaban al mismo tiempo. Keir con un solo brazo funcional la golpeaba solo para sabotear su conjuración, mientras que Dregan lo hacía con intenciones de lastimarla procurando no hacerla sangrar, pues sabían que no se resistirían al olor. La arrojaban en cada oportunidad, esperando conseguir, de esa forma, quebrar su cuerpo.

—Todavía eres solo una niña Kattara Thorn. Los otros guardianes ya tenían la experiencia necesaria para llevar el cargo. Tu solo das la impresión de estar jugando— dijo Dregan.

Kattara se incorporó luego del golpe que recibió. Los vampiros se dirigían a ella nuevamente, así que alzó sus manos en defensa, pero no conjuró. Dejó su magia fluir de sus manos sin necesidad de un hechizo, no pretendía atacar, sino que, de ese modo, su poder le serviría de protección y le permitiría resistir hasta encontrar una oportunidad de ataque. La elfa se movía rápidamente para frenar los golpes de Dregan y Keir que venían de dos flancos diferentes. Entonces, de pronto, Dregan con su pierna pateó las de Kattara haciéndola caer de espaldas. Mostrando sus garras, iba a arrematar contra su rostro, pero ella lo paró con ambas manos, aguantando con todas sus fuerzas para mantener su poder, deteniéndolo a unos cuantos centímetros. Del otro lado, llegó Keir con las mismas intenciones, así que separó una mano de la otra con la que detuvo al vampiro. Ahora hacia el doble de esfuerzo.

—Gotha udeba— con este hechizo lanzó lejos a sus enemigos.

Nuevamente de pie Kattara volvió a lanzar energía inmediatamente, tomando desprevenidos a los vampiros; pero al mismo tiempo probó algo nuevo. Anteriormente había intentado conjurar dos hechizos al mismo tiempo, tenía que hablar y moverse muy rápido para lograrlo. En una ocasión tuvo éxito; sin embargo, por la cantidad de poder que requería, y siendo ella temerosa del suyo, no volvió a hacerlo desde aquella vez. Pero en esa pelea, debía intentarlo si quería derribar a uno de los dos vampiros, pues si continuaban atacándola simultáneamente, ella no lograría salir viva. Así que seguido de su energía lanzó una ráfaga de fuego naciente, que inmediatamente se intensificó gracias a la marca de los elementales.

Dregan esquivó la energía, y apenas pudo escapar del fuego. Por otro lado, Keir, en condiciones desfavorables, solo logró esquivar el primer ataque, siendo alcanzado por el fuego. Sin darse cuenta todavía del éxito del movimiento de la elfa, Dregan tomó a Kattara del cuello inhabilitándola, ejercía presión sobre él, cortándole la respiración. Entonces escuchó los llantos de desesperación de Keir siendo consumido por las llamas. Tiró a Kattara al suelo, quien tosía para recobrar el aliento; se acercó a su fiel seguidor con la intención de ayudarlo; pero las llamas ya estaban demasiado intensas, por lo que solo permaneció de pie viendo como Keir se convertía en cenizas.

Furioso, Dregan pateó a Kattara aun en el suelo, luego la alzó con ambos brazos sosteniéndola de sus ropas y la volvió a arrojar al otro extremo del cuarto. Por el impacto de su cabeza con la piedra, su piel se abrió dejando sangre correr. 

***

El enano corría desenfrenado por los pasillos, pasaba por las cámaras de los niveles inferiores de las montañas sin encontrar señales de sus compatriotas, estaba desesperado por hallarlos y le parecía que no estaba llegando a ningún lado, la batalla continuaba y su escuadrón ya se había unido, si no se apuraba a encontrar a los enanos, llegarían demasiado tarde. Subió hasta al nivel de la cámara de fusión en donde finalmente los halló, estaban sentados, con hachas en mano; pero sus ánimos se percibían por los suelos, tenían las cabezas gachas y solo sostenían las armas por la costumbre de tenerlas, después de todo, llevaban cinco años sin poder soltarlas. Al ver al enano, uno de los cautivos se levantó asombrado.

—Akon del clan Rocanegra ¿Cómo llegaste hasta aquí? — le dijo.

—Compatriotas míos, no tenemos tiempo de explicaciones, Zágul los llama a la guerra— les respondió.

—¿Guerra?, ¿Eso es lo que esta sucediendo en estos momentos? ¿La causa de que los Banpiroak abandonaran su escondite?

Beo, la guardiana nos ha guiado. Hoy dejamos de ser simples herreros, nos hemos convertido algo más mis hermanos; guerreros, soldados, valientes que enfrentan la oscuridad. Ahora mismo la victoria nos aguarda y los necesitamos junto a nosotros. Juntos los venceremos.

—No funcionará. Esto es una causa perdida.

—¿Cómo pueden decir eso?

—Nosotros mejor que nadie sabemos lo que los vampiros son capaces. Hemos apenas sobrevivido estos cinco años con torturas. Hemos visto como han matado a latigazos a los nuestros, sin hacer esfuerzo de su parte. Lo que está sucediendo arriba es un engaño, no podemos ganarles.

—Eso era quizá antes de Kattara Thorn, pero ahora es diferente, tenemos una posibilidad.

—¿Eso crees?, ¿Por qué?, ¿Por qué ahora tenemos una oportunidad y no hicimos nada cuando llegaron?

Akon agachó la cabeza.

—¿Dónde estuvo ese ejercito cuando necesitábamos ser rescatados?

—Todos teníamos miedo— respondió.

—¿Y el que llegara la guardiana cambió eso?

Beo, lo sabrás cuando la conozcas. La verdad es que esta chispa de valor siempre ha vivido en nosotros, ella solo requirió de las palabras correctas para hacernos encontrarla. Ella no nos dejó atrás, porque sabe de lo que somos capaces y ustedes lo verán si me acompañan a luchar por nuestra tierra.

Los enanos cautivos se miraron entre ellos y sonrieron, ya que en realidad ellos ya habían descubierto el fuego de su ira desde antes que sus compatriotas; sin embargo, sabían que solos no lograrían acabar con los vampiros, y ahora que su gente finalmente se alzaba, ellos no se quedarían atrás.  

***

Kattara se levantó torpemente del suelo, estaba mareada y se tambaleaba a causa del golpe, escuchaba la risa de Dregan lejana y algo apagada. Recargada en la pared, llevó su mano a la herida escondida entre sus cabellos, sintiéndola mojada; miró sus dedos manchados de sangre y soltó un gemido de dolor.

El olor de esta, pronto llegó a Dregan quien dejó de reír al percibir el exquisito aroma de la sangre de un elfo. Su cuerpo tembló y sintió un ansia terrible por probarla, no estaba seguro de cuanto podría resistir la tentación.

Sin recobrar del todo la lucidez y con la imagen duplicada del vampiro ante su vista, Kattara se colocó nuevamente en posición. Con el cuerpo débil ya no podía conjurar, entonces desenfundó su espada y arremetió contra Dregan. Al vampiro ya no le importaba si la hacía sangrar. Mostró sus garras, con las que abrió la piel de la elfa al rasguñarla.

En su interior, la voz maligna le habló —Kattara— decía —Déjame salir, no podrás vencerlo sin mi ayuda.

—Cállate, cállate— respondía Kattara golpeando su cabeza para hacer a la voz desaparecer.

—Será mejor que te rindas ahora, no sabes lo ridícula que te ves tratando de matarme— dijo Dregan.

Kattara no le respondió, ni desistió de su postura.

—Se que a mi señor Hades le dará complacencia matarte el mismo, pero no eres digna de que se tome tiempo para hacerlo.

—Entonces mátame, quítale la molestia a tu señor. 

***

Cuerpos sin vida yacían en el campo. Ojos que permanecían abiertos en los que se podía ver el terror de ver la muerte ante ellos en su último respiro. En el aire se percibía un sabor combinado de sangre y metal. La mayor parte del primer escuadrón ya había sido derrotado en el instante en que Eylir se unió a la batalla, su apoyo resultó ventajoso para recuperarse por un corto tiempo; a decir verdad, los vampiros ya esperaban un tercer ataque, pues estaban conscientes de que eran tres elfos en Zágul y hasta ese momento solo vieron dos. Cuando Eylir apareció, su ataque sorpresa no fue del todo sorpresivo; lograron reducir el número de vampiros, pero en cuestión de minutos los enanos comenzaron a ser reducidos nuevamente.

De pronto, un cuarto ataque llegó. Los enanos cautivos salieron por la puerta principal del castillo, gritando y corriendo con las hachas en alto, al verlos, los vampiros quedaron atónitos, con furia brotando de su interior. Fue entonces que, a partir de este punto, la batalla cayó en tensión y en un destino tirado al azar.

***

Dregan respiraba agitado, controlar la sed le resultaba demasiado difícil, en especial porque gotas salpicaron su rostro al golpear a Kattara, permitiéndole saborear una que reposó en su labio inferior. El éxtasis fue tan grande, ya no lo soportaba, su mente se nubló y lo único que pensaba era en consumir todo de ella.  

***

Los enanos dentro de las Peiriant se acoplaban en el centro de estas, los vampiros penetraron las primeras dos defensas, al igual que la tercera y la cuarta, ni el fuego pudo detenerlos, desgarraban el metal por partes, desmantelándolas. Con espadas y flechas trataban de hacer retroceder a los vampiros a través de las hendiduras. Cayó una Peiriant y luego otra.

—¡Mi señor Dunan, ya no resistimos, este es el fin! 

***

El filo de la espada que abría su piel, también le quemaba. Al ser el primer vampiro que existió y por la cual lo llamaban "El original", no sucumbía como sus súbditos lo hacían, incluso cuando la guardiana logró enterrar la espada completa en su cuerpo, Dregan no murió. Tomó a Kattara del cuello, llevándola al borde de la ventana e inclinándola hasta dejar su cabeza colgando. Con su otra mano sostuvo la de ella, azotándola contra la piedra repetidamente, logrando que soltara su espada.

Oliendo la sangre, se acercó a su oído diciéndole...

—Ahora me beberé hasta la última gota en tu cuerpo. El señor Hades me lo agradecerá algún día— lamió su mejilla y luego la arrojó dentro nuevamente.  

***

—¡Retírense al bosque!

—Resguárdense entre los árboles— ordenaban Donatien y Eylir

Los enanos que quedaban vivos, obedecían las ordenes de los elfos. Abandonaban a los heridos, soltaban sus armas y se desprendían de sus armaduras para poder correr más rápido.

Los vampiros doblemente enfurecidos y letales los perseguían colándose entre la frondosidad de la naturaleza. 

***

Dregan sujetó a Kattara del cabello, inclinando su cabeza para obtener mejor acceso a su cuello. A lo que Kattara no opuso resistencia.

Abrió su boca, acercando sus colmillos lentamente. 

***

Los enanos ex cautivos permanecieron en campo abierto, peleando con todas sus fuerzas sin importarles entregar su vida, pues si morían, lo harían como enanos libres, tras un lustro privados del aire exterior de sus tierras.

***

Kattara apretó los ojos, sintiendo su piel perforada; al abrirlos percibió la cabeza de Dregan recargada en su hombro derecho, mientras su cuello era succionado por su fría boca. El vampiro la sujetaba con fuerza de la cintura y de la espada, dejando sus brazos libres, confiado en que la elfa no tendría fuerzas para moverse. Kattara no intentó nada al principio. Dregan ya aseguraba su victoria en su mente, el sería quien terminaría con la vida de la guardiana.

Entonces, cuando su cuerpo se debilitaba, Kattara rodeó a Dregan con sus brazos para alcanzar la delgada daga hecha de Berrik y la enterró en la espalda del vampiro. 

***

El eco del alarido de dolor de Dregan azotó el cielo. Y los vampiros gritaron estupefactos. 

***

Dregan se apartó de Kattara de un saltó con la boca escurriéndole de sangre. Kattara se tambaleó un poco, miró al vampiro quien luchaba por alcanzar el arma punzante y sonrió.

—¿Quieres llamarme princesa inútil una vez más, Dregan? — le dijo.

El vampiro continuaba sollozando junto con gritos agudos. Sin más, Kattara danzó conjurando —Eminil nasebunyameni busuku.

La luz emanó desde su pecho y con sus brazos la extendió. La ráfaga se amplió fuertemente, que los enanos la apreciaron desde el bosque y vieron como disipaba las nubes grises. Siendo Dregan un ser de oscuridad, sucumbió ante la luminosidad; su cuerpo se desintegró por partes mientras gritaba. Al final, no quedó nada de él.

Una vez terminada la vida del vampiro, Kattara se tiró de rodillas, tomado profundos respiros, con su cuerpo debilitado y herido. De pronto otra clase luz llamó su atención. Alzó la mirada a la ventana, viendo como rayos de la misma se aparecían dentro de la habitación, junto a ellos se escucharon los gritos agonizantes de los vampiros restantes. Esa fue la señal de que todo había terminado, pues en aquel momento, un nuevo sol se alzaba en Zágul. 

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