Capítulo 13 Colisionando desde lo alto
Valentía. La fuerza de voluntad que conduce a una persona a través de momentos de necesidad, es la cualidad que, como seres vivos nos hace enfrentar el peligro con la cara en alto. Y es aquel valor lo que Kattara trataba de encontrar en ella mientras seguía la oscuridad del túnel, la desconfianza en si misma volvía en cada paso, sus decisiones anteriores fueron más impulsivas que valientes, pero, a punto de llegar al castillo era mejor pensar que actuar y buscar el coraje de no regresar por donde vino.
La luz de la antorcha casi se extinguía cuando llegó al final del túnel, entonces ahí, frente a la pared de roca sólida, Kattara cayó en cuenta de que nunca preguntó como encontrar la salida o algún truco para buscarla. Recorrió con la poca luz que quedaba su alrededor tratando de encontrar alguna grieta o agujero que le indicara por donde salir; pero, así como los enanos construyeron las puertas que se perdían a la vista, era lógico pensar que la salida al palacio estaría oculta de la misma manera. El tiempo y la luminosidad se le agotaban al igual que el aire, no tenía opción de regresar y preguntar donde estaba la puerta, le tomó dos horas atravesar el túnel y le tomaría quizá el triple ir y regresar, por lo tanto, quedaba en sus manos resolver el problema. Puso la antorcha en el suelo y con sus puños comenzó a golpear la tierra sobre su cabeza. A los primeros golpes solo caía arena sobre su cabello, avanzó centímetro por centímetro pegando hasta que una parte se alzó. Sintió el aire en sus manos y empujó un poco más separando un cuadro de piedra del resto, con las dos manos lo empujó a un lado en el suelo de la superficie; dio un brinco ágil para sostenerse del borde, impulsándose, logrando sacar todo su cuerpo. Por último, volvió a colocar el recuadro para proteger el secreto de los pasadizos y se puso de pie. Finalmente se encontraba en el castillo Kalat en el reino de Nóvety.
Estaba en la bodega que le indicó Belladona, un cuarto pequeño y oscuro con una pequeña rejilla en el extremo superior de la pared frontal a la puerta, por donde entraba una leve brisa de aire, no había velas ni antorchas viejas que pudiera encender y apenas podía distinguir una baldosa de piedra forzando su vista. Sostuvo su mano izquierda en lo alto y pronunció a modo de susurro— Matismal lorquinli— al mismo tiempo con el dedo índice de su mano derecha dibujaba al aire una runa de invocación. De su palma brotó una luz amarilla que alumbró el espacio e hizo que la puerta apareciera ante sus ojos.
Las runas de invocación fueron creadas por Oco para alcanzar ciertas habilidades que no funcionaban solamente con conjurar hechizos, permitiéndole a las congregaciones manejar la magia cerca de su totalidad. Los magos entrenados concentraban una cuarta parte de su energía en la mano receptora, y el resto la concentraban en la punta del dedo invocador logrando llamar al poder. Kattara había logrado perfeccionar el control sobre su energía cuando se trataba de runas. Y fueron solo las runas benéficas las que Oco le enseñó, pues no cualquiera accedía a las runas prohibidas, aún se tratase de un mago superior.
Kattara trató de abrir la puerta lentamente, tomó la manija que chillaba al moverla y la giró, un sonido que apenas se escuchaba, pero que para el oído agudizado de los vampiros quizá si fuera perceptible. Se asomó poco a poco sin percibir ninguna presencia cerca, por lo que, segura de encontrarse sola salió por completo.
Ahora andaba por un pasillo amplio todavía oscuro que salía a una gran cámara, ampliamente construida, en donde casi cabría un gigante en ella. Aquella se encontraba ya iluminada por faroles que colgaban del techo, sostenidos de cuerdas con las que los enanos podían bajarlos cuando fuera necesario. Kattara apagó la luminosidad de su mano y avanzó en conjunto al total silencio del lugar, de frente a ella estaba la entrada a unas escaleras que ascendían y a su derecha había una puerta entre abierta. Fue hacia ella como primer impulso, notando un horripilante hedor a podrido conforme se acercaba; al llegar y abrir por completo se encontró con el horror. Una pila de cadáveres de enanos, arrojados a ese rincón como si no importaran, algunos en huesos, otros en medio proceso de descomposición y otros notoriamente recientes. Kattara volteó la cara ante tal crueldad y derramó un par de lágrimas por ellos, volviendo a cerrar la puerta; recargó sus manos y su frente en la madera, diciendo— Leg din hodel soltelde mil due noltte quil tombel, fore du arrivel lea slutten av din vialio (Recuesta tu dulce cabeza en esta noche que cae, pues has llegado al final de tu viaje) —. Esa frase era propia de los elfos cuando una vida llegaba a su fin, y fue lo único que pudo hacer y decir por los enanos caídos.
Al otro extremo encontró otra entrada sin puerta, de donde emanaba una luz. Intuitivamente se dirigió allá. Entró por un pasadizo amplio, escuchando ruidos y golpes fuertes de metales golpeándose entre ellos. Casi llegando a la fuente del sonido, Kattara iba agachándose hasta andar de cuclillas, sostuvo su espada haciéndola quedar acostada para evitar que golpeara con el suelo. El calor prominente del lugar era muy intenso, la hizo sudar apenas dio un vistazo; aquel cuarto era donde fundían el metal, había grandes góndolas de metal que provenían de las minas por un ferrocarril que conectaba esa parte del castillo con las montañas, llegaban llenas de metales, directo a la fundidora en el centro. Avanzó ocultándose detrás de una de las góndolas fuera de línea. Más de cerca divisó a dos enanos golpeando con mazos el metal ya fundido y formado, creando lo que parecían ser espadas — ¿Qué están tramando? — se dijo. Creyó que estaban solos.
Entonces vio de reojo una sombra caminar y se agachó. Era un vampiro de apariencia delgada, alta y fría, se detuvo justo frente a ella, mirando alrededor y oliendo. Parecía ser el único en el lugar; sin embargo, fue hasta que la duda le entró y la sensación de alarma, que miró hacia el techo, la luz del fuego lo iluminaba poco, pero lo suficiente para ver un enjambre de vampiros colgando mientras dormían.
El corazón se le disparó del miedo, trató de controlarlo lo más rápido que pudo, pues por lo que sabía de estas criaturas, distinguían un latido a kilómetros y más aún si lo tenían a su alcance. Permaneció escondida con las piernas flexionadas, aguardando, dominando su miedo; en cuanto el vampiro se alejó, ella se movió. Paró tras otras dos góndolas inmóviles, una de ellas tenía algo en su interior, lentamente se alzó, inclinándose para tomar una de las pequeñas piezas del interior. Eran no más de veinte fragmentos de pequeños metales extraños, que apenas ocupaban parte de su palma, Kattara jamás había visto uno igual, no tenían un color especifico y su textura era lisa; permaneció mirando la pieza unos segundos preguntándose —¿Qué querían los vampiros con este material? —. En ese instante de descuido, algo cayó sobre su brazo. Era una sustancia viscosa y transparente; levantó la vista, y todos esos ojos que estaban cerrados segundos atrás, la miraban. Lo que cayó sobre ella era saliva de los que ahora querían probar su sangre. Solo una frase le pasó por la mente —Me descubrieron.
Rápidamente, guardó la muestra entre sus prendas procediendo a correr por donde vino, los vampiros descendieron del techo como cucarachas arrastrándose sobre las paredes, con sus gritos retumbaron en cada rincón. Eran rápidos y feroces, más de una vez casi la atrapaban, uno logró solamente rasgar su ropa con sus enormes garras. Saliendo del pasillo de vuelta, fue rumbo a donde llegó a riesgo de comprometer el secreto de los túneles; sin embargo, su plan fue privado cuando le bloquearon la entrada, frenó de golpe cuando uno de los vampiros le saltó encima. Descolgó su arco de su espalda y le colocó una flecha, por la corta distancia entre ambos, un humano cualquiera no hubiese podido hacer nada, pero ella no era alguien cualquiera, ella era un elfo. Su velocidad de razonamiento fue casi tan veloz como los seres frente a ella, disparó frenando a su atacante y continuó huyendo hacia las escaleras que anteriormente descubrió. Volteaba ocasionalmente para disparar otra vez cada que sentía que la alcanzaban, al final de las escaleras nuevamente se encontró con otra habitación amplia llena de comedores y sillas, en línea recta a su posición se encontraba la entrada a otras escaleras y a los lados conductos para más cuartos.
El problema con los vampiros, es que cuando uno grita, todos los suyos lo oyen y atienden al llamado. Montones y montones de estos seres aparecieron de todos lados bloqueando las salidas, rodeando a Kattara.
Lanzó su arco al suelo puesto a que sus flechas ya no servirían de nada, desenfundó su espada, girando a todas direcciones esperando ser agredida. El primero que la atacó fue atravesado en el pecho, Kattara notó como el acero de su espada lo quemó y dejó sin vida, ante eso el restó también fue sobre de ella. Dio golpes y estocadas a todos lados, los vampiros no parecían ser rival para ella, uno por uno fue cayendo alrededor. Ella era implacable, digna de ser llamada guerrera, no tambaleaba ni se rendía; comenzaba a formar su propia fila de cadáveres, tal como ellos lo hicieron con los enanos. Entonces, la confianza de los vampiros se fragmentó, aquello los hizo cometer un acto cobarde. Uno tomó una de las lanzas decorativas de la pared y se la arrojó, atravesándole la pierna derecha, tirándola de rodillas. Kattara gritó de dolor, soltando su espada. Los vampiros se regodearon por su triunfo y calmadamente la acorralaron para devorarla. Pero enseguida fueron detenidos por uno entre sus filas.
— ¡Alto! — gritó— Nadie la toque— todos miraron a aquel que hablaba, ansiosos— ¿Están ciegos? Esta criatura no es un tentempié— el vampiro se acercó a Kattara levantándole la cara dejando ver sus ojos llorosos. Bajó la mano a su cuello tomando entre sus dedos el collar de media luna— La llevaremos con el líder.
***
Impacientes esperaban sentados en el pequeño espacio de su escondite, sentados sin decirse nada, acompañados solamente por el sonido de las flamas ardientes de las antorchas. Belladona estaba apunto de caer dormida en su silla, tenía las piernas estiradas y cruzadas al igual que sus brazos en su estómago, una postura bastante cómoda como para permanecer despierto. Parecía que pasaron días desde que Kattara partió, era la desesperación por el no saber, lo que hacía que todo pereciese eterno. Donatien estaba casi seguro que el amanecer se alzaría pronto y no escuchaba pasos dentro del túnel que le indicara que ella estaba regresando. Su mente estaba intranquila.
— ¿Cuánto falta para el amanecer? — preguntó, dirigiéndose a Belladona indirectamente.
— No pierda la compostura maese Donatien, aún faltan algunas horas para que amanezca y el sol se alce detrás de las nubes grises.
Donatien suspiró ante la respuesta. De pronto se levantó de la silla bruscamente, invadido por una ansiedad repentina, el corazón se le aceleró y los nervios se le dispararon como relámpagos por su cuerpo. Eylir lo miró desconcertado.
— Vor sler/ (¿Qué sucede?) —le preguntó.
— Neo li hali, rudelín neo duel-grel (no lo sé, algo no está bien).
— ¿Qué pasa? — preguntó Belladona al no entender lo que hablaban.
— Fue un presentimiento— dijo Donatien— tenemos que ir a buscarla. Necesitamos ir por ella.
— No. Nos dijo que permaneciéramos aquí y eso debemos hacer— dijo Eylir.
—No podemos quedarnos sin hacer nada. Ninguno de los dos estuvo de acuerdo en esto. Ella está sola en un castillo lleno de vampiros.
—No creo que realmente importe de ahora en adelante si estamos de acuerdo con ella o no. Esto no es como en los entrenamientos Donatien, en Nordwind podíamos discutir entre los tres sobre como vencer a Oco en sus juegos. Pero esto es diferente, Kattara fue nombrada guardiana, ella debe tomar decisiones a pesar de nuestras opiniones. Nosotros decidimos venir a apoyarla.
Donatien no respondió.
—Se que no te gusta que te digan que hacer, y tampoco a ella. Pero si pretendemos ser su apoyo en esto, entonces por una vez, atente a las ordenes— Se le acercó y puso su mano sobre el hombro de su amigo— Dale hasta el amanecer como dijo. Confía en ella. Desesperar es lo último que debemos hacer.
Con un nudo en la garganta, Donatien volvió a sentarse con el presentimiento que no lo abandonaba.
***
Gotas de sangre golpeaban el suelo, sonando como un grifo descompuesto que deja correr el agua de a poco, aquellas provenían de la pierna de Kattara cuya herida no dejaba de escurrir. La tenían flotando boca arriba en la torre alta del castillo, donde los vampiros la mostraron como una ofrenda a su líder. Las lágrimas le seguían corriendo en dirección opuesta cayendo sobre su frente, pues su cabeza colgaba y veía todo al revés; era incapaz de moverse, el poder que usaron contra ella para mantenerla en el aire obstruía sus poderes y oprimía su cuerpo. A los vampiros les gustaba usar esa habilidad en sus víctimas.
Menos de la cuarta parte de las criaturas que la apresaron se encontraban en el cuarto, pegados en las paredes como sombras, de los cuales solo se apreciaban sus dorados ojos brillando en la oscuridad. Su líder estaba sentado en el trono que antes pertenecía al rey enano de Nóvety. Luego de asesinarlo, pidió a sus seguidores que lo mudasen a la torre en la que se sentía cómodo. Miraba a Kattara con deseo y ansia, pasando su lengua sobre sus colmillos, imaginándose el sabor que la elfa tendría. Se levantó dejando ver su imagen a la luz, su apariencia era igual a la de los demás de su especie, la diferencia entre ellos se hallaba en las facciones de su rostro. Caminó hacia ella con lentitud.
— Tan hermosa, tan exquisita— dijo— sucumbo y desfallezco. Quiero tocar— extendió su mano a punto de rozar la mejilla de Kattara, pero se detuvo y la alejó— Y aun así tampoco me atrevo— continuó caminando alrededor de ella — Es tan difícil contenerme cuando puedo llegar a la cumbre de éxtasis con una sola mordida. Podría embalsamarte y conservar el arte de tu rostro para la eternidad— del lado izquierdo acercó su boca a la de Kattara, dejando poco espacio entre ellos— pero me temo que eres prohibida para mí. Verás, mi amo no me permite poseerte, ni matarte, no soy digno de eso. Ese privilegio se los concede solo a sus demonios. Así que, al tenerte en mis manos solo me queda esperar a que envíe a alguno de ellos o que el venga personalmente a reclamarte— nuevamente se alejó— ¡Ay! — exclamó— pobre Dregan, pobre de mí. Sufro— con mover su mano hizo girar a Kattara y levantarla hasta que quedara de frente a él. Ella pudo apreciar de cerca la mirada lasciva de Dregan y endureció la suya.
— Keir, Urania— continuó. Los vampiros que nombró atendieron a su llamado.
— Mi señor— dijeron.
— Llévenla a los calabozos y venden su herida, no quisiéramos que se desangrara. El amo estará complacido si se la entregamos en una pieza.
Los vampiros la tomaron por los brazos y la sacaron del control de Dregan, sus pies por fin tocaron el suelo.
— Que burla de guardiana resultaste ser pequeña elfa. Una decepción. No fuiste rival para mis vampiros.
Todos se rieron a su alrededor. Kattara mantenía la cabeza gacha, débil por la pérdida de sangre, lo que escondió su mirada determinada. Dregan la llamó una decepción, y estaría pronto a comprobar que subestimarla era un gran error.
***
El tiempo de espera venció con la llegada del sol, Belladona salió a la superficie para comprobarlo ella misma. Con el aire matutino sobre su piel, se unió a la preocupación de los elfos y bajó de nuevo a la cueva sin poder ocultar su expresión desilusionada. Donatien no resistió y se armó.
— Suficiente. Iré a buscarla.
Eylir lo detuvo— No hagas una locura. Si algo le pasó ¿Qué te hace pensar que podrás hacerle frente a lo que ella no pudo?
— No me importa, no podemos dar la espalda y resignarnos. Vinimos a ayudarla y eso haremos.
— Lo sé, pero ir sin un plan o sin un apoyo además de nuestras armas, no creo que seamos capaces de rescatarla.
— No tenemos tiempo para un plan Eylir, si ellos la tienen, cada minuto que desperdiciamos aquí es uno menos que le queda de vida. Si los vampiros son como los hombres serpiente sabes que no se resistirán a la sangre.
Eylir suspiró, en el fondo quería actuar de la misma manera que Donatien, desobedecer las ordenes de la guardiana y aventurarse al rescate, sin embargo, no estaba en su naturaleza desacatar mandatos. Por otro lado, concordaba con su amigo, algo debía hacerse. Quizá él no se rebelaría, pero Donatien era una persona completamente diferente.
— ¿Qué piensas hacer? — le preguntó.
— Una locura sin duda alguna. Aun así, no podemos arriesgar todo. Eylir necesito que vayas con Belladona a Davinly y los convenzas de preparase para una guerra.
— ¿Cómo se supone que haré eso? Apenas y escucharon a Kattara, quien es su guardiana, ¿Qué te hace pensar que me escucharán a mí?
— Se que encontrarás una manera — Donatien recargó su mano en el hombro de Eylir como apoyo— Siempre encuentras la manera. Te pido esto como un favor, no como una orden.
— De acuerdo, lo intentaré. Aunque honestamente preferiría ir contigo.
—Unidos seríamos fuertes, pero es mejor que te quedes con ellos, porque si fracaso, y si Kattara fracasó, me temo que serás la única esperanza de esta gente. Inspirarlos a levantarse es lo más que puedes lograr por ellos y por Zágul.
— Bien, lo haré— Eylir copió el movimiento y sostuvo a su amigo del hombro— Por favor, no arriesgues tu vida más de lo necesario, si bien los dos queremos a Kattara de vuelta; pero si algo le sucedió como presentimos, entonces seremos ambos la esperanza de Zágul. Se lo debemos a ella.
— Te lo prometo. En el último caso, espera hasta mañana. Si no tienes noticias de nosotros, actúa. Handlig min velne (actúa mi amigo) — se sonrieron.
Donatien volteó hacia Belladona— Llévame al túnel— le dijo.
***
Kattara fue arrojada sin cuidado dentro del calabozo, su cuerpo golpeó con tal fuerza el suelo que le fue difícil reincorporarse casi al instante. Los vampiros se rieron de ella al ver como se arrastraba a la pared intentando siquiera sentarse sobre la superficie rocosa y húmeda.
—Que tenga dulces sueños guardiana— le dijeron antes de irse.
En cuanto la puerta se cerró, Kattara pudo continuar derramando sus lágrimas en silencio. Bajó la mirada a su pierna mal vendada con un pedazo de tela, temblando de dolor, de debilidad y de frio, al tanteo acercó sus manos a la herida tratando de destaparla cuidadosamente; sollozó de tormento cuando quedó al aire libre, el agujero en su pierna le punzaba y ardía intensamente, al menos para su suerte la costra de sangre seca que se formó evitó que siguiera corriendo. Era su primera herida y su primer sufrimiento. Respirando con dificultad puso la palma de su mano izquierda sobre la pierna y con la otra intentó dibujar una runa al aire. — Philisa abasesigeni— dijo. Pero debido a la debilidad de su cuerpo por la perdida de sangre, no obtuvo respuesta a la sanación que invocaba. Azotó su cabeza contra la pared por enojo y desesperación, luego se tiró al suelo, suspirando al mismo tiempo que cerraba sus ojos, esperando dormirse para recuperar sus energías.
Kattara no había soñado desde su última noche en Lednevir antes de partir a Nordwind, en esa ocasión su mente le mostró estrellas en un cielo infinito con dos que brillaban sobre todas las demás, eran su madre y su hermano que miraban todo desde arriba, la veían a ella y le sonreían con su luz. Un sueño hermoso, a decir verdad. Esta vez, en su estadía en el calabozo, durmiendo y soñando nuevamente, su mente le enseñó imágenes verdaderamente turbias sobre fuego, sombras y destrucción; una silueta de pie sobre una pila de huesos, terror y el fin de todo, entonces la figura oscura le habló, parecía ser su propia voz llamándola desde su interior, su misma voz llena de maldad. —Déjame salir, déjame salir— le decía— Kattara— la llamaba.
El sueño la hizo despertar alterada, — ¿Qué fue eso? — se preguntó. Inhaló profundamente para tranquilizarse, inconsciente de cuánto tiempo había pasado. Sentía el cuerpo recuperado, un poco más fuerte, quizá lo suficiente para volver intentar sanarse. Así que una vez más conjuró la runa, que le respondió pobremente, pues le regeneró parte de la piel dejando todavía una parte abierta y sensible, por lo que tuvo que volverse a vendar. Eso le fue suficiente para ponerse de pie y soportar su peso, siendo así, era momento de escapar.
Se apoyó en su pierna izquierda, colocándose en posición para conjurar, sus manos y brazos comenzaron a bailar mágicamente y al mismo tiempo pronunció—Iphomu ephezula—. Lanzó poder contra la reja de la celda, pero este rebotó; al parecer los vampiros estaban consientes de los poderes que un guardián llegaba a poseer y se encargaron de encantar los barrotes contra energías mágicas. — Fole-anlatt (por supuesto) — se dijo, sintiéndose tonta por no haber previsto aquel resultado. ¿Qué hacer ante tal situación? Claro estaba que su magia no serviría de nada, si habría de salir, tendría que hacerlo con trucos de los Vanlig, es decir, sin magia. Examinó cada rincón de la reja, las partes junto a las paredes estaban bien soldadas— como se esperaba que fuera un trabajo de enanos—, rompería su brazo intentando quebrar la unión. Evaluando sus opciones fue que notó las bisagras, con un poco de agua podría remover los tornillos y abrir la puerta. Y el agua no era magia, sino un elemento. Tomó aire, pues conjurar un elemento no le era sencillo y a decir verdad le asustaba perder en control sobre alguno.
— Amanzi glonan elentari— dijo.
Un delgado chorro de agua apareció entre sus manos. Se dispuso a usarlo, cuando la marca de los elementales plasmada en sus palmas se iluminó y aumentó el líquido.
— ¡Diavali! (dioses) — exclamó — duel-grel (está bien) — exhaló. Con esfuerzo, controló el agua manejándolo como una navaja y lo pasó de un lado a otro entre los tornillos, deslizándolos hasta descolocarlos.
— Me imagino que nunca previeron esto— rio.
En efecto, los vampiros no creyeron que existiera una solución fuera de la magia para Kattara o cualquiera que tuvieran encerrado, o de lo contrario hubieran enviado centinelas a vigilarla en cada momento. Tras su descuido, Kattara consiguió su liberación. Sus captores habían tomado su espada, arco y flechas, así como también descubrieron las dagas ocultas en sus botas y en su espalda, por fortuna jamás hallaron las que guardaba en sus guanteletes ni cuando la revisaron doble vez. Tenía dagas y tenía magia, suficiente para tratar de regresar al túnel y enfrentar a quien se le cruzara de manera apropiada. Nadie podría sorprenderla una segunda vez.
El castillo era increíblemente grande, lleno de habitaciones conectadas por muchos pasadizos en una especie de laberinto que solo los habitantes entendían. Kattara adivinaba que aún se encontraba en los subniveles del palacio, casi a la misma altura de la bodega, por lo que salir no debería serle difícil. Andaba con posición de ataque y con los sentidos agudizados ante cualquier ruido o movimiento, avanzando lentamente, usando los espacios oscuros como aliados.
***
Donatien apareció en la bodega siguiendo las huellas que Kattara dejó para el sin intención, los restos de antorcha y las marcas de dedos le mostraron la puerta secreta del túnel; dejándose luego en manos de su instinto que lo guiaba sobre los pasos que ella tomó, en la gran habitación, la fosa común en el cuarto pequeño, las escaleras y finalmente la cámara de fundición. Caminando a gatas se movía por debajo de las góndolas a riesgo de que sus armas lo delataran, vampiros se encontraban ahí atacando con látigos a los enanos prisioneros, aparentemente por diversión, los distinguió por sus ropas desde los pies, así como por sus crueles risas ante el sufrimiento de otros. Entre espacios logró divisar una salida al otro lado del cuarto, quizá por ahí llegaría a los calabozos donde dedujo, encontraría a Kattara, si es que seguía con vida. En medio de las conversaciones de las criaturas escuchó que uno se dirigía a un enano entregándole unos objetos.
— Toma esto y destrúyelo. Pertenecían a la elfa. Ya no los necesitará.
Aquella oración se podía tomar en dos sentidos, la habían matado o la tenían presa como Donatien deseaba que fuera. Apretó sus ojos evitando llorar, pues su corazón se deshacía de tan solo pensar en la primera opción. Avanzó un poco más cuando de pronto se detuvo al escuchar como depositaban las armas de Kattara en la góndola sobre de él. Estaba cerca de salir, los vampiros se habían ido y era su oportunidad; sin embargo, no dejaría abandonados objetos creados por su gente en tierras de enanos. Sin importarle ser visto salió de su escondite y tomó las armas con delicadeza, cargándolas como pudo y procedió a salir.
Por esa parte del castillo la luminosidad era escasa, los vampiros poseían la habilidad de ver en la oscuridad y aniquilaron el fuego de la mayoría de velas, candelabros, faroles y antorchas, dejando solamente los lugares por donde sus esclavos pasaban iluminados. Donatien presentaba problemas para distinguir una pared de otra, de tanto en tanto se tropezaba con una piedra o creía ver sombras, aunque como elfo también poseyera una magnifica vista, ese tipo de oscuridad la desafiaba.
En un punto giró a la izquierda y después de aproximadamente diez pasos giró a la derecha, dándose cuenta de lo enredado del lugar se arrepintió de no haber dejado alguna marca, en especial cuando llegó a la parte a la que llamó "el punto sin retorno" pues se abrían cuatro caminos a la vez, tomar el equivocado traería consecuencias graves. Antes de precipitarse decidió esperar y analizar cada opción, se sentó esperando una señal o un instinto más fuerte que le indicara que camino tomar.
***
Kattara caminó derecho saliendo del calabozo llegando a una esquina en donde se le mostraban dos caminos, el de la derecha llevaba a escaleras, alcanzó a distinguir uno o dos escalones a la distancia. El camino de la izquierda doblaba a otro lado a una corta distancia. ¿Subir o seguir a nivel? Bajó las dagas un segundo, pensando. Subir significaba salir por la puerta principal como un cadáver. Entonces dio vuelta a la izquierda. Al tope bajó en línea recta y luego nuevamente a la izquierda hallándose en otro "punto sin retorno". Cuatro entradas guiando, en apariencia, a la misma dirección.
— Podría maldecir a los enanos en este momento— dijo suspirando.
Se iba a sentar a esperar una clase de señal, pero se detuvo, consideró que era tiempo de actuar impulsivamente. Ya había arriesgado demasiado con ir, ¿Qué costaba arriesgarse un poco más?
— Lea-diafol (al diablo) — dijo y tomó la primera entrada que su vista captó.
***
No era un sonido sino una presencia lo que percibió. Venía de la segunda entrada a la izquierda, se iba aproximando. Donatien se levantó de prisa preparando una flecha, no habló, ni trató de esconderse, en cuanto la sintió más cerca apuntó.
Cerca, demasiado cerca, su mano ya rozaba su mejilla mientras sus dedos tensaban el cordel. Entonces, para su sorpresa y alivio, la punta de un pie que reconoció al instante apareció en su campo visual y bajó las armas.
—¿Katttara? — preguntó.
— ¡Donatien! — exclamó ella guardando sus dagas. La sorpresa y la sensación de entusiasmo la llenaron y la hicieron sonreír ampliamente, soltó una leve risa y corrió a él.
— Vor jiorel her/ (¿Qué haces aquí? — le preguntó abrazándolo con fuerza.
—Dil levesoleil arrielo, ale din neo (el amanecer llegó, pero tú no) — Donatien dejó caer el arco junto con la flecha para sostener a Kattara con ambas manos.
Abrazándola derramó aquellas dos lágrimas que antes no permitió salir, pero lo hizo por alivio, alivio de ver a su amiga sana, casi ilesa, y con ella una esperanza para Zágul. Y es que nadie podría, quizá, llegar a comprender del todo la conexión especial que compartían, desde el día en que se conocieron.
— Duhal, (gracias). No esperaba que vinieras, ¿Eylir?
— Se quedó atrás, le pedí que fuera a Davinly con los enanos. No nos dejaste opciones así que tuvimos que ingeniarnos las opciones.
— Duel-grel. Lo lamento. No creí que fuera a terminar así. Soy muy confiada y eso me hizo perder.
— ¿Cómo saldremos de aquí? — preguntó Donatien.
— Del mismo modo en que llegamos. Los vampiros no saben que escapé, pero no tardarán en averiguarlo, el presentimiento les llegará.
— Necesitarás esto— Donatien le entregó sus armas.
Kattara las tomó y se las colocó nuevamente. De pronto apreciaron un chillido agudo y resonante que los puso alerta.
— ¿Fueron ellos?
— No. Los vampiros no producen sonidos así. Tienen algo más encerrado aquí. Suena como un animal.
— Debemos apresurarnos a salir.
—Espera.
Volvieron a escucharlo.
—Me suena familiar.
—Bueno, no tenemos tiempo de averiguar por qué crees conocerlo. Vámonos.
Retornaron por el camino que Donatien usó, a paso apresurado. La pierna de Kattara no se encontraba del todo sana, la herida le dolía por el movimiento brusco al que la exponía y casi daba brincos al avanzar. Al salir nuevamente por la cámara de fusión ya no se preocuparon por agacharse, los enanos ahí trabajando los vieron y quedaron estupefactos.
—¿Zertan dari dirabi iratxoal hemen? (¿Qué hacen dos elfos aquí?)— preguntaron en voz baja.
Donatien y Kattara se detuvieron un instante.
— Niel nai lio zaindarial. Laster libra-tulo zai oinazet honetarik (Yo soy la guardiana. Pronto los rescataré de este tormento)— les respondió, prosiguiendo a la salida.
Confiaban en que no fueron percibidos por el enemigo en su breve parada. No lo fueron hasta que, en la gran habitación, apenas cruzando por la mitad de ella, un vampiro bajaba por las escaleras. Y ese no era el único problema, al voltear al otro extremo, otro vampiro salía de la bodega al mismo tiempo. Ambas salidas estaban cubiertas. En cuanto los vampiros los notaron, comenzaron a avanzar de reversa.
— Deberíamos correr... — dijo Kattara.
— Por donde vinimos. ¡Vamos! — respondió Donatien jalando a Kattara del brazo.
Ambos vampiros gritaron y en seguida se escuchó como los demás respondieron a su llamado. Pasaron la cámara de calor de vuelta a los pasadizos en laberinto, Kattara los guio hasta las escaleras cerca de los calabozos, buscando salir pronto por los niveles superiores. Las escaleras se alzaban en forma de espiral, subían los escalones de dos en dos con una horda persiguiéndolos. Aparecieron en otra habitación en la que ya azotaban ecos en cada rincón de gritos provenientes de todos lados, casi estaban rodeados. Más pasadizos se abrían ante ellos, pero preferían tomar aquellos con escaleras para continuar subiendo, al mismo tiempo que oían a los vampiros, también percibían el chillido ajeno a estas criaturas que les indicaba que había un alma rogando ser liberada.
— Espera— frenaron— vamos hacia el llanto— dijo Kattara.
— No sabemos de quien es, nos arriesgaríamos al ir y casi los tenemos encima.
— Tengo una corazonada. Confía en mí. Puedo retrasarlos unos segundos, que bien podemos aprovechar.
Kattara tomó una flecha de su carcaj y la acercó a su boca, y como susurrándole a unas orejas invisibles pronunció— Gabhukali phubilieia—. Enterró la flecha en una grieta del piso y procedieron a correr nuevamente rumbo a la llamada de auxilio del misterioso extraño. La punta de la flecha comenzó a humear. En cuanto los vampiros pasaron a su lado, esta explotó, dejando carbonizados a los desafortunados que tomaban la delantera. Sus alaridos se oyeron a la distancia dándole satisfacción a los elfos por su improvisado y exitoso plan.
En uno de los pisos superiores se encontraron en un pasillo con calabozos, diferentes a los de abajo, estos tenían puertas de madera y al mirar en el interior lucían un ambiente menos inhumano. El chillido apareció nuevamente, proveniente de alguno de esos cuartos.
— Creo saber lo que vamos a encontrar— dijo Kattara.
Ella había leído varios de los libros y apuntes de Oco acerca de las criaturas mágicas en los doce mundos— pues Oco logró recopilar a las criaturas que solían existir en la tierra antes que desaparecieran— y estaba convencida de qué era lo que los vampiros ocultaban. Se asomaron en cada uno hasta que en la penúltima habitación lo vieron.
—¿Cómo es posible? — dijo Donatien asombrado— creí que estos animales solo existían en Ragal.
— Así es. Los vampiros pueden sobrevivir hasta un año con un poco de su sangre, no es misterio del por qué los trajeron. No necesitan muchos de ellos.
— ¿Cómo lo sacaremos de aquí?
Los vampiros se acercaban.
— Bueno, ya no importa ser discretos. Apártate— Donatien retrocedió unos pasos. Kattara se colocó en posición diciendo— Iphomu ephezula.
La cerradura reventó abriendo la puerta, entraron rápidamente quedando casi paralizados por estar ante la presencia de un majestuoso Pegaso negro. Estaba encadenado, alterado y con sus alas amarradas con cuerdas. Saltando y azotando las cadenas.
— De acuerdo, lo encontramos. ¿Ahora qué? — dijo Donatien.
Antes de que Kattara pudiera responder, la puerta volvió a abrirse. Donatien corrió a cerrarla de nuevo poniendo su peso contra ella, empujando con todas sus fuerzas, pues los vampiros la golpeaban duramente.
— Si vas a hacer algo hazlo rápido— le dijo a Kattara.
Con el mismo hechizo reventó las ataduras, siendo que, aunque estaba siendo rescatado, el Pegaso continuaba hostil.
— Stilel, stilel min velne— Kattara trataba de tranquilizarlo con sus palabras.
El lenguaje élfico tenía ese efecto en cualquier criatura, por su suavidad y dulzura al hablarlo. El Pegaso respondió ante las tiernas palabras y se calmó, mostrándose dócil ante la hermosa elfa. Ella se acercó y lo acarició— Ya estás a salvo
—¡Kattara!
Donatien no resistía más, los vampiros lograron romper gran parte de la puerta. Sus garras arañaban y rompían sus ropas tratando de llegar a su piel. Kattara conjuró nuevamente el hechizo dirigiéndolo a la pared; sin embargo, esta no se rompió, ni siquiera un ladrillo o un pequeño agujero. Y entonces...
—¡Nooooo! — gritó Kattara.
La puerta se abrió totalmente, Donatien fue lanzado y los vampiros entraron como una estampida. El tiempo se volvió lento y cada movimiento parecía no suceder, la mirada de miedo de Kattara, el relinchar del Pegaso, el azotar de Donatien contra el suelo, acontecieron de un modo surrealista. ¿Cómo pasó? ¿Cómo es que los atraparían de nuevo? ¿Cómo Kattara pudo fracasar? Ella pudo morir en ese instante, de vergüenza, de culpabilidad, de todo. Falló, le falló a los záguleanos, a Donatien, a Eylir, a su padre, a los dioses y a sí misma, pues comprobaba que en verdad no fue la indicada para portar el manto de protector. Fracasó en su primera misión. Su inseguridad, sobre lo que es capaz, que desarrolló desde niña, le decía eso. Derramó una lágrima de resignación, pronto moriría y no había razón para contenerla.
Entonces sucedió lo inesperado y altamente imposible. Ella la sintió brotar como un fuego frio. La luz que brotó de ella era blanca, blanca como la luna, blanca como las estrellas y tan resplandeciente como si el mismo sol hubiera descendido para rescatarlos, aquel destello paralizó a los vampiros reduciéndolos a polvo y derribó la pared a su espalda. Dilató unos pocos segundos y se apagó. Kattara cerró los ojos cuando sucedió. Al abrirlos sus enemigos no estaban y ella, y Donatien continuaban con vida.
—¿Qué? — dijo desconcertada.
¿Qué había sido eso? Invocó la luz celestial sin necesidad usar una runa. El incidente de Landomrader y lo que acababa de pasar no tenían conexión o lógica alguna. ¿Luz y oscuridad? Apartando su mente de sus dudas, socorrió a Donatien, ayudándolo a levantarse.
—¿Estás bien? — le preguntó.
— Si, ¿Qué pasó?
— No puedo explicarlo ahora. Solo se que hay que irnos, antes de que más vampiros lleguen.
El Pegaso les hizo señas con su pata, bajando su lomo al mismo tiempo, invitándolos a montarlo. Kattara y Donatien no lo dudaron y subieron a él. Sus majestuosas alas se abrieron, enormes y oscuras. Se agitaron lentamente, domando el aire hasta alzar vuelo. Ya en lo alto comenzaron a reír de lo increíblemente sorpréndete que fue su escape, no lo creían, la suerte con la que contaron.
— Ahora hacia el este, a Davinly — dijo Donatien.
Un escape asombroso, un transporte inesperado y una alta felicidad, muy bueno para durar. Luz y oscuridad no van de la mano. Lo que fuera que intentó salir de Kattara en el calabozo era sin duda maligno, y aquello fue lo que manifestó ante los hombres serpiente. Y aparentemente la luz blanca y buena que emanó de ella, instantes atrás, amenazó esa oscuridad que también residía dentro y la hizo querer aparecer. Se retorció de dolor extremo proveniente de su pecho, la oprimía y le cortaba la respiración. Quería quejarse, hacerle saber a su acompañante de su malestar; pero no lograba emanar ni un sonido. A falta de aire, se desmayó. Se deslizó del lomo del Pegaso cayendo de espaldas, descendiendo de las alturas.
—¡Kattara! — gritó Donatien incapaz de agarrarla a tiempo. Cambió el curso de la criatura alada hacia abajo con la esperanza de atraparla. El Pegaso se presionó por volar más rápido, pero fue demasiado tarde. Kattara entró entre los arboles del bosque que sobrevolaban, las ramas y hojas frenaban su caer poco a poco hasta que tocó el suelo, inconsciente.
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