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Capítulo 11 Heraldo de dioses

Donatien y Eylir pasaron la noche en vela, recargados en las paredes exteriores de la cueva, esperando a que su compañera desaparecida regresara de donde fuera que estuviera, si es que regresaba en lo absoluto, en lo profundo de sus corazones temían lo peor. Todo alrededor estaba en una perfecta oscuridad, que ocultaba las sombras que la luz de la luna iluminaba en otros días, un momento excelente para que los demonios salieran a aprovecharse de las almas vivas. Por un instante creyeron que se trataba de alguna obra de Hades, no sería extraño pues hacía mucho que no realizaba sus fechorías en Ersearth. Permanecieron nerviosos ante ese posible hecho y armados en todo momento. Las horas trascurrieron entre un ambiente tenso y la profundidad de lo oscuro, de pronto, llegando la media noche, de la nada, sintieron que todo pesar en su interior se esfumaba de una manera casi mágica, se sintieron en paz y alegres. Alzaron sus miradas al cielo maravillados con lo que presenciaron, la rapidez con la que su luz alumbró por breves segundos cada rincón de la tierra. Se levantaron de un salto. 

— ¿Eso fue lo que pienso? — pregunto Eylir.

—Ali (Si) — respondió Donatien.

— ¿Tú crees que...? — dijo Eylir intuyendo que sus dudas estaban siendo aclaradas.

—No estoy del todo seguro, pero tampoco lo descarto.

— ¿Será posible?

—Hay que decirle a Oco.   

El gran sabio no había reparado en la desaparición de Kattara ni en ninguno de los elfos desde la tarde. Permaneció encerrado en la cueva cerca del oráculo, esperaba a que este le proporcionara respuestas a sus grandes dudas con respecto a la princesa. Se encontraba sentado en la tierra con los brazos dentro del agua, cansado y en parte desesperado, simplemente aguardando. Casi cerraba los ojos cuando el agua se agitó, se alzó sorprendido al principio, su expresión fue cambiando al mismo tiempo en que las imágenes reflejadas cambiaban en el estanque, su expresión se volvió seria y consternada. En ese instante los jóvenes elfos entraron corriendo llamando su nombre. En cuanto lo vieron atónito se acercaron lentamente. 

— ¿Gran sabio que sucede? — preguntó Donatien.

Oco no respondió.

— ¿Qué es lo que vio? — volvió a preguntar Donatien.

Oco siguió sin responder. 

Confundidos, Donatien y Eylir se miraron dudosos si contarle acerca de sus pensamientos o dejarlo solo con los suyos. Finalmente hablaron.

—Gran sabio acabamos de ver en el cielo...

—La estrella fugaz— interrumpió Oco— Así que ha sucedido, los dioses han decidido quien hablará en su nombre.

— ¿Pero cree que tenga algo que ver con Kattara? — preguntó Eylir.

—Me temo joven Eylir que estamos en lo correcto. Una nueva línea se ha marcado y tiempos difíciles se acercan, pues el lado del bien estrena a su heraldo y el mal no dudará en oponerse a su nuevo rival. El juego comienza otra vez y los dioses han tirado los dados en el tablero con nuestros destinos atados a ellos. Quedamos en el medio esperando a ver que lado domina el campo. 

Las palabras que transmitieron su boca parecían no tener sentido del todo, salieron en medio de la conmoción que retumbaba en la mente de Oco, aquello que el oráculo le mostró no era lo que esperaba, le habló en acertijos suficientemente comprensibles que necesitaba contar a las personas correctas.

El amanecer llegó con un sol cálido y confortable. Se presentía un despertar diferente, las nubes cambiaron, el cielo se transformó, era como si todo volviera a nacer. ¿Cuánta diferencia causaba el guardián? ¿Qué tan bueno era el hecho de saber que la existencia de un ser daba un significado a la vida? Oco y los elfos estaban afuera de la cueva impacientes. Ya faltaba poco, Oco estaba seguro.

Como un meteorito atravesó el cielo, aterrizando frente a ellos, heroica y hermosa como siempre lo había sido, portando la armadura dorada, Kattara Thorn regresó. Los tres se inclinaron ante su presencia como si se tratase de un dios, ella les sonrió. Les habló con una voz distinta a la que recordaban, seguía siendo dulce, pero con tono ligeramente más grave y de mando, digna de un héroe. 

—Levántense mis amigos, no deben inclinarse ante mí. No he cambiado en nada para recibir un trato diferente.

— Pero si has cambiado princesa Kattara hija de Eltilskin— habló Oco— lo verás cuando tomes el camino que se ha marcado para ti. Recibiste un nuevo nombre, un nuevo poder y posición sobre la vida de los mortales, el trato que te damos junto con esta bienvenida es lo que la guardiana merece.

— Acepto tu generosa bienvenida y tu gentil trato. Por otro lado, a pesar de los cambios que se me han presentado por fuera, no cambian lo que soy dentro. Sigo siendo Kattara Thorn de Lednevir, su alumna y su vieja amiga— miró a Eylir y Donatien— y ninguna armadura o nombramiento cambiarán eso— cerró los ojos y con un pensamiento se quitó la armadura regresándola a su contenedor, quedándose con el collar en su mano. 

Una vez que sus vestimentas élficas regresaron, sus amigos corrieron hacia ella abrazándola. Le preguntaban emocionados sobre los dioses y como era el Olimpo, Kattara bromeaba y les mentía de manera divertida, alegre y sonriente; después de los juegos, les contó exactamente como fueron las cosas.

***

Felicidad, tristeza, enojo y odio, son los sentimientos que abundan cada día en cualquier parte de los mundos, por cada momento feliz que algunos disfrutan, otros lloran, algunos más se encierran en su enfado y se ciegan pasando fácilmente al odio, actuando de maneras imperdonables que los conducen al lado oscuro. Cada uno de los demonios hincados en la fortificación del inframundo cruzaron esa línea ganándose un lugar dentro del ejército de Hades. Incluso el mismo dios la cruzó siglos atrás.

Formados en filas de acuerdo a su rango, mantenían los ojos fijos en el suelo mientras su amo los observaba. Los demonios del Apocalipsis, los jinetes oscuros y la legión mortal. Hades estaba de pie vestido de negro en su totalidad, acompañado de sus cuatro hijos, posicionados dos a cada lado. Su largo cabello gris le colgaba de los hombros hasta su estómago, su pálida piel hacía que sus malignos ojos resaltaran y eran esos a los que sus súbditos no se atrevían a mirar directamente.

Al hablar su voz sonaba ronca, profunda y tranquila.

— Todos saben la razón por la que los llamé aquí. Un nuevo guardián ha sido seleccionado. Una mujer perteneciente a la raza de los elfos, una niña apenas. Y como cada nuevo ocupante representa una amenaza para mis planes— los demonios comenzaron a gruñir— pero no desesperen mis criaturas, esta guardiana caerá como los demás lo han hecho. Mi hermano nunca entenderá que no me rendiré y algún día cumpliré mi cometido contra él. Recuperaré lo que es mío. Zeus caerá, — los demonios se entusiasmaron con sus palabras— Kattara Thorn caerá y el universo será mío. Encontraremos el momento de actuar, no hay que apresurarnos, ya llegará el día en que la matemos.

Dejándolos en su euforia, Hades se volvió a sus hijos y les dijo— Que decidamos no matar a la guardiana aun, no significa que la dejemos en libertad. Quiero que la vigilen a todo momento a donde quiera que vaya. No quiero que le pongan una mano encima hasta que yo de la orden.

—Si padre— respondieron los cuatro al mismo tiempo.

—Mis demonios no deben saberlo aún; pero la guardiana pronto será el menos de nuestros problemas. Hay un asunto del que debo encargarme que requiere prioridad, vigilen a la guardiana por mí, manténganla al margen si es necesario. 

***

Kattara no dejaba de observar el collar en forma de media luna, jugándolo con los dedos. De tanto mirarlo ya se había grabado cada detalle de él, la posición de los diamantes, el color y como cambiaba de acuerdo a la luz, los bordes y líneas del diamante azul, todo. Podría reconocerlo incluso en la profundidad del océano. En su mente no dejaba de preguntarse —¿Qué estoy haciendo? —Estaba en total inseguridad, ni siquiera podía referirse a si misma como guardiana o con otras palabras que no fueran "No soy la indicada para esto".

Oco se apareció detrás de ella con una sonrisa de orgullo, sus preocupaciones las dejó aparte para poder disfrutar del momento histórico. Notaba su expresión desconforme y dudosa como otras veces la había mostrado desde que la conocía, ese gesto que simbolizaba el miedo que tenía de ella misma y del porque prefería quedarse oculta el resto de su vida. 

—Salve Kattara Luthdomiel guardiana de los doce mundos— le dijo.

Kattara volteó regalándole una sonrisa forzada— Creo que nunca me acostumbraré a escuchar eso. Y ¿Cómo sabe del nombre que Zeus me otorgó para llevar como segundo? — respondió.

—Las noticias viajan rápido, cada individuo en los doce mundos ya conoce tu nombre— Oco se sentó a su lado.

—Aún así, no es muy tarde para renunciar ¿Cierto?

—¿Quieres pasar a la historia como la que desertó desde el día uno? 

—No quiero pasar a la historia en lo absoluto. ¿Qué tan correcta fue esta decisión, los dioses saben exactamente lo que hacen? Tengo un poder que ni usted ha podido descifrar de donde viene o por qué lo tengo. ¿Qué saben ellos? Juzgan a los guardianes de manera equivocada, se basan por la mínima señal de poder.

—Las decisiones no se saben correctas o equivocadas hasta que ya es demasiado tarde para corregirlas. Siempre nos arriesgamos al momento de escoger, nos damos un empujón con esperanza de que todo saldrá bien. Eso hacen los dioses cuando eligen al guardián, y no es ningún secreto que han cometido errores.

—Y tal vez estén cometiendo uno ahora mismo.

— Déjame decirte algo Kattara, conozco a los dioses más tiempo del que me gustaría reconocer, y siendo yo un bizirik cargo conmigo demasiados recuerdos de los días antiguos y de los nuevos. Yo se cuando ellos toman decisiones erróneas, y me impone el no ser tomado en serio cuando les advierto, pero, también se cuando toman las correctas. Y el nombrarte a ti, no ha sido la elección equivocada. Yo se que es lo que te aterra de todo esto, se que te he marcado como un enigma y se que no he sido la ayuda o el mentor que necesitabas, pues a veces ni yo puedo darte las respuestas que buscas, mas no debes seguir temiendo de nada, porque yo te puedo garantizar que lograrás llevar a cabo este trabajo como ningún otro guardián ha podido.

— El que tenga fe en mí, maestro, es todo lo que necesito de usted. Me ha enseñado bien, en todo caso en esta relación mentor/ aprendiz he sido yo la que le ha fallado múltiples veces— le dijo— Soy consciente de mis miedos y de que para matarlos he de enfrentarlos con la frente en alto, y creo que este suceso me dará la oportunidad de hacerlo. Por otro lado, sigo a merced de la duda de ¿Cómo sabré si lo estoy haciendo bien?

—No lo sabrás. Es en esa encrucijada donde depositas tu fe— le dijo Oco sonriéndole.

—Pelea con el corazón, actúa con la mente y deja que tus manos hagan el resto. Bueno, sí así han de ser las cosas, entonces debo dar la cara a esto— Oco asintió a su comentario— Gran Oco —continuó Kattara— sé que quería me quedase por un rato más; pero creo que debería regresar a Lednevir con mi padre antes de encaminarme a mis responsabilidades como guardiana.

— Por supuesto.

—Y, espero que no le importe, pero me gustaría llevar a Eylir y Donatien conmigo. Me he acostumbrado tanto a su presencia que me costará deslindarme de ellos por el momento.

—No hubiera esperado menos.

Kattara reverenció a Oco, pero el consideró que ya no requeriría tanta formalidad, al menos de ella hacia él, así que la tomó de los brazos y la abrazó.

—Se que te dije que limitaras tus poderes, pero puede que yo haya estado equivocado, pues en esta travesía los necesitarás. Solo no dejes de entrenar y pierde el miedo.

— Lo haré maestro.

***

Medir cinco años es subjetivo en muchos aspectos, algunas personas dirán que es poco tiempo, casi nada. Tal vez no sea ni mucho ni poco en realidad; sin embargo, para un padre que no ha tenido noticias de su hija durante ese periodo, cinco años son como siglos. Eltilskin soportó esos años sin escuchar de ella, sin enviar una carta o recibir alguna. Confiaba en que todo marchaba como debía y por ello no sentía la necesidad de mantenerse informado, solo le prevalecía el ansia de saber cuándo volvería a verla. Esperaba que fuera pronto, especialmente porque si su peor miedo se estaba volviendo realidad quizá sus sueños también lo harían. El siempre supo que la sobreprotección traería consecuencias tarde o temprano y finalmente se encontraba ante ellas, cuidó a Kattara del mundo y ahora los dioses la obligaban a vivir entre los doce, exponiéndola a toda clase de peligros. Su corazón se le encogía de solo pensarlo. La estrella le devolvió esperanza al universo, pero a el le entregó un tormento con el que viviría hasta el final de sus días.

Entre emociones encontradas y arrepentimiento por sus decisiones, la luz brilló para él. Fue en la tarde del quinto día de otoño, las hojas caían apenas rozadas por el viento como una lluvia de color amarillo y café. El rey de Lednevir se encontraba en su habitación con las ventanas de su balcón abiertas disfrutado de la briza fresca del aire, escribía en su bitácora lo que llevaba pasando desde que el sol se alzó. En la tranquilidad del bosque se escucharon a lo lejos cascos de caballos que se acercaban a paso lento, al parecer se trataba de un conocido quien llegaba pues los vigilantes no enviaron ninguna alerta. Eltilskin se asomó por la terraza notando como las figuras de sus visitantes se aclaraban hasta que las reconoció.   

Kattara desmontó su caballo apreciando su alrededor como si fuera la primera vez, maravillada y feliz. Estaba en casa, en su amado hogar que extrañó demasiado. Vio a su padre salir del castillo con una sonrisa que se le extendía de oreja a oreja, ella empezó a llorar de alegría y corrió a su encuentro abrazándolo.

—Min skallen (mi tesoro) — le dijo.

Valla, jeltibale (Papá. Regresé) — respondió Kattara sollozando, sintiendo que volvía a ser una niña en los brazos de su padre. 

Eltilskin le alzó la cara para observarla. Había cambiado tanto desde que se fue y ya casi no se parecía a su madre, ahora tenía un rostro y rasgos propios y únicos. Kattara tenía tanto por contar que las palabras se le iban de la boca, contó todo lo vivido con emoción para aliviar la tensión de Eltilskin, le habló de su entrenamiento, de sus poderes, de su primera misión y lo exitosa que fue, de los dioses y como fue conocerlos. Eltilskin la escuchaba, alegre de apreciar el nuevo sonido de su voz. Caminaban hacia la estatua de Lokthian mientras hablaban.

—Me gustaron tus regalos valla, duhal (gracias) — le dijo.

—Me alegro que llegaran a ti a tiempo. Y veo que Oco les ha brindado un regalo de su parte. Nobles animales— dijo refiriéndose a los caballos.

—Si, ¿No son magníficos?

Eltilskin asintió— ¿Has elegido un nombre para él?

—Si, su nombre es Elrod.

—Un gran nombre para un amigo especial.

—Hemos conectado tal como Oco dijo, en parte fue como si el mismo me hubiera dado su nombre.

Se detuvieron frente a la estatua donde Kattara colocó a los pies un ramo de Ilydrangelas.

— ¿Cómo te sientes? — preguntó Eltilskin refiriéndose a su reciente nombramiento.

Kattara suspiró y respondió— Honestamente no estoy segura— se sujetó del brazo de su padre— por momentos deseo no haber intentado prender esa vela, de ese modo no hubiéramos descubierto mis poderes y aun estaría viviendo aquí tranquila, contigo.

—Eso hubiera pasado de cualquier manera, min fil, un poder como el tuyo no se mantendría oculto tanto tiempo— la tomó de las manos— Todos imaginamos un modo en que queremos nuestras vidas, pero no funciona así, no puedes volver el tiempo con solo desearlo Kattara, si te mantienes en el "hubiera" te costará adaptarte a lo que viene del futuro. Yo no quiero eso para ti— miró el collar en el cuello de Kattara y tomó el cuarzo blanco en sus dedos— Perder a tu madre y a tu hermano marcó un antes y después en mí, pero ya ha sido momento de dejarlo donde pertenece, en el pasado.

—Y ahora me perderás a mí también.

—Es diferente, porque sé que volverás. No iba a poder aferrarme de ti para siempre— le acarició la mejilla— Este es el único consejo que podre darte, pues tendrás que aprender mucho tu sola. No te aferres a las cosas Kattara, deja ir lo que no puedes controlar y lo que no pudiste evitar. Quédate con lo que importa porque ni todo el poder del mundo puede detener los prejuicios y heridas que pueden dañar un corazón. 

Kattara lo abrazó. En medio de su momento especial, el collar de media luna comenzó a brillar en el pecho de Kattara, ella bajó la mirada nerviosa del significado de su luz. Suspiró y lo sacó de entre sus ropas.

— ¿Qué es lo que hace? — preguntó Eltilskin.

—Es una señal de auxilio— del diamante azul brotaron imágenes que se reflejaron en el aire.

—Enanos.

Eso es lo que se veía.

—Zágul— dijo Kattara. Miró a su padre— Me tengo que ir.

Eltilskin le sonrió y asintió con la cabeza, era mejor no decir nada, si no se despedían, entonces no se marcaba ningún final. Regresaron al castillo. Donatien y Eylir se encontraban de pie junto al rio de plata conversando, Kattara se les acercó con intenciones de despedirse.

—Min velner (Mis amigos) — ellos se volvieron hacia ella. Con la mirada los guio al collar y vieron que brillaba.

— ¿Ya es tiempo? — preguntó Eylir. 

—Ali, Zágul llama al guardián...

La manera en que los miraba le decía todo a Donatien. Entendió las intenciones que tenía y la interrumpió antes de dejarla hablar.

—No— dijo— esto no es un adiós, iremos contigo.

—Vor/ (¿Qué?) — Kattara llevó su vista a Eylir notando que estaba de acuerdo con Donatien— ¿Están locos? Es muy peligroso, no sabemos a lo que nos enfrentaremos allá.

—Lo sabemos— dijo Eylir— pero no te dejaremos sola en el comienzo. Enfrentaremos cualquier mal contigo Kattara.

—No lo permitiré. No pueden venir conmigo.

—No puedes decidir por nosotros— dijo Donatien.

—¿Qué dirá tu padre?

—El no tiene voto en esto, es mi decisión.

—Y mía también— dijo Eylir.

—Aunque lo intentes, no podrás dejarnos atrás— dijo Donatien.

Alenedem hare vaert ena velsignelse mil min vila (conocerlos ha sido una bendición en mi vida) — les dijo.  

***

Frente al portal en las afueras de Lednevir, Kattara sintió en la brisa un aroma diferente que cruzaba, del otro lado se encontraba la tierra de Zagúl, un lugar del que solo había oído historias y del que su futuro ya dependía de ella. Estando ahí a punto de irse de pronto el miedo y los nervios la invadieron, temblaba y respiraba agitada. Jugaba el cuarzo de su madre para tranquilizarse con una mano y en la otra mano llevaba la media luna, se suponía que debía llevarla colgada; pero se sentía incomoda de acompañar el único recuerdo de su mamá con un objeto de los dioses. Se debatió sobre si colgárselo o no; se suponía que debía aparecerse frente a sus convocadores portando la armadura, sin embargo, llevar la ropa que su gente fabricó le era más cómodo. 

Llevaba su traje favorito, un hermoso vestido color verde oscuro, práctico para pelear, pues era largo hasta la pantorrilla y con el movimiento la falda se abría en tiras dejando ver un pantalón de cuero color café. La parte de arriba se abrochaba con cordones del mismo color y el cuello se alzaba elegantemente, usaba botas largas casi hasta la rodilla de color gris oscuro. Por encima del vestido se colocaba un peto fabricado de Bryst, un tipo de tela dura que nada atravesaba hecha por los elfos, le cubría el pecho y el estómago, amarrándolo de los hombros y de ambos lados de la cintura, y en los antebrazos usaba guanteletes del mismo material en donde guardaba dos de sus dagas, otras dos las llevaba en las botas, y las otras guardadas a los costados. De su espalda colgaba su arco junto al carcaj lleno de flechas y su espada colgaba de su cintura. Había recogido su cabello con la mitad en trenzas que se entrelazaban en la nuca y el resto lo llevaba suelto sobre sus hombros, aquel peinado dejaba a la vista sus características orejas. Decidida a portar sus vestimentas élficas, no tuvo opción que colgarse el collar como distintivo de guardiana.

Tomó un profundo respiro y cerró los ojos preparándose mentalmente, de pronto sintió el toque de una mano sobre su hombro, giró y vio a Donatien. 

—Duer lar/ (¿Estás lista?) — le preguntó.

—¿Tienes que preguntar? — le respondió con la mirada agachada nuevamente.

Donatien le alzó la cara de la barbilla y negando con la cabeza le dijo— Neo, eres la guardiana ahora, no debes bajar la mirada ante nada y nadie— ambos se sonrieron. 

Eylir llegó a su lado siendo el primero en cruzar, Donatien lo siguió y por último quedó Kattara entre mundos. Su padre la observaba desde atrás, estaba tentada a voltear, pero no lo hizo, jamás miraría atrás. Con la cabeza en alto cruzó el portal. 

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