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Epílogo

   Gulf terminó de hacer la última marca en la pared descascarada.

    Seis meses...

   El pabellón entero dormía. Los cuerpos desnutridos y maltratados temblaban bajo las finas mantas agujereadas. Temblaban por el frío y por la tormenta.

    Gulf le temía a las tormentas; pero más le temía a dormir... Porque dormir significaba soñar. Y los sueños de Gulf siempre eran pesadillas: Gotisch Abby asaltada por Gammas enfurecidos, saqueando, rompiendo, matando... Gotisch Abby en sepulcral silencio, con la sangre y los cuerpos de Elite regados en cada rincón...

    Gotisch Abby semidestruída, con sus paredes devoradas por las llamas, con las ventanas tapiadas y la risa sarcástica del padre de Gulf contemplando lo que con su propia mano había hecho; completamente ebrio había abandonado a sus sirvientes Omegas a la mitad de un camino sinuoso y continuado hacia Londres. Todo el camino sería igual: látigo en mano y gritos a su esposa que apenas levantaba alguna que otra vez los ojos del suelo de la carroza, mientras mecía como autómata a su niña más pequeña.

   Y luego, la pesadilla más terrible de todas: su pequeño hermano consumiéndose hasta los huesos, por el hambre, por el frío y...por los golpes. Gulf, tan delgado como él, robaba comida para los dos, temiendo ser descubierto por las profesoras y por el Pastor. En las pesadillas también estaban los cristales de las ventanas cubiertos con ollín que impedían a los alumnos ver hacia afuera y que no se distrajeran con las chimeneas encendidas del pequeño pueblo rural cercano. Y aquella era la peor de las pesadillas porque...era real.

   Woodol, un colegio de pupilos, enclavado en medio de una tierra desolada, fría, húmeda y rodeada de pantanos, lejos de miradas indiscretas y con la peor de las reputaciones. Woodol se había convertido en la terrible casa de Gulf y de su hermanito.

   Tres días después de arribar a Londres, la madre de Gulf fue encontrada muerta en su dormitorio. El padre de Gulf aseguró a todo el mundo que fue suicidio. No pasó ni un sólo día después del entierro para que apareciera casado, en segundas nupcias, con una señora de ceño fruncido, vestidos caros y un par de sirvientes Omegas -con sus lenguas cortadas porque según la propia mujer, no era necesario que un sirviente Omega hable- y un porte de reina que todos admiraban, gracias a que era la poseedora de  una de las dotes más importantes de Gran Bretaña.

   Al amanecer siguiente, Gulf y su hermanito ya iban camino al internado. Y como Gulf descubrió apenas llegar, no era un centro educativo, como le habían dicho, sino algo más parecido a un orfanato o una prisión. Todos los niños y adolescentes que superpoblaban las tres plantas habían sido abandonados allí por sus respectivas familias.

   Un trueno retumbó en el pabellón. Algunos sollozaron y Gulf se estremeció. Se cercioró de que su hermanito siguiera durmiendo y se secó las lágrimas. Suspiró con dolor. Porque sabía muy dentro suyo que no sólo lloraba por su estado actual, por su hermanito o por la pequeña Rose abandonada quién sabe dónde... Lloraba también por el recuerdo de Mew.

   Mew había cumplido una parte de su promesa. Ningún miembro de su familia había sido herido en el ataque a Gotisch Abby. Y la brújula había sido destruída. La otra parte de la promesa incumplida le dolía a Gulf profundamente. Mew le había prometido que estarían juntos. Y no había cumplido.

   Gulf volvió a mirar las marcas en la pared. Seis meses. Los peores seis meses de su vida. Había intentado escapar con su hermanito y otros pequeños un puñado de veces y siempre habían acabado en la celda de castigo.

   Gulf volvió a mirar a su hermanito dormido y volvió a secarse las lágrimas. Y entonces, sucedieron varias cosas al mismo tiempo: la campana de alarmas para incendios comenzó a sonar; gritos, voces y corridas se oían desde el otro lado de la puerta, cerrada con tres gruesas cadenas. Un humo negro, denso y mal oliente se empezó a colar por debajo de la puerta inundando todo el pabellón a una velocidad alarmante.

   Y antes de que Gulf pudiera reaccionar, los barrotes forjados del ventanal del fondo saltaron por los aires junto a relinchos de caballos desbocados. Todos asustados y tosiendo se apiñaron insconscientemente  en  un rincón cerca de la puerta, sin saber muy bien qué hacer...

   Y entonces, Gulf lo vio: Mew, completamente vestido de negro, con una sonrisa triunfal, estaba de pie afuera del ventanal mientras rompía a golpes los cristales con una mano y con la otra sostenía a la pequeña Rose, que se aferraba sonriente a los cabellos de Mew con sus manitos regordetas. Y cuando ubicó a Gulf y a su hermanito en la semipenumbra del rincón, sonrío aún más.

   – Te dije que los íbamos a encontrar...– le susurró a la pequeña Rose que lo miraba encantada– Perdóname...– dijo luego clavando su intensa mirada en Gulf– Me tardé un poco en encontrarte. Espero me puedas perdonar...

   Gulf comenzó a llorar otra vez.

   –¡¿A qué esperan?!– la cabeza de Thai apareció cerca de la de Rose– ¡Vengan! Tenemos un lugar mejor para todos ustedes...

El centenar de jovencitos corrió en tropel hacia el ventanal al oír las palabras de Thai. Cuando finalmente Mew se pudo acercar a Gulf que seguía petrificado en el rincón, sintió que podía respirar con normalidad. Se miraron, se sonríeron y se fundieron los cuatro en un gran abrazo. Luego el pequeño hermano llevó a Rose de la mano hacia el ventanal.

    Mew tomó de la mano a Gulf y dio un paso pero Gulf lo retuvo. Mew lo miró sorprendido. Gulf, en un arrebato, lo besó tan intensamente que sintió que no podía respirar. Deseaba que no fuera un sueño. Y como adivinando sus pensamientos, los dientes de Mew mordieron salvajemente sus labios.

   – Estoy despierto...– balbuceó Gulf.

   Y se volvieron a besar...mientras las nubes negras  de tormenta se alejaban hacia las costas rocosas del mar...

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