8
Gulf no se dio cuenta de la distancia recorrida. Apenas fue consciente de llegar a Gotisch Abby y encontrar la puerta abierta.
Quizás debió tomarse el trabajo de quitarse la ropa mojada, pero no lo hizo. Temblaba de pies a cabeza. Y así, temblando, se dejó caer sobre su alta cama con dosel. Y se quedó dormido al instante, pensando únicamente en los profundos y rasgados ojos de Mew.
Su madre le rozó la cara justo cuando llegaba la noche. Había esperado todo el día a que Gulf bajara a la sala pero no lo había hecho. Desafiando a su marido, había subido a buscarlo y lo halló hirviendo de fiebre, con el cuerpo empapado y delirando palabras incomprensibles.
No fue mucho lo que pudo hacer. Su marido la obligó a salir del dormitorio y dio la orden de que nadie entrara.
– ¡Que se haga hombre! ¡Si es un verdadero hombre, unas fiebres no lo matarán!
Y cerró por fuera con llave la pesada puerta de madera. Y obligó a todo el mundo a no ir más por allí. Y nadie fue. Ni esa noche, ni a la mañana siguiente, ni siquiera al atardecer del segundo día.
Gulf seguía delirando. Con los ojos cerrados, con el cuerpo débil, temblando y afiebrado; y con los labios pálidos y cuarteados pronunciando siempre por lo bajo un mismo nombre...
...Mew...
Y una voz suave, temblorosa como el cuerpo afiebrado de Gulf, que se había trepado por el ventanal de la segunda planta, le susurró con urgencia al oído:
– Aquí estoy, mi Omega, aquí estoy...
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