Junto con el primer relámpago ensordecedor, vino de la nada un viento tan fuerte que hizo que Gulf se cobijara cerca de un árbol y cerrara los ojos.

   Aquella zona de pantanos por donde había entrado sin darse cuenta, se cubría conforme la noche lo oscurecía todo, de una niebla que sólo permitía ver un par de centímetros adelante.

   Cuando el viento cesó su furia, Gulf recién volvió a  abrir los ojos. Y retomó el camino a paso presuroso sin darse cuenta de que la iglesia a la que pretendía llegar quedaba en la dirección contraria.

   Después de unos veinte minutos de andar, alzó la vista que hasta ese momento llevaba clavada en el suelo accidentado buscando no volver a tropezar, y buscó la aguja de la iglesia a lo lejos. Al no hallarla se dio cuenta de que había caminado todo ese tiempo en la dirección incorrecta.

   Un segundo relámpago, más fuerte y más cercano, lo hizo estremecer. Y en cuestión de segundos quedó totalmente empapado por una fría lluvia que se desató de golpe. Las gotas en su rostro se mezclaron con sus lágrimas de terror. Pero al terror se le sumó el espanto cuando escuchó una especie de aullido lastimero, largo y profundo que le penetraron los tímpanos.

   Sintió el impulso de alejarse corriendo pero entonces oyó algo más. A pesar del ruido ensordecer de la lluvia que caía a baldazos, y de los refusilos que hacían temblar el cielo encapotado la escuchó.

Una palabra:

¡Ayúdame!

   Gulf maldijo por lo bajo que su olfato no funcionara. Y mientras las palabras malintencionadas de su padre recordándole que había nacido fallado, lo torturaban una vez más, Gulf respiró profundo; y con una valentía que nunca supo de dónde sacó, caminó lentamente en dirección a la voz que había escuchado.

   Tirado en el suelo empantanado, empapado, y retorciéndose de dolor se hallaba un cambia formas. Visiblemente su proceso de transformación se había detenido por la mitad. Mantenía su rostros y sus extremidades humanas pero su cuerpo estaba cubierto de un largo pelaje oscuro y apelmazado.

   Los ojos rojos de la criatura se clavaron en los de Gulf por largos segundos. Luego la criatura se agarró el vientre abultado con fuerza y volvió a gritar de dolor.

   Entonces Gulf lo supo: era un doncel a punto de parir, en el medio de un pantanal a kilómetros de cualquier posible refugio. Se acercó en un impulso y se dejó caer cerca suyo.

   – ¡Tranquilo! Te voy a ayudar...

   El doncel se aferró a sus manos, sin dudar. Gulf trató de calmarse y pensar qué podría hacer. Y entonces las escuchó: dos voces que provenían de unos matorrales.

   "¡Cazadores!", pensó aterrado.
  
E instintivamente, abrazó al doncel buscando protegerlo de los extraños.

   – ¡Lo perdí! La tormenta me hizo perder su rastro.– se lamentaba uno.

   – Eso ahora no importa. Debemos encontrar a Anh. Fue por leña pero parece que otra vez se alejó demasiado y...

   Gulf aferró  insconscientemente al doncel a su pecho con todas sus fuerzas, al sentirlos cerca.

   Entre la oscuridad aparecieron dos pares de ojos rojos que se clavaron en él. Luego se vislumbraron dos figuras. Por sus portes y sus miradas, Gulf no necesitó de su olfato para darse cuenta de que eran Alphas.

   –  Mew, Thai..., – susurró sin fuerzas el doncel– él me está ayudando...

   Ambos Alphas suspiraron visiblemente aliviados.

   – Es hora...– dijo Anh señalando su vientre– Vienen en camino, son dos, pero algo está mal, lo puedo sentir, y si no lo logro, los tres moriremos esta noche aquí...