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25. Reeperbahn.

Narra Paul

Cuando terminamos de dar nuestra primera actuación, cerca de las dos de la mañana, los chicos decidieron ir a descansar un poco a los mullidos catres, pero yo quería dar un paseo por el lugar. Los negocios estaban iluminados y todavía se encontraban algunos transeúntes en las calles.

— ¿Perdido? —preguntó una voz femenina a mis espaldas.

— ¿Disculpa?

Fruncí el ceño, me di la vuelta y me encontré con una chica hermosa: si bien, no era un poco más baja que yo, lucía una larga cabellera castaña y poseía un par de ojos de bonitas tonalidades verdes. Llevaba puesto un atuendo que dejaba muy poco para la imaginación.

—Luces como alguien perdido —dijo, en un inglés muy gutural, antes de encogerse de hombros—. Y me imagino que no hablas alemán, ¿sabes lo peligroso que eso puede llegar a ser, chico? —Se acercó a mí y colocó sus manos en mi pecho, haciendo que éste comenzara a latir deprisa—. Además, con esa carita de niño inocente, me dan ganas de llamarle a tu mami...

Rodé los ojos y solté una leve risita, luego tomé sus manos y las aparté un poco de mi pecho.

—No estoy perdido, solamente quería conocer... —alcé la vista y vi el nombre de la calle— Reeper...bahn.

Reeperbahn —ella rió—, los alemanes la conocemos como „die sündigste Meile der Welt", o en tu idioma: la milla más pecaminosa del mundo. Reeperbahn es una palabra que viene del alemán bajo, y significa "calle de los cordeleros". En siglos pasados, aquí producían sogas y cuerdas.

Alcé una ceja y miré a la chica a los ojos. Su mirada era muy seductora, aunque también traviesa.

—Parece que sabes mucho de la historia de este lugar, chica —comenté con una sonrisa—. Imagino que debes divertirte mucho siendo guía turística de borrachos en este lugar, ¿no?

—Me llamo Isabel Grimm, no chica —ella rió—. A diferencia de ti, chico extranjero, he vivido en Reeperbahn toda mi vida; y no soy guía turística de borrachos, simplemente me aprovecho del dinero de esos borrachos, haciéndoles pasar la mejor hora de toda su existencia.

—Espera... ¿eres una prostituta?

— ¡Bravo! —ella comenzó a aplaudir, luego suspiró y volvió a encogerse de hombros—. No hay muchos empleos para alguien de mi edad, tampoco tengo familia, así que...está es mi vida.

Me crucé de brazos y comencé a caminar por la calle, esperando que ella se alejara de mí; pero eso no ocurrió. Isabel siguió junto a mí, sin borrar la sonrisa de su rostro. No entendía cómo una prostituta podía pasear por la calle con tanta felicidad.

Isabel!

—Oh, no...esa soy yo. Finge conmigo, chico —susurró, antes de que se diera la vuelta, acción que yo imité—. Alles geht gut, Ralf...

La voz de la chica había pasado de ser susurrante a ser completamente seductora. El hombre asintió lentamente y se alejó de nosotros con la misma velocidad que había llegado.

Isabel me tomó del brazo y me arrastró hasta el prostíbulo más cercano, sin que yo pudiera poner objeciones. Una vez que habíamos cruzado la puerta, colocó el seguro y me miró con una sonrisita de tonta.

—A veces pasa, ¿cuánto traes, niño? —se acercó a mí y comenzó a rebuscar en los bolsillos de mi pantalón hasta encontrar algunas monedas. Para mí, era sumamente extraño que una desconocida se me acercara así; pero ella debía estar acostumbrada a hacerlo. Sacó mi paga del día—. Con esto bastará.

— ¿Para qué quieres eso? —fruncí el ceño y tomé su mano, no estaba dispuesto a perder mi paga—. Trabajé más de ocho horas por esas monedas, dámelas.

—Niño...

—Paul, mi nombre es Paul McCartney.

—Paul, necesito acostarme con alguien ahora si quiero permanecer aquí hasta mañana, así que... —se liberó de mi agarre para poner las monedas en un lugar seguro y luego se acercó a mí para tomar mis manos y llevarlas hasta su busto al mismo tiempo que pestañeaba de una manera seductora—. Tócame, Paul.

Quise negarme, pedirle que me devolviera mi dinero y después salir de ahí sin recordar ese encuentro; pero no lo hice. Apreté con suavidad sin dejar de ver su rostro: Isabel era una chica bellísima. Ella rió ligeramente y me quitó la chaqueta de cuero que llevaba puesta.

—Isabel...

Puso su dedo índice en mis labios por un momento, luego lo retiró y me besó. Sentí un escalofrío recorrerme la espina dorsal: ninguna chica en Liverpool hubiera tomado la iniciativa en algo así. Dejé de tocar el busto de Isabel para bajar mis manos hasta sus glúteos con un poco de timidez. Sus curvas estaban demasiado bien definidas. Mi miembro comenzó a endurecerse. Nos separamos cuando nos faltó el aire, pero retomamos el beso apenas si recuperamos el aliento.

Isabel me despojó de mi camisa en un parpadear, nadie podía dudar la increíble habilidad que poseía para desnudar a un hombre. No queriéndome quedar atrás, retiré la parte superior del traje de dos piezas que ella traía: su anatomía quedó al descubierto y pude comprobar lo bien formada que estaba. Mi expresión de sorpresa debió ser muy notoria porque ella no tardo en decirme:

—No estás acostumbrado a ver muchas mujeres así, ¿verdad, Paulie?

—Yo...no, no mucho —sentí que mis mejillas ardían, lo cual hizo reír a Isabel—. Las chicas de Liverpool son muy conservadoras.

— ¿Eres virgen, Paul? —preguntó, aunque para mí sonó más como una afirmación.

—No lo soy.

—Demuéstralo, entonces.

La besé apasionadamente y la cargué para colocarla en la cama que había en medio de la habitación. Mi erección comenzaba a ser incómoda. Una vez que la dejé sobre el colchón, me separé de ella para retirar la parte inferior de su traje, así como sus calzoncillos. Ella sonrió y abrió sus piernas.

— ¿Lista? —bajé mi pantalón y mis calzoncillos, liberando mi miembro.

— ¿Hablas en serio?

—Sí —tomé mi miembro y empecé a masturbarme.

Isabel negó con la cabeza y rodó los ojos, yo no entendía qué le estaba pareciendo mal. Para ser una prostituta, se comportaba demasiado dominante y exigente; yo debía llevar el control de todo, no ella. Ignorando sus gestos, me acerqué y posicioné mi miembro en su entrada.

—No...no lo hagas.

— ¿Qué? —no podía creer lo que me estaba diciendo.

—No estoy lista, tonto —ella tomó mi mano y la llevó hasta su femineidad—. ¿Puedes sentir que no estoy suficientemente húmeda? Si metes tu pene así, me va a doler, Paul.

Asentí lentamente e Isabel comprendió de forma mágica que no sabía lo que tenía que hacer, así que llevó dos de mis dedos hasta una pequeña protuberancia un poco arriba de donde se encontraba su entrada. Yo no era virgen, pero sí era un principiante en el ámbito sexual.

—Mueve tus dedos en círculos, Paul —hice lo que me indicaba y pude ver cómo ella comenzaba a disfrutar de la sensación que le estaba brindando—. Lo haces muy bien.

Mientras yo estaba tocándola, ella tomó mi miembro para estimularme. Cerré los ojos para concentrarme en el placer que sentía al mismo tiempo que seguía masturbándola a ella.

Fue un gemido por parte de ella lo que me hizo abrir los ojos: Isabel tenía la boca entreabierta y me miraba directamente a los ojos. Su mano estaba un poco mojada por el líquido preseminal, pero seguía tocándome como nadie antes lo había hecho. Bajé mis dedos un poco y los introduje en ella, dándome cuenta de lo mojada que estaba.

— ¿Ahora sí estás lista? —mi respiración estaba muy agitada.

—Falta algo —Isabel soltó mi miembro y estiró su brazo hacia una pequeña mesa que estaba junto a la cama para tomar un paquete de forma cuadrada. Se sentó en la cama y abrió con sumo cuidado—. Acércate, Paul.

Hice lo que me pidió y deslizó una funda de látex –que estaba un poco pegajosa– sobre mi miembro.

—Listo —Isabel me sonrió—: cero enfermedades, cero bendiciones.

Después de decir eso, volvió a recostarse en la cama y abrió sus piernas. Coloqué mi miembro en su entrada y me introduje de inmediato para comenzar a sentir esa peculiar sensación de estar siendo apretado. Ambos gemimos.

A partir de ese momento, fui yo quien tomó el control de la situación, embistiéndola a un ritmo acelerado, pero que al mismo tiempo no me provocara tanto cansancio en la cadera. Ella gemía como loca, cosa que sólo me excitaba más a mí.

—Voy...voy a llegar...

—No, Paul —me pidió, antes de soltar un estruendoso gemido que me indicó que había alcanzado el orgasmo—, hazlo más lento para que aguantes un poco más, te gustará.

En contra de mis inmensas ganas de querer alcanzar el orgasmo enseguida, comencé a embestirla más despacio. Solté un quejido ante la extraña tensión que estaba acumulándose en la zona de mi pelvis. No obstante, no me detuve ni ella dejó de gemir. Duramos así hasta que sentí que ya no podía aguantar más.

— ¡Isabel! —grité en el momento en que alcancé la gloriosa cima.

Salí de ella y me desplomé boca abajo justo al lado de ella, temblando todavía por la maravillosa sensación de satisfacción. Isabel acarició mi espalda y soltó una de sus características risas. Estuvimos así por algunos minutos.

—Te gustó, ¿verdad? —me preguntó, una vez que me había desecho del condón y comenzaba a vestirme.

—Lo disfruté —contesté con una sonrisa en el rostro.

— ¿Tienes novia, Paul?

—No —negué con la cabeza sin borrar la sonrisa de mi rostro—, pero creo que la hermana de mi mejor amigo es la indicada para mí.

—Yo puedo enseñarte todo lo que un hombre necesita saber de sexo —Isabel se colocó boca abajo sobre la cama, apoyándose en sus codos, y me dirigió una mirada traviesa—, y a ella le gustará mucho cuando esté contigo, te lo aseguro.

Solté una pequeña risa y me puse mi chaqueta.

—Vendré luego, Isabel.

Después de decir eso, salí del prostíbulo con dirección al colchón mullido en el que pensaba tomar una siesta hasta que tuviera que trabajar.

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