EL EXORCISTA, los clérigos y los feligreses que presenciaron el suceso se quedaron anonadados. El joven Jimin, de veinticinco años de edad, había presentado síntomas de posesión demoníaca varios días atrás, por lo que la diócesis dio el consentimiento para que se le practicara un exorcismo basado en las pruebas. 

Jimin actuaba de manera violenta, oía y veía cosas aterradoras, hablaba en varias idiomas que antes desconocía y también en lenguas muertas, como en un latín antiquísimo que no pudieron descifrar en el momento; también flotaba, sus extremidades se doblaban como si fura inmune al dolor, las cosas se movían sin explicación alguna a su alrededor y de su garganta emergía una voz infernal.

Tras su muerte, las cintas de grabación y de vídeo se evaluaron nuevamente antes de ser archivadas en el Vaticano. El exorcista que llevó su caso, sintiéndose culpable por la muerte del muchacho, se había obsesionado por averiguar cuáles habían sido sus últimas palabras; aquellas en latín antiguo que no pudo comprender. Con ayuda de un experto traductor, el mensaje fue capaz de traducirse y el exorcista descubrió algo aterrador; los demonios no existían, siempre habían sido los ángeles de Dios quienes tomaban el cuerpo de los mortales y lo corrompían, sin embargo, aquella era una herramienta de escape del Cielo, pues Dios había comenzado a masacrar a su ejército para que nadie volviera a rebelarse en contra de él.