JIMIN había perdido la movilidad en sus piernas tras un accidente de coche que también le dejó sin voz. Vivía solo y su madre solía ir a su casa para ayudarle durante el día. Antes de marcharse, le dejaba la silla de ruedas cerca de la cama para que le fuera fácil sentarse al día siguiente.

Despertó aquella noche cuando escuchó un sonido. Su silla había chocado contra la puerta y esta se cerró.

Su cama se encontraba enfrente de las ventanas que daban al balcón. Aquella noche llovía muchísimo, pero había luz afuera, por eso, Jimin había podido ver que había alguien en su balcón.

Cuando un relámpago iluminó el cielo durante unos segundos, Jimin reconoció el rostro de la vecina del piso de arriba.

No sabía por qué estaba en su balcón y quería preguntarle, pero no podía hablar. Se quedó esperando que hiciera algo, pero solamente se quedaba parada, como si le observara fijamente. Jimin estaba tan asustado que no pudo dormir en toda la noche, pero cuando amaneció se dio cuenta de que nunca había estado parada mirándolo fijamente porque la soga que rodeaba su cuello había sido tan larga que su cadáver colgaba desde su balcón.