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Serpiente traviesa


La caída, el evento más traumático en la vida de los ángeles de Lucifer, en angustiante el sentir como una fuerza invisible te abraza y arrastra hasta las llamas del averno, no existe perdón, no existe esperanza de redención, pero el dolor no solo invade a los caídos quienes luchan por escapar del fuego, sino también a aquellos que los vieron caer.

-¡CROWLEY!- la desesperación no es un sentimiento que los ángeles puedan llegar a experimentar, no están diseñados para ello, pero ese día Aziraphale actualizo ese diseño, sus gritos fueron tan desgarradores que incluso el cielo tembló bajo sus alas, de no ser por Gabriel, él habría saltado a rescatarlo, pero nadie es más fuerte que el Arcángel supremo, solo pudo ver como su compañero era expulsado entre lágrimas.

La caída no fue lo más difícil, esa fue la vida después de ella, el cielo no cambió, no para aquellos que no perdieron a alguien.

El cielo no cambió, pero sus ángeles lo hicieron, por lo menos uno regordete que observa las estrellas y sus constelaciones, iluminan la oscuridad del espacio y su corazón se pone triste contemplando la luz que emerge de ellas, las horas pasan y él simplemente se convirtió en un espectador silencioso del paisaje lleno de luces y estrellas.

-Aziraphale- Gabriel fue el primero en hablar con él luego de siglos silenciosos donde la penumbra del espacio abrumó su sentir- Tenemos un trabajo para ti.

-Es sencillo-informo- solo debes cuidar a los humanos

-¿En la tierra?- por primera vez en mucho tiempo sus ojos recuperan su brillo

-Bueno, es donde están los humanos

Aziraphale asintió con entusiasmo aceptando su misión y su espada flameante

Junto a la puerta del este el ángel seguía llorando como si de un niño se tratara, los humanos son criaturas llenas de magia y curiosidad, pero no son lo que esperaba cuando aceptó este trabajo, pues había creído que en la tierra encontraria a aquel ángel...no, angel no, Demonio que alguna vez fue su mejor, pero aqui esta, solo en el jardín, viéndoles explorar, reír y jugar.

Los humanos son criaturas muy divertidas, extraordinarias pero no son lo que esperaba cuando bajo de los cielos, sin embargo abraza su tarea con entusiasmo e ilusión, después de todo, tarde o temprano tendría que venir a causar problemas y quizá, solo quizá, logre reconocerlo.

Este día llego más rápido de lo que Aziraphale espero y ciertamente lo agradeció, pues en cuanto escuchó que los humanos serían expulsados se apresuró a buscar al demonio causante de tal desastre, y pudo verlo o bueno eso cree, encontró las marcas de una serpiente, una descomunal, pero tenía esa sensación que le garantiza que fue él.

Resulta que Aziraphale no estaba tan equivocado, pues la serpiente se presentó ante él, conociendo por primera vez al demonio Crowley, sabía que era él, aunque luzca de forma distinta, alas negras, ojos amarillos y con esa mirada de reptil, ademas de aquella marca en su piel, junto a su oido, la marca de la serpiente que era, de haberlo podido, lo abria besado en ese momento, pero ahora son enemigos no puede follarse a su enemigo.

Esta determinación duró únicamente dos siglos, después de eso cualquiera diría que ese ángel era un lujurioso, cosa que no es correcta, los ángeles no pueden sentir lujuria, no es apropiado en ellos.

-Aziraphale- murmuró levantando su rostro de la cama- vuelve a la cama

-Pero tengo que abrir la librería

-No tienes

-Debo hacerlo para mantener las apariencias

-Ni siquiera vendes nada

-ayer vendí un libro- se acomodo su saco

-Y lloraste hora y media después de eso

Aziraphale gimió, Crowley río

-No pienso levantarme- se cubrió con la cobija

-No te preocupes querido, Marce dijo que podría pasar a desayunar con nosotros, así que tendré compañía

Los ángeles tampoco son conocidos por generar conflictos, pero este en particular es conocido por instalar en aquel demonio una punzada de celos para obtener lo que desea.


El desayuno preparado por Crowley es mejor que cualquier otro que puedan comprar, no porque el demonio sea el mejor cocinero del mundo, ni siquiera se acerca a ser un buen cocinero, pero el hecho de que sea con sus propias manos lo hace delicioso, según el criterio del ángel, una taza de cacao, huevos estrellados y un poco pan tostado es un desayuno ideal.

El día en la librería es aburrido para cualquiera, menos Aziraphale, el disfruta de acomodar sus libros, aunque no disfruta de que las personas los muevan de sus respectivos lugares en los estantes, es molesto, sin embargo es parte de la rutina, Crowley por su parte saca algunos libros de los bolsos de compradoras distraídas y los acomoda donde sabe no podrán encontrarlos, esto es divertido y entretiene a su parte demoníaca, es una pequeña travesura, casi inocente, pues no hace daño a nadie, solo es irritante para las mujeres.

En algún punto comenzó a disfrutarlo más, pues ya no solo los quitaba cuando estaban distraídas, ya que un pequeño milagro demoníaco es suficiente para hacer que los libros desaparezcan justo en sus manos cuando ellas parpadean, su cara de confusión no tiene precio, incluso comete el error de reír a carcajadas cuando una mujer casi tropieza debido a la impresión.

-¿Que estas haciendo?- se congela

-Crowley, te hice una pregunta- voltea a ver a su ángel con su mejor mirada de "diablillo travieso"

-Evitar que se lleven tus libros- le regaló una sonrisa

-Esa mujer casi resulta herida

-Pero no lo hizo- aun así se vio arrastrado por el celestial hasta el sofá, se le entregó el celular de Aziraphale con un pequeño juego activado, esto ofendió al demonio, no podían entretenerlo con videojuegos como a un crío.

Lo peor de todo, funcionó, hasta que el celular comenzó a quedarse sin batería, observó la hora, solo pasaron tres horas, liberó un suspiro de frustración.

-Oh no- murmuró al sentir a la serpiente de su tatuaje moverse

-No es una buena idea- pero ella insiste con un movimiento hacia su mejilla

-Si el ángel lo sabe se enfadara- pero ella simplemente se hace bolita

-Me meteras en problemas- la serpiente sacó la cabeza y señalo a un mortal que no es muy bien recibido en la librería, Marce

-Muy bien tu ganas

Crowley se deslizó del sofá como una serpiente de tamaño promedio, quizá dos o tres metros de longitud, para él es sencillo escabullirse en los rincones de la librería, acechando como el demonio que es, su lengua sale un par de veces sintiendo la lujuria que hermana ese idiota al ver a su esposo -no oficial-, la furia crece en su ser, pero no seria un demonio si fuera impulsivo, se arrastro un poco por el sitio viendo a algunos otros clientes, pero no son su objetivo, digo seria divertido, pero eso sera para otro día.

-Aziraphale querido- saludo aquel mortal

-Marce, es agradable verte aquí

-Te he traído este pastel, lo vi y dije es perfecto para AZ

Se detuvo, no puede hacerlo ahora, no hasta que se aleje de su amor, es decir aun asi sabe lo descubriran pero no es tan estupido como para ponerse frente a él y entregarse en charola de plata a los regaños.

-Me parece delicioso querido, traere algo de cacao para acompañar

Su momento llegó, y en cuanto Aziraphale salió de la habitación se escurre como un fideo por el maldito colador hasta las piernas de aquel humano, enrosco su cuerpo y mostró sus colmillos, todo fue tan rápido que no reaccionó como lo había imaginado y de pronto las risas de Crowley se detuvieron, pues el humano no solo grito de terror, tambien pateo y lanzó el pastel por la librería, sus intensos ojos amarillos vieron con horror como el pastel volaba en una fraccion de segundo directamente hasta el escritorio de su ángel y como el betun, crema y azucares decoraban el libro que estaba en el sitio, su corazon se detuvo e incluso olvido que no necesitaba respirar, estaba muerto, Aziraphale es peor que el infierno cuando se trata de sus libros, asi que cuando le escucho correr para ver que asustaba al humano, decidio huir.

-Oh dios mío- Crowley se hizo bolita ocultando su rostro entre sus pliegues, pudo escuchar al maldito chismoso decir como una serpiente lo atacó, lo escucho disculparse y prometer reemplazar el libro.

El silencio es abrumador, las horas pasaron y no escucho un solo regaño, no escucho a Aziraphale llamarlo, no escuchó siquiera la típica amenaza de darle una buena tunda que no merece -quizá un poquito- solo pudo ver sus pies pasar de un lado a otro, clientes y más, hasta que llegó la hora de cerrar, una vez el último cliente estaba afuera y la puerta fue cerrada, Aziraphale apareció,bueno, sus manos.

Las manos del ángel se abrieron camino en el escondite de la serpiente y lo tomaron con sumo cuidado para sacarlo de ese sitio.

-Crowley- sus ojos se abrieron para enfrentar al ángel- ¿puedes volver a tu forma humana?

Negó con la cabeza

-De acuerdo, entonces- tomó su libro -¿me quieres explicar esto?

Oculto nuevamente su rostro entre sus pliegues

-Crowley- las serpientes no pueden hacer pucheros, pero Aziraphale está seguro de que esta serpiente en particular es experta en hacerlos

-Fue un accidente

-No creo que fuera así

-Lo fue

-Asustaste al pobre hombre y el estropeo esto- señaló el libro

-No quise hacerlo- poco a poco regresó a su forma humana

-¿No querías hacer eso?

-Destruir el libro, asustar al humano si - le regalo una sonrisa

-Lo lamento ángel

Aziraphale lo observó unos segundos y tomó su rostro para besar sus labios

-¿No estás molesto?

Aziraphale negó con la cabeza

-Eres un demonio, es normal que causes problemas- Crowley sonrió

-Auna si, limpiaras la biblioteca sin milagros hasta que quede reluciente

-Pero ángel- protesto

-¿Prefieres una paliza?- el demonio negó con la cabeza

-Eso creí, inicias mañana- se levantó -vamos a cenar

-Por supuesto ángel

Los ángeles tampoco practican la traición, sin embargo Aziraphale es un ángel muy especial, pues en cuanto Crowley pasó a su lado, lo sostuvo con una mano, le hizo girar y azotó su trasero siete veces con su mano derecha.

-Pero...!ÁNGEL¡ -su mirada es de traición pura

-Eso es por mi libro- tomó su chaqueta- vámonos ya

Dejó a un demonio muy sorprendido, acariciando su trasero para liberarse del escozor, aunque Crowley terminó riendo ante lo que sucedió y corrió detrás de su ángel, no sea que decida hacer pagar a su Bebé por lo del dichoso libro.

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