[Capítulo 39]
Sam estaba inconsciente y Caleb muy enojado.
Incluso siendo una rata justo en ese momento, los sentimientos complicados que se habían mantenido al margen comenzaron a resurgir. Se sintieron como una oleada de furia, confusión e impotencia.
Podía ver a medias el lugar donde estaba aun estando a oscuras (quizá era cosa de ser una rata; quién sabía), y por ello vio a Sam sobre una silla en el centro de la habitación, atado de manos y pies e incapacitado para moverse. Tenía los ojos vendados y Caleb se sintió abrumado.
¿Cómo había permitido que sucediera eso? ¿Cómo dejó que eso pasara? ¿Por qué? ¿Por qué no lo había protegido?
Fue un beneficio a medias ser una rata cuando lo vio. Por un lado, sabía que de ser humano estaría muriendo y, en un cerebro pequeño y confuso, no había lugar para eso. Y sin embargo, no podía hacer nada. No podía ayudarlo. No podía sacarlo de ahí.
—Cálmate, chico —dijo la voz de la mujer en un tono que se asemejaba más a dar una orden que un intento de consuelo—, recuerda que estás de incógnito. Necesito que sigas avanzando y des unas vueltas sobre todo el lugar... Dibujaré un plano y, en cuanto lo tenga, podré actuar.
Caleb entendía esto y, al mismo tiempo, no lo hacía. Quiso llorar, si es que acaso ese era un sentimiento comprensible en ese momento. No se alcanzaba a avistar demasiado bien a Sam desde esa perspectiva y con la oscuridad rodeándole, mas sabía que era él... Sería cruel no reconocerlo pese a todo lo que habían pasado juntos. Sintió un nudo en su garganta y requirió de todas sus fuerzas dar media vuelta con la intención de irse.
Pero en eso alguien entró a la habitación.
Asustado por la idea de que alguien lo hubiera descubierto, Caleb contuvo un chillido y salió corriendo a una esquina del cuarto a donde no podía verse. Percibió una intensa angustia en su estómago al ver que la persona que acababa de entrar era Bailán. Abrió los ojos de par en par y se agazapó al suelo, sintiendo un súbito deseo de... ¿morderlo? Parecía que ser una rata sí interfería con su mente. Sacudió la cabeza y mantuvo sus ojos enfocados en la escena.
—Dije que sigas adelante —se enfadó la mujer, pero Caleb no se movió. ¿Cómo iba a irse cuando estaba viendo esto? No podía dejar a Sam, incluso cuando tampoco podía ayudarlo.
Jamás se había sentido tan malditamente inútil que quisiera llorar.
Bailán habló, mas la conversación se escuchó distorsionada y como si los oyera bajo el agua. Había mucho eco. Era muy confuso.
Caleb se quedó ahí todo el rato tratando de contener sus impulsos de morder con fuerza a Bailán en el tobillo. Especialmente cuando, tras quitarle la venda a Sam y devolverle sus lentes, le tocó el rostro. ¿Cómo se atrevía? Caleb apretó los dientes y tardó en darse cuenta de que estaba enseñando los colmillos. Poco faltaba para que también empezara a gruñir.
Advirtió que estaba siendo demasiado impulsivo. Era como si ser una rata de alguna forma amplificara todos sus impulsos humanos ya existentes.
Se quedó hasta que Bailán se fue. Nunca tuvo claro de qué trató la conversación.
—Idiota —le insultó la mujer—, a la próxima mantén a raya tu rabia. Hasta yo puedo sentirla. Si no la controlas, irás perdiendo noción de tus sentidos... ni siquiera podrás entender conversaciones humanas, ¡deja de ser tonto y mantente bajo control!
Caleb se enfadó por no haber obtenido esta advertencia antes. Inhaló y exhaló, decidiendo que ella tenía razón. Si quería ser de utilidad, debía mantener la cabeza fría y una mente serena.
No obstante, cuando escuchó a Sam llorar, lo único que quiso hacer fue regresarse y ayudarlo. De cualquier forma. De cualquier modo. Pero sabía que, incluso si lo ayudaba a liberarse, eso no le haría ningún favor.
Incluso cuando no quería admitirlo, la mujer tenía razón.
Así que se vio obligado a irse.
¿Cuánto tiempo pasó? Caleb comenzó a pasear por tantos pasillos y habitaciones que poco a poco fue perdiendo la noción del tiempo. Solo sabía que todo se sentía diferente siendo una rata y que no se sentía como si fuera realmente él. Sabía que todo sería distinto si fuera humano... Dudaba que hubiese tenido el coraje para dejar a Sam en esa habitación oscura llorando. De alguna manera, ser una rata jugó a favor de la mujer. Seguro era más fácil controlarlo así. Quizá incluso influía el hecho de que ella fuese la que había creado el hechizo.
Caleb siguió avanzando por una buena cantidad de rato, o al menos así le pareció. Esquivó y pasó por debajo de muchas personas, y todas iban vestidas del mismo modo oscuro e inquietante. Parpadeó varias veces y miró hacia el techo, que lucía muy alejado de su cabeza. Muy abrumador.
Entonces llegó a una sala muy alejada de la entrada por la que había llegado y pestañeó. Se metió por debajo de la puerta y se quedó en una esquina. Vio que la sala estaba conformada por tres sofás y una gran chimenea al fondo. Había un escritorio a su izquierda y ninguna ventana a la vista. Una luz parpadeante y amarilla brillaba desde el techo y daba un aire extraño al cuarto.
Vio que en los sofás había dos personas. Una era Bailán. Y la otra un hombre desconocido. Llevaba un pasamontañas y una vestimenta similar al resto de la gente que había visto hasta ahora; se diferenciaba de ellos por la cicatriz en su cuello que yacía expuesta y los guantes de cuero que tenía. También había un aura diferente que hizo saltar a los instintos de alerta de Caleb, que retrocedió un paso. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que no podía oír su conversación, acabó por acercarse.
Se metió por debajo del sofá donde estaba sentado Bailán y miró al hombre desconocido desde ahí.
—Buen chico —le dijo la mujer, aprobando su decisión—, el de la cicatriz es uno de los principales líderes de los piratas. Trata de no mirarlo ni tampoco tengas conductas sospechosas. No es muy poderoso, pero es muy inteligente.
Caleb no contestó (no es que pudiera) y se limitó a calmar los acelerados latidos de su corazón para poder procesar la conversación que resonaba en las paredes.
Se alegró cuando funcionó y los ruidos apagados pronto se convirtieron en palabras reales.
—... esto no parece que vaya a funcionar —decía el hombre con un tono de voz profundo. Parecía ser que también estaba alterando su voz, quizá con algún hechizo o con algún don natal—, dijiste que harías que el Munddi colaborara, pero hasta ahora solo has conseguido secuestrarlo y, ¿qué más? Asustarlo, por lo que veo.
No podía ver a Bailán desde esa perspectiva, pero se pudo imaginar que se ponía nervioso. Para su desgracia, había alcanzado a conocer unos cuantos hábitos del bastardo, por lo que no resultaba difícil saberlo por cómo estaba reaccionando.
—Haré que él colabore —contestó Bailán. Parecía ser que aquella conversación ya llevaba un rato desde que empezó, pues su tono de voz tenía un timbre de hastío.
—Lo que creo es que no eres muy necesario para nosotros. Tu magia es débil y tu único aporte ha sido vendernos a alguien que sí nos puede ser de ayuda.
Caleb no tuvo dificultades para comprender que hablaban de Sam, y se inclinó hacia delante, empezando a sentir que la rabia volvía a recorrer dominio de él. Perdió un poco de la conversación gracias a sus emociones y, para cuando volvió a calmarse, vio que el hombre se ponía de pie.
—Gracias por contactar con nosotros —dijo—, te mantendremos en contacto por si necesitamos más magos en nuestro ejército... De momento nos encargaremos del Munddi que trajiste.
—Espera, no. —Bailán también se levantó—. Puedo ser de utilidad. Sé que mi magia no es muy poderosa, pero puedo ayudar. Sé que puedo convencer a Sam. Lo conozco mejor de lo que todos ustedes lo hacen; denme tiempo y estará de nuestro lado. Dice que puede abrir puertas con una Esfera de los Deseos.
Esto llamó la atención del hombre.
—Con una Esfera de los Deseos —repitió—, nunca había oído de eso... Incluso para un Munddi, eso parece inusual.
Caleb frunció el ceño. Sabía tan poco sobre abrir puertas a otros mundos que aquella frase no le pareció coherente. ¿Cómo era entonces que estos conocidos piratas abrían puertas a otros mundos? ¿Qué era un maldito Munddi y por qué se referían a Sam de esa forma? Había tantas cosas que no sabía que empezaba a sentirse frustrado.
—Te daré otra oportunidad —concedió el hombre con gesto pensativo—. Una más, ¿entiendes? Es imposible conseguir forzar a alguien a abrir puertas, así que este Munddi que trajiste debe estar con nosotros.
—Por supuesto, claro.
—Ahora vete. No eres el único con el que tengo asuntos pendientes.
Caleb no le prestó atención a cuando Bailán abandonó la sala y, en cambio, se quedó quieto. Empezó a moverse en dirección a la salida, asumiendo que su trabajo ahí ya había acabado.
—¿Realmente crees que no me di cuenta? —la voz del hombre le sobresaltó.
Por unos momentos, Caleb quiso creer que no le hablaba a él... que había enloquecido y quizá estaba hablando consigo mismo. Trató de sentirse tranquilo y se apresuró por llegar a la puerta con largas zancadas.
Un chillido se le salió de la boca cuando sintió que todo el mundo se le ponía de cabeza y se sintió mareado. Parpadeó varias veces y se retorció. Nunca antes se había sentido tan extraño. Incluso sabiendo lo impotente que era ante la magia, las cosas eran muy diferentes siendo una rata pequeña que cabía en la palma de la mano de un humano normal.
Supo que el hombre le había tomado de la cola y ahora lo tenía levantado cuando los ojos de él estuvieron a la altura de su campo de visión. A través del pasamontañas, Caleb alcanzó a ver un par de ojos verdes y furiosos.
Se asustó y trató de zafarse de su agarre, pero aquello no funcionó.
—¿Quién te envió? —preguntó el hombre, tomándolo del cuerpo con su otra mano y apretando con fuerza. Caleb se sintió presa del pánico.
En lugar de responder o intentar averiguar si era capaz de hacerlo, lo mordió con fuerza. El hombre gritó y su instinto lo hizo soltarlo.
La caída al suelo fue dolorosa y lo aturdió, pero Caleb no tenía tiempo para sentirse mal por eso. Meneó la cabeza y empezó a correr como si su vida dependiera de eso. Estaba tan agitado que apenas se dio cuenta que el hombre estaba soltando hechizos para detenerlo.
—¡Hay un hoyo ahí! —le ayudó la mujer, y Caleb se alivió cuando lo encontró. Se metió dentro del hoyo que había dentro de la pared y siguió corriendo.
No sabía si el hombre empezaría a seguirlo o trataría de usar otra estrategia para dar con él, pero se sintió seguro dentro de esos muros y empezó a caminar con calma. Suspiró y parpadeó con fuerza.
Tragó saliva y miró a su alrededor.
—Regresa —le dijo la mujer—, ya hiciste suficiente. No te pongas en más peligro.
Sin embargo, Caleb le ignoró.
—¡No te puedo proteger si vas muy lejos! —se frustró la mujer—, y tus instintos empezarán a confundirse si sigues en forma de rata. Ya ha pasado más de una hora; ya dejó de ser sano que seas un animal... Vuelve ahora para que puedas regresar a ser humano y pueda actuar.
Caleb siguió ignorándole. De pronto tenía una meta en la cabeza.
—¡Mocoso testarudo! —la mujer realmente estaba molesta—, te harás daño si sigues en esta forma. No puedes ayudar a tu amigo así.
"Está bien", pensó Caleb, aunque sabía que la mujer no podía oírlo, "Voy a ayudarlo incluso si no puede saberlo".
Porque no iba a quedarse de brazos cruzados.
Eso simplemente no era una opción.
Jamás lo fue.
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