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[Capítulo 30]

Volví a la mansión y Hunber me dijo al instante:

—El amo se encuentra en la biblioteca.

Me pregunté si me lo decía porque Bailán tenía intenciones de hablar conmigo, o porque percibió que yo quería saber cómo estaba. De cualquier forma, eso me servía. Asentí con la cabeza y me dirigí hacia la biblioteca con notable vacilación en mis pasos. Incluso habiendo sido un sueño, no podía quitarme de la cabeza lo que Bailán me había dicho... tal vez sí era patético después de todo. Sacudí la cabeza y cuando giré el pomo de la puerta, lo hice con ciero recato. Me daba la impresión de que Bailán estaría enfadado conmigo por el irónico hecho de que yo hubiese pasado a la última etapa y él no.

Cuando vi a Bailán mirando hacia la ventana que había tras el escritorio en la biblioteca, tuve un mal presentimiento. O quizá era que yo estaba demasiado paranoico gracias a la cuarta prueba.

Él no se percató de inmediato de que yo había llegado, por lo que carraspeé con la garganta para llamarle la atención y dejé mi báculo contra la pared. Entonces se volvió hacia mí, y sonrió.

—¡Sam! —exclamó, rodeando el escritorio mientras se acercaba a mí con una amplia sonrisa que tiraba de sus labios. Si bien no era cosa inusitada verlo sonreír, no pude evitar sentirme extraño y confundido, pues emitía una energía muy intensa—. Me alegra que te encuentres bien. Supongo que te demoraste porque estaban hablándote de la quinta prueba, ¿cierto?

Asentí con la cabeza, parpadeando varias veces y titubeando.

—Ah, sí —respondí, dado unos pasos tímidos en su dirección—, ¿no estás eojado conmigo?

Bailán me frunció el ceño, ladeando la cabeza.

—¿Por qué estaría enojado contigo? —contestó con genuina confusión y extrañeza. Luego pareció entender a lo que me refería y sacudió la cabeza en negación. Al mismo tiempo, se acercó y tomó mis manos entre las suyas. Estaban cálidas y su agarre resultó firme para que no me apartara—. No seas tonto, Sam. Yo no fui lo suficientemente fuerte para pasar a la quinta etapa y no hubo nada que hubieras podido hacer al respecto, pero está bien; tengo un plan.

—¿En serio? —No tenía claro si debía sentirme receloso o confundido.

—Quiero ir a tu mundo.

Lo miré, perplejo.

—¿A mi mundo? —repetí, viéndolo con desconfianza y dibujé una sonrisa tensa—, ¿qué tiene que ver mi mundo con tu plan?

Bailán no dejaba de sonreír. Eso empezó a ponerme inquieto.

—Estuve investigando —dijo. Dio unos pasos hacia delante; los mismos que yo retrocedí, o al menos hasta que me quedé sin espacio y mi espalda chocó contra uno de los libreros en la pared. Sus manos sobre las mías enviaron un escalofrío a través de mi espina dorsal y no conseguí quitarlas de encima—. Tengo una idea... Sam, podemos ir a tu mundo. Podemos cambiar la forma en que todo se rige ahí. Tengo conocidos y contactos que nos ayudarán, ¡podemos armar un ejército! Tengo un plan, ¿de acuerdo? Imagina un ejército de magos que llega a tu mundo... podríamos empezar un nuevo régimen y crear una supremacía de magos ahí mismo. No necesito ser el gobernante de Erason cuando tengo toda una nueva posibilidad justo frente a mis ojos. ¿Qué opinas, Sam? ¿No es un plan increíble?

No sabía qué decir.

—Estás loco —acabé soltando, porque no podía mentir cuando me sentía así de incómodo y abrumado.

Tal vez esa no fue la mejor idea.

Bailán arrugó la frente y tensó la mandíbula.

—¿Cuál es el problema? —espetó. Su tono de voz pasó de la ilusión a rozar la histeria—, sé que parece descabellado puesto así al aire, pero debes ver todo el plan que tengo hecho... Ya contacté con gente que estará de nuestro lado, ¡es un plan perfecto e infalible!

—¡No me importa eso! —grité, comenzando alterarme—, ¡¿para qué querría que te volvieras un nuevo Hitler?! —Sacudí la cabeza y retiré mis manos de las suyas. Justo ahora me sofocaba la idea de tenerlo así de cerca—. Bailán, lo siento, pero realmente no quiero ayudarte con nada de eso... Me gusta mi mundo como es y odiaría que se convirtiera en algo lo más remotamente parecido a como son las cosas aquí. Así que no. Si esperabas que estuviera de acuerdo con que pidieras mi ayuda para dominar mi mundo, entonces te equivocaste.

Nos quedamos en silencio por unos instantes. Yo ni siquiera podía mirarlo a los ojos y tampoco tenía la energía para apartarlo. Bailán suspiró.

—De acuerdo —murmuró—. Honestamente me entristece que digas eso...

—Lo siento —respondí, algo tenso, sin saber cómo tomármelo y aclarándome la garganta—, supongo que ya no tenemos mucho que hacer con el contrato, ¿cierto?

Bailán me miró fijamente por unos largos momentos. Su mirada parecía haberse oscurecido y aquello no me causó ni el más mínimo alivio.

—Tenía curiosidad, quería saber si ibas a estar a mi lado por voluntad propia —contestó. Su voz lenta y cuidadosa, arrastrando ligeramente las palabras—, pero ahora que sé que no planeas hacerlo, entonces tendré que recurrir a mi segundo plan... —La sonrisa de antes volvió a dibujarse sobre su rostro. Yo supe que era el momento de irme. ¿Qué estaba mal con él?—. Sam, me temo que no podré dejar que te vayas.

Eso era demasiado directo.

Su forma de hablar pasiva-agresiva me ponía los pelos de punta y me confundía. Sabía que aquello era una amenaza y, por los cielos, no era idiota; era consciente de que debía tomarme con cuidado mis siguiente movimiento. Levanté la mirada y me estremecí cuando le vi a los ojos.

—Bailán —dije con lentitud, viendo de reojo que mi báculo estaba demasiado lejos de mí. Tragué saliva y me repetí que no podía actuar con imprudencia; no cuando era él quien tenía su Catalizador a mano y tenía la ventaja—, deberías pensar mejor lo que sea que creas es un buen plan... Dudo que lo sea. No llegarás lejos si intentas conquistar un mundo o lo que sea; ni siquiera sabes de las millones de formas que podrían derrotarte antes de siquiera saberlo.

Él seguía sonriendo.

—Dijiste que los magos viven ocultos en tu mundo —exhaló. Levantó las manos y las puso a los costados de mi cabeza. Yo me contuve a quitármelo de encima de golpe por miedo a alimentar su momento de locura—, no será difícil aliarme con ellos. No será difícil reprimir a toda una sociedad de no-mágicos y, como allá será algo nuevo, entonces yo tendré el poder.

—Te lo digo en serio. No podrás hacerlo.

—Ssm, creo que no entiendes lo que trato de decir. Ya tengo los aliados aquí y solo necesito los últimos preparativos para comenzar una guerra... Y vas a ayudarme, quieras o no. Gracias a ti se puede abrir una puerta a otro mundo, ¡gracias a ti sabemos incluso cosas respecto a él! Y gracias a ti tenemos un universo de posibilidades ante nuestros pies. Eres maravilloso, Sam, y no pienso dejarte ir.

—Suéltame, Bailán. No te lo voy a pedir dos veces. —Apoyé mis manos en sus antebrazos, mirándolo con enfado y molestia.

Ni siquiera tenía tiempo de advertir en el gran error que había sido decirle sobre mi mundo; al menos estaba demasiado ocupado tratando de quitarme al loco de encima como para tener ese momento de autodesprecio y culpa.

Y él seguía sonriendo.

—¿Qué harás? —preguntó—, ¿qué podrías hacer contra mí, Sam?

Yo no era fuerte (ni inteligente, hay que admitirlo), sin embargo, tampoco podía decir que era un completo pusilánime. Apreté la mandíbula y le empujé con fuerza hacia atrás; apenas si alcancé a alejarlo de mí, aunque fue suficiente y me dirigí hacia mi báculo.

Solía ser bastante perezoso en cuanto a la actividad física se refería. Odiaba sudar y odiaba sentirme cansado... mas justo ahora empezaba a replantearme mis decisiones de vida. Quizá las cosas habrían ido diferentes si yo fuera una especie de genio karateca.

Pero no lo era.

Escuché a Bailán soltar una carcajada y un hechizo al mismo tiempo, y sentí que algo tiraba de mi pie. Caí de forma dolorosa y ruidosa contra el suelo, mi nariz se pegó contra el concreto y mis lentes salieron volando por algún lugar de la habitación. Mis ojos lagrimearon de forma inconsciente y mi cabeza dio vueltas. Cuando miré hacia atrás, vi que una enredadera se había sujetado a mi pie y ahora la envolvía con dureza.

Ni siquiera sabía qué hechizo era, mas sí podía darme cuenta de la posición desventajosa en la que eso me ponía. Gruñí por lo bajo y me giré para estar sobre mi espalda, pateando la enredadera con mi pie libre y tratando de desatarla. No obstante, parecía ser tarea imposible a juzgar por las pequeñas espinas que se encajaban en mi piel y se rehusaban a soltarme.

—¡Bailán, déjame ir! —grité con desesperación, incorporándome para apoyarme sobre los codos y viéndolo frustradamente. Él se acercaba a mí con sus ojos fijos en mi rostro y yo, que era miope, apenas le veía con claridad—, ¡te estoy diciendo que tú plan es demasiado arrogante y estúpido, no funcionará! ¡Te ayude o no, vas a terminar con cinco balas en el cuerpo en cuanto des a entender tus intenciones en mi mundo...! ¡Deja de ser imbécil y entra en razón!

Bailán no respondió de inmediato y se arrodilló a un lado mío. Me miró en silencio y arqueó las cejas.

—No necesitamos hacer eso —contestó con un tono delicado, como hablándole a un niño—. Mejor únete a mí de buena gana... Si dices que no puedo ganar, entonces ayúdame a hacerlo. Sé que con tus conocimientos y tu poder, lo conseguiremos... y haremos más que eso, Sam. Eres tan poderoso que me duele ver tu potencial desperdiciado. Alguien como tú no debería tener esa magia.

—¿Y un lunático elitista como tú sí? —escupí. Solté un alarido cuando la enredadera apretó en torno a mi tobillo y maldije en voz alta. Sentí que un hilillo de sangre comenzaba a bajar de mi nariz por el esfuerzo y el golpe. Empezaba a sentirme mareado—. Por favor, Bailán, sé que estás herido y enojado por no haber pasado la cuarta etapa...

—¡No estoy enojado, Sam! Simplemente abrí los ojos y vi que tenemos un mar de opciones. He vivido creyendo que lo más lejos a lo que podía aspirar era a ser gobernante de este país de mierda, ¡pero no es así! ¡Puedo ser más que eso... tener todo el poder y la libertad que yo quiera! ¡¿No quieres eso, Sam?! ¡¿No quieres que las personas te teman y te respeten?!

—¡No, no lo quiero, y tampoco me interesa!

Lo agarré por el cuello de la camisa y, sin pensarlo mucho (o nada, mejor dicho), le di un cabezazo.

Consejo del día: no den cabezazos si se sienten débiles y con un mareo infernal.

En cuanto lo hice supe que yo había resultado más afectado que Bailán. Abrí los ojos de par en par y apreté los dientes. ¡Idiota! Me grité a mí mismo y me retorcí cuando un dolor resonó por toda mi cabeza como un tambor.

Pese a eso, Bailán tampoco resultó bien parado y le tomó unos momentos procesar lo que había ocurrido.

—¡Me golpeaste! —gritó, escandalizado como si él no estuviera a punto de cercenarme el pie.

Parpadeé varias veces, atontado por el golpe que yo mismo nos había causado y sintiendo que las esquinas de mi visión se oscurecían. Apenas percibí que Bailán se había puesto a horcajadas sobre mí y ahora tenía las manos sobre mi cuello.

—¡Deja de pelear! —me gritó con la furia ardiendo en sus ojos. Me di cuenta de que no estaba intentado asfixiarme; más bien, quería evitar que me levantara. Llevé mis manos a su cara y, de haber tenido uñas largas, le habría arañado. En cambio lo máximo que conseguí fue dejarle las marcas de mis dedos en la superficie de su piel—, ¡deja de pelear, Sam! ¡Solo ponte de mi lado, no tenemos que hacer esto!

—¡Yo no quiero estar de tu lado! ¡Estás loco! —contesté, jadeando por el dolor en mi tobillo. Cerré los ojos con fuerza y deseé tener mi magia. ¿Dónde estaba cuando la necesitaba? ¿Por qué no hacía temblar todos los estantes y me ayudaba a salir de ahí?

El rostro de Bailán se acercó al mío. Demasiado cerca. Yo quería llorar.

—No va a funcionar tu magia —señaló. Su aliento haciéndome cosquillas en la nariz—, me lastimaste... ¿Recuerdas el contrato?

—Que se vaya a la mierda el contrato —musité. Me sentía impotente, asustado y con el dolor en mi tobillo volviéndome loco. Quería llorar y esconderme.

Este era un tipo de miedo que no había sentido jamás.

Miedo de alguien a quien le había dado mi voto de confianza. ¿Por qué siempre hacía eso? ¿Por qué siempre confiaba en las personas equivocadas?

—Déjame ir —le pedí ahora con las lágrimas acumuladas al borde de mis ojos—, no quiero ayudarte, no quiero abrir ninguna puerta a otro mundo... No quiero estar cerca de ti. Déjame ir, Bailán. Por favor.

—¿De verdad crees que podría hacerlo? —fue su respuesta. Sus ojos mirándome de una forma en que nunca lo habían hecho—. No puedo, Sam. Te necesito. Necesito tu poder y tu magia... Maldición, si pudiera, te la quitaría.

—Eso sería mejor. Yo no la quiero.

Y entonces me besó.

Fue la cosa más enferma y jodida que alguna vez experimenté

(Nota de mi yo del futuro: aún sigo yendo a terapia por esto).

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