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[Capítulo 3]

—¡Esto es tu culpa!

Caleb parecía empeñado en discutir conmigo. Justo ahora tenía la mano aferrada a mi camisa y me tenía acorralado contra un árbol. Más allá de aterrarme, me puso frustrado y molesto.

—¡¿Quién carajos está tan mal de la cabeza para irse a meter a una puerta que no tiene idea a dónde le lleva?! —prosiguió Caleb, temblando de ira y soltándome unos momentos después tras darse cuenta de lo que estaba haciendo—. Tú... idiota. ¿Qué deseo pediste?

—¿Eh?

—¡A la esfera! ¿Qué fue lo que pediste?

La miré sin entender, pestañeando con fuerza y percibiendo la forma en que mi rostro palidecía.

—¿Eso no fue una alucinación? —susurré, preguntándome si tal vez Caleb no estaba tomándome el pelo. Tragué saliva y fijé mis ojos al suelo—. Yo... pedí salir de ahí. Quería irme.

Caleb bufó.

—Bien hecho —gruñó—, ahora, gracias a ti, no podremos volver.

—¿De qué hablas? —Reuní el coraje suficiente para alzar la cabeza y mirarlo, entre azorado, confundido y receloso sobre sus palabras—, ¿qué era esa esfera...? ¿Y por qué no podemos volver?

—¿Acaso eres idiota? Mira. Le pediste a la esfera un deseo; la esfera lo cumplió y abrió una puerta hacia otro mundo... Pero, oh, adivina qué. La puerta solo se abre por tiempo limitado. Regresamos demasiado tarde y la puerta ya no está. ¿Tengo que explicarte lo que eso significa como si fueses un niño de cinco años?

Lo miré con exasperación.

—Jodete —solté, cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿Cómo que estamos en otro mundo? ¿Acaso esta es una broma horrible y de mal gusto? Porque, por si no había quedado claro, ya me humillaste lo suficiente para toda una vida y preferiría no tener que verte de nuevo.

Caleb rechinó los dientes.

—Ya quisiera que fuera una broma —musitó con enfado. Pasó una mano por su cabello y, exhalando con fuerza, procedió a añadir—: No lo sabías hasta ahora, pero existe más de solo un mundo... Algo así como la teoría de los universos paralelos y esas cosas; y hay puertas que se abren de vez en cuando para saltar de un mundo a otro. Por lo general, las puertas solo pueden abrirse de una manera, que es con un ritual. Hacerlo con una Esfera de los Deseos es algo inusual, pero al parecer también funciona.... Y en tu caso, fue la que abrió una puerta a este mundo.

El nombre que usó me pareció tan infantil y plano que me burlé.

—¿Estás robándote la trama de un libro como Harry Potter? —murmuré molesto. Lo empujé por el hombro y empecé a caminar sin un rumbo de fijo—. ¡Estás demente! Si piensas que voy a creer alguna de esas locuras que has dicho, estás mal. Saldré de aquí y te demostraré que estás equivocado...

No fui ajeno al resoplido de Caleb y la forma en que puso los ojos en blanco, yendo detrás de mí con las manos hundidas en los bolsillos de su pantalón y los labios torcidos en una mueca. Lucía realmente enfadado y frustrado, aunque era como si no supiera hacia dónde dirigir todos esos sentimientos. Decidí ignorar abiertamente su presencia y traté de no pensar en el hecho que, instantes atrás, había estado a punto de romper en llanto. Me habría gustado que Caleb no hubiese venido conmigo; al menos así podría haber tenido un tiempo para mí mismo y procesar todo lo que había pasado en cuestión de minutos.

Suspiré ruidosamente y pasé una mano por mi rostro. Me sentía hastiado y hambriento, por no mencionar el hecho de que estaba muriéndome de sueño. Y el hecho de sentirme así no concordaba con el alegre clima, por lo que mi propio cuerpo empezó a disociar y sentirse confundido.

Asimismo, empecé a pensar en lo que Caleb había dicho.

Estábamos en otro mundo... pero eso era una locura, ¿verdad?

Esto debía ser una broma. Un show para la televisión. Un reel que subirían a Instagram... algo.

Cualquier cosa que me dijese que esto no estaba ocurriendo en serio. Solo un idiota se creería que realmente estaba en otro mundo.

Sí, solo un idiota.

Miré hacia Caleb y retrocedí unos pasos para ponerme a la par de él. Volví mi vista hacia la punta de mis zapatos y me mordí el labio inferior con duda.

—Suponiendo que te creo en lo que dijiste sobre que estamos en otro mundo —empecé diciendo en un murmullo—, ¿en dónde estamos?

Caleb frunció las cejas.

—No lo sé —soltó.

Titubeé.

—¿Cómo qué no sabes? —inquirí con palpable decepción.

—No me especializo en eso —se defendió Caleb—, y ni siquiera me importa. Existen tantos mundos que solo un tonto con demasiado tiempo libre sabría acerca de todos... además, muchos son solo teóricos y ni siquiera se sabe si realmente existen y, por el contrario, seguro habrá muchos que nadie se pensaría que podrían ser reales. Mi punto es que la puerta de la Esfera de los Deseos abre hacia mundos alternos al azar si solo le dices algo específicamente estúpido como "quiero salir de aquí".

Me enfadó su tono de voz y gruñí.

—No habría querido ir a ningún maldito lugar si no hubieses actuado como un imbécil —escupí, apretando los puños con fuerza—. De acuerdo, digamos que creo esas cosas que acabas de decirme. ¿Y cómo volvemos a casa? ¿La puerta volverá a abrirse?

—No.

—¿No qué?

—No hay ninguna otra puerta... Estaremos atascados aquí hasta que hallemos alguna forma de abrir una diferente —explicó Caleb. Su hastío y cansancio se hicieron visibles en sus pupilas y la manera en que se veían más apagadas de lo usual. Incluso cuando sentía que tenía a un desconocido junto a mí, lo cierto era que los días que había pasado a su lado habían sido suficientes para advertir en esos pequeños detalles. Eso me molestó un poco—. Ya te lo dije, las únicas formas de abrir puertas a otros mundos es haciendo rituales o, como acabas de descubrir, con las esferas... No podemos hacer rituales, porque usualmente necesitamos cosas demasiado complicadas y ninguno sabe leer en idiomas muertos.

—¿Entonces tenemos que hallar otra Esfera de los Deseos?

—Sí, supongo. No son difíciles de hallar. Teniendo en cuenta los bandidos que te asaltaron, me da la impresión de que este es un mundo relativamente avanzado... Seguro venden las esferas en algún lugar o podemos ganarlas de alguna manera. —Caleb hundió los hombros y se cubrió el rostro por unos efímeros momentos. Al descubrirlo, suspiró.

—¿Y qué hay de tu familia?

—¿Qué hay con ellos?

—Quiero decir... ¿No pueden ellos rescatarnos? Pedirle a la esfera que abra una puerta a donde estamos nosotros y luego simplemente volver.

Caleb se echó a reír.

—Si la magia fuese tan sencilla, no habría leyes ni reglas —contestó, incluso cuando yo no tenía claro de qué hablaba—. Escucha, Sam. La esfera es un artefacto mágico increíblemente peligroso y voluble... No concede deseos a conveniencia de la persona que los pida, sino a conveniencia suya, ¿de acuerdo? Así que, entre más ambiguo sea tu deseo, más se aprovechará de ti. Sin embargo, tampoco puedes contar con ella para deseos específicos... En otras palabras, si alguien de mi familia estuviera lo más remotamente interesado en hacer lo que dices, acabarían en un mundo similar a este o, en su defecto, abriría una puerta aquí, pero en otro continente. Así que no, no podemos contar con el rescate de nadie. Parece ser que tenemos que arreglarnos por nuestra cuenta.

Esbocé una mueca.

—¿Y por qué un artefacto así de peligroso estaba tan al aire libre? —me quejé, dándome cuenta de que Caleb estaba tratando de echarme la culpa de nuevo—, la habitación ni siquiera tenía cerrojo...

—Nadie entra al estudio de mi padre, idiota. Todos en mi familia saben que es una habitación prohibida... Además, se supone que no deberías haber podido activar esa esfera. Nadie normal puede hacerlo, así que ocultar los artefactos que trae mi padre del trabajo no es algo que particularmente nos llame la atención.

Me detuve al escuchar eso.

—¿Qué quieres decir? —cuestioné, arrugando la frente. Caleb se detuvo a la par que yo lo hice y se giró a verme.

—Solo las personas con dotes mágicos pueden activar artefactos de esa índole —murmuró él.

—No lo entiendo...

—¡Significa que eres un mago, tonto!

Abrí la boca para decir algo y, al acto, descubrí que nada salía de ahí. Estaba tan anonadado que no me sentía en disposición de entenderle... se sentía tan surrealista. Tan extraño.

Corrí detrás de Caleb al darme cuenta que había reanudado el paso sin avisarme.

No tenía manera de saber que estaba diciéndome la verdad, sin embargo, conocía lo suficiente (para mi desgracia) para percibir que no había mentira en sus palabras. Me había engañado antes, cierto, mas en su "defensa" había sido más manipulación que mentira. Así que podía identificar que justo ahora estaba siendo honesto.

Apreté los labios en una fina línea recta y suspiré con fuerza, sacudiendo mi cabello y tensando la mandíbula.

—Soy un mago —repetí, sintiendo increíblemente extrañas e infantiles esas palabras en mi boca. Sentí un vago dejá vú cuando una vez, en primaria, hicimos una obra de teatro del Señor de los Anillos. Yo fui uno de los arbustos que no hizo nada... pero recordaba con firmeza el niño que había hecho de Frodo y que me gustaba en ese entonces. No supe por qué lo recordé, así que no tardé en sacudir la cabeza y ordenar mis pensamientos—. ¿Cómo es eso posible?

Caleb vaciló por unos momentos, como pensando en qué significaba mi pregunta.

—Veamos —dijo—, los magos existen desde los inicios del ser humano... Nadie sabe cómo fue que comenzaron y se tiene la teoría que fue gracias a un viajero de otro mundo que los trajo a este. El punto es que por generaciones los magos han vivido escondidos de la sociedad y para ella se han limitado a existir en la ficción. No existen muchos magos y, los que hay, suelen contraer matrimonio entre sí; ese tipo de bodas raras y de dudosa moralidad... Mi familia es una de esas que surgieron a consecuencia, por lo que se considera de un linaje limpio. Al parecer, tú eres un mago no registrado que tuvo la habilidad de activar la Esfera de los Deseos... ¿qué más debería decirte? —lo dijo entre burla y sinceridad, frunciendo las cejas y suspirando.

Tragué saliva y pensé en esto.

—De acuerdo —murmuré, frotándome el cuello—, ¿entonces tú también eres un mago?

La pregunta pareció enfadar a Caleb.

—No necesito serlo —se puso a la defensiva.

—Eh... ¿eso significa que no lo eres?

—¿Tienes algún problema con eso?

—¡Solo estoy preguntándote!

Caleb rodó los ojos y fijó su mirada en un punto invisible del suelo. Se mordió el labio inferior con ademán de enojo y tensó los hombros.

—Pues no —murmuró—, no soy un mago... Todos en mi familia lo son, excepto por mí. Supongo que hasta un desconocido como tú puede serlo.

No pude evitar percibir ese tono de tristeza y frustración en su voz. Me habría puesto empático con él sino hubiese sido porque seguía teniéndole rencor por lo que había hecho.

No era sencillo olvidar y fingir que nada había pasado cuando el idiota realmente me había ilusionado... me sentía patético y molesto conmigo mismo. ¿Por qué había caído en eso? ¿En serio estaba tan desesperado como Caleb había dicho?

Y sí, lo más jodido del asunto era el hecho de que, en realidad, él me había gustado. Todavía me gustaba.

O tal vez solo era yo siendo un masoquista sin control.

Hundí mi rostro entre mis manos.

—Entonces vayamos por esa esfera para volver —solté, decidiendo cambiar el tema—. ¿Son baratas al menos?

Caleb se rio.

—Bueno fuese —contestó—, tendremos que hallar una forma de conseguir una buena cantidad de dinero en poco tiempo... Además, no nos iría mal averiguar acerca de este mundo. Creo que empezar interrogando gente es una buena idea.

Al alzar la mirada me encontré con que nos habíamos detenido. A lo lejos los árboles dejaban de aparecer y la vegetación cambiaba de patrón.

Más allá había una ciudad.

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